¿Por qué es imposible olvidar a Diego?

El jueves habría cumplido 65 años y cada día su figura se resignifica ante la crueldad de los acontecimientos. De Racing a Río de Janeiro, del Nápoles al ALCA.

La noche previa, antes de su duelo contra Flamengo, y a solo horas del aniversario, la cancha de Racing recordó a Diego. En una tribuna del Cilindro, alguien colgó un cartel con la imagen del Maradona que en 1995 fue DT de La Academia. Flamengo, que esa misma noche eliminó a Racing y ahora jugará contra Palmeiras una nueva final enteramente brasileña de Copa Libertadores, no hizo en cambio ninguna referencia a los 65 años del nacimiento de Diego. Sí lo había homenajeado de modo explícito en 1991. La noche que su equipo, también jugando Libertadores, salió a la Bombonera con un cartel enorme que decía “Maradona, Flamengo te ama” (Diego acababa de sufrir un arresto ruidoso, con las cámaras de TV instaladas en el departamento de la calle Franklin antes de que llegara la policía. La imagen de su rostro doliente, una de las más conocidas del ídolo que pareció tener mil vidas en una, su cuello apretado por un policía de civil. Operación política del menemismo, que era entonces pura impunidad y quería decirnos que no había privilegios y que la justicia era “igual para todos”). En la noche del miércoles pasado contra Racing, el “mensaje” del club brasileño llegó de otro modo. También doloroso como aquel rostro de Diego. Siempre a cara descubierta.

Río de Janeiro, ciudad de la que Flamengo, su camiseta “rubronegra”, es postal eterna, había sido sacudida horas antes por la mayor masacre policial en la historia de Brasil, el operativo antinarco contra el Comando Vermelho que dejó más de 120 muertos en las favelas Alemao y Penha, dominadas desde hace años por el fusil del narcotráfico y de la narcomilicia. La brutalidad incluyó acusaciones de decapitaciones y ejecuciones.

Niños que deberían patear pelotas convertidos en “carrozas fúnebres”, bajando decenas de cadáveres arrojados por la policía a la Sierra de la Misericordia. Y “muertes inocentes”, como aseguró un diputado y pastor de derecha (Otoni de Paula), que mencionó a cuatro miembros de su iglesia, “niños que jamás portaron fusiles”, negros como su propio hijo, que trabaja en esa favela y a quien aconseja siempre vestirse bien, “no por vanidad, sino por supervivencia”.

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El periodista Sergio Rodrigues se recostó en un texto de 1962 de la escritora Clarice Lispector, “Mineirinho”, un bandido ejecutado con trece disparos: “En el noveno y décimo disparo mi boca tiembla, en el undécimo digo el nombre de Dios con asombro, en el duodécimo llamo a mi hermano y el decimotercer disparo me mata, porque soy el otro. Porque quiero ser el otro”.

Al día siguiente de la masacre, Fluminense, otro histórico equipo de Río, homenajeó en el Maracaná, en la previa de su partido ante Ceará, por el Campeonato Brasileño, a los cuatro policías muertos en el operativo. Los hinchas aplaudieron cuando sus rostros, a pedido de la policía, aparecieron en la pantalla gigante del estadio. Hay encuestas que señalan un 62 por ciento de aprobación al operativo.

En Flamengo, uno de sus hijos dilectos, Adriano “Emperador” (jugó en el Mundial 2006 y en el Inter de Italia, entre otros), es personaje histórico de esas favelas, de la comuna Vila Cruzeiro, que está en el complejo Penha. Adriano abandonó los millones del fútbol europeo y volvió a frecuentar la favela. En “The Players Tribune”, una página web que es canal de expresión de deportistas, Adriano contó que en una fiesta en Vila Cruzeiro su amado padre Mirinho, referente en la favela, alcohólico que corría su vaso cuando había niños, sufrió un balazo que lo postró para siempre. Vila Cruzeiro, dijo Adriano, él también víctima de alcoholismo, “es un lugar peligroso, no es el mejor lugar del mundo, pero es mi lugar”. Vila Cruzeiro podría ser Villa Fiorito. La Villa Fiorito que Diego, aún estando en los lujos de Dubái, visitando reyes o palacios dorados, jamás olvidó.

