Vidas de artistas

En el Hilo Conductor #50 nos ocupamos de las existencias íntimas de algunos artistas fascinantes retratados en documentales, de Andy Warhol a Pina Bausch y Alanis Morissette y de Anthony Bourdain a Rodolfo Livingston.

Hola, ¿qué tal? Espero que estés lo mejor posible. Yo bien, con mejor energía estas dos semanas. Se ve que el frío se me acomodó en el cuerpo. O que terminó mayo, que se hizo re largo. Antes de empezar con el tema que nos convoca, no puedo dejar de decir que este que estás leyendo es #ElHiloConductor número 50. Me parece increíble que ya hayamos recorrido cincuenta temas en estos dos años de newsletters quincenales. Muchas gracias a ustedes por acompañarme por estos senderos luminosos. Y extiendo los agradecimientos a Juan Elman, que fue mi mentor en Cenital, y a todo el resto del equipo. Es muy placentero hacer cada Hilo y saber que les llega a sus casillas con una propuesta integral de otros newsletters de alto nivel.

Ahora sí, pasemos a lo nuestro. Se me ocurrió esta vez hacer un recorrido por una serie de vidas de artistas. Un poco como forma de estar cerca de ellos. Y otro poco porque siempre me intrigan los procesos creativos. No me considero artista para nada, así que hay una fascinación siempre latente por las biografías de las personas que sí se dedican a crear y a producir en el mundo algo que no existía, y que les pertenece y les deja de pertenecer al mismo tiempo. Así que decidí indagar en algunas “existencias artísticas”. Voy a ocuparme de vidas de músicos, artistas visuales, coreógrafas, arquitectos, cocineros pero no de escritores ni de escritoras. Dejémoslos descansar un poco, que acá siempre son protagonistas. Vamos a explorar algunas obras, en su mayoría documentales, pero no biopics, porque a estos fines no nos interesa que haya actores interpretando a los artistas en cuestión, sino la mirada o el relato de ellos mismos.

Para ilustrar este Hilo vamos a usar algunos retratos de Alberto Goldenstein, uno de los fotógrafos más relevantes de la Argentina, dueño de una mirada muy sensible y espontánea. Él orbitó cerca del Centro Cultural Rojas en los noventa y llegó a ser curador de su fotogalería. Realizó muchísimas muestras individuales y tiene obra en las colecciones de los museos claves del país. Las imágenes tomadas para esta entrega corresponden a su serie “Mundo del arte”, que se produjo entre 1990 y 1995. “Los artistas amigos que compartimos la escena de principios de los años noventa fueron invitados a posar en ambientes elegidos como metáforas de sus propias obras. El ensayo cruza el retrato fotográfico clásico con la estética del snapshot”, dice Goldenstein sobre estas tomas, y me gustan sobre todo por su frescura y síntesis. Acá y acá pueden ver otros retratos, porque más allá de ese corte temporal, después siguió fotografiando a distintos artistas hasta 2018. Acercarse por medio de un solo retrato a toda una estética me parece una búsqueda muy provocadora.

Jorge Gumier Maier, por Goldenstein.

Artistas interesados por otros artistas

Empecemos por la pregunta obligada: ¿se puede separar la obra del artista? ¿tiene sentido separarla? No tengo una respuesta definitiva, pero sí me parece que es interesante dar este debate. Para profundizar en la cuestión, acaba de publicarse un libro de la socióloga francesa Gisèle Sapiro llamado justamente ¿Se puede separar la obra del autor? Censura, cancelación y derecho al error, con prólogo de Hinde Pomeraniec. Con fuentes profusas y análisis de casos puntuales como el de Roman Polanski y el de Peter Handke, esta discípula de Bourdieu disecciona los argumentos de las distintas posiciones sobre el tema –que están siempre atravesadas por las creencias de cada época– y dice que imaginar que el arte está construido por personas de bien es un pensamiento inútil y estéril. Porque de ningún modo la decencia o la ideología son garantía de la calidad estética. Tampoco es deseable forzar una reescritura del pasado que ignore las diferencias culturales entre el presente y el tiempo en el que cada obra fue concebida (los autoritarismos suelen querer ir en esta dirección) ni perder de vista que los boicots no resuelven ni la violencia ni el machismo ni la discriminación. Dejamos el interrogante planteado de manera transversal para que cada quien saque sus propias conclusiones.

