¿Astrología? ¡Cosa de minas!

Un repaso por las principales uniones y tensiones entre feminismo y astrología con foco en la apelación a los saberes ancestrales.

Holis, ¿cómo andás? Yo acá, leyendo, tratando de pensar antes de escribir, cosa que no hago siempre. Pero esta vez lo amerita. No sé si ya lo viste, pero en Cenital salió una serie de notas sobre astrología. Esta de mis queridas colegas Eugenia López y Julieta Elffman habla sobre los sesgos cognitivos y el rol que cumplen respecto a creer en la influencia de los astros. Esta de nuestra newslettera María Esperanza Casullo se centra en la relación entre los políticos y la astrología. Y esta de Natalia Aruguete habla sobre el mercado digital de las apps astrológicas. Todas son excelentes y me motivaron a agregar mi punto de vista sobre este tema. Así que pienso.

En enero de 2020, cuando la pandemia todavía estaba en la fase “chico introvertido” que tantas estrellas de Hollywood adjudican a su adolescencia, escribí un post sobre astrología y feminismo. Me encantaría decir que fue porque me fasciné con el espesor sociológico del tema, pero no, fue por hartazgo. Quería tener un link para revolear cada vez que se arma escándalo por alguna declaración, curso, o taller relacionado con la astrología. Si te soy sincera, las discusiones en loop me dan pereza cognitiva (un buen tip que me dejó el podcast Ocultonas para propiciar el diálogo de una forma respetuosa y no tajante es el siguiente: cuando alguien me pregunta de qué signo soy, contesto ¿qué es lo que querés saber de mí con ese dato? Realmente funciona).

Con los feminismos me pasa lo contrario. A pesar de que muchas veces también me canso de ciertas discusiones que siento que se repiten, no se profundizan o que el discurso mediático al respecto se queda con que hablar de sexismo es un avance en sí mismo, pensar nuestra acción política a partir del conocimiento que construimos me resulta siempre apasionante. Y ante la proliferación de ciertos “revisionismos astrológicos”, que plantean que las narrativas derivadas de la observación de las posiciones de los astros pueden incorporar elementos de los feminismos y de las ciencias sociales, me encontré refrescantemente interesada en las discusiones sobre el rol de la astrología en la esfera pública.

Sin duda lo salen a combatir por un mundo ideal

De ese post pasaron dos años. El debate sigue vigente. A diferencia de otros, fue ganando espesor. Y yo ya no estoy conforme con tener un texto con lineamientos básicos en los que junto un tema que no me interesa con uno que sí para tener algo más o menos coherente a mano cada vez que Twitter decide hacer de la astrología la cuestión del día. Así que hoy me propongo revisar ese texto con vos y darle un poco de actualidad, pero de la verdadera, la de la ampliación de la perspectiva, no la de la potencialidad del refrito. Arranco (lo que está entre comillas y en cursiva son fragmentos del post original).

“Desde hace un tiempo, diversos espacios feministas fomentan actividades relacionadas con la astrología. Al respecto, proliferan opiniones, agresiones y ataques personales. ¿Pero qué argumentos podemos rescatar en la discusión que genera la inclusión de una disciplina relacionada a lo esotérico en lugares de construcción de estrategias para la ampliación de derechos?

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Durante mucho tiempo, los saberes no existieron delimitados por áreas específicas tal como hoy. Quienes observaban el cielo a fin de identificar parámetros en el movimiento de los cuerpos celestes que permitieran cosas como planificar las cosechas (a quienes hoy llamaríamos astrónomos), eran los mismos que buscaban esos parámetros en conductas y experiencias humanas (a quienes hoy llamaríamos filósofos). Podríamos pensar que era lógico que en algún momento esos conocimientos se cruzaran, que se establecieran correlaciones y naciera la astrología, que intentó explicar ciertas características de las personas atribuyéndoles una influencia astral”.

Respecto a esto, hay algo que me comí y que todas las notas de nuestro especial rescatan. Que las creencias en común son necesarias para generar cohesión social. Unidos nos sostenemos, divididos nos caemos.

Tomando los datos de la nota de Julieta y Eugenia, que dice que quienes creen en la astrología son cada vez más y los que creen en cuestiones místicas más tradicionales como Jesús o el Gauchito Gil son cada vez menos, me cae la ficha de cómo se me escapó mencionar algo tan evidente y central para la cuestión. Soy moderna. Creo que la afirmación de la muerte de dios dio lugar a otro tipo de relatos que satisfacen esa necesidad de aglutinamiento social, particularmente a esa creencia llena de saltos de fe que no deja de aferrarse a cierta noción de realidad. Esa que queremos tanto y llamamos ciencia. Pero no. O sí, pero no para todos. 

