Argentina y el boicot deportivo a la Sudáfrica del apartheid

Los Pumas siempre se mantuvieron aparte del repudio global, sin involucrarse en los reclamos democráticos. El distanciamiento con la gente.

Más de medio siglo atrás, el mundo, que hoy mira cómo frenar a Israel y su devastación en Gaza, decidió que había llegado la hora de boicotear a la Sudáfrica del apartheid, deporte incluido. La minoría blanca sudafricana había legislado ya en 1948 su sistema de segregación racial. Un mundo VIP para ellos. Y otro mundo aparte (y explotado) para la mayoría negra. 

El régimen ya había ejecutado “la Masacre de Sharpeville” (69 muertos, 180 heridos, casi 12 mil detenidos). Fue el 21 de marzo de 1960. Las Naciones Unidas lo instituyó como “Día de la Discriminación Racial”. Sudáfrica comenzaba a sufrir repudio global, amenazas de aislamiento. 

Fue en ese contexto cuando, en 1965, el régimen invitó a la selección argentina de rugby (el deporte más poderoso de los sudafricanos). Las crónicas de aquella gira de dos meses, incluidas las que este año recordaron los sesenta años de la gesta (más ahora que Los Pumas jugaron los dos últimos sábados contra los Springboks de Sudáfrica), casi jamás registraron aquellos primeros tiempos del apartheid. El gran resultado deportivo dominó siempre todo. Fueron once triunfos en 16 partidos, incluido el del 19 de junio en Ellis Park ante los Junior Springboks (segunda selección de Sudáfrica). Un try de palomita de Marcelo Pascual se hizo postal eterna. Allí nacieron Los Pumas.

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Un boicot bien actual

Aquel boicot deportivo a la Sudáfrica del apartheid, similar al que muchos reclaman ahora contra Israel (aun mientras se negocia estas horas un posible “plan de paz” impuesto por Estados Unidos), se hizo realidad a partir de la década siguiente. Y el rugby argentino, cerrado en su mundo propio, lo violó cada vez que pudo. En 1973, la dictadura agonizante del general Alejandro Agustín Lanusse (que dos años antes había obligado a cancelar una gira de Los Pumas) intervino inclusive a la Unión Argentina de Rugby (UAR) en represalia porque la entidad había autorizado al poderoso San Isidro Club (SIC) a que viajara a Sudáfrica y Rodesia del Sur.

Lanusse exigió respeto a los compromisos internacionales. También el nuevo gobierno peronista advirtió a la UAR que la Argentina había adherido en 1972 a un boicot de Naciones Unidas contra Sudáfrica y Los Pumas tuvieron que cancelar entonces una nueva gira en 1975. Un año después, los All Blacks de Nueva Zelanda sí viajaron en cambio a Sudáfrica. Fue un escándalo. Las protestas, derivaron en un boicot de más de veinte naciones africanas a los Juegos Olímpicos de 1976 en Montreal.

Ese mismo año, 24 de marzo, en la Argentina irrumpió la dictadura. La Junta Militar miró hacia otro lado y avaló el maquillaje ideado por el rugby para burlarse de las sanciones y volver a Sudáfrica. El apartheid ya recibía repudio global. Pero Los Pumas volvieron a viajar en 1980 con nombre y camiseta cambiada. Se llamaron “Sudamérica XV”. Repitieron en 1982, en plena Guerra de Malvinas, y lograron su primera histórica victoria contra los Springboks, como se llama la selección mayor sudafricana. Fue un triunfo mítico, con 21 puntos de Hugo Porta, el capitán al que, a comienzos de los ’90, el presidente Carlos Menem envió como embajador a Sudáfrica.

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La vuelta de la democracia

Porta gozaba allí de enorme respeto. El capitán Puma había violado la lucha contra el apartheid, pero le había ganado a los Springboks, la selección que representaba al poder blanco, como una vez le recordó feliz el propio Nelson Mandela. “Madiba”, arquitecto del país que, caído el racismo, iniciaba la reconstrucción. Ya era la Sudáfrica de la democracia, pero en la que un mecánico negro solo podía llegar a un barrio rico metido adentro del baúl de un automóvil conducido por un blanco. Un ciudadano argentino fue testigo directo de la escena de una Sudáfrica que sí lograba poner fin al apartheid, pero no a la brecha social.

En 1983 también Argentina ya había recuperado la democracia. El boicot en los años ’80 contra la Sudáfrica todavía racista pasó a ser cuestión de Estado para el gobierno de Raúl Alfonsín y su política de Derechos Humanos. El escándalo estalló entonces con la gira de 1984. El gobierno recordó a la UAR la vigencia de la Declaración Internacional contra el Apartheid en los Deportes, aprobada por Naciones Unidas el 14 de diciembre de 1977, que “recomendaba” (no prohibía) evitar intercambios deportivos y culturales con Sudáfrica. Además, en 1983, la Argentina se comprometió a cumplir un Programa de Acción contra el Apartheid, aprobado por el Comité Especial de la ONU. 

