Boris Johnson contra las cuerdas, propias y ajenas

Las elecciones locales en una parte de Reino Unido y las parlamentarias de Irlanda del Norte ponen al Primer Ministro en un brete. El Partido conservador se debate entre sostener al hombre que hizo posible el Brexit y correr el riesgo de perder el gobierno luego de 12 años en el poder.

Hola, ¿cómo estás?

En la última entrega te adelanté que iba a estar siguiendo lo que ocurriera en territorio británico. El mismo día que leíste sobre la boleta única papel también te enteraste que estaban votando para cargos locales en Reino Unido y para parlamentarias en Irlanda del Norte. Ambas, aunque no lo creas, se conectan con Boris Johnson (AKA “el Boris”), el Brexit y el futuro político de quién gobierna en nombre de la Reina Elizabeth II.

Si, todo es más complejo.

Las elecciones locales lo cachetearon

Hace rato que el Boris viene siendo noticia en Reino Unido. Pasó de ser el hombre que pudo destrabar el Brexit al ridículo de los conservadores británicos. Todo empezó cuando circuló en la prensa que había organizado fiestas en Downing Street, sede del gobierno británico, en plena pandemia. No hubo fotos, pero sí filtraciones. El escándalo comenzó a escalar hasta llegar a la quinta renuncia en su gabinete en febrero de este año. Junto a Elena Narozanski, asesora especial del Primer Ministro sobre mujeres e igualdades, ya había renunciado la jefa de la Unidad Política, su jefe de Gabinete, su principal secretario privado y el director de Comunicaciones. Su círculo político más cercano. A eso se sumó que en abril de este año el Parlamento de Reino Unido aprobó que el Comité de Privilegios de la cámara investigue al Primer Ministro. Como todo parlamentarismo, el Boris también se sienta en una banca, así que puede ser escrutado por sus pares. En ese escenario, al extrovertido de rubia cabellera le quedó volver a pedir disculpas y tratar de asegurar su liderazgo con lo poco que le queda: su voluntad y la del Partido Conservador. Está a tiro de sus barones.

Como te imaginarás, los conservadores británicos no son muy propensos a correrse de las normas del buen decoro. Menos aún cuando están en el gobierno. El dilema que tienen hoy en día se centra en que Johnson  les devolvió una mayoría sólida para gobernar en solitario y poder negociar con la Unión Europea la salida del bloque. 

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Hagamos memoria juntos. En el año 2015, David Cameron ganó las elecciones y pudo armar gobierno solo, sin los liberales que lo habían dejado en el poder 5 años antes para poder terminar con el dominio del Partido Laborista. Con ese empuje, David no tuvo mejor idea que convocar a un referéndum sobre la permanencia británica en el bloque europeo. Le salió bárbaro: ganó el “no” y tuvo que renunciar. Agarró la batuta Theresa May, quien comenzó las negociaciones con las autoridades europeas y quiso revalidar su autoridad en elecciones parlamentarias. Las convocó dos años después y, no solo perdió 13 bancas, sino también la mayoría propia. Quedó en 317 en una Cámara donde se necesitan 326 para gobernar. Las 10 restantes se las prestó el Democratic Unionist Party (DUP), que va a volver a aparecer más adelante. May no pudo avanzar con el Brexit, lo que llevó a que diera un paso al costado y surgiera la figura del excéntrico Johnson para salvar a un Partido Conservador que estaba verdaderamente en un brete. En julio de 2019 agarró el liderazgo y convocó a elecciones en diciembre de ese año. Los conservadores recuperaron la mayoría propia con 365 bancas, una bestialidad. El Boris se pensó Ricardo Corazón de León en vez de Primer Ministro.

Lo cual llevó al escenario actual, de desprestigio, desgaste y algo de cansancio ciudadano. Y acá viene el dilema. Con el Brexit ya consumado y las filtraciones en la prensa cotidiana, las encuestas empezaron a mirarlo torcido. Por primera vez en un buen tiempo, los británicos creen que los laboristas manejarían mejor la economía que los conservadores. Eso es un puñal por la espalda a su mayor capital político: la austeridad y el buen manejo de los números. Si ahí los conservadores pierden, justo en su cancha, entonces pareciera que a gritos se pide un cambio.

Fuente: Redfield y Wilton Strategies.