Tiene perfecto sentido que en un mundo cada vez más desigual despreciemos las falsas promesas. El conocimiento universal no trajo universalidad. Y al estar institucionalizado es lógico que se asocie con el accionar institucional. Que la herramienta del amo no desarma la casa del amo es una que nos sabemos todos. 

Entonces, para quienes entendemos la necesidad imperiosa de revertir la atomización contemporánea y generar identidades colectivas se presenta de suyo la obligación de construir alternativas a las formas que tenemos de concebir el mundo, dado que determinan gran parte de nuestras acciones en él. 

En los feminismos, muchas creemos que ese espacio son las mismas ciencias. Sostenemos que sus métodos y estructuras son lo mejor que tenemos para producir conocimiento y, a la vez, que ese sistema debe reformarse radicalmente para servir a propósitos de emancipación. Trabajamos para que sea una actividad cultural con fines políticos explícitos que no se limitan a la erradicación del sexismo, porque entendemos que las desigualdades no se pueden fragmentar, que están absolutamente interrelacionadas en sistemas de dominación complejos que hay que estudiar para restablecer. No queremos destruir la casa del amo con sus herramientas. Queremos sacárselas de las manos, agregarles puntas y filos, descuartizarlo, quemar la casa, enterrarlo en los cimientos y edificarle una universidad pública encima para que no vuelva a salir.

Pero entrar al feminismo piromaníaco no es tan fácil. Hay que saber sobre ciencia, sobre feminismo y sobre ciencia feminista, requisitos que cumplimos muy pocas cuando todas tenemos necesidades comunitarias. Y, como cuenta Natalia en su artículo, las congregaciones astrológicas están a un clic de distancia y a años luz de financiamiento respecto a los estudios feministas. Sería muy burdo decir que nuestras fallas son el espacio que se deja para sus aciertos. Hay algo de las necesidades subjetivas de la actualidad que la astrología está captando muy bien y los feminismos también. Las ciencias, en cambio, tienen una relación complicada, casi simbiótica e intrínseca con las condiciones que generan esas necesidades y carencias. Las cosas que los astrólogos hacen bien tienen que ver con el bien que hacen, con el alivio real que proporcionan y esto no es necesariamente una consecuencia de las ciencias fallando en este propósito, sino más bien de poca ciencia con este propósito.

Retomando a Natalia, no podemos encontrar una cosa por un lado y otra por otro. “No es tan fácil establecer distinciones tajantes entre racionalismo e irracionalismo cuando se piensa en los astros”. Cosa que queda clara en los párrafos anteriores: estamos todas juntas en el mismo propósito y separadas en el mismo lugar.

Karina Felitti, doctora en Historia y especialista en Estudios de Género, se dedica a estudiar la relación entre salud, espiritualidad y política feminista. Para esta edición, le hice algunas consultas sobre qué pasa con los saberes no-científicos en la construcción del movimiento feminista:

¿Qué relaciones encontrás entre las investigaciones feministas sobre conocimiento ligado a prácticas esotéricas/místicas/espirituales y las reivindicaciones o reclamos políticos que se instalaron en las calles? 

Las mujeres interlocutoras de mi trabajo se definen como espirituales y la mayoría también se nombra feminista. Este involucramiento con la política y el activismo en las calles comenzó con Ni Una Menos en 2015 y no paró más. Mis hallazgos muestran un encuentro entre una agenda de derechos y por eso secular, que apela al desarrollo personal, la autoestima, el placer, la soberanía corporal, la solidaridad entre mujeres; y propuestas de espiritualidad femenina que también ponen el acento en procesos de subjetivación con estas características y cuyas reflexiones también se hacen colectivamente en los círculos de mujeres, en talleres y en las calles.

Para no perder nuestra costumbre, entonces, un resumen de este agregado a mi post original:

  • Las sociedades necesitan creencias en común para mantenerse cohesivas.
  • En la modernidad, las ciencias fueron presentadas como el reemplazo racional y definitivo de las creencias místico-espirituales-esotéricas. 150 años después, el mundo es cada vez más desigual y las ciencias, al estar institucionalizadas, tienen una relación inextricable con esta desigualdad.
  • La lucha contra la desigualdad requiere el re-establecimiento de lazos comunitarios. Los feminismos conforman un movimiento político que apunta a la eliminación de cualquier tipo de dominación. Para ello, plantean como punto de inflexión un cambio radical en las formas de producir conocimiento. La astrología feminista y la epistemología feminista abordan esta problemática desde puntos de vista muy distintos, pero se encuentran en los mismos propósitos políticos.
  • Las disciplinas esotérico-espirituales y las racionalistas pueden presentarse como mutuamente excluyentes en los estudios científicos, pero no están separadas de facto en el movimiento político feminista. Hay reivindicaciones basadas en el paradigma de derechos humanos que muchos grupos sostienen acorde a su caracterización convencional en el conocimiento formal y que abordan desde prácticas no comprendidas (y en gran parte rechazadas) por él.

