Por si acaso se acaba el mundo

Hoy vamos a hablar de algunas misiones científicas para ganar vida en el apocalipsis.

Holis, ¿cómo andás? Yo acá, escribiéndote, escuchando la lluvia, mirando ahora los penales que atajó el Dibu porque en el momento del partido estaba leyendo (Betty Sarlo alert), esperando que llegue mi pedido de portobellos, en fin, tan intelectual porteña que duele. Para completar el cuadro, estoy corrigiendo trabajos, porque siempre se pueden reafirmar los estereotipos.

Corregir es una tarea metódica y aburrida que aletarga el tiempo y despierta los sentimientos más efusivos. Cuando las evaluaciones son buenas, sentimos que el futuro está a salvo, cuando son malas, que el futuro ya pasó y estamos viviendo en el día después de mañana. Y, si en el medio de todo esto hay que figurarse un panorama semanal de noticias, la confusión es total. ¿Cómo hago para volver a pensar en el mundo más allá de estas 4 consignas que desde hace una semana son la totalidad de mis variables de análisis?

Es mucho lo de “pensar en el mundo”, ¿no? Sin embargo, las experiencias nos arman una especie de totalidad a medida que van conformando nuestras condiciones perceptivas. Esto que me está pasando no es el mundo para mí, pero sí es cómo veo el mundo yo. Y, si leo otro trabajo copiado del curso anterior, el mundo que veo se va a terminar, pues procederé a meter la cabeza en el horno.

Y así como quién no quiere la cosa, mientras te charlo sobre mi miserable cotidianeidad de fin de cuatrimestre, me di cuenta de algo: antes de la pandemia, vivir como si se estuviera por acabar el mundo estaba asociado a lo extremo. YOLO. Ritmo y sustancia. Descontrol y saqueo. Calígula. Bacanal y hedonismo. Pero el fin del mundo nos está respirando en la nuca y la semana pasada nos encontró intercambiando tips de pantuflas.

Creo que hay una diferencia grande entre pensar el fin del mundo como un momento en el que no queda nada por perder o uno en el que tenemos todo por ganar. En general, las imágenes de personas haciendo cosas que no podían hacer por algún tipo de coerción, como escupirle en la cara al jefe maltratador cuando se está acercando el asteroide, se asocian con lo primero. En ese caso, el trabajo ya está perdido, porque va a dejar de existir. Pero lo que termina pasando es que cuando llega el fin del mundo la pérdida no es nada, es total. Y no es de lo que no pudimos hacer, es de lo que hacíamos con placer. ¿Quién piensa que no tiene nada que perder cuando va a dejar de abrazar? Nos pasó y acá estamos, perdimos. Crisis y parálisis. 

En Cenital nos importa que entiendas. Por eso nos propusimos contar de manera sencilla una realidad compleja. Si te gusta lo que hacemos, ayudanos a seguir. Sumate a nuestro círculo de Mejores amigos.

Acá, en Que la ciencia te acompañe, la propuesta es sencilla pero no fácil: vivamos el fin del mundo como un momento en el que tenemos todo por ganar. Sacudamonos la modorra y revirtamos la insensibilidad. Porque aunque todo termine, no da lo mismo cómo, y nadie quiere gastar sus últimos segundos viéndole la cara al jefe. Hoy, entonces, vamos a hablar de algunas misiones científicas para ganar vida en el apocalipsis.

Venceremos resistencias para amarnos cada vez más

Recién me enteré que, al parecer, esta semana va a finalizar con mi empadronamiento para recibir la vacuna. Es una alegría grande y va a cambiar totalmente mi experiencia en el mundo pero, de nuevo, no al mundo. Una cosa es ganar unos minutos de vida, otra, ganar vitalidad. Para lo último, nos tenemos que vacunar todos.

Lo bueno es que, para lograrlo, en este mundo reducido que llego a percibir, llamado República Argentina, no tenemos que resolver el problema de la falta. Hay vacunas. Lo malo es que no todo el mundo quiere vacunarse.

