Ojalá te toquen vivir tiempos interesantes

Previsible derrota del oficialismo y una elección peor de lo esperada para Juntos por el Cambio. La esperanza de Sergio Massa y los riesgos para Patricia Bullrich frente a las generales. La sorpresa de La Libertad Avanza como primera fuerza y la estrategia de Javier Milei de cara a octubre.

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La primera etapa de la metamorfosis concluyó ayer. Javier Milei, el traductor electoral de las pasiones tristes que perforó la escena política argentina a base de gritos, insultos y apodos a sus rivales, apareció en un reportaje con Alejandro Fantino en un tono más parecido a Julio María Sanguinetti que a Donald Trump. Es difícil saber si la adopción de esa nueva piel es momentánea o permanente, pero Milei dio una pista durante la entrevista en Neura: “El votante de Larreta está más cercano a irse con Massa que a quedarse con Bullrich. Y si Bullrich se quiere radicalizar, teniendo para elegir por el mismo precio la marca de primera y la marca falsa cinco veces inferior en calidad, comprás la primera marca”, dijo Milei. “Perdoname, Javi, ¿Bullrich es tu segunda marca?”, preguntó Fantino. “Menos que segunda marca”. La estrategia, en sus primeros pasos, está clara: la apuesta de Milei es llegar al ballotage con Sergio Massa. Alcoyana: es la misma del peronismo. Hay match. Milei tiene la tranquilidad que, de necesitarlo, con dos tonos enérgicos y alguna propuesta disparatada, puede contener el voto “por derecha” -como categoría geográfica, mas no (necesariamente) ideológica- y sólo con mostrarse más aplomado genera confianza en agentes que podían verlo torcido por sus modales. Ganar embellece.

Para Patricia Bullrich, la escena es más compleja: si se radicaliza, para intentar jibarizar a Milei, corre el riesgo de expulsar votos de Horacio Rodríguez Larreta hacia Massa. Si se modera -algo que presuntamente mostrará esta semana-, puede perder voluntades que decidan subirse al carro ganador del economista libertario. Bullrich tiene dos posibilidades a las cuales apelar: el sistema en su conjunto y la economía oficialista. Si bien los medios no hacen ganar o perder elecciones, sí generan un clima que puede condicionar una campaña. Es el encuadre de Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner. Ambos expresidentes fueron los que mejor leyeron, hace tiempo, el fenómeno del libertario. Si la política está desconectada de la realidad, esa generalización -al menos en este caso- no los alcanza.

A Bullrich se le sumó el domingo un problema que en principio no tenía. El recuerdo del escenario de Juntos por el Cambio invoca a un Horacio Rodríguez Larreta abatido y, en un momento, totalmente tapado por el cuerpo de Macri. Larreta queda, literalmente, detrás del ex Presidente, en una toma donde solo aparecen dos brazos que parecen propiedad del Calabrés transformándolo en el Goro de Mortal Kombat. Lo que estaba pasando en ese momento es más interesante: Macri estaba hablando. Cerrando el acto. Como hacen los jefes. Elisa Carrió lo había anticipado: Bullrich es la Alberto Fernández de Macri. ¿Lo dirá de nuevo?

Milei, mientras tanto, piensa en la segunda etapa de campaña. Darío Epstein, de tendencia ascendente en el espacio libertario, tiene la intención de viajar la semana que viene a Estados Unidos para mantener una ronda con bancos y fondos de inversión que expliquen el plan de Milei en caso de ser presidente. Las primeras reacciones del mercado demostraron la desconfianza que tienen los agentes financieros sobre el líder de LLA. En eso trabaja también su encargado de comunicación, Fernando Cerimedo, el hombre detrás de La Derecha Diario y de vínculos fecundos con la familia Bolsonaro.