Contra las fuerzas demoníacas

Dicho esto, seguimos:

“El primer contrapunto en la relación entre feminismo y astrología entonces es la idea de que existe una esencia (concepto muy cercano al del alma) que nos constituye desde que nacemos. El decir «sos impulsiva porque sos de Sagitario» se parece bastante a «sos sensible porque sos mujer», en ambas hay algo inmutable, determinante. Se podría discutir, por supuesto, que a las personas que nacemos con vagina se nos educa para que nos comportemos de cierta manera y a la gente que nace con plutón en casa 8 no. Y es cierto, pero no hay que desconocer que el discurso astrológico está claramente dirigido a mujeres y feminidades. ¿Por qué se relaciona con reuniones feministas o revistas de chismes y no con deportes u otros espacios típicamente masculinos?

*El meme dice: el libertarianismo es astrología para varones

Entre las respuestas que aparecen a esta pregunta, surge la necesidad de recuperación de saberes ancestrales en un movimiento de reivindicación histórica del rol de las mujeres.  El reclamo por el reconocimiento de los aportes de mujeres, lesbianas, travestis y trans para subvertir su invisibilización sistemática es fundamental en el feminismo. En este sentido, una frase recurrente es esa que dice que «las brujas fueron las primeras científicas». Como mencionamos al principio, los saberes no estuvieron siempre compartimentados, y en las actividades esotéricas de esas mujeres perseguidas, torturadas y asesinadas por considerarse paganas y herejes podemos reconocer experimentos y producción de conocimiento.”

*El meme dice: si no sos una persona que hace 400 años la iglesia hubiera matado, ¿estás siquiera viviendo?

El meollo de la cuestión de hoy va a ser profundizar un poco sobre el tema de la ancestralidad como argumento. Releyéndome, me di cuenta de que es el punto en el que fui más general, no por simplificación, sino por desconocimiento de los estudios al respecto. Así que lo llamé a Vladimir Chorny, uno de los pocos abogados que es doctor de verdad y mi camarada del Grupo de Epistemología Feminista de la Sociedad de Análisis Filosófico. Él estudia la injusticia epistémica respecto de los pueblos originarios en los procesos judiciales y me pareció que sus saberes podían ser útiles para aclarar los tantos.

¿Qué es la injusticia epistémica y cómo se aplica a los pueblos originarios?

La injusticia epistémica es un tipo particular de injusticia social, es una forma radical de desigualdad que permite y perpetúa la jerarquización (las relaciones de poder) injustificada de algunos grupos sociales sobre otros y es el resultado del proceso de objetivización que las distintas estructuras de opresión (patriarcado, colonialismo, capitalismo, etc.) llevan a cabo para separar y dominar a los grupos que oprimen. 

Pero es una injusticia que debe estudiarse de forma independiente a otras injusticias por la forma que tiene de materializarse y porque es relativamente nueva para las discusiones sobre la justicia social. En este caso, la objetivización resulta de excluir a ciertos sujetos de las prácticas, procesos o dinámicas de producción de conocimiento válido en determinada sociedad. La mecánica de esta exclusión se da en dos pasos: primero, al asociar una persona a un «tipo social» particular, por ejemplo al de ser mujer o ser indígena (o ser mujer indígena), y asignar los prejuicios «identitarios» del tipo en cuestión (por ejemplo el de que las mujeres son irracionales o el de que los indígenas son salvajes e incivilizados); segundo, al excluir de las prácticas y espacios que se consideran legítimos para producir conocimientos a esas personas o grupos (tal como pueden ser las instituciones científicas, pero también las políticas o las educativas) precisamente porque no se les considera sujetos con capacidades plenas para participar ahí (son más objetos que sujetos). La negación de la subjetividad plena implica el desconocimiento de la capacidad de comunicación de esos grupos, ya sea por restarles credibilidad a sus testimonios o por rechazar sus formas de expresarse (no sólo en cuanto a sus lenguajes sino también a la concepción del mundo sobre los que estos actúan). Los pueblos originarios representan uno de los casos más claros de objetivización epistémica y de la negación a considerarlos interlocutores legítimos y valiosos para hablar sobre sus intereses y sobre las cuestiones que afectan sus derechos y sus realidades, tal como pueden ser aquellas relacionadas con la defensa de sus territorios y del medio ambiente. En estos casos, la relación especial que los pueblos tienen con sus territorios en particular y con la tierra en general ha sido ridiculizada desde el imperialismo cultural de la modernidad, que concibe a la naturaleza como un objeto apropiable sin límites que está al servicio del desarrollo ilimitado del ser humano, para luego negarle reconocimiento jurídico y político casi por completo. La construcción del marco moderno de los derechos humanos (y sus instituciones) se estableció como un lenguaje en extremo individualista que excluyó las demandas de justicia de estos pueblos y rechazó su participación y visión del mundo (relacional y colectiva). Todo esto al mismo tiempo de despreciar sus saberes y prácticas de producción de conocimiento, que se conciben usualmente como pensamiento mágico, irracional o como simples mitos de culturas salvajes que nada tienen que ver con el conocimiento que se considera válido en la sociedad.  