En medio de todo esto, hubo elecciones locales en Reino Unido. Se renovaron autoridades municipales en varios distritos, la mayoría cercana a Londres, junto a la totalidad de los de Escocia y Gales. Antes de las elecciones, el vaticinio de algunos analistas indicaba que si el Partido Conservador perdía 350 o más bancas locales podría considerarse un desastre. Si a eso se le sumaba que el Partido Laborista ganaba más de 200, todo apuntaría a un cambio en Downing Street. El resultado final confirmó el presagio, pero hasta ahí. Los conservadores alcanzaron 1.400 bancas, perdiendo un total de 487, mientras que los laboristas lograron 3.073, subiendo 108. Esto dejó un total de 74 Concejos Deliberante en manos rojas (5 más) y solo 35 para los azules (11 menos), como muestran acá. No tan cataclísmico. Si bien las derrotas conservadoras en bastiones tradicionales como Westminster y Wandsworth fueron un golpe, al Boris lo salvó el desempeño aceptable pero no arrasador de los laboristas. Muchos líderes del partido vieron que el leve crecimiento rojo no encarriló los barcos hacia una convocatoria de elecciones anticipadas que pudiera depositarlos en el gobierno, después de 12 años en la oposición. 

Lo que sí les preocupa a estos muchachos es que están perdiendo votantes propios. Tal como muestran acá, el Partido Conservador solo retuvo cerca del 66% de sus votantes de 2019. O sea, 2 de cada 3, siendo que el tercero se fue a votar laboristas, liberales-demócratas u otros partidos. Por ahora, desensillan hasta que aclare. 

Sobre todo porque el resultado de las otras elecciones, las de Irlanda del Norte, también dejaron un resultado contradictorio.

Irlanda del Norte le puso suspenso

Pero primero, un poco de historia. Todo se remonta allá por 1916 cuando se produjo el Levantamiento de Pascuas (Easter Rising), también conocido como la Rebelión de Pascuas (Easter Rebellion). Por el nombre del despelote, se cae de maduro el momento del año y el foco del conflicto. Aprovechando la Primera Guerra Mundial, republicanos irlandeses se enfrentaron a las fuerzas reales británicas para expulsarlas de la isla y fundar su propio Estado con su propio sistema político. Fue el levantamiento más fuerte desde 1798. El tiroteo duró unos 5 días, pero abrió paso a un proceso de fuerte presión social y política que fue conocido como el Período Revolucionario Irlandés (1912-1923). A esto se sumó que en las elecciones generales de Irlanda de 1918 el partido Sinn Féin, independentista, republicano, socialista y brazo político del IRA (Irish Republican Army), ganó 73 de las 105 bancas en juego. Los parlamentarios electos se rehusaron a asistir al parlamento británico en Westminster (Londres) y, en cambio, formaron el suyo propio en Dublín, llamado First Dáil Éireann (Asamblea de Irlanda). Imaginate la corona.

A medida que pasaron los años, el conflicto escaló, la violencia también y las tensiones más aún. Todo se calmó (un poco) en diciembre de 1921, cuando se firmó el Tratado Anglo-Irlandés, que dio por finalizada la Guerra de Independencia de Irlanda entre ambos bandos. Con ese acuerdo fundamental para este presente que vivimos, se dio forma al Estado Libre Irlandés, que pasó a integrar la Commonwealth de Reino Unido. De los 32 condados de Irlanda, 26 quedaron para el nuevo país y 6 se mantuvieron leales a la corona británica. Sí, las ubicadas en el norte. De esta manera, la isla quedó partida en una Irlanda republicana, independiente y mayormente católica, y una Irlanda del Norte que sigue hoy en día reconociendo como Jefa de Estado a la Reina de Inglaterra, fiel a su realeza y mayormente protestante.

Antes te dije que se había calmado un poco porque, con la división institucional, vino la violencia política y religiosa. Del lado católico y republicano, el IRA se mantuvo activo. Del otro lado emergieron grupos paramilitares en defensa de los unionistas: el Ulster Defense Association (UDA) y el Ulster Freedom Fighters (UFF). Todos muchachos tranqui según sus logos. Los choques entre protestantes y católicos no frenaron nada, llegando incluso a alcanzar su pico de tensión a partir de la década del ’60. Desde esos años fallecieron más de 3.500 personas, en lo que se denominó como The Trouble. Sí, Los Conflictos. Sutil como británico. De ahí que a U2 le salió este temazo, referido a los enfrentamientos del Domingo Sangriento de 1972, conocido también como la Masacre de Bogside. Claro que la dirigencia política no se quedó de brazos cruzados y buscó, por todos los medios, lograr un acuerdo político para un conflicto que iba camino a durar 100 años y que no paraba de dejar muertos.

