¿Querés usar menos tu teléfono? Comprate un despertador

El smartphone reúne todo lo necesario en un solo dispositivo, pero a cambio se entrega tiempo, mente y voluntad. La clave está en contrarrestar su impacto, que afecta la capacidad de concentración y creatividad de las personas.

Hace diez años tomé una decisión de la que nunca me arrepentí. Las cosas, por diversos motivos, no venían bien y luego de probar varias alternativas, me separé.

Desde hace una década que no duermo con mi celular en la habitación.

Para bien o para mal, el teléfono celular reemplazó todo reproductor de música o radio, casi toda cámara de fotos o video, la calculadora, la grabadora de voz, la agenda, el teléfono fijo y, hasta cierto punto, también los lectores de libros e incluso la linterna. Todo esto ahora está en tu bolsillo. Lo que hace tan difícil separarse es que su función menos interesante es la que le da su nombre.

Si te gusta Receta para el desastre podés suscribirte y recibirlo en tu casilla los jueves.

Por eso es que una de las maneras más sencillas de recuperarnos de esta aplastante simbiosis — o parasitismo, si se quiere — es la recuperación de dispositivos que sean más específicos. Que el teléfono todo lo pueda hacer no tiene por qué significar que todo lo debamos hacer con el teléfono.

Una de las excusas frecuentes para no pasar más que un ratito lejos de nuestro rectángulo de luz y placer es su función como despertador. No es que esta observación sea fruto de un exhaustivo sondeo, pero pongo guita en que, si salimos a preguntar, una gran cantidad de personas responderá que efectivamente el motivo por el cual la última y la primera imagen que registran sus ojos cada día es que lo necesitan para poder arrancar y también para acostarse.

Porque el teléfono también reemplaza en gran parte a los televisores. Quién necesita mirar una película en un televisor si puede mirar videos de TikTok hasta sangrar en un perfecto rectángulo. Una última scrolleada antes de dormir no se le niega a nadie.

Cenital no es gratis: lo banca su audiencia. Y ahora te toca a vos. En Cenital entendemos al periodismo como un servicio público. Por eso nuestras notas siempre estarán accesibles para todos. Pero investigar es caro y la parte más ardua del trabajo periodístico no se ve. Por eso le pedimos a quienes puedan que se sumen a nuestro círculo de Mejores amigos y nos permitan seguir creciendo. Si te gusta lo que hacemos, sumate vos también.

Sumate

Esta relación con nuestro teléfono no es demasiado saludable, y la afirmación anterior es la obviedad del año. Nuestra dependencia suele comenzar como una comodidad, como un modo de ser más libres de ciertas cargas. Ya no necesitamos llevar tantas cosas porque contamos con un dispositivo versátil y listo para cualquier función. El teléfono se nos presenta como aquello que puede no solo reemplazarlo todo, sino también resolverlo mejor.

A mitad de camino de nuestra tentación por reemplazarlo todo con nuestro mágico, mágico dispositivo, solemos obviar que no fue diseñado de acuerdo al uso que quisiéramos, sino al que podríamos darle. Es decir, que nuestros teléfonos puedan estar prendidos las 24 horas, todos los días del año, no debería implicar que debamos tenerlos encendidos como si estuviéramos de guardia todo el tiempo.

Como excepción a lo anterior, si de hecho estamos de guardia no conviene apagar el teléfono.

Pero no es solo nuestra ilimitada disponibilidad la que impone el teléfono, sino también la garantía de que nunca, por ningún motivo, podamos aburrirnos. Esto dista mucho de ser virtuoso y priva a nuestras mentes del privilegio de deambular.

Dejar que nuestra cabeza divague no es lo opuesto a prestar atención, sino una forma de atención diferente y necesaria que permite procesar y dar sentido al mundo conectando nueva información con experiencias y conocimientos previos. Esto fomenta la creatividad, ayuda a poner en perspectiva nuestras vidas y facilita la toma de decisiones a largo plazo.

Son esos momentos en los que la mente no tiene nada que hacer ni ha sido secuestrada por una secuencia infinita de boludeces, cuando puede surgir una conexión inesperada entre conceptos, recuerdos e ideas. Como explica Johann Hari en El valor de la atención (2023), muchos descubrimientos importantes ocurrieron durante estos momentos de dispersión mental, pero es la sobrecarga de estímulos y la interrupción constante propia de nuestras experiencias digitales la que suprime esta capacidad para pensar profundamente y lograr entender cómo funciona el mundo.

Principalmente, lo que sucede con el secuestro de nuestra atención es la pérdida de agencia en el transcurrir de nuestra experiencia mental. Es muy distinto distraerse persiguiendo nuestra curiosidad o incluso guiándonos por nuestro interés personal por descubrir cómo funciona el mundo, que hacerlo simplemente porque es hacia donde nos llevan nuestros aparatos.

Cuando a un video de gatitos le sigue otro y luego otro, no necesariamente significa que lo que queríamos en primer lugar era ver todo eso. Sin que seamos necesariamente conscientes, terminamos actuando por impulso y cediendo nuestra capacidad de guiar nuestras vidas, un post a la vez. A veces, en cambio, conviene también desviarnos.

Casi en simultáneo, a principios de 2018, tanto Google como Apple presentaron soluciones de “bienestar digital” para ayudar a sus usuarios a pasar menos tiempo con sus teléfonos. Poco después Facebook, Instagram y YouTube lanzaron funciones para hacer seguimiento del tiempo que pasamos en sus aplicaciones. Con perfecta puntería, ese mismo año se publicó Cómo cortar con tu móvil de Catherine Price, jocosamente redactado como una guía para terminar una relación. Lo que en aquel momento se hizo poderosamente evidente es que tener un vínculo tóxico con nuestro teléfono ya ni siquiera era buen negocio.