Ya lo dijimos en esta edición: la reticencia a vacunarse contra la COVID-19 tiene sus particularidades. Esta nota con preguntas y respuestas para ayudar a convencer describe a los desconfiados como “(personas que) cumplen con el calendario obligatorio de sus hijos (si es que los tienen), probablemente impulsaron a sus mayores a vacunarse contra el coronavirus, los ayudaron a anotarse, los acompañaron a hacerlo y celebraron la inyección. Pero llega su turno y dudan”. ¿Las causas? Sobreabundancia de información y noticias falsas o engañosas que generan confusión.

El artículo recopila las razones más comunes para rechazar la vacuna y trata de revertirlas con información. Va un resumen:

  • “Soy joven, no me va a pasar nada”. Ser joven o sano baja las probabilidades de hospitalización y síntomas graves, pero no las elimina. Alrededor del 18% de las muertes en nuestro país se produjeron en personas de entre 40 y 59  años y el 2.5% en más jóvenes, de 20 a 39. Por otro lado, los cuadros leves pueden provocar secuelas que se extiendan en el largo plazo, como: pérdida del olfato/gusto, fatiga, falta de atención, fibrosis pulmonar o daño cardíaco.
  • “Con esa no”. Entre los más jóvenes, se está viendo rechazo a la vacuna de AstraZeneca por temor a efectos secundarios. ¿Los números? Las trombosis como reacción a la vacuna se dieron con el 0.0001% de las dosis administradas. El riesgo de sufrir trombosis por un cuadro de Covid está cerca del 15% en promedio (23% en hospitalizados y hasta 45% en terapia intensiva).
  • “Las vacunas de acá no son buenas”. Los últimos estudios realizados por el Ministerio de Salud mostraron más de un 80% de efectividad promedio para las 3 vacunas disponibles (AstraZeneca, Sputnik, Sinopharm)
  • “Ya tuve COVID, no necesito vacunarme”. Por un lado, las vacunas son más efectivas contra las variantes que la inmunidad natural. En Manaos, por ejemplo, 3 de cada 4 personas se infectaron en la segunda ola de 2020. Hoy, con la variante Gamma, se observa un aumento de hasta el 65% en la probabilidad de reinfección que conlleva miles de hospitalizaciones y muertes de personas que habían padecido la enfermedad algunos meses atrás. Por otro lado, la “inmunidad híbrida” que confiere la natural + la vacuna pareciera ser especialmente potente.

Para hacer bien el amor hay que venir al sur

En la conjunción de nada que perder y todo que ganar está el gran meollo de la cuestión ambiental: ¿qué hacemos cuando tenemos todo por perder? 

Probablemente ya lo hayas escuchado: la provincia de Tierra del Fuego prohibió la cría de salmones en el Canal de Beagle. Sobre la decisión, el último newsletter de Eli vino con un análisis sobre la aplicación del concepto desarrollo sostenible y el de Juanma de ayer hace hincapié sobre los aspectos económicos. Para seguir sumando al panorama, charlé con Gustavo Lovrich, biólogo marino, investigador del CONICET y miembro del colectivo autoconvocado No a las salmoneras, que me contó un poco sobre el rol de las ciencias a la hora de aportar perspectivas a la discusión de la medida.

–¿Cómo fue el diálogo entre la Legislatura y los científicos?

–Yo participé en una reunión de comisión en noviembre pasado en la que se trataba uno de los proyectos de ley. Éramos tres técnicos: un técnico en agricultura que trabaja en Tierra del Fuego y dos investigadores de CONICET. Nuestro rol tuvo que ver, sobre todo, con la cuestión productiva. El proyecto original buscaba prohibir todo tipo de cría de salmónidos, incluyendo truchas. Y las truchas, si bien son exóticas, están silvestradas, o sea que son parte de los sistemas en los que intervienen. Hoy se están criando para repoblar ríos y abastecer a la pesca deportiva y en formato comercial para venderla a restaurantes. Esto existe hace muchos años en nuestro país, es una técnica que se conoce y se aplica. Lo que propusimos fue incluirla como excepción a la prohibición.