Bueno, lo lograron en 1998 en lo que se llamó el Acuerdo del Viernes Santo (Good Friday Agreement) o el Acuerdo de Belfast. Se firmó el 10 de abril de ese año y consistió en dos partes. Por un lado, uno multipartidario, donde casi todos los partidos políticos acordaron un conjunto de normas de convivencia para, básicamente, dejar de matarse. Esto implicó tanto a los unionistas (leales a la corona británica, protestantes y conservadores) como a los republicanos (independentistas, defensores de una gran Irlanda que volviera a juntar los 32 condados y más progresistas). Por otro lado, uno internacional y bilateral entre Reino Unido y la República de Irlanda. Ambos tratados fueron sometidos a sendos referéndums tanto en Irlanda como en Irlanda del Norte en mayo de ese año. En el primero ganó el sí 94,4% a 5,6%, mientras que en el segundo ocurrió lo mismo pero 71,1% a 28,9%. Apoyo mayoritario por la paz y la concordia. 

¿Y qué decían los acuerdos? Acá empieza a asomar la conexión con el Boris. El acuerdo multipartidario estableció la conformación de una Asamblea de Irlanda del Norte, un poder ejecutivo emanado de esta instancia parlamentaria y un gobierno conjunto de ambas parcialidades. Sí, aceptaron institucionalizar un gobierno de coalición en un papel firmado por todos. Sí, se puede. Unionistas e independentistas consensuaron que la fuerza más votada pondría al primer ministro y la segunda al viceprimer ministro. En los hechos, esto terminó dejando a un leal a la corona en un cargo y a un defensor de una Irlanda unida en otro. Además, se acordó repartir el resto de los cargos del gabinete por la fórmula proporcional D’Hondt. Todos mecanismos institucionales para evitar que se sigan tirando tiros y dejando muertos. Todo atado con reglas impresas en papel.

Desde la primera elección post-acuerdos, celebrada en 1998, el cargo de primer ministro de Irlanda del Norte fue ejercido por un unionista, y el cargo de viceprimer ministro por un independentista. En esa primera elección, el liderazgo fue para el Unionist Ulster Party (UUP) y lo secundó el Social Democratic and Labur Party (SDLP). En las elecciones de 2003, sin embargo, todo tembló un poco. Entre los unionistas cayó el UUP y subió el DUP, el único de los principales que rechazó el Acuerdo de Belfast y el que salvó a Theresa May en 2017. Eso dejó paralizada a la asamblea, sin designación de autoridades, sin posibilidad de reunirse ni de decidir. Se formó un órgano transitorio con el aval de Londres y se acordó convocar a elecciones en el año 2007. Desde entonces y hasta la fecha cada bando pasó a estar dominado por nuevos actores. Del lado de los amantes de la corona, el DUP. Del lado independentista, el viejo conocido Sinn Féin.

Y así llegamos a las elecciones de hace dos semanas. Que, además de la historia, tienen su contexto contemporáneo relacionado con el Brexit. En febrero de este año renunció el primer ministro, Paul Givan, designado luego de la renuncia de Arlen Foster en junio de 2021. Givan hizo caer el gobierno porque, en resumidas palabras, estaba enojado con Londres por el manejo de la cuestión irlandesa en las negociaciones que implicaron la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Casi todos los unionistas del DUP venían calientes con el Boris por el curso de las negociaciones, más aún después de haber salvado a su fallida antecesora. Cuando él asumió, se presentó lo que se conoció como el “Trilema Brexit” por la búsqueda de tres objetivos contradictorios entre sí: 1) la ausencia de una frontera dura entre las dos Irlandas; 2) la ausencia de una aduana en el Mar Irlandés (que separa las dos islas); 3) la retirada británica del mercado común. ¿Por qué se dio esta situación? Básicamente porque la Irlanda republicana e independiente se quedó en la Unión Europa. Al estar Irlanda del Norte atada institucionalmente a la corona británica, pero geográficamente a los católicos del sur, entonces el Brexit podía volver a generar una frontera física que rompiera el Acuerdo de Belfast. Por otro lado, si los protestantes del norte se quedaban en la UE, eso generaría una frontera con el país que ellos mismos quisieron seguir integrando desde 1921. Decime si no es un enorme trilema. 

La salida que le encontraron en Londres fue firmar el Protocolo de Irlanda del Norte. Se acordó la salida formal de Irlanda del Norte de la UE, pero que siguieran aplicando las reglas de la libre circulación de bienes en la isla. Esto llevó a que los productos que van de ahí hacia Reino Unido pueden hacerlo sin restricción, pero no a la inversa. Se evitó así que se constituyera una frontera dura entre las Irlandas, pero generó una de facto entre los del norte y el resto de Reino Unido. En otras palabras, una frontera interna. Es lo que informalmente se ha llamado “Frontera del Mar de Irlanda”. Los unionistas, escandalizados al mango. Además de estos puntos, el acuerdo indica en su artículo 18 que la asamblea puede decidir si termina o continúa con este protocolo después del 31 de diciembre de 2024. 