Acá, entonces, podemos observar en cámara lenta cómo la pifié:

“Por otro lado, la validación del conocimiento es dinámica y concomitante y que algo sea ancestral o no tiene poco que ver con esa validación. El yoga, por ejemplo, tiene orígenes muy antiguos y sus beneficios para la salud en tanto actividad física están bien documentados. En el caso de la astrología, hoy conocemos la magnitud de las fuerzas gravitatorias y sus efectos como para saber que no es posible que causen cambios en la personalidad. En cambio, algunos estudios que registraron correlaciones entre el momento del año en el que se dio el nacimiento y tendencias del estado de ánimo, hipotetizan sobre la posible influencia de la exposición a luz solar, virus estacionales contraídos durante la gestación o bullying debido a ser menor que el promedio de lxs estudiantes del mismo curso.”

Digamos que lo que dije está mal pero no tan mal. Lo antiguo que sea un saber no tiene relación directa con su validación, pero la legitimidad de ese saber tiene bastante relación con quién lo produce y lo ancestral está directamente relacionado con quién produce estos saberes. 

Ahora bien, en el caso de la astrología zodiacal no hay un pueblo oprimido que podamos identificar de forma concreta y delimitada. Y acá entra su enclave con otros saberes, porque frecuentemente no la encontramos sola y aislada, sino en un conjunto de prácticas y reivindicaciones místicas, esotéricas o espirituales.

Cuando lanzan su ataque

Como señalé antes, la astrología, su crecimiento y aceptación vienen de la mano de una propuesta de reconstrucción de lazos comunitarios, por lo que conforman una cierta demografía (sobre la aceptación está buenísimo esto que dice María Esperanza en su nota: que cuando Nancy Reagan dijo que consultaba a un astrólogo en 1988 fue un escándalo en el que se cuestionó su rol público, hoy cuando los políticos lo dicen a lo sumo se los burla). No es que se cree en la astrología y nada más, como en todo, hay una serie de asociaciones con otros intereses que se verifica en tendencias grupales. Yo, por ejemplo, me formé en el punk. Es esperable que sienta una especial adscripción al nihilismo, que sea vegevegana, que use campera de (no)cuero con corte ramonero y que sea antifascista. No todas las personas que se constituyeron en un sótano inundado de birra encajan en esta serie ideológica y de consumos, pero yo no dejo de ser un cliché.

Entonces, hablando del estímulo comunitario de otras prácticas que generalmente se solapan con la astrología, Karina señala que “por ejemplo, las redes de acompañamiento de mujeres al momento del trabajo de parto habían comenzado a quebrarse porque muchas trabajaban fuera del hogar y no tenían disponibilidad para acompañar a otras en esos procesos. En ese sentido, la hospitalización ayudó a las que contaban con menos recursos materiales y humanos, les quitó poder, ese contacto con otras mujeres y sus saberes, pero les aseguró una comida y una cama (…) Además, estos saberes ancestrales hoy se estudian, se lee sobre ellos en libros, circulan parcialmente por las redes sociales, se comparten en determinados eventos como los ENM, y, nuevamente, en el caso de las mujeres de sectores medios urbanos, se adaptan a sus situaciones y estilos de vida”. Entonces, no se trata solo de astros, sino de una forma de cuestionar qué procesos han descartado esos saberes, muchas veces estudiándolos desde las ciencias formales.

Muchas veces, el problema con la apelación a la ancestralidad como reivindicación feminista es la ahistoricidad. En su momento, esos saberes tenían el mismo rigor que los producidos por varones. Podemos discutir, incluso, si no tenerlos en cuenta retrasó el avance de las ciencias preguntándonos, por ejemplo, si los fármacos abortivos hubieran surgido mucho antes si las investigaciones hubieran tomado como punto de partida los ungüentos brujeriles. Podemos recuperar ejemplos de ignorancia deliberada, podemos incluir esos aportes en la historia de la medicina. Lo que no podemos es pensar que la reparación de la injusticia es reinstaurar esos saberes como legítimos en el mundo de hoy”.

Veo que mezclo validez (un problema científico que habla de la capacidad probatoria de un saber) con legitimidad, que tiene que ver con reconocer ciertas caracterizaciones del mundo como conocimiento valioso para comprender las interacciones sociales. Mala mía.