–¿Qué tipo de insumos técnicos se usaron para justificar la oposición a la cría de salmones?

–Hubo un único estudio de terreno, que fue un informe que se encargó a una consultora privada, que se entregó ya muy avanzado el debate y que lo único que evaluaba eran las condiciones del agua para ver si era o no apta para el cultivo de salmón, o sea, para instalar un negocio. Lo que midieron fue la intensidad de las corrientes, la cantidad de oxígeno en el agua y su temperatura, y dijeron que era apta. Esto no tiene en cuenta variables ambientales ni de ningún otro tipo, sirve para saber si los salmones van a poder vivir y reproducirse. 

Nosotros en el CADIC (Centro Austral de Investigaciones Científicas) lo que hicimos fue revisar la bibliografía disponible y discutir. Leímos los papers y algunos tomamos esta posición porque nos pareció que la evidencia es la historia y lo que pasa en Chile y su deterioro ambiental en los últimos 40 años es muy contundente. 

–¿Algunos? ¿Qué posición tenían los otros?

–En el Centro veníamos trabajando con un proyecto de granja multitrófica marina para la cría de truchas. Ésta es una tecnología que consiste en armar “cortinas” de mejillones y macroalgas muy cerca de los tanques de los peces. Los mejillones filtran los desechos sólidos, y las algas, los líquidos. En Canadá, esto se usa para mitigar los efectos ambientales de la salmonicultura y la idea era hacer un ensayo a escala productiva con las truchas en el Beagle, que al final no se hizo pero que nos dio la base de lecturas sobre el tema ambiental de esta industria.

Cuando surgió lo de la salmonicultura, algunos colegas tenían una actitud experimental y decían “permitámoslo y midamos el impacto real”, cosa que es genuina porque hoy no hay datos de impacto basados en experiencias productivas en este punto geográfico específico y, además, decían que “ya que tenemos el proyecto de truchicultura, lo podemos comparar”. El tema es que era un poco comparar peras con bananas. Los salmones llegan a 5 kilos, las truchas llegan a 700 gramos. Son parecidos pero tienen impactos diferentes. La cría de salmones ponele que conlleve tener a 800 mil ejemplares en el espacio de una cancha de fútbol, mientras que la de truchas pone 80 mil en el mismo espacio y conocemos una forma de mitigación. 

Además, esto lo digo yo, era el año 2015/2016 y, en pleno macrismo, había muy poca plata para investigación, por lo que creo que lo veían también como una oportunidad de financiamiento. 

–Ante la falta de datos locales, entonces, los argumentos se construyeron con base en la experiencia chilena…

–Sí, lo que decimos es que sospechamos que lo que va a pasar es lo que pasa allá, donde hay una expansión de la cría del salmón que aumenta la carga biológica de la especie y deteriora el ambiente.

–Para terminar, ¿me podrías resumir cuáles son los impactos ambientales de la salmonicultura?

–¿Te puedo mandar un grafiquito?

–Sí, claro, en el news somos fans de los apoyos visuales.