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Y ahora pasemos entonces a examinar algunas vidas empezando por un libro bellísimo del cineasta Wim Wenders llamado Los píxels de Cézanne, en el que se ocupa de varios artistas que lo influenciaron contando un poco qué vio en ellos. Es hermoso ir leyendo de qué manera un cineasta se deja impresionar por la obra de otros directores como Michelangelo Antonioni, Yasujiro Ozu o Ingmar Bergman, pero también de artistas de otras disciplinas. Es que Wenders confiesa su fanatismo por la obra de Edward Hopper (muchos de sus planos tienen un correlato en los cuadros de este gran pintor), por los óleos de Andrew Wyeth, y hasta por el diseñador de moda japonés Yohji Yamamoto, a quien le dedica un documental en 1989 llamado Notes on cities and clothes. Pero creo que la fascinación que más caló en Wenders es la que sintió por la coreógrafa y bailarina alemana Pina Bausch. Cae literalmente rendido ante uno de sus espectáculos y en el libro lo detalla con mucha poesía (muchos de los textos están escritos con un corte de verso que parece poético pero que, explica él, tiene más que ver con el fluir de su pensamiento). Así describe su primer contacto con la artista:

Vi por primera vez una obra de Pina Bausch hace veinticinco años.

En Venecia.

Admito que no sabía mucho de la danza-teatro.

Sentí tarde “el llamado”.

Ya había visto algunos ballets y todo tipo de espectáculos de danza

en muchas partes del mundo,

pero nada me había dejado boquiabierto

ni me había conmovido.

Y solo desde ese lugar puedo describir lo que me sobrecogió

al ver Café Müller.

Sobre el escenario no corría ningún gran tornado

en pleno remolino.

Había… personas,

personas moviéndose

de un modo muy distinto al que yo conocía hasta entonces,

y conmoviéndome

de un modo muy distinto al que yo hubiese experimentado jamás.

No habían pasado los primeros minutos de la obra

y ya sentía un nudo en la garganta,

y después de quedar suspendido por unos instantes en un

asombro incrédulo

solté las riendas, dejé fluir lo que sentía

y me largué a llorar desenfrenadamente.

(…)

Eso no era teatro, no era una pantomima, no era ballet

y menos una ópera.

Como ya saben, Pina es la creadora

(no solo en este país)

de un arte nuevo.

A mí el movimiento como tal nunca me había conmovido.

Siempre lo di por sentado.

Uno se mueve y listo. Todo se mueve.

Aprendí a mirar

y admirar los ademanes, las posturas y los desplazamientos,

los gestos y todo el lenguaje corporal

desde y a partir de la danza-teatro de Pina.

Tan impresionado quedó que filmó en 2011 una película en tributo a Bausch con sus compañías de bailarines. No es un documental sino una suerte de recreación de todo lo que ella puso a circular, con escenas de baile muy impactantes. Se llama simplemente Pina y se las recomiendo mucho (cuando la vi en un Bafici me emocioné). Acá está la banda de sonido que está muy bien también.

Y respecto de artistas que se imbrican y piensan juntos, que buscan puntos de contacto o se intrigan por la vida y los procesos de otros, estuve escuchando por estos días Mubi podcast: Encuentros, una serie de episodios realizados por esta plataforma de streaming con foco en creadores de Latinoamérica. Muy simple: se encuentran dos personalidades de la cultura y conversan sin mediaciones. No hay conductores ni guías, solo el ritmo de la charla. Las duplas son curiosas. Allí están dialogando, por ejemplo, Julieta Venegas y Dolores Fonzi, Martín Rejtman y Santiago Motorizado o Mercedes Morán y Paulina García.

