El argentino más importante de la historia

El papado de Francisco, desde su llegada en 2013, está marcado por la defensa de los olvidados y la reivindicación de la justicia social. Su voz resuena en el mundo como un faro moral en tiempos de crisis.

Cuando, en 2013, Francisco fue anunciado como el primer papa de origen latinoamericano, en pleno auge de los gobiernos de izquierda y centroizquierda de la región, se multiplicaron en Argentina las especulaciones sobre que vendría a cumplir un rol similar al que muchos atribuyen a Juan Pablo II — el papa polaco — en la disolución del socialismo en Europa del Este. Doce años después, lejos ya de aquel apogeo, las hegemonías pasadas parecen un recuerdo distante y las modas coyunturales de la política apuntan hacia las derechas excluyentes y a cierta exaltación de la segregación como signo de los tiempos. La figura del sumo pontífice cobró un protagonismo excluyente para muchos de sus cuestionadores originales, pero no fue por lo que aquellos hombres de poca fe — el autor de esta nota, por ejemplo —  preveían — una caída que, cuando se produjo, fue fruto de dinámicas internas — sino por lo contrario: Francisco, el jefe de la Iglesia Católica, se convirtió en la voz más importante a nivel global en alzarse en defensa del enorme conjunto de postergados del mundo actual.

Cualquier duda al respecto debió saldarse al instante, cuando eligió Lampedusa como destino de su primer viaje fuera de Roma. Una isla en el mar Mediterráneo, el lugar de Italia más cercano a las costas africanas, el punto de llegada para decenas de miles de migrantes que arriesgan sus vidas buscando un futuro europeo para ellos y sus familias, huyendo de la miseria, la guerra y la persecución en sus países de origen. Sobre esas aguas mediterráneas, en la intersección entre la región más próspera del planeta y la más desfavorecida, el papa Francisco lanzó una ofrenda de flores blancas y amarillas en homenaje a quienes perdieron la vida intentando cruzar. Allí, advirtió sobre la cultura de lo fútil, sobre la pérdida de la cultura de la responsabilidad fraterna y sobre la “globalización de la indiferencia”, una ideología del bienestar por la que la sociedad perdió la capacidad de llorar por sus hermanos y hermanas. Se abría el camino de lo que sería un pontificado cuyo centro serían las periferias del mundo, los hogares de los más pobres, pero también aquellos lugares que no merecieron tradicionalmente la atención papal, por ser pequeños, con pocos fieles católicos o simplemente marginados en función de otros destinos.

Poco afecto a los protocolos del lugar que ocupa, él no hizo de la informalidad durante el papado un fin en sí mismo, sino una forma de ejercer el cargo de acuerdo a su prédica y a su mirada teológica, centradas en la cercanía entre la Iglesia y los fieles. Además de enfatizarlo en exhortaciones apostólicas como Evangelii Gaudium, lo expresó al mundo con una metáfora elocuente: “Pastores con olor a oveja”. Una Iglesia que puso el centro en las víctimas del sistema y en la cercanía con ellas se convierte, necesariamente, en una voz protagónica en su defensa en las grandes cuestiones, inscrita en las mejores tradiciones de la milenaria institución.

“No se olvide de los pobres”, fue el consejo del valiente Claudio Hummes, quien fuera arzobispo de San Pablo, fallecido hace unos años, luego de acompañarlo en el Cónclave. Francisco honró celosamente ese pedido. Si las primeras oraciones lejos de Roma fueron para los inmigrantes olvidados, tratados como descarte y no como semejante, el centro de su papado estuvo en los más humildes, no de casualidad los abandonados por las narrativas del progreso en el mundo actual. El papa, que a pesar de los epítetos de los sectores más conservadores dentro y fuera del Vaticano no es ni fue nunca socialista, abrazó de forma enérgica la Doctrina Social de la Iglesia, sin ingenuidades sobre la teoría del derrame y la idea de que hacer más ricos a los ricos va a hacer menos pobres a los pobres. En la cosmovisión de Francisco, el capitalismo desenfrenado es un producto del diablo. La exclusión económica de millones es un subproducto de la extrema desigualdad económica y algo a ser combatido, incluso, como un producto del colonialismo contemporáneo. Un énfasis –aunque no una prédica– novedoso del actual liderazgo eclesiástico respecto de sus predecesores, que honra su condición de primer papa proveniente del hemisferio sur y primer no europeo en más de mil años.