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A ellos se le suman el especialista en comunicación Santiago Caputo y Nicolás Posse. Amigo de Ramiro Marra, Caputo es hijo de Claudio, presidente del Colegio de Escribanos y primo de Nicolás Martín “Nicky” Caputo y Luis “Toto” Caputo. Posse era, hasta que estalló el escándalo por las ventas de candidaturas, un hombre clave en la estructura de Aeropuertos Argentina 2000 y es, según el entorno de Milei, el encargado de los equipos técnicos del candidato. Algunos le imputaban a Posse ser uno de los encargados de las efectividades conducentes del Milei. En LLA lo niegan.

Todos ellos completan una foto en la que no salen, porque solo entran dos personas: Milei y Karina. El jefe, como le llama el papá de Conan, dejó llorando en la puerta del búnker a un grupo de jóvenes que llegaron después de las 22 -la hora límite que había puesto la hermana- por haber fiscalizado la elección para LLA “cuando había lugar adentro”, según agentes disconformes con la secuencia que dialogaron con #OffTheRecord. La disciplina de Karina tiene sus licencias: le permitió ingresar luego del horario establecido a empresarios que aportan a la candidatura de su hermano. Esa dinámica, que hizo alejarse del espacio al Pete Best liberal, Carlos Maslatón, promete más episodios a medida que Karina concentre más poder.

Si bien en términos formales fue una elección de tercios, como había patentado CFK en su último reportaje, el politólogo Facundo Cruz elige hablar de “elección de cuartos”, producto del enorme nivel de ausentismo -casi 11 millones de personas. Es decir: no sólo desaparece un actor -la polarización- sino que crece otro con el candidato ganador cantando en sus recorridas “que se vayan todos”. En lugar de enojarse, el sistema político debería agradecerle: Milei fue el vehículo institucional del descontento. Sin él, es difícil predecir cuánto hubiera sido, en el mejor de los casos, el voto bronca, y, en el peor, la reacción social de una sociedad que perdió mucho frente a una política que no perdió nada.

Sin embargo, creer que la elección de Milei es solo un mensaje contra la política puede ser solo un sesgo ideológico. La precuela de esto ya la vimos. Ocurrió en LN+ cuando Alfredo Casero, visiblemente enojado, le dijo a la mesa de Luis Majul: “Ustedes, periodistas, cuando les empieza a ir bien lo primero que hacen es ponerse pantalones chupines y ganar plata”. Los periodistas son, también, el enemigo elegido por Milei. Luego de eso podrían venir los sindicalistas o los empresarios. Incluso los que no pagan impuestos. Dependerá de la dinámica social. Y si, de ganar, Milei es más un Carlos Menem que “un populista de derecha” como lo bautizó la prensa internacional.

El voto a Milei es, en este contexto, el más racional de todos. A los resultados económicos del gobierno de Macri y la frustración generada por una enorme expectativa original se le sumó la administración de Alberto Fernández, que a la deuda con el FMI, la pandemia y la sequía le agregó sus propias limitaciones. Ocho años non-stop de malestar derivan, lógicamente, en un cambio. Juan Germano reflexionaba el sábado en Radio con Vos que quien corporizara ese cambio sería el ganador de la elección. Fue Milei. Un voto que se explica por las condiciones materiales aún sin compartir la agenda programática del candidato. Solo así se explica el triunfo de LLA en los rincones más recónditos de la patria subsidiada.

El oficialismo, por su parte, tuvo una reacción diferente a sus últimas derrotas. En lugar de buscar culpables, intenta generar una nueva narrativa y ya tiene parcialmente analizado en qué lugares puede crecer su candidato a presidente. Los más de 200 mil votos en favor de los intendentes no por habituales -Massa lo sabe mejor que nadie- dejan de generar fastidio y, a la vez, le dan un motivo al gobierno para confiar en ingresar al ballotage. En la expectativa oficial está recuperar entre 3 y 6 puntos en la Provincia de Buenos Aires y mejorar exponencialmente los resultados en Tucumán y Salta. El principal rival del candidato es su propia tarea. La coalición oficial estuvo durante cuatro años debatiendo el aumento tarifario y las facturas impactaron a una semana de las elecciones. Lo mismo con el atraso cambiario y la devaluación, aún descontada, ocurre en plena campaña electoral. La voluntad encuentra sus límites.