Sebastián Gordin, por Goldenstein.

Las vidas privadas y sus interpretaciones

Pasemos ahora a comentar documentales que se basan en las biografías de distintos artistas, o en algún momento puntual de ellas. La materia es justamente algún giro dramático interesante o algún hito en la existencia de estas personalidades que se convierte en el motivo para examinar su trayectoria. Estos primeros tres documentales comparten el hecho de que fueron realizados a partir de imágenes de archivo una vez que sus protagonistas ya estaban a seis metros bajo tierra. Siempre es un poco escabroso apreciar cómo se entrometieron en la intimidad ajena para contar una historia que ellos prefirieron mantener por fuera de la órbita pública.

El más reciente es la miniserie Los diarios de Andy Warhol (disponible en Netflix), basada en la parte “menos conocida” de la vida de Warhol, esto es, su sexualidad y sus parejas gays, cosa que eligió específicamente no exponer a los ojos del público. Con seis episodios un poco estirados, la serie comienza luego de que Warhol recibe el disparo propinado por Valerie Solanas en 1968, cuando ya era un artista de vanguardia hiper conocido y bastante freak que se codeaba con la farándula y al que le gustaba la noche. La aproximación sensible a su intimidad está dada por la lectura de fragmentos de su diario con un recurso curioso: la recuperación de su propia voz a partir de inteligencia artificial. O sea que buena parte del documental está narrado por él mismo (o por su espectro). A favor: la reconstrucción de la época y los escenarios por donde se movía, algunos testimonios como el de John Waters. En contra: es un poco forzado todo y da escozor por momentos sentir que están profundizando en los aspectos ocultos de una persona muy pública que justamente eligió no dar a conocer sus romances y tormentos sentimentales. (Les dejo la canción “Andy Warhol” de Bowie porque para qué privarnos).

Hablando de tormentos, pasemos al documental Marianne y Leonard. Words of Love, de Nick Broomfield, centrado en la relación que Leonard Cohen tuvo a lo largo de su vida con Marianne Ihlen, una hermosa e inestable mujer noruega con quien convivió varios años en la isla griega de Hydra antes de convertirse en un artista famoso. Con entrevistas a gente que los trató, e incluso con testimonios de ellos hablando de su vínculo amoroso, la película se debate entre ser el relato de la relación o un registro de la vida sentimental de Cohen –que era bastante mujeriego, por cierto–. Por acá, una versión en vivo de la canción “So long, Marianne” de 1979, dedicada a ella, porque es irresistible. Vale la pena ver esta película: es bella y triste, bastante nostálgica, porque tuvieron momentos de mucho entendimiento y vuelo, y otros de mucha distancia e incomprensión, pero creo que a fin de cuentas nos deja una sensación agradable. Quizás porque nos permite imaginarnos cómo hubiera sido estar ahí con ellos en esos años de sexo, drogas y poesía en una isla idílica del Mediterráneo.

Y en el plano musical está también What Happened Nina Simone?, de Liz Garbus (disponible en Netflix), que bucea en la historia de esta cantante tan excepcional. Es interesante conocer un poco del contexto en el que un talento como el de Simone salió a la luz. Fue criada en una familia muy pobre y descubierta por una profesora de piano que la amadrinó durante muchos años para que pudiera estudiar. Se formó como pianista clásica y solo de casualidad empezó a cantar (en un bar, a pedido del dueño, para que los clientes no se aburrieran). Con los testimonios de su hija y poderoso material de archivo de sus apariciones en vivo en diferentes estados, lo bueno de este documental es que no oculta para nada su personalidad complicada, sus inconvenientes de distinto tipo ni sus aportes en la lucha por los derechos civiles, pero prioriza su talento y su arte frente a los escándalos.

Graciela Hasper, por Goldenstein.