–Igual, te resumo los impactos: primero, es una especie exótica y las especies exóticas, cuando se escapan (que es lo que pasa: se escapan), después tienen un efecto negativo sobre el resto de los animales de la zona. Estos son peces que están al final de la trama trófica y van a comerse muchos de los peces autóctonos. El segundo efecto es la disminución de oxígeno en el fondo por una acumulación de materia orgánica provenientes de la seca y del alimento balanceado, lo que produce una pérdida de biodiversidad de los animales que viven asociados al fondo, que se mueren. El tercer problema son las enfermedades, en esas condiciones de hacinamiento, cuando los peces se enferman, no se puede controlar, entonces abandonan los sitios y se trasladan a otros lugares más al sur. Además, para combatir a los parásitos, que, como el piojo de mar, son parásitos que también afectan a los peces autóctonos pero que,  por el hacinamiento, se transmiten mucho más en los salmones de cría, los bañan en insecticida y, luego, esa solución se vuelca al mar y mata algunos componentes del plancton, lo que también afecta a especies de interés comercial local, como la centolla, que se quedan sin comida. El pis de los salmones aporta nitrógeno y fósforo, que fertilizan las microalgas, lo que produce un desbalance y puede producir el incremento de la ocurrencia de mareas rojas, que hacen que los mejillones terminen siendo tóxicos para humanos y otros mamíferos de sangre caliente, afectando otra de las actividades productivas del canal. Por último, una actividad industrial produce desechos como plásticos, restos de boyas, etcétera, que en general terminan en la costa, haciendo que el paisaje, capital principal de la segunda industria de Tierra del Fuego, que es el turismo, se vea afectada. 

–Hablando de hacinamiento, hoy estamos atravesando una pandemia zoonótica que hizo que hablemos bastante sobre las condiciones de cría de los animales. ¿Creés que esto podría pasar con los peces también? ¿Se conoce alguna enfermedad que haya pasado de animales de mar a humanos?

–Si la hay, no lo sé, pero siempre lo pensé. Así como un virus salta de un murciélago o de otro animal salvaje a los humanos, también podría pasar, pero saberlo no lo sé.

Corazón de vagabundo voy buscando mi libertad

Si, como dijo Gustavo, “la evidencia es la historia”, la historia de la lucha de quienes no somos varones blancos heterosexuales es la de no conformarnos con lo que podemos perder porque sabemos que, hasta no ganarlo todo, el mundo no será un lugar justo. 

Así que acá va un popurrí con algunas búsquedas de justicia desde la ciencia:

1- Vuelve un formato que amo: las cartas de lectores. En este caso, un testimonio directo desde un ensayo clínico.

¡Hola Agos! ¿Cómo estás?

La semana pasada me ocurrió algo con el campo científico y pensé en escribirte, pero la indignación lo fue dilatando.

Me anoté como voluntaria para participar en los ensayos de fase 3 de la vacuna Medicago, del laboratorio GSK. Todo venía muy bien, iba a contribuir a la ciencia desde mi pequeño lugar e iba a tener la oportunidad, en el mejor de los casos, de ser inoculada con la primera dosis la semana pasada. Sin embargo, nada de eso sucedió.

Luego de varios llamados de por medio, me confirmaron la primera visita para el viernes pasado. Y después de 1 hora leyendo todo el «contrato» con una médica dijeron que, dentro de los requisitos para ser voluntario, había que controlar la fertilidad mediante métodos que el laboratorio avale como seguros. Realmente me desconcertó un montón, no tanto el protocolo seguro que debe regir para un ensayo de fase 3, ¡¡sino que no lo hayan comentado en ninguno de los llamados telefónicos!!!

No podía entender cómo manejan con tanta liviandad temas que son tan personales (y sobre todo heterogéneos). En mi caso yo no tomo anticonceptivas, ni tengo colocado un DIU (ni otros métodos) porque durante 2019 me detectaron SOP (síndrome de ovario poliquístico). Me sentí muy mal en ese momento, no tanto por la rigurosidad, sino sobre el manejo del laboratorio hacia sus voluntarias, porque desde luego no fui la única persona que se expuso a la misma situación. ¡¡Me parece una locura que quieran administrar tu fertilidad sin previo aviso!!! (o en todo caso que tengas que ir con mínimo un mes de no haber tenido relaciones para poder ser elegible, es decir, cómo no van a informarlo en las llamadas telefónicas).

A raíz de este episodio empecé a pensar un montón sobre los tabúes que existen (no debería sorprenderme a esta altura) y el por qué no pueden informar sobre este requisito por teléfono (así como informan que no debes estar embarazada, ni haber tenido un PCR positivo desde que comenzó la pandemia).

