La guerra sigue, y debilita a Europa: ¿cuál es el papel de EE.UU.?

El resultado de las midterms allana el camino para que el conflicto en Ucrania entre en un segundo año. Sin horizonte de final cercano a la vista, la voz de Europa brilla por su ausencia.

¡Buen día!

Espero que te encuentres bien. Hoy volvemos por un rato a un tema que hemos postergado, luego de ediciones dedicadas a Brasil (spoiler: se vienen cositas en los próximos días). Vamos a volar de Washington a Kiev, con algunas escalas.

Venite.

Las midterms y la continuidad de la guerra en Ucrania

Las elecciones de medio término en Estados Unidos volvieron a desafiar a las encuestas. A la espera de que se terminen de contar los votos para definir quién se quedará con el control de cada Cámara, ya sabemos que no hubo una “ola roja” a favor de los republicanos. A los candidatos demócratas les ha ido mejor de lo previsto, especialmente en estados que serán competitivos en 2024. Facu Cruz trazó un completo análisis en esta nota.

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Entre todas las consecuencias del resultado hay una importante: la continuidad de la política exterior de Biden, sobre todo en relación a la guerra en Ucrania. Todo el camino parece allanado para que el conflicto se extienda a un segundo año, sin horizonte de final cercano por el momento. Esto no era algo dado. Una “ola roja” en el Congreso hubiese dejado en el limbo el envío de asistencia militar y financiera a Kiev, que hasta el momento tuvo apoyo mayoritario de los dos partidos. En esta campaña, Kevin McCarthy, el líder de los republicanos en la cámara baja y posiblemente nuevo presidente del órgano, dijo que no habría más “cheques en blanco”. Otros diputados más extremistas, como la trumpista Marjorie Taylor Green, sugirieron que “bajo los republicanos, ni un centavo más irá a Ucrania”.

Por eso entre todos los ganadores del martes pasado están Zelensky y los europeos, ansiosos en la previa por el compromiso republicano en la guerra y el futuro del vínculo intercontinental. La campaña volvió a poner de relieve la asimetría en el reparto económico de la defensa a Ucrania, un aspecto que señala Trump cada vez que puede, al igual que una parte importante de su partido. Según un informe reciente del centro Kiel, Estados Unidos representa más de la mitad de las contribuciones que recibió Ucrania hasta el momento y puso más plata que toda Europa junta. “Es notable que EE.UU. por sí solo se haya comprometido considerablemente más que todos los países de la UE combinados, en cuya vecindad inmediata se está librando la guerra”, señala el documento, de origen alemán.

Dado que una parte del Partido Republicano sí está comprometida con seguir financiando la guerra y el Congreso estará más parejo de lo que se pensaba, el apoyo va a continuar, aunque difícilmente pueda crecer mucho más, como demanda el presidente ucraniano.

El “alivio” europeo ante el resultado también se apoya en otra de las claves que deja la elección: los primeros síntomas de debilidad de Donald Trump ante el ascenso de un competidor interno. La reelección de Ron DeSantis como gobernador de Florida lo subió al escenario nacional. DeSantis, que ya había chocado con Trump en las semanas previas, no es particularmente un moderado. Conocido por su “guerra contra la ideología woke” -una caricatura del progresismo- y su férrea oposición a las restricciones de la pandemia, al gobernador lo apodan el “Victor Orban estadounidense”. Su desembarco en la primera plana, síntoma de la consolidación del partido en la ultraderecha, consumirá buena parte de la atención republicana en el tiempo cercano y es una amenaza al proyecto de reelección de Trump, que puede lanzarse en los próximos días.

Los líderes europeos quieren evitar a toda costa un segundo mandato de Trump. Entienden que el compromiso renovado de Estados Unidos con la OTAN podría quedar en el aire y el continente relegado en la agenda de política exterior. El entusiasmo igual debería ser regulado: la pelea entre el expresidente y su flamante competidor apenas comienza, y Trump todavía cuenta con un capital invaluable entre las bases. Por lo demás, se sabe poco de la política exterior de DeSantis y no es Trump el único republicano que ha criticado el estado actual de la OTAN y sus integrantes (una breve digresión, pero desde América Latina también deberíamos prestarle atención a lo que diga DeSantis, cuya base está en Florida, el estado que determina buena parte del acercamiento norteamericano a esta región).