Ahora bien, el tema de reinstaurar estos saberes tiene un problema grande sobre el que Karina advierte al hablar de la institucionalización del parto: “Hoy en día la doula retoma esta tarea (la del parto acompañado) pero lo hace de una forma mercantilizada porque estamos en un sistema que lo requiere y porque desde los feminismos venimos sosteniendo que las tareas de cuidado son trabajo”. El saber, claro, no es independiente del contexto y la reivindicación no es lo mismo que la reinserción.

Ya me conocés: mercado, conocimiento y mercantilización del conocimiento, mis tres pasiones. Así que le pedí a Vladimir que se explaye un poco más sobre el tema:

¿Tomar estos saberes y comercializarlos en la cultura occidental constituye también algún tipo de injusticia epistémica o algún mecanismo similar? 

Yo diría que sí (*inserte meme de los Simpsons*). El capitalismo tiene una capacidad enorme de quitarle filo a las demandas de justicia, de acomodarse a su forma (ya desafilada) y ceder para que, aunque algo cambie, la estructura permanezca en pie.

No es nuevo que existan acciones de reconocimiento de los saberes y las prácticas de los pueblos originarios que lleven a folclorizarlos y a romantizarlos para luego apropiárselos y quitarles su carácter radical; para ponerlos de moda e incluirlos en el discurso mainstream, no sólo de los gobiernos (tanto progresistas como reaccionarios) sino de las marcas, los medios de comunicación y los líderes espirituales de «toma de conciencia» individualista (esa que sólo te exige vibrar más alto, alcalinizar tu cuerpo y no consumir plástico para cambiar el mundo). Pero en este proceso de cambio superficial, la base que produce y sostiene la opresión no cambia, e incluso las medidas de reconocimiento en este sentido pueden terminar por reproducir la injusticia epistémica aunque esta vez de manera escondida, subrepticia, políticamente correcta. 

Una frase que recuerdo mucho siempre que pienso sobre estos problemas es de Gayatri Spivak en una entrevista en la que aclaraba el sentido de su idea de los subalternos y su posibilidad de hablar, y decía: «Tú no le das voz a los subalternos, tú trabajas para los subalternos, trabajas en contra de la subalternidad». El problema, pues, no es de habla sino de escucha, de nuestra cultura y nuestras instituciones, de nuestras prácticas y nuestras limitaciones. Entonces quienes no pertenecemos a esos grupos debemos saber que ellos han estado ahí desde mucho antes que nosotros, que tienen voz y que nuestro trabajo, desde el lugar que sea que ocupemos, debe ser el de remover los obstáculos para que puedan participar de manera igualitaria y ser finalmente escuchados. 

Volviendo a la astrología, pienso entonces en qué rol cumple el dinero en esta intención de recuperación de saberes ancestrales. No creo que sea lo mismo considerar el conocimiento producido por los pueblos originarios a la hora de definir cuestiones que atañen a los territorios que ocupan que ofrecerle una carta natal a un particular. 

En ambos casos hay alguien que detenta autoridad. Pero en uno eso intenta revertirse y en el otro no. ¿Por qué pagaría uno si no considera que el otro sabe más, si lo pudiera hacer solo? ¿Qué va a buscar alguien que hace una consulta con un astrólogo? Probablemente herramientas para lidiar con su vida de una forma más satisfactoria. Esta persona lleva preocupaciones a alguien que, en el mejor de los casos, no las interpreta desde la creencia de que los astros influyeron sobre su destino sino desde un lenguaje, ¿pero qué onda que te hablen de momentos propicios para tomar ciertas decisiones, o de tu personalidad, basados en algún tipo de interpretación de la posición de los planetas? 

En la nota de María Esperanza hay una reflexión muy útil sobre esto. Cuenta que en Babilonia la astrología tenía un interés público ya que servía, por ejemplo, para anticipar eventos como inundaciones o granizos. “Era pública, con fines mundanos, orientada a garantizar el bienestar del estado, del monarca, y de los habitantes”. Luego, dice que a través de los siglos, el consumo de la astrología se privatizó y pasó a ser una predicción de alcance individual.

El conocimiento siempre es situado. No es lo mismo pensar en prácticas que hacen a la identidad colectiva de un pueblo oprimido en un movimiento emancipatorio como el feminismo que hacer una apelación a la ancestralidad para fines particulares. En un caso, los lazos comunitarios se buscan como producto de la inclusión de los pueblos originarios en la noción misma de comunidad, en otro, en la pertenencia al mismo nicho de mercado, en la coincidencia del algoritmo.

Guardianes del universo al triunfar el mal

“Esa legitimidad (y dale con la legitimidad hermana) muchas veces es vista como imposición, y se reduce a pensar que la crítica hacia la astrología o su impugnación se basa en que no es ciencia. Sin embargo, el arte tampoco lo es y nadie piensa que es un saber poco valioso que no debiera incluirse en las luchas sociales. Nadie diría que un tipo de conocimiento es obsoleto solo porque no es científico”.