Sentí mucha impotencia ante el destrato y me sentí discriminada biológicamente, porque obvio que salí del «spot» y veía a muchos varones que podían continuar con el estudio, mientras que yo tenía que volverme a mi casa porque ya no podía participar por ser mujer en edad reproductiva y demás cuestiones (que a los varones no les pasa).

Te mando un beso enorme.

2- Según esta nota de Chequeado, solo 2 de cada 10 fuentes de información sobre el coronavirus son mujeres. Según un relevamiento del Observatorio de Medios de la Universidad Nacional de Cuyo, a nivel mundial, las mujeres en la tele hablando sobre la pandemia apenas supera el 30% mientras que en la radio ronda el 27%. En Argentina, los varones firmaron el 70% de las notas sobre el tema en los medios digitales.

3- El Ministerio de Ciencia lanzó impaCT.AR, un programa de promoción de proyectos de investigación que den solución a un problema de interés público. Casi grito cuando, entre los desafíos listados para presentar proyectos, encontré algo que las desviadas venimos pidiendo y trabajando informalmente: “La creación de un método profiláctico específico y seguro para la prevención de Infecciones de Transmisión Sexual en las prácticas sexuales de contacto genital entre vulvas, que contemple el goce, promueva la autonomía en el cuidado del cuerpo y garantice el derecho a la salud integral de las mujeres cis, lesbianas, bisexuales, varones trans, no binaries, intersex y otras identidades”.

4- Esta nota sobre Iman Hadi, una emprendedora rural del norte de Yemen que lidera un grupo de 10 mujeres que instaló una planta de energía solar que provee electricidad barata a 43 hogares de la ciudad de Abss. En un país en el que una de cada cuatro personas está desempleada, Iman anuncia: «Tengo previsto otorgar préstamos fáciles de pagar con los beneficios netos de la planta solar, para que mis socios comerciales puedan abrir pequeños proyectos como tiendas de comestibles, panaderías y tiendas de ropa. Esto creará oportunidades de empleo y aumentará el número de servicios disponibles para la comunidad».

5- Este tik tok es increíble (no lo chequeé, elijo creer). La chica que aparece caminando dice “te aseguro que este es el dato más piola que vas a escuchar en la semana”. Y arranca. Resulta que la frase “Houston, tenemos un problema” originalmente fue “Houston, tuvimos un problema” y la dijeron los tripulantes del Apollo XIII (imagino que, si sos una personas de bien, estarás pensando en Tom Hanks, la peor persona posible con la que viajar). Luego de una explosión a bordo, la nave tuvo que abortar la misión y volver, pero, por supuesto, esto no es un procedimiento improvisado. Unos meses antes, la ingeniera Judith Love Cohen había entregado el protocolo de actuación para estos casos, cosa que terminó de redactar en el hospital durante el trabajo de parto de…¡Jack Black!

Cuántas veces la inconsciencia rompe con la vulgaridad

Despedirse en el fin del mundo parece siempre definitivo. Tratamos de decir algo que nos presente las cosas en su forma última porque nos da más miedo la continuidad que el error. Para que no nos quede nada por perder, la estrategia es empezar por despojarnos de lo último que se pierde: la esperanza. Para que nos quede todo por ganar, el método es no esperar nada. Hacer lo que se pueda con lo que todavía queda, para empezar a tener. Y siempre recordar que, cuando todo está perdido, se puede ofrecer el corazón.

Te mando un beso enorme,

Agostina

p/d: casi nunca pongo el estribillo de la refe, pero esta vez sí, por lo que considero que el link es casi una falta de respeto. Buon’anima, Rafaella! 

(Ojo que hay meme abajo.)

Soy comunicadora científica. Desde hace tres años formo parte del colectivo Economía Femini(s)ta, donde edito la sección de ciencia y coordino la campaña #MenstruAcción. Vivo en el Abasto con mis dos gatos y mi tortuga. A la tardecita me siento en algún bar del barrio a tomar vermú y discutir lecturas con amigas.