¿Y qué dijeron las urnas hace dos semanas? Que todo sigue al palo. En primer lugar, el Sinn Féin logró, por primera vez en su historia, ganar las elecciones en votos y en bancas. Gracias, según dicen acá, a cambiar su eje discursivo.

Fuente: Wikipedia.

Fuente: Wikipedia.

De esta manera, podrá designar por primera vez en su larga lucha al Primer Ministro de Irlanda del Norte, que sería su líder, Michelle O’Neill. O sea, Primera Ministra. Es todo un simbolismo que un partido republicano, socialista y que batalla desde hace más de un siglo por la unificación de las dos Irlandas haya salido primera. Pero, en segundo lugar, la victoria no le da una mayoría cómoda. Primero, porque tiene que gobernar obligatoriamente con un partido unionista como es el DUP, que sacó el segundo lugar. Y luego, porque la sumatoria de bancas de los partidos independentistas no solo bajó respecto de las elecciones de 2017 sino que quedaron por debajo de la sumatoria de los unionistas (que, además, también bajaron). El salto grande vino del lado de los neutrales por la importante crecida de Alianza, partido que originalmente defendía a la Corona Británica, pero que a partir de la década del ’90 tomó una posición más centrista en el conflicto y se ubicó en el medio de los dos bandos. La reunificación está lejos.

Fuente: Wikipedia.

De modo que la situación del Boris, como te vengo contando, es delicada. Lo golpearon, pero todavía no lo nockearon. En Irlanda del Norte ganaron por poco quienes rechazan a Londres, pero, al mismo tiempo, quienes bancan el Protocolo. Si sumamos el Sinn Féin, el SLDP, Alianza y algún partido chico más, una cómoda mayoría de 53 sobre 90 bancas renovaría el acuerdo sin problema, si no cambia ninguna postura interna. La cuestión problemática viene por el proceso formativo de gobierno. Como te conté, por el Acuerdo de Belfast, obligatoriamente el primer partido gobierna y el segundo acompaña. El DUP ya avisó que no va a formar parte hasta que no se resuelvan sus planteos por el Protocolo. De modo que se corre el riesgo de que vuelva a haber una asamblea que no funciona, un gobierno que no decide y una autoridad que no se constituya. Otra vez como en 2003, por responsabilidad del DUP. El Boris, por las dudas, comenzó a contener a ambas parcialidades para evitarlo y, al mismo tiempo, salvarse a sí mismo. Las primeras reuniones dejaron dos conclusiones: que todos están muy nerviosos y que el protocolo necesita ajustes. Londres reaccionó rápido y adelantó que planea modificarlo unilateralmente, lo que puso en rápida alerta a la UE.

Se viene un nuevo round. Te dije, todo es más complejo.

Recuelectorales

  • Aprendí mucho y orienté el apartado de Irlanda del Norte gracias al capítulo que en Ballotrash le dedicaron a las elecciones. Matías y Juanma, al hueso sin darle vueltas.
  • Acá hicieron unas infografías piolas sobre las elecciones de Irlanda del Norte. Me pareció particularmente importante uno: será la Legislatura que más parlamentarias tendrá desde el Acuerdo de Belfast con un tercio de recinto femenino. Lejos de la paridad, pero al alza. En estas elecciones hubo récord de candidatas mujeres.
  • El sistema electoral de Irlanda del Norte es muy parecido al de Australia y se llama Voto Único Transferible (STV, por sus siglas en inglés). Acá lo explican muy bien, con ejemplos y gráficos. Por culpa de este mecanismo y su funcionamiento el sostenido crecimiento en votos de Sinn Féin no se tradujo en una gran cantidad de bancas, y la importante caída de DUP no lo llevó a perder mucho poder de fuego.
  • Acá explican cómo es el sistema electoral a nivel local en Reino Unido. Va muy bien para un viernes a la noche.

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Un abrazo electoral, cuidate y nos leemos en dos semanas,

Facu

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Politólogo, consultor e investigador independiente. Hoy me encuentran dando clases en UBA y UTDT. Me encantan las elecciones y me sacan menos canas verdes que Racing. Un hobby que tengo es aprenderme la historia de los partidos políticos. Creo que la política marida muy bien con un tinto.