Todo este telón de fondo es la excusa para decir algo respecto a Estados Unidos, Europa y la guerra.

La renovada esperanza ucraniana de una derrota extendida de Rusia en el campo de batalla no es el único factor que apoya la tesis de que la guerra va para largo. Como dijimos en este correo, es muy importante prestar atención a lo que busca Estados Unidos del conflicto. Los objetivos declarados ahora incluyen debilitar a Rusia estratégicamente, como parte de un movimiento de política exterior más amplio, donde la prioridad máxima sigue siendo la disputa con China. Esto explica también la posición de Beijing, que ve en Rusia un aliado estratégico que no puede dejar caer. Pero, por sobre todo, explica por qué Washington no ve incentivos para una salida negociada pronto. Esta ventana se cierra cada vez más a medida que el ejército ucraniano gana terreno y ánimos para prolongar la batalla (con el apoyo de Estados Unidos). La última victoria fue la retirada rusa de Jersón, una región clave que conecta Crimea con el resto del país, y que el Kremlin había formalmente anexado hace unas semanas.

Pero mientras la llegada del invierno acecha el terreno de combate y la energía de los hogares europeos, empiezan a aparecer algunas señales interesantes. Por ejemplo: el Washington Post reveló la semana pasada que la Casa Blanca está presionando al liderazgo ucraniano para que no dejen de mostrarse abiertos a una negociación. Unos días después, Zelensky desechó la precondición de que las charlas sólo podían darse con Putin fuera del poder. Pero la presión de Estados Unidos apunta solo al terreno narrativo. “La solicitud de los funcionarios estadounidenses no tiene como objetivo empujar a Ucrania a la mesa de negociaciones. Más bien, lo llamaron un intento calculado de garantizar que el gobierno de Kiev mantenga el apoyo de otras naciones que enfrentan electorados que desconfían de alimentar una guerra durante muchos años”, se lee en la nota.

Esta suerte de mojada de oreja confirma, por un lado, la prevalencia de los intereses estadounidenses en el flanco occidental de la guerra, a la que le auguran un futuro de “muchos años”. Pero también advierte sobre el malestar que puede empezar a respirarse en la ciudadanía europea, especialmente en países como Italia, Francia y Alemania, que han manifestado una postura más dialoguista que sus vecinos europeos del Este como Polonia o los bálticos, cuyos gobiernos acompañan la vocación de profundizar la guerra contra Rusia. Lo interesante es que ese malestar no es, al menos por ahora, un factor determinante en el devenir del conflicto. Y hablamos de las tres economías más grandes de la eurozona.

Como explica de manera magistral Anatol Lieven, hoy es difícil pensar en una salida negociada. El avance ucraniano en los últimos meses y la anexión rusa de nuevas regiones alteraron las expectativas y los incentivos para el diálogo, dado que ambas partes consideran que no tienen mucho para ganar si se sientan ahora, aunque esto podría cambiar ante un escenario de pérdida prolongada de vidas. Pero este no es el único problema. Hay que empezar a tener más en cuenta, sugiere Lieven, la posibilidad de que Rusia decida utilizar armas nucleares si se ve acorralada o si, por ejemplo, Ucrania decide –con apoyo occidental– intentar recuperar Crimea, anexada por el Kremlin en 2014. Una Ucrania envalentonada puede traer problemas. Así se puede explicar que Estados Unidos haya abierto un canal de diálogo con asesores de Putin para evitar este tipo de escalada. La pregunta sobre qué busca Ucrania ahora que se ha empoderado (¿volver al mapa de 2014, con Crimea? ¿Al de febrero de 2022, sin las anexiones? ¿Una tregua sin acuerdo territorial?) se combina con la de los objetivos estratégicos de Estados Unidos y su percepción de los límites.