Respecto al valor que pueden aportar estos saberes a las luchas sociales, Karina dice: “Desde la historia de los feminismos se habla de una nueva ola o de un nuevo momento/etapa y, como toda situación de origen, se requiere de una genealogía y a la vez de una ruptura. Veo que ahí se ubica la apelación a los saberes ancestrales, como una forma de generar lazos de continuidad, y al traerlos a la sociedad actual se produce una ruptura y apropiación que da lugar a lo nuevo”. No hay entonces un deseo de vuelta a un pasado pre-científico, sino una intención de futuro poniendo un freno al presente. 

Dentro de este orden de ideas, siempre hay que poner el ojo en lo que el mercado hace con ello. La semana pasada, Victoria de Masi me contactó para esta nota sobre prácticas esotéricas de salud sexual entre las que menciona “Huevos de piedra que, introducidos en la vagina, “limpian linajes ancestrales”; el mismo huevo, pero para fortalecer los músculos de la pelvis(…)el huevo de obsidiana es de color negro y “nos pone en contacto con nuestras ancestras”; el de cuarzo verde “trabaja en la desintoxicación”; el de cuarzo rosa “amplía la energía y abre el chakra corazón”. Se consiguen en tiendas online por $6.500 cada uno”.  Cuando me preguntó cuándo creo que empiezan a ser peligrosas estas recomendaciones le dije: “Creo que es peligroso en sí mismo. Hablamos de prácticas en las que se recomiendan y promueven intervenciones corporales que pueden ser sumamente perjudiciales, que dañan la microflora vaginal, producen desgarros, aumentan los riesgos de infección (…) Muchas veces estos espacios instan a compartir experiencias de abuso sin que haya personas con formación en salud mental que puedan contener a la persona. Ni hablar, por ejemplo, de un shock anafiláctico derivado de una reacción alérgica por el contacto de la mucosa vaginal con alguna sustancia”.

La dicotomía científico válido/no científico inválido no funciona para describir el fenómeno de apelación a los discursos ancestrales y su relación con la idea de razones públicas para estructurar las reivindicaciones sociales. En relación con ello, Vladimir me dice:

¿Dónde están los límites y diferencias entre reconocer estos saberes como razón pública en, por ejemplo, un juicio e instalarlos como razón pública por fuera de estas comunidades, por ejemplo, como alternativa a la «ciencia convencional»? ¿Es lo mismo reivindicar estos saberes en la arena jurídica a la hora de garantizar los derechos de estos pueblos que reivindicarlos como un conjunto de prácticas que sería beneficioso incorporar en todas las sociedades?

Creo que el andamiaje de la teoría de la injusticia epistémica nos ayuda a entender que los saberes y conocimientos de los grupos oprimidos no son solo ítems o bienes apropiables (valores, principios, métodos), sino también prácticas y relaciones sociales concretas de las que se puede aprender para repensar nuestra forma de relacionarnos con el mundo. Sirven como alternativas a la idea totalizante de que el presente como lo conocemos es todo lo que tenemos y es todo lo que podemos tener. No tengo dudas de que ese reconocimiento es no solo beneficioso socialmente sino de que varias de las alternativas más potentes para enfrentar algunos de los problemas más difíciles de nuestro presente están ahí al menos en parte (el colapso ecológico, el consumismo ilimitado, la cosificación de la vida, la erosión democrática, etc.). 

Pero para lograr ese reconocimiento es condición necesaria remover obstáculos institucionales que han sido parte -intencional o circunstancialmente- de esa objetivización y marginalización histórica. En las democracias liberales modernas, los obstáculos institucionales están presentes en dos de sus pilares centrales: la ciencia y el derecho. En ambos casos, la exclusión de los pueblos originarios (y otros sujetos subalternizados, como las mujeres en general) a partir de la negación de su subjetividad y de su exclusión en las prácticas institucionalizadas de creación de conocimiento (científico o jurídico) son el correlato claro de la injusticia epistémica. 

El caso del derecho y la política es particularmente claro porque la razón pública ha sido el ariete institucional para arrojar afuera de las instituciones democráticas muchas de sus demandas de justicia, sea porque «no eran parte del lenguaje público del derecho» o porque «eran intereses o visiones extrañas al lenguaje de los derechos humanos» (en el que, de nuevo, no fueron incluidos para su creación y que muchas veces se utilizó para pasar por encima de sus luchas colectivas). En parte por esto, creo que la razón pública liberal debe rechazarse por insuficiente, romperse y reformularse para incorporar a los sujetos que fueron históricamente excluidos y recrear otro tipo de razón (que podríamos llamar intercultural) que incluya sus valores, principios, saberes y prácticas en la esfera institucional; que reformule al Estado reconociendo el carácter colectivo de los pueblos originarios (su autonomía) y al carácter colectivo de sus derechos, así como su visión relacional con sus territorios y todos los conocimientos que pueden y deben tomarse para pensar en modelos de producción, de consumo y de desarrollo distintos a los que el capitalismo permite (porque la justicia social y epistémica para ellxs -y para nosotras- es imposible dentro del capitalismo). 