Existencias fuera de cualquier parámetro

Cualquier vida, vista de cerca, puede llegar a ser fascinante. Todas tenemos algo extraño, o intrigante, que puede ser digno de contarse. Pero algunas existencias son en sí mismas una extrañeza total. Y en ellas cuesta ver, por el contrario, rasgos de “normalidad”, si es que existe algo así. Estas tres vidas me llamaron mucho la atención por motivos diversos, y bien vale la pena profundizar en ellas, aprender de las diferencias y de las disidencias, sean mentales, culturales o sexoafectivas.

Empecemos por un documental lleno de amor y desconcierto llamado The Devil and Daniel Johnston, de Jeff Feuerzeig (disponible en Amazon Prime), de 2005, dedicado al genio y la figura de Daniel Johnston, el músico y dibujante californiano fallecido en 2019 (qepd). Con una creatividad desbordante, y un diagnóstico psiquiátrico complicado (esquizofrenia y trastorno bipolar), de lo que se trata acá es de desentrañar el costado más sensible de Johnston a partir de grabaciones caseras, dibujos y casettes (y también de algunas aventuras como cuando se escapó de su casa). Criado por padres muy cristianos en un suburbio, y con impedimentos graves para socializar, Johnston logró crear una obra simple y atormentada desde el sótano de su casa que le valió el respeto (y sobre todo el cariño) de músicos como Kurt Cobain, Yo La Tengo y Sonic Youth, y de dibujantes de la talla de Matt Groening. Un ejemplo de cómo una película centrada en una personalidad tan chispeante puede hacernos sentir cerca de esas personas que no comprendemos del todo, pero igual admiramos.

Y hablando de gente extraña, en 2011 la directora francesa Marie Losier estrenó el documental The Ballad of Genesis and Lady Jaye, basado en la relación afectiva de Genesis P-Orridge, el músico inglés líder de los grupos Throbbing Gristle y Psychic TV, y su pareja Jacqueline Breyer (más conocida como Lady Jaye). Además de contar la historia de la música industrial y de hacer hincapié en la transición de Genesis, Losier consigue retratar la dinámica de la estrambótica vida familiar, y filmar de cerca la experiencia de la pandroginia llevada adelante por la pareja, por la cual, a fuerza de muchas cirugías estéticas, buscan volverse casi iguales con la intención de fundirse en una misma entidad. Una oda romántica atípica y disidente.

Y otro documental llamativo que vi pensando en este Hilo es Escalera al cielo. El arte de Cai Guo-Qiang (disponible en Netflix). Está basado en el artista chino que trabaja con pólvora y fuegos artificiales. En poco más de una hora, se nos presenta la curiosa trayectoria de Guo-Qiang y su fascinación por los cielos, las explosiones y sus luminosidades (llegó a venir a Buenos Aires y a hacer una demostración en el Riachuelo, frente a Proa). Y vamos conociendo también a su familia nuclear, al pueblo humilde donde nació, y a su padre y a su abuela viejísima. Guo-Quiang tiene mucho temperamento y una idea fija que se convierte en obsesión: diseñar una escalera de pólvora que pueda quedar suspendida en el aire, cosa de que cuando se encienda parezca un camino iluminado hacia el cielo. Por supuesto, su realización es complicadísima. Pero el que no arriesga no gana. Así que como espectadoras vamos siguiendo los entretelones y los contratiempos de esta obra, y vamos viendo de qué son capaces los artistas con tal de hacer lo que se proponen. Raro, como encendido.

Guillermo Kuitca, por Goldenstein.

Eclipsados

Siento que podría seguir largamente hablando de artistas que me encantan y de películas que me hicieron amarlos o dejar de comprenderlos, pero este newsletter no puede ser eterno. Así que omitiré Las playas de Agnés, de mi adorada Agnés Varda, porque ya nos referimos a ella en el Hilo sobre el mar, ni volveremos sobre la vida secreta de la genial Vivian Maier y sus fascinantes imágenes, porque ya las hemos visto en el Hilo sobre fotógrafas. Pero déjenme terminar con estos tres documentales bastante logrados por distintos motivos. Son de esos que al otro día te dejan pensando.

