5 claves para pensar el Día del Ambiente en 2025: ¿está todo perdido?
El gobierno de Milei plantea abandonar los compromisos climáticos globales, pero la sociedad está preocupada por el tema. ¿Cómo seguir?
1: El cambio climático ya está entre nosotros
Es imposible ignorarlo: veranos más largos y más cálidos, temperaturas extremas, mosquitos que ya no le temen al invierno. En los últimos años, las condiciones climáticas en nuestro país se intensificaron de forma notoria. Las sequías son más frecuentes y severas, mientras que las lluvias se vuelven más torrenciales: en pocas horas puede caer el equivalente a semanas enteras de precipitaciones. Y estos fenómenos extremos no solo se repiten, sino que se acumulan y se agravan.
El impacto sobre las personas es directo. Este año lo volvimos a ver, evacuados, daños a las propiedades e incluso muertos en diferentes zonas de la Argentina. Y si bien nadie escapa a estos impactos, los más vulnerables están particularmente expuestos: la mitad de los barrios populares se asienta en zonas inundables. También hay más olas de calor, que afectan especialmente a los adultos mayores, a los niños y a quienes ejercen trabajos al aire libre como la construcción o el agro. Las nuevas condiciones climáticas también favorecen la reproducción de vectores de enfermedades como el dengue, a cuya presencia ya nos acostumbramos en todas las temporadas.
La economía también se resiente. El sector agropecuario y el sector energético, las dos gallinas de los huevos de oro también son muy vulnerables al cambio climático. El primero porque depende de un clima estable, el segundo porque la transición global eventualmente lo dejará fuera de carrera. Y no estamos hablando de un riesgo en el margen: por la sequía de 2022/23 el PBI cayó más del 2% y perdimos más de 8 millones de dólares en exportaciones.
2: La sociedad argentina cree en el cambio climático
Parece que ya a nadie le importa el ambiente, nadie habla del tema, desapareció el ministerio y nadie dijo nada… pero ¿qué nos dicen las encuestas? Cuando se consulta a la gente, los resultados son contundentes. Según un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el 90% de las personas se declara interesada en temas ambientales. El 80% cree que el cambio climático es causado por la actividad humana, y solo el 15% lo atribuye a ciclos naturales. Sentimientos Públicos arroja datos similares: el 82% se preocupa por el ambiente pensando en las futuras generaciones, y el 84% considera urgente tomar medidas. Es decir, la preocupación existe.
Inception: sostener ese compromiso social con la ciencia y con la realidad climática no ocurre por inercia. Construir inmunidad frente al negacionismo requiere una tarea cotidiana y paciente. Aunque parezca repetitivo, aunque rinda pocos clics y titulares, es indispensable seguir diciendo que el cambio climático es real, que sus causas están claras, y que las medidas necesarias son sabidas y urgentes.
¿Cómo se explica entonces la distancia entre la preocupación de la gente y la conversación pública? Dos hipótesis iniciales. La más evidente es que las urgencias económicas, tanto cotidianas como estructurales, ocupan casi todo el espacio de atención. Pero también hay un problema de horizonte: en un clima de desconfianza generalizada y con una crisis profunda del relato progresista a nivel global, cuesta construir y encontrar discursos que inviten a creer que la transformación es posible. Muchas personas entienden la gravedad del problema, pero no ven caminos concretos para actuar ni propuestas que integren lo ambiental con lo social y lo económico.
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Sumate3: La transición está en marcha
En este contexto de frustración y urgencia, no debemos perder de vista que la transición ya empezó. Países, ciudades, empresas, organizaciones y personas están transformando –con distintos ritmos y grados de ambición– sus hábitos, sus modelos productivos, sus marcos regulatorios y sus estrategias de inversión. Las energías renovables crecen, los autos eléctricos se multiplican, y también avanzan los estándares de producción, el reciclado y el control de la contaminación. ¿Es suficiente? No. ¿Pero es real? Sí. Y eso, en sí mismo, es una victoria del ambientalismo.
Esa tensión entre un avance concreto que hay que celebrar y sostener, y una velocidad claramente insuficiente que hay que reclamar, exige una respuesta inteligente: sostener la dirección, ampliar las alianzas y diversificar las estrategias. Porque aunque lo que se está haciendo no alcance, va en la dirección correcta. El Fondo Monetario Internacional llamó a este momento una transición intermedia: un proceso no lineal ni ordenado, atravesado por incertidumbre, tensiones geopolíticas, intereses contrapuestos y resistencias activas.
Como botón de muestra, el caso de China. Ya ni siquiera encaja del todo en la dicotomía Norte-Sur global. Es el mayor emisor de CO₂ del planeta –responsable del 30% de las emisiones globales– pero también es el mayor inversor en energías limpias. Además, lidera la producción global de tecnologías limpias: concentra más del 60% de la capacidad de fabricación mundial de paneles solares, turbinas eólicas, baterías y el 40% de los electrolizadores utilizados para producir hidrógeno verde, habilitando una reducción de costos que permite al resto del mundo avanzar también con la instalación de tecnologías renovables. Y mientras Estados Unidos reduce su impulso al financiamiento y la agenda climática internacional, China se posiciona para ocupar ese espacio.