Ya no tiene sentido repetir que el uso de tecnología puede recordarnos a ciertas formas de adicción (aunque hablar en esos términos usualmente empeora la discusión) o que nuestras experiencias digitales suelen afectar negativamente nuestra salud mental. No solo ya se ha dicho hasta el cansancio, sino que se volvió un lugar común, algo cómodo a lo que echarle la culpa de cualquier mal.

Sí, ya sabemos que la actividad humana derivó en la crisis climática y también que usar nuestro teléfono de manera descerebrada, a la larga, no nos hace bien. Lo que resta es la pregunta de qué podemos hacer para disminuir este daño o incluso revertirlo. En el caso de la crisis climática, los consejos suelen ir desde separar la basura hasta intentar hacer menos viajes en avión por año. Pero respecto a nuestro bienestar digital, no siempre es del todo claro lo que deberíamos estar haciendo.

Por supuesto que está mucho más a nuestro alcance mejorar nuestro bienestar digital que revertir la crisis climática. Los hábitos se pueden moldear y revertir con intervenciones puntuales. Si notamos que nuestra mente se distrae pero no de una manera que nos enriquece y nos hace descubrir recovecos de nuestra fascinación, sino que enfrasca nuestra mente como si fuéramos zombies, los cambios que podemos introducir en nuestras vidas están relativamente al alcance de la mano.

Se suele hablar de desintoxicación digital o incluso de minimalismo digital, en su versión más extrema, para referirse a la depuración de nuestros hábitos digitales con el propósito de reconocer qué es lo que realmente queremos. Según la propuesta de Cal Newport en su libro Minimalismo digital (2019), nuestro uso de la tecnología puede enfocarse en un número reducido de actividades cuidadosamente seleccionadas según cuánto aporten a lo que realmente valoramos, haciendo a un lado todo lo demás. Esta idea se basa en que menos puede ser más en nuestra relación con las herramientas digitales, y que mucho podemos obtener de reducir el tiempo dedicado a actividades en línea de bajo valor para concentrarse en lo que realmente importa.

A partir del estudio de los hábitos y de cómo estos se pueden modificar, incorporar o abandonar sabemos que generalmente tenemos que hacerle las cosas un poco más fáciles a nuestro cerebro. En particular, es mucho más difícil resistir el uso del teléfono si lo tenemos al alcance de la mano que si está en la esquina de la habitación o, mejor aún, en otra habitación (o en otro planeta).

Es aquí que surge la idea de separarse del teléfono en un sentido ni siquiera metafórico, sino más bien concreto: intentar que el teléfono no esté al alcance de la mano la mayor parte del tiempo nos hace más fácil no usarlo.

Otro consejo frecuente suele ser el de empezar a registrar cuánto tiempo usamos el teléfono con alguna aplicación. Pero creo que esto ya no aporta nada. Nadie tiene demasiadas dudas y tenemos bastante claro que nuestro teléfono ocupa una parte importante de nuestra actividad mental diaria.

Tampoco es necesario pensar que, por no estar usando el teléfono, tenemos que estar haciendo cosas, por así decir, más interesantes. No creo que la solución sea soltar el teléfono y agarrar un libro intelectual muy inteligente, ni creo que ese tipo de esnobismo le haga favor alguno al modo de concebir nuestra relación con el teléfono. En cambio, creo que alcanza con hacer cualquier cosa que queramos hacer, siempre que lo estemos decidiendo voluntariamente y en pleno uso de nuestras facultades, algo menos frecuente de lo que quisiéramos reconocer.

El gran problema del teléfono no es el aparato mismo, sino el lugar pasivo en el que nos ubica y el modo en que renunciamos a nuestra voluntad dejándonos llevar en el uso del tiempo y en el uso de nuestra mente por el camino que caprichosamente nos lleva.

La distracción puede tener mala reputación, pero no es necesariamente mala. Lo malo de la distracción en estos términos es que no sea un libre deambular de nuestros pensamientos, un irse por las ramas que nos permita descubrir algo nuevo, sino un seguir de la mano — o arrastrados por el cuello con una correa — a algún algoritmo, de alguna plataforma que aprovecha cuantas horas puede a nuestros globos oculares.

Hay suficientes escritos acerca de cómo tomar conciencia del uso que hacemos del teléfono y cómo podemos liberarnos de él. Pero creo que alcanza con una sola experiencia fundamental para notar que es algo que podemos hacer, que no todo está perdido. Que no somos zombis aún.

Si pensar en horarios en los que no vamos a usar el teléfono nos puede resultar un poco intimidante, porque implica un robusto ejercicio de nuestra fuerza de voluntad, podemos arrancar por algo mucho más sencillo: pasar por un bazar o buscar en internet el reloj despertador más barato de todos y hacer la prueba de dejar de depender del teléfono para despertarnos. No debería sorprendernos el hallazgo de que abandonar el celular media hora antes de acostarse aumenta significativamente la duración y calidad de nuestro sueño.

Acostarse sin el teléfono cerca y despertar teniendo que hacer una pequeña caminata hasta encontrarlo es una minúscula tontería que no significa un “adiós para siempre”, sino un constante ejercicio de atención. Conviene detenernos en qué tipo de relación queremos tener con la tecnología que usamos, principalmente porque de esta se deriva la relación que cultivamos con otras personas y con el mundo en el que vivimos.

La vida es demasiado breve como para pasarla mirando el teléfono.

Otras lecturas

Investiga sobre el impacto político y social de la tecnología. Escribe «Receta para el desastre», un newsletter acerca de ciencia, tecnología y filosofía, y desde 2017 escribe «Cómo funcionan las cosas», un newsletter que cruza ciencia, historia, filosofía y literatura desde la exploración de la curiosidad.