Entonces, tanto en el trabajo de Karina como en el de Vladimir, vemos a las ciencias en acción para incorporar saberes no científicos. Hace unos párrafos, vimos que estos saberes ancestrales se insertan en un marco de reclamos aceptado formalmente, de manera secular. O sea que también hay una incorporación efectiva de saberes científicos a marcos no-científicos. 

Sin embargo, este amalgamamiento está ausente en los discursos de muchos científicos y astrólogos. En el primer caso, está mayormente relacionado con la disociación que aún existe entre la producción de conocimiento formal y el quehacer político. Si no hay una pregunta sobre eso es muy fácil reducir el tema a validación/no validación sin preguntarse por la legitimidad. Y acá para mí no hay discusión alguna: los planetas no tienen ningún tipo de influencia sobre la personalidad al momento de nacer y cobrar por hacer predicciones o brindar algún tipo de terapia basado en ello es una estafa, un peligro y en muchos casos intrusión profesional. Esto genera un rechazo de cuajo a cualquier tipo de conocimiento no-científico que es bastante fácil de entender.

Ahora bien, ¿qué tipo de discurso sobre el conocimiento científico se da en los ambientes astrológicos?

En su último video, hablando de un tema muy distinto, la youtuber ContraPoints identifica un movimiento retórico particular entre abstracción y esencialización. Ciertos feminismos han hecho con la afirmación «las ciencias son influidas por una cultura androcéntrica que sesga sus resultados, merma su calidad y anquilosa las injusticias y esto puede observarse en numerosos casos documentados», primero un movimiento de abstracción en el que se quitan todas las particularidades y detalles «las ciencias presentan problemas ligados al género»  y luego uno de esencialización que atribuye estos problemas a lo que las ciencias son, a su conformación intrínseca «las ciencias son patriarcales». Esto se suma a un relativismo general que a partir de la aseveración general «las ciencias no son la verdad absoluta» entiende «las ciencias son igual de válidas que cualquier saber». Así, el problema señalado se desdibuja y los esfuerzos por encontrar soluciones colectivas para generar un acervo de conocimiento que tenga en cuenta la diversidad de sujetos se fragmenta”.

Acá estoy sorprendentemente de acuerdo conmigo. Además hay algo que no me cierra, ¿por qué se podría reformar la astrología con mirada feminista pero no la ciencia? Es medio un absurdo, ¿no? En mi experiencia, las veces que hice esta pregunta me contestaron cosas como que “los argumentos son la forma de validación del imperio”. O sea que las ciencias, por su misma estructura, no pueden ser antiimperialistas. Deben ser de tauro.

Como vimos hasta ahora, la reivindicación de saberes ancestrales no tiene por qué oponerse a los saberes científicos e inclusive se puede dar como fenómeno científico si se los piensa en términos de aporte a las luchas sociales.

Creo que el de la astrología es un caso especial en el que se está queriendo insertar una práctica esotérica dentro de una narrativa que va por otro lado. Una cosa es que las cosmovisiones de los pueblos originarios hayan sido un motivo para deslegitimar (ahora bien usado) sus reclamos territoriales, otra que los feminismos recuperen en clave histórica los saberes que, por dificultar el control de la sexualidad o la hegemonía del mercado, fueron reprimidos o declarados obsoletos. Yo veo bastante clara la línea entre esto y decirle a alguien que su angustia está ligada a que mercurio está re trolo.

Entonando fuerte su canción

Tal vez esa apelación a lo ancestral de la astrología tenga que ver justamente con insertarse en este fenómeno tan complejo sobre el que acabamos de hablar a fin de generar un negocio (no lo digo como teoría conspirativa, eh, sino como interpretación del fenómeno). De lo que no hay dudas es de que funciona. Y muy bien.

“¿Por qué las propuestas con talleres de astrología agotan entradas y las ciencias ni aparecen entre las actividades de la grilla en muchos festivales feministas? En mi opinión, esto tiene que ver con que la comunicación pública de la ciencia falla en fomentar la participación. Esto se ve claramente en la forma de definir la relevancia de la socialización de uno u otro conocimiento. En el caso de las ciencias, la importancia de su comunicación pública está predefinida, como si esa definición pudiera darse por fuera de la apropiación efectiva por parte de la comunidad de estos saberes. Somos lxs comunicadorxs científicos quienes consensuamos que la circulación de estos conocimientos es sustancial y desde allí lo transmitimos. En el caso de la astrología, en cambio, lo que se destaca es su imposición en agenda desde un proceso inverso. Los públicos son quienes se apropian de esa información y la reproducen y transforman. Esto también se expresa en una comunicación científica sumamente orientada a la vocación. 