  • Método Livingston, de Sofía Mora (2019, disponible gratis en Cine.Ar). ¿Los arquitectos son artistas? Después de ver esta película basada en la vida y en la obra de Rodolfo Livingston, diría que sí. A sus más de 80 años, este arquitecto provocador, ágil y punzante no para de reflexionar ante la cámara sobre el uso de los espacios privados y públicos, sobre el rumbo de las ciudades en la transición del siglo XX al XXI, ni de contar algunos hitos de su biografía, como su devoción por la Revolución Cubana, su paso por la dirección del C.C. Recoleta y su mítico cruce con Bernardo Neustad en el programa Tiempo nuevo, en el que le lanzó varias verdades en la cara. Una película atenta y sensible que ayuda a que entendamos las distintas facetas que se superponen en un personaje curiosísimo.
  • Roadrunner. A Film About Anthony Bourdain, de Morgan Neville (2021). La misma pregunta vale para esta película también: ¿son los cocineros artistas? ¿Cómo es que la curiosidad y la creatividad se combinaron de una manera tan explosiva en la biografía de Anthony Bourdain? Con muchísimas imágenes de archivo (desde su tierna juventud hasta su suicidio), y con las voces de sus colaboradores y ex parejas, acá de lo que se trata es de entender cómo un tipo que parecía disfrutar de la vida estaba en realidad completamente atormentado por dentro. No es un documental tan redondo porque deja varias dudas y pocas certezas sin atreverse a interpretar la oscuridad, pero sí es un acercamiento sugestivo a un hombre intenso y atractivo, que revolucionó el show gastronómico y sorprendió con su muerte a propios y ajenos.
  • Jagged, de Alison Klayman (2021, disponible en HBO Max). Si fuiste joven durante los noventa seguramente escuchaste sin parar uno de los discos más vendidos de la época: Jagged Little Pill, de la compositora canadiense Alanis Morissette. No por nada lleva vendidas 33 millones de copias desde su aparición. Este documental repasa al detalle la génesis del álbum, su larguísima gira de promoción y cuenta con la fundamental presencia de la Alanis actual, convertida en una señora muy copada que reflexiona sobre su juventud y su época de mayor efervescencia. Está muy bien verlo si alguna vez te emocionaste o posesionaste con estas canciones. Fue un disco en el que escupió varias verdades. A la vez, ella demuestra acá que no se dejó “crear” por ninguna discográfica. No manipularon su imagen: Alanis usaba su propia ropa y despeinaba su larguísimo pelo sacudiéndose en cada show. Me enteré de muchas cosas que no sabía, como que tiene un hermano gemelo y que Radiohead fue la banda telonera de parte de su gira. Pero lo que más me impactó fue que su baterista era Taylor Hawkins antes de sumarse a Foo Fighters (lo eligieron como sesionista y el muchacho la rompió, claro). Acá él da su testimonio, que es de los más entrañables de la película, sobre todo cuando cuenta la locura de tocar y salir todas las noches por el mundo. Para meterse en las bambalinas de un disco y sobre todo de una escena musical que ya no existe como tal.
Marcelo Pombo, por Goldenstein.

Ahora sí, me despido hasta dentro de quince días.

Espero que este Hilo te haya causado curiosidad aunque sea por una de todas las vidas mencionadas. O que te haya hecho pensar en cómo sería filmar tu propia vida vista por otro.

Gracias por leer. Y por favor cuidate mucho.

Malena

P.d.: Acordate que si te gusta lo que hacemos, podés ayudar colaborando con Cenital.

Es licenciada en Letras por la UBA y trabaja hace muchos años en la industria editorial. Fue editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Forma parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tiene un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumula en su biblioteca. Lo que más le gusta es viajar.