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¿Será esa, aparte de su clase enorme y pasión futbolera, la razón que nos lleva a recordar siempre a Diego, desbordes, contradicciones y locuras incluidas? Esa reivindicación permanente de su origen pobre. No es casual. “Pensar a Diego desde sus orígenes” abre justamente la decena de debates de “Diegologías”, la Cátedra Maradoniana en la UBA, un Congreso que se celebrará del 6 al 8 de noviembre en la Facultad de Ciencias Sociales, con académicos de Argentina, Chile, Brasil, Italia, España, periodistas, artistas. Política, Malvinas, derechos humanos, feminismos, Nápoli, Boca, Argentinos Juniors, Newell’s, libros, poemas, murales, música, fotos, santuario, tatuajes, tesis. Un proyecto iniciado por la revista Meta y Diego entrando en la universidad pública, “con el objetivo primordial de mantener viva la memoria”. También Córdoba, en el Museo de la Industria, será sede otra vez del “Mes del Diego”.

Villa Fiorito, Lomas de Zamora, el barrio más cercano a la Ciudad de Buenos Aires, ocho hermanos en una pieza en Azamor, calle de tierra inundada cada dos por tres, descampado a metros del Riachuelo, el nacimiento en Lanús, en el hospital Evita, pero en 1960, tiempos de peronismo proscripto y con el hospital rebautizado con el nombre de un médico higienista, conservador (Gregorio Aráoz Alfaro), carne (“milanesas a la napolitana”) solo los días 4 de cada mes, cuando Don Diego (Maradona padre, Chitoro, llegado desde Esquina, Corrientes) cobraba su salario en la molienda de huesos Tritumol. Y “el sueño” de jugar un Mundial. De Fiorito hasta la Luna. Diego astronauta. Pero sin la NASA. Sin redes para contener esa droga dura llamada Maradona. La muerte trágica. Pura autodestrucción. La muerte que la justicia todavía no puede juzgar, también ella desbordada ante el fenómeno, rendida al negocio del Maradona-objeto, Diego ícono, sin rebeldía posible, porque ya no tiene voz. Y la resistencia, entonces, a reducirlo a un llavero, a un poster.

Nápoles, su otro lugar de su mundo global, ciudad irreverente, con santos y dioses terrenales, convive con sus muertos de modo natural (hay doscientos mil cráneos, huesos, cadáveres, expuestos en el cementerio de Fontanelle). “Los muertos –dijo el escritor Maurizio de Giovanni- no saben que están muertos”. Diego vive en cada partido en el ex San Paolo (el estadio renombrado Diego Armando Maradona), de un Napoli al que Maradona coronó campeón por primera vez en su historia, pero que ya volvió al título y ahora lleva años instalado como líder casi cotidiano en un calcio que ya no es El Dorado del fútbol, como lo fue en los años ’80. Porque ahora son tiempos de Premier League, fondos de inversión, capitales de riesgo y amenaza de “soccer”, futuro hollywoodense de un fútbol que claramente cambió, pero que, aún así, sigue siendo uno de los pocos escenarios que puede recibir a pibes de la favela de Adriano. O de la Fiorito de Diego.

Pero el recuerdo eterno en cada aniversario, de nacimiento o de muerte (se cumplirán cinco años el 25 de noviembre) es incompleto si no recuerda también otros aniversarios. Como los veinte años que se cumplirán el martes próximo sobre la presencia de Diego en la cumbre paralela celebrada el 4 de noviembre de 2020 en Mar del Plata, para repudiar a George Bush, entonces presidente de Estados Unidos y su iniciativa de un tratado de libre comercio (ALCA) para toda la región. Era un Diego luminoso, flaco, rejuvenecido, en plena “Noche del 10” (su show espectacular en el Canal 13) pero también bajo amenaza de domesticación. Imposible domesticarlo. Bastó el pedido de su amigo Fidel Castro para que Diego se subiera a “El Tren del Alba” y se sumara a la “Cumbre de las Americas”. El Diego que, ante el reclamo del líder venezolano Hugo Chávez, saludó a la multitud, cuarenta mil personas en el estadio mundialista de Mar del Plata, vistiendo una remera con la cara de Bush y la leyenda “War Criminal”.

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Es periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribió columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajó en radios, TV, escribió libros, recibió algunos premios y cubrió nueve mundiales. Pero su mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobró siempre por informar.