En cualquier caso, la voz de Europa, o de una parte de ella (la occidental), brilla por su ausencia. Cada vez más lejos del proyecto de “autonomía estratégica” que postula el presidente francés Macron, la guerra ha confirmado la prevalencia de la alianza con Estados Unidos, mientras el continente se aleja más de China (un síntoma de eso fueron las desmedidas reacciones ante la visita del canciller alemán a Beijing, en busca de proteger intereses comerciales). Esta tensión se va a volver más evidente en los próximos meses, cuando la preocupación ciudadana crezca con la llegada del invierno. ¿Podrán los líderes europeos forzar una excepción en el envío de gas ruso, por ejemplo? ¿Influirán sus voces en el devenir de la guerra? ¿Puede Europa aguantar un conflicto de muchos años?

El foco en la política doméstica de Estados Unidos, el aportante vital al paraguas de defensa europeo, incluye otro dilema. Puede que la ola roja no se haya materializado en las midterms, pero la posibilidad de un triunfo de Trump en 2024 (o la de un republicano condicionado por la base America First) sigue siendo importante. Ese mero movimiento pondría fin a la primavera otanista y dejaría a Europa en un lugar más incómodo, obligada a pagar más por su defensa en un contexto de restricción doméstica.

Todos los escenarios pensados a partir de la guerra se parecen en algo: Europa saldrá más debilitada, con menos poder y capacidad para influir en la dirección del mundo que viene.

Otras cosas que están pasando en el mundo

  • Hace más de veinte días que Bolivia vive una ola de protestas con epicentro en Santa Cruz, la capital del pujante Oriente. Como explica Fernando Molina, el “paro cívico” –el mismo nombre que tuvo la movilización que desembocó en el golpe de 2019– se originó por la postergación del censo nacional, cuyos resultados le darán más recursos a una región que recibe cada vez más migración interna. El sábado, el presidente Arce decidió reconsiderar la fecha y la fijó para principios de 2024, como pedían las autoridades de la región. Los cruceños dieron 72 horas al gobierno para liberar detenidos. Las protestas siguen. Mientras tanto, el oficialismo, que denuncia el intento de un nuevo golpe, está consumido en tensiones internas, que estallaron en el Congreso.
  • Hay que ponerle el ojo a Pakistán. Después de sobrevivir a un intento de asesinato, el ex primer ministro Imran Khan sigue convocando a marchar contra el gobierno y el Ejército. Destituido por el parlamento el año pasado, la exestrella de cricket dijo que su salida fue instigada por Estados Unidos, preocupada por la cercanía de su gobierno con China, entre otras cosas. Como explican acá, la ofensiva que está montando Khan contra el sistema político –donde los militares juegan un papel crucial– puede generar fuerte inestabilidad, dado que las protestas tienen apoyo en un sector importante de la población. El intento de asesinato es apenas un síntoma.
  • Y ya que estamos con revueltas, te quiero contar dos noticias de África, una buena y una mala. La mala: el conflicto entre la República Democrática del Congo y rebeldes en el este del país se está agudizando. La disputa, en una zona rica en minerales donde aflora la minería ilegal, amenaza con salir del país. Kenia se comprometió a mandar soldados para combatir a los rebeldes. El gobierno de Ruanda, por otro lado, chocó con las autoridades de la RDC, a la que acusaron de violar su espacio aéreo. Es que el conflicto se da muy cerca de la frontera, y hay acusaciones de que Ruanda está cobijando a los rebeldes. Pero la región tiene una buena: después de una guerra civil de dos años, con millones de desplazados, el gobierno de Etiopía firmó un cese al fuego con los rebeldes de Tigray, en el norte del país. Se espera el desarme de la milicia.

Eso fue todo por hoy. Gracias por leer.

Un abrazo,

Juan

Cree mucho en el periodismo y su belleza. Escribe sobre política internacional y otras cosas que le interesan, que suelen ser muchas. Es politólogo (UBA) y trabajó en tele y radio. Ahora cuenta América Latina desde Ciudad de México.