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El problema en 2017 era la economía, fue la economía el problema en 2019, y es la economía en 2021. No se trata solo de ganar una elección, sino de poder dar respuesta a la pregunta de cómo se sacará de la pobreza a casi la mitad de los argentinos y argentinas.

Un famoso poema del norteamericano T.S. Eliot contiene el verso “abril es el mes más cruel”. Abril es uno de los meses de la primavera en el hemisferio norte; bien podríamos decir que octubre es el mes más cruel aquí, en el sur. Al menos para los y las profesionales de la política. 

Sin duda octubre es el mes más cruel en 2021, así como septiembre fue el mes más cruel en 2019. El bache temporal que queda entre la realización de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) y la elección propiamente dicha se termina convirtiendo en una una especie de no-tiempo sujeto a dos tensiones opuestas: los ganadores de las PASO quieren que llegue lo antes posible, los perdedores que no suceda. 

Este efecto se vuelve aún más notorio cuando las PASO tienen resultados contundentes, como pasó en 2019 y volvió a suceder en 2021. Si las PASO solo se ganan o pierden por una diferencia de tres o cuatro puntos, las elecciones son competitivas y hacer campaña tiene sentido para quien haya salido primero y quien haya salido segundo. Si la diferencia son ocho puntos o más, ¿cómo salir a hacer campaña como si nada hubiera pasado? 

Por supuesto, salir a hacer campaña puede servir. En el 2019, Mauricio Macri se recuperó del golpe de las PASO. Luego de un discurso desastroso en donde mandó a la sociedad argentina a dormir sin un solo voto contado, y de una conferencia de prensa en donde explicó a la sociedad en shock que ella misma era responsable de la suba del dólar por haber votado mal, Macri dio un golpe de timón y emprendió una gira de actos en treinta ciudades durante treinta días. Así, pudo recortar la diferencia hasta terminar a ocho puntos. Fracasó en ser reelecto, es cierto, pero esa levantada le permitió a Cambiemos tener un resultado bueno en Diputados y Senadores, y afrontar su nuevo rol opositor con un sólido bloque del cuarenta por ciento de los votos. 

No debería ser imposible para el oficialismo salir a recortar la diferencia, aun cuando sea muy difícil revertir el resultado. Cambiemos no solo lo hizo en el 2019, sino que también mejoró sus cifras en 2017 (en ese año, Esteban Bullrich quedó segundo contra Cristina Fernández de Kirchner en las PASO para senador de la provincia de Buenos Aires y terminó ganándole en las Generales). 

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Sin embargo, Cambiemos tuvo en dos oportunidades dos reflejos que hoy parecen estar relativamente en falta en el Frente de Todos. 

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El primero fue un un mensaje unificado, expresado de manera convencida por Mauricio Macri. En esa gira de treinta ciudades en treinta días Macri demostró una actividad casi maníaca, gritando “sí se puede” y “no se inunda más” y besando, si era necesario, el pie de una señora que había perdido el zapato. Es cierto que una campaña legislativa es menos nacionalizada que una presidencial y que no convoca el mismo entusiasmo, pero el Frente de Todos no parece estar en proceso de aumentar la energía de su campaña (restringida también por el COVID.) El problema aquí no es de forma sino de fondo: la primera semana luego de las PASO mostró que el presidente, Alberto Fernández, y la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, tienen diferencias sustantivas de mirada hacia la realidad y el gobierno, y quedan dudas (aún luego de los cambios de gabinete) de que esas diferencias se hayan resuelto. El problema es que un sprint de campaña va a necesitar la presencia de ambos; es más, va a necesitar que Cristina Fernández de Kirchner diga, de manera enfática, que la crisis se ha resuelto, que confía en Alberto Fernández y que es necesario para sus seguidores ir a votar al Frente de Todos. Hay una porción muy importante de los votantes del FdT que tienen una relación directa con CFK y su presencia y su palabra no pueden ser reemplazadas en los actos, mucho menos luego de hacer públicas sus críticas. 

El segundo elemento que Cambiemos puso en juego en 2017 fue un decidido intento de mejorar las condiciones económicas en los meses entre las PASO y la elección. Esto incluyó, por ejemplo, suspender los aumentos tarifarios y aumentar las jubilaciones. Sin embargo, tampoco queda claro que el gobierno de Alberto Fernández tenga decidida una expansión del gasto social en estos días que quedan hasta la elección. De hecho, esta fue una de las cuestiones que le reprochó su vicepresidenta en la carta que le dirigió, en donde mencionó la palabra «ajuste». Sin embargo, los anuncios económicos de estos días fueron escasos y, sobre todo, dirigidos a un puñado de sectores relativamente privilegiados: se anunció el aumento del mínimo no imponible de Ganancias; la posibilidad de jubilarse con treinta años de aportes y menos de 60 o 65 años; un nuevo plan Previaje y una aumento del salario mínimo. Pero estas medidas beneficiarán solo o primeramente a los trabajadores registrados, mientras que el grueso de la crisis la sufren las trabajadoras en situación de informalidad. Digo “trabajadoras” para enfatizar que, en gran medida, el peso de la crisis la están sufriendo sobre todo las mujeres pobres, que tienen el doble peso de estar empleadas informalmente y, además, haberse tenido que hacer cargo de los cuidados de niños, niñas, enfermos, ancianos y adolescentes en el contexto de pandemia. Los empleos perdidos en la pandemia han impactado mayoritariamente en las mujeres. Paradójicamente, la mayoría de los debates sobre la pobreza y el feminismo se enfocan en cuestiones como el lenguaje inclusivo o el apoyo o rechazo al aborto y no mencionan el simple e incontrastable hecho de que las mujeres pobres son las más victimizadas por la crisis económica; la tremenda crisis laboral y de cuidados que enfrentan las mujeres. Sin embargo, no se han concretado aún anuncios de gran escala para llegar a esta población, que casi seguro no va a gozar de la posibilidad de reservar una escapada a Uruguay con el programa Previaje. 

El equipo económico del presidente parece estar apostando a que la recuperación económica traccione a la producción y la industria, y que estas transferencias y subsidios estatales dirigidos de manera mayoritaria a la clase media le permita aumentar sus consumos de tal forma de que se genere demanda de empleo hacia los trabajadores y trabajadores informales. Puede ser que esto suceda en el mediano plazo, pero no deja de ser un argumento sorprendentemente parecido al “efecto derrame”. 

El problema en 2017 era la economía, fue la economía el problema en 2019, y es la economía en 2021. No se trata solo de ganar una elección, sino de poder dar respuesta a la pregunta de cómo se sacará de la pobreza a casi la mitad de los argentinos y argentinas. Los resultados de las PASO demuestran que la sociedad necesita oírlo.

María Esperanza

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Soy politóloga, es decir, estudio las maneras en que los seres humanos intentan resolver sus conflictos sin utilizar la violencia. Soy docente e investigadora de la Universidad Nacional de Río Negro. Publiqué un libro titulado “¿Por qué funciona el populismo?”. Vivo en Neuquén, lo mas cerca de la cordillera que puedo.