En términos de discurso es previsible pensar en que el Massa más kirchnerista murió el domingo. Ese electorado, por organicidad, pragmatismo, temor o falta de alternativas repetirá el voto en octubre y el candidato irá a buscar a lo diverso: los que eligieron a Rodríguez Larreta, Guillermo Moreno o el propio voto útil de Juan Schiaretti y fundamentalmente a los ausentes. La estrategia de la nueva mayoría antifascista y una nueva campaña del miedo aparece necesaria pero no suficiente para el oficialismo: la amenaza de perder algo a un 40% de personas que viven de la informalidad y que, de recibir algo del Estado, están dispuestos a resignarlo por un enojo más integral, puede quedar corta. Esta promoción no es válida para la educación y salud pública: Milei utilizará las próximas semanas para negar lo que está escrito en su plataforma electoral.

Massa podría encontrar en el libertario la línea de menor resistencia planteable, al menos en la previa, para acceder a la Casa Rosada. Las propuestas de Milei, su personalidad, su falta de armado y estructura podrían obrar como un aglutinador alrededor de su figura y concentrar los votos de rechazo en la persona que lo enfrente en una segunda vuelta. La experiencia regional reciente invita a la prudencia. En la elección brasileña de 2018, Fernando Haddad -actual par de Massa en el gobierno de Brasil y entonces candidato muleto de un Lula proscrito- consideraba que su mejor posibilidad de acceder a la presidencia era en una segunda vuelta contra un Jair Bolosnaro de verba inflamada, con un discurso fuera de los límites de lo históricamente tolerable para la clase política brasileña, el establishment y las élites intelectuales y periodísticas.

Llegada la hora, sin embargo, Bolsonaro, como candidato más votado, fue el mejor vehículo del antipetismo. Una mayoría de los votantes, discursos y estados de opinión que los distintos espacios desde el centro hacia la derecha intentaron construir durante años se canalizaron en la figura de aquel capitán retirado del ejército en circunstancias deshonrosas. La imprevisibilidad y rapidez de su ascenso significó, también para estos sectores, una enorme impotencia para cualquier ajuste del discurso a las nuevas circunstancias. Las propias bases ya habían asumido que el PT era el mayor riesgo para la economía y la democracia brasileñas y podían ver incluso en el moderadísimo economista de San Pablo a un peligroso comunista. En esa coyuntura, puestos a elegir entre su responsabilidad cívica y lo que percibían su propia viabilidad como sector político, eligieron esto último. El coraje no es una virtud que abunde, pero tampoco es claro que los dirigentes por sí solos declarando apoyos puedan convencer a sus votantes.

Los climas creados son, en general, difíciles de revertir. Las primeras declaraciones de Macri, Bullrich y más llamativamente, Schiaretti, hacen pensar que las posibilidades de un pacto republicano de apoyos recíprocos ante una segunda vuelta contra el candidato de extrema derecha está lejos de ser el escenario más probable. En Brasil, reagrupar a las fuerzas democráticas desde la izquierda a la centroderecha ante lo que fue un riesgo cierto para la continuidad democrática tomó casi un período presidencial completo. Y lo que fue una coalición ancha y diversa apenas pudo obtener una mínima ventaja para dejar atrás al otrora marginal Bolsonaro.

El frame democracia o fascismo puede lucir insuficiente sin propuestas que interpelen no sólo a la juventud sino a sectores que necesitan una recomposición espiritual junto a la económica.

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Iván.

Es director de un medio que pensó para leer a los periodistas que escriben en él. Sus momentos preferidos son los cierres de listas, el día de las elecciones y las finales en Madrid. Además de River, podría tener un tatuaje de Messi y el Indio, pero no le gustan los tatuajes. Le hubiera encantado ser diplomático. Los de Internacionales dicen que es un conservador popular.