El secretario de Deportes del gobierno radical era Rodolfo “Michingo” O’Reilly, que, paradójicamente, había sido el entrenador de Los Pumas en la gira anterior de 1982. Ya funcionario, O’Reilly intentó cumplir, sin éxito, la decisión de Alfonsín. En esos días, el presidente debía hablar en una Asamblea de la ONU y precisaba los votos africanos para renovar el reclamo de soberanía en las Malvinas. El gobierno prohibió la presencia de un jurado sudafricano en una pelea de Santos Benigno Laciar en Córdoba, campeón mundial de boxeo peso mosca. Y expulsó a rugbiers juveniles sudafricanos que habían arribado silenciosos para competir en el país. Pero no pudo con Los Pumas.

El mundo Puma

Otra vez centro de su propio mundo, Los Pumas rechazaron decisiones políticas y volvieron a viajar a Sudáfrica. Se disfrazaron esta vez de “Hispanoamérica XV” (en Sudáfrica los llamaron “Jaguares”). El diputado opositor (peronista) Antonio Paleari, líder político de las protestas, los llamó “gatitos traidores”. Los rugbiers tenían un punto de razón en su postura. El propio Porta recordó que ya habían competido en Sudáfrica, y sin que estallaran reclamos, tenistas como Guillermo Vilas, Gabriela Sabatini y Mercedes Paz, el piloto de Fórmula 1 Carlos Alberto Reutemann, el boxeador Víctor Galíndez, y muchos más. 

Cerca de ochenta deportistas argentinos lo habían hecho. “Y no fueron calificados de traidores a la patria”, se quejó Porta. Los Pumas eran una selección nacional. Y el desafío no salió gratis. Si aquella gira fundacional de 1965 marcó un punto altísimo de popularidad (gran recepción en Ezeiza, elogios masivos en la prensa), la de 1984, en cambio, agravó un distanciamiento del rugby con el resto del país. El rugby tuvo cero comprensión de los nuevos tiempos democráticos. Así lo apuntó un muy buen libro, El Rugby, publicado el año pasado por Andrés Reggiani y Alan Costa, que recorre la historia social de ese deporte en el país.

La gira de 1984, concretada por fuera de la realidad ya no solo de Sudáfrica, sino también de Argentina, reabrió un debate sobre el rugby, una historia de elitismo, más allá de la enorme masividad que ganó ese deporte en los años siguientes. La crítica de elitismo creció tras el desprecio Puma a un homenaje de los All Blacks por la muerte de Diego Maradona en 2020 y luego por el asesinato del joven Fernando Báez, ese mismo año en Villa Gesell, a manos de un grupo de rugbiers. 

La última gira

Esa de 1984 fue la última gira a la Sudáfrica del apartheid. Sus políticos y dirigentes de entonces, casi un calco de lo que sucede hoy en Israel, ayudaron poco con un discurso que, a medida que crecía el repudio mundial, se fue haciendo cada vez más radical. Hasta Dannie Craven, todopoderoso conductor del rugby sudafricano, casi “un padre” para el rugby argentino, embarró la escena cuando, en aquella gira de 1984, dijo ante la delegación nacional que le gustaba más nuestro país cuando era gobernado por Videla.

Hoy, Los Pumas son uno de los mejores equipos del mundo, debajo, claro, de potencias tradicionales como Sudáfrica y Nueva Zelanda. Escribo este artículo horas antes del juego de ayer, Pumas vs Springboks en el estadio mítico de Twickenham, por el Championship, un torneo entre cuatro naciones del Hemisferio Sur, que completan Nueva Zelanda y Australia. Imposible olvidar las escenas del primer duelo del sábado pasado en Durban, costa este de Sudáfrica, a orillas del Océano Indico. Los Springboks golearon 67–30. Tuvieron a su tradicional capitán, Siya Kolisi, negro, igual que la figura notable del partido, el joven medio apertura Sacha Feinberg-Mngomezulu, nieto de un activista antiapartheid y miembro del Congreso Nacional Africano (ANC) exiliado en Londres y subido a la titularidad del equipo por el entrenador Rassie Erasmus, clave en la formación de los mejores talentos negros. 

Miles de aficionados negros bailaron y cantaron felices en el Kings Par Stadium. Sudáfrica, no casualmente líder en la denuncia por genocidio contra Israel ante la Corte Penal Internacional (CPI) de La Haya, sufre hoy violencia y deuda social. Los ricos blancos se aferran a la seguridad privada. El fin del apartheid no terminó con la brecha de una población negra mayoritariamente marginada. Pero el estadio de Durban fue una maravillosa fiesta popular. Ciudadanos negros y blancos en la selección y en las tribunas. Y el boicot deportivo ayudó al cambio.

Otras lecturas:

Es periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribió columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajó en radios, TV, escribió libros, recibió algunos premios y cubrió nueve mundiales. Pero su mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobró siempre por informar.