En general, las formas en las que las ciencias se dan a conocer a públicos no científicos son explicativas, el saber está en manos de quien diserta y el objetivo es suscitar el interés para generar incorporaciones a la comunidad científica. En otros casos, lo que se busca es la reproducción de lo que se escuchó/leyó/vio para generar la difusión del conocimiento y su valoración a fin de reconocer la necesidad de la inversión en ciencias. En ninguno de los dos casos, se considera que gente por fuera de la comunidad científica pueda hacer aportes valiosos a las ciencias (en el primero se busca que formen parte y en el segundo que funcionen como reproductores).

En mi intervención en la Feria del Libro Feminista (2018) ejemplifiqué esto con el siguiente relato. En 2018, una científica de materiales que había desarrollado un filtro que permitía detectar contaminantes pesados en el agua ganó un prestigioso premio. La forma tradicional de comunicar esto podría ser, por ejemplo, un video en el que se muestre cómo funciona el dispositivo o un titular del tipo «científica argentina desarrolla un filtro que potabiliza el agua». Ambas cumplen con incentivar vocaciones y fomentar la curiosidad. Sin embargo, dejan afuera la parte asociada al ejercicio de la ciudadanía, ¿cómo y cuándo ese filtro va a estar en manos de quiénes no tienen acceso a agua potable? En una entrevista pública, le pregunté a esta científica cuál creía que era el mayor impedimento para que su desarrollo llegue a su público objetivo. «El sistema de patentes», me contestó. «Acá los institutos son quienes tienen los derechos para hacer transferencia tecnológica y eso supone muchas trabas burocráticas, para cuando sale la patente ya hay algo más nuevo y mejor. En EEUU, Obama sacó una ley que permite que sean los científicos y científicas quienes patenten su trabajo y así se agiliza la cuestión».

Yo me pregunto, entonces, si la tarea de articular con organizaciones de base no es parte de la comunicación pública de la ciencia. ¿Qué pasaría si en vez de reclamar por otra ley de patentes desde la comunidad científica, porque somos los que entendemos lo que pasa, esto fuera un reclamo popular? ¿Por qué quiénes serían beneficiarios de estos filtros (y de tantas otras cosas) no tienen la información para incorporar en sus plataformas que el conocimiento producido en el marco del Estado se traduzca en una industria nacional que efectivice que estos desarrollos lleguen donde tienen que llegar? Las ciencias se verifican a sí mismas, es razonable pensar que alguien que no trabaja en un área no pueda definir sus protocolos experimentales, pero eso no quiere decir que las ciencias se reduzcan a los papers. ¿Por qué insistimos en un modelo de comunicación científica que explica y no invita, que no genera dispositivos de participación ni reconoce la necesidad de aportes de otro tipo?

La preocupación que genera el interés por los talleres de astrología y su asociación con otras pseudociencias no se combate con argumentos y descalificaciones, porque no surge de la racionalidad. Necesitamos generar espacios de pensamiento crítico que sean igual de atractivos, no desde su contenido, sino desde su dinámica, en los que no invitemos a escuchar sino a compartir e involucrarse. Lo llamativo del esoterismo no son solo las respuestas simples y lineales, es sentirse relevante y poder hacer. Mientras lo único que ofrezcamos sea sentarse a escuchar o hacer algún experimento, pero no haya propuestas de colaboración y construcción colectiva que reconozcan la necesidad de aportes no científicos a las ciencias, la astrología va a seguir agotando entradas”.

Guardan siempre en su corazón coraje para vencer

Creo que pensar que nuestro trabajo es oponernos a la astrología implica asumir que estamos haciendo bien lo que hacemos. Pero antes de invitar hay que hacer una fiesta a la que los demás quieran ir. La astrología tiene un living con hogar a leña lleno de futones y nosotros una choza de madera sin burletes. Y la casa del amo no se desarma si eso implica dejar de tener dónde vivir. 

Te mando un beso enorme,

Agostina

p/d: las refes de este news tienen, para mí, olor a pan con manteca y la cara de mi mamá haciéndose la que no veía cuando le agregaba azúcar

Soy comunicadora científica. Desde hace tres años formo parte del colectivo Economía Femini(s)ta, donde edito la sección de ciencia y coordino la campaña #MenstruAcción. Vivo en el Abasto con mis dos gatos y mi tortuga. A la tardecita me siento en algún bar del barrio a tomar vermú y discutir lecturas con amigas.