Esa ambigüedad no es la excepción, sino la regla. Brasil es otro buen ejemplo: mientras el gobierno de Lula se posiciona como líder climático global, promueve la conservación del Amazonas y es anfitrión de las conferencias climáticas, la deforestación continúa y la explotación de los recursos hidrocarburíferos generan tensiones dentro del mismo Gobierno. En Argentina, el Gobierno plantea abandonar los compromisos climáticos globales, pero lo frenan sus intereses de inserción internacional, los condicionamientos de sus socios comerciales y hasta el propio sector privado. La minería, históricamente muy cuestionada por el ambientalismo, es hoy fundamental para la transición energética por su rol en el suministro de minerales críticos.
4: Que combatan la agenda del ambiente significa que importa
Durante mucho tiempo, el ambientalismo fue un nicho. Un grupo pequeño y muy apasionado discutiendo, muchas veces en soledad, sobre cómo transformar la forma en que habitamos este planeta. Pero eso cambió. Así como el feminismo logró correr los límites de lo posible, el ambientalismo logró instalar en el debate público certezas que hoy resultan ineludibles: que el cambio climático existe, que es causado por determinadas actividades humanas, y que no hay manera de sostener nuestras sociedades sin cambios estructurales profundos—empezando por dejar atrás los combustibles fósiles.
Estas ideas, en combinación con otros grandes movimientos de época –como la revolución digital, la inteligencia artificial o la creciente conflictividad entre China y Estados Unidos– ya no transforman el mundo desde los márgenes, sino desde su centro. La transición ecológica dejó de ser un capítulo menor para convertirse en una dimensión clave de la disputa por el futuro. Interpela a todos los actores, incluso a los más poderosos. Por eso, la resistencia es señal de que la transición dejó de ser un deseo abstracto para convertirse en una amenaza concreta de transformación real. Nadie combate lo irrelevante.
El desafío ahora es cómo sostener y seguir empujando la agenda en este nuevo escenario. ¿Cómo avanzar cuando Estados Unidos recorta financiamiento climático, debilita herramientas de cooperación internacional y sienta precedentes que otros países buscan replicar? ¿Cómo sostener la agenda cuando muchas grandes empresas se acobardan frente al negacionismo climático?
5: Para ganar hay que redoblar la apuesta y ampliar
Frente a un cambio climático que avanza, hay que acelerar las respuestas. Eso implica fortalecer las instituciones que hacen posible la adaptación: aquellas que producen ciencia, generan datos climáticos, desarrollan conocimiento aplicado y acompañan a los territorios. Defenderlas cuando las atacan, explicar su rol, mostrar por qué importan. Más allá de lo que diga y haga el gobierno de turno, no hay plan B: al cambio climático no se lo puede negar, solo se lo puede enfrentar. No hay tiempo ni recursos que perder, porque la crisis climática no es un tema entre otros: es el marco en el que todo ocurre.
Frente a la incertidumbre, no perder el norte. La transición ya está en marcha. No es momento de especular sobre si Europa impondrá nuevas regulaciones ambientales o si Estados Unidos volverá a cambiar de rumbo. Lo relevante es que el único futuro posible es más verde. Y, por eso, las decisiones correctas son las que nos acercan a ese horizonte.
Frente al vacío narrativo, construir una historia propia. Las extremas derechas lo entendieron bien: en un mundo incierto, todo relato es performativo. Y lo hacen con desparpajo. Copiémosles eso –solo eso–. El resto, nuestra lectura del pasado y del presente, y nuestra forma de proyectar el futuro, tiene que ser distinta: con ciencia, con comunidad, con empatía. Como punto de partida, esto: la transición ya está en marcha, y tenemos un mundo más verde y más justo por ganar.
Frente al embate, estrategias y alianzas amplias. Apoyarse en los gobiernos locales, tejer alianzas con sectores económicos expuestos, aprovechar las ambigüedades aún de los más negacionistas, combinar hitos comunicacionales con construcciones de largo plazo. Sosteniendo las convicciones, defender lo que haga falta y avanzar, aunque sea un centímetro, sabiendo que cada paso ganado es más difícil de revertir. La sostenibilidad no es un asunto exclusivo del ambientalismo: es un desafío colectivo. Por eso necesitamos construir alianzas amplias, con múltiples lenguajes y saberes. Hoy, quienes niegan el cambio climático no distinguen matices: todo el que lo nombra es un adversario. Frente a eso, cualquiera que crea en la urgencia de actuar, ya forma parte de quienes empujan una transición verde y justa. Para consolidar ese frente común se necesitan discursos diversos: algunos incómodos, otros conciliadores. No todos hablarán el mismo idioma, pero todos pueden apuntar al mismo horizonte.
En este Día del Ambiente, entonces, la pregunta no es si está todo perdido. La verdadera pregunta es si estamos dispuestos a imaginar y construir juntos un futuro distinto. Porque no hay nada más político, más poderoso y más vital que organizarnos para cuidar lo que nos permite vivir.