La Iglesia Católica se convirtió en un actor con una posición firme de defensa del planeta frente a la crisis climática, a partir de la encíclica Laudato Si’, colocándose en la vereda opuesta del negacionismo y de la búsqueda desembozada de ganancias que había criticado en relación a la pobreza. La armonía social, en la mirada de Francisco, también es global. Por eso dio pasos importantes para terminar con cualquier atisbo de discriminación contra las personas, aun sin cambiar la liturgia ni los dogmas sobre la familia. Desde el lugar de las mujeres hasta el tratamiento de las personas divorciadas y la bendición a quienes, perteneciendo a minorías sexuales, forman parejas y a sus uniones, las directivas papales se dirigieron a asegurarse que nadie, por su condición, fuera expulsado de la comunidad católica. Esta preocupación incluyó llamados a descriminalizar la homosexualidad –todavía perseguida en el nombre de la religión en gran parte del mundo– que, por su liderazgo, es una contribución efectiva a que así se haga. Por último, importa destacar, desde la cercanía, el incesante trabajo del Vaticano por la paz y su preocupación constante por las víctimas de la guerra. Ya fuera como refugiados o en sus propias tierras, las víctimas siempre ocuparon un lugar central en los esfuerzos de mediación, ejerciendo una notable influencia moral sobre gobernantes y tomadores de decisiones. El papa, que en los últimos dos años recibió celosamente a los familiares de los rehenes israelíes que permanecen cautivos de Hamas, mantuvo un vivo contacto con la Iglesia Católica en Gaza incluso durante su enfermedad, denunciando la destrucción del territorio y el sufrimiento de los palestinos como “crueldad”.

Quienes valoran la igualdad fundamental entre los seres humanos, quienes miran con espanto el crecimiento de ideas excluyentes, colectiva e individualmente, quienes colocan la dignidad humana en el centro de los deberes de la acción política difícilmente podrían creer, poco más de doce años atrás, que su principal referente a nivel mundial sería el jefe de la Iglesia Católica. La marca del papa Francisco será la de haber dado voz a los que sobran, a los que no tienen lugar, a los que demasiadas personas eligen no mirar. Un líder que eligió confrontar con los poderosos en vez de ser una parte del sistema y se constituyó en un ejemplo ético y un referente moral tanto para millones de personas comunes como para una diversidad de dirigentes a nivel global, incluso muchos que no son católicos. Ni la posición estratégica, ni el peso económico de nuestro país, ni la calidad de su dirigencia política nos hubieran permitido creer que un liderazgo surgido de Argentina iba a tener esa posición de inspiración hacia todo el mundo. Francisco fue el argentino más importante de la Historia. Llorarlo sería poco: sigamos su ejemplo.

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En este especial escribe Sol Prieto acerca de los cambios en la relación de la Iglesia y las mujeres durante su papado y Marta Alanis sobre la mirada de Católicas por el Derecho a Decidir en función de los avances en los últimos años. Juan Grabois aborda la relación entre Francisco y la justicia social, y Juan Maquieyra los aportes que hizo a la mirada sobre la pobreza. Tomás Aguerre repasa cómo fue el cónclave que lo llevó al Vaticano. Hernán Reyes Alcaide hace un zoom en su pie en América Latina. Y Claudio Mardones trae una entrevista con Gustavo Oscar Carrara, el arzobispo de La Plata.


Esta nota fue escrita como parte del especial Vox Populi, publicado el 13 de marzo por los 12 años de papado de Francisco, y actualizada el día de su fallecimiento.

Es director de un medio que pensó para leer a los periodistas que escriben en él. Sus momentos preferidos son los cierres de listas, el día de las elecciones y las finales en Madrid. Además de River, podría tener un tatuaje de Messi y el Indio, pero no le gustan los tatuajes. Le hubiera encantado ser diplomático. Los de Internacionales dicen que es un conservador popular.