Gracias por el chocolate

Suntuoso, profundo y versátil, el chocolate protagoniza este Hilo Conductor en el que rastreamos de qué manera aparece insistentemente en el cine, los libros y la publicidad.

Hola, ¿qué tal? Espero que estés disfrutando de este fin de semana largo porque después los feriados del año caen todos en días malísimos. Yo estoy más o menos bien, como dice la canción de El Mató. Abril es un mes que en general me gusta. Uno de los motivos es que las góndolas y kioscos se llenan de huevos de pascua de distintos tamaños. Los miro ahí dispuestos, con sus envoltorios exagerados y sus rellenos secretos, y tengo sentimientos encontrados. Me dan muchas ganas de comerlos a todos y a la vez me traen recuerdos de pascuas familiares, que si bien siempre fueron más bien ateas, tenían a los huevitos como protagonistas. Y aunque sus precios sean exorbitantes, me tranquiliza saber que hay una época del año en la que se puede comer impunemente todo el chocolate que queramos. Sí, hoy vamos a hablar del majestuoso chocolate. Porque no siempre este humilde newsletter coincide en tiempo y forma con el domingo de pascua. 

El chocolate y la cultura tienen una historia larguísima. Todo empezó con el cacao, esa planta cultivada por los mayas desde hace unos dos mil años o más. Su nombre quiere decir “jugo amargo” en náhuatl. Una vez estuve en México y tuve en mis manos el cacao en fruto y me pareció increíble que uno de los alimentos más suntuosos y especiales viniera de esa vainita amarronada y dura, con un sabor intenso y un poco infranqueable. Amo a la humanidad por haber entendido cómo aprovechar todas sus propiedades, por haberlo convertido en el chocolate tal como lo conocemos hoy. Creo que las personas del mundo pueden dividirse perfectamente en cuatro grupos: los que prefieren el chocolate amargo, las que optan siempre por el chocolate con leche (mi gente), las que eligen sobre todo el chocolate blanco, y la triste minoría que no come chocolate de ningún tipo. No conozco a nadie de este último grupo.

Hoy vamos entonces a recorrer algunas manifestaciones culturales en las que el chocolate como tema tiene cierto protagonismo. Noté en lo que iba encontrando que en general se referían al chocolate como una presencia casi humana, como un alimento que genera sentimientos extravagantes, que puede llegar a cambiar nuestro estado de ánimo (otros que lo consiguen son el mate o el café). Así que trataré de no empalagarlos. Aviso que me abstuve de seleccionar literatura infantil o documentales de cocina, porque ahí se volvía todo demasiado vasto. Sí me interesa sugerirles que para aprender más sobre la historia de este elíxir pasen por la edición dedicada al tema de Cómo funcionan las cosas, el excelente newsletter de Valentín Muro, un amigo de la casa. Valentín nació en Bariloche, por lo que tuvo la suerte de comer excelente chocolate desde chico e investigó un poco los relatos detrás de algunas familias chocolateras que se convirtieron en emblemáticas marcas. Además, tira algunos datos científicos como que comer chocolate mejora la memoria y la organización visual-espacial, el razonamiento abstracto y también nuestra capacidad de introspección. No tengo pruebas pero tampoco tengo dudas. 

Fetichistas del chocolate

Para ilustrar este Hilo no vamos a recurrir al arte sino a la publicidad. Me interesa compartir una serie de avisos antiguos que buscan promocionar o vender ciertos tipos de chocolate para analizar juntos qué imágenes se construyen ahí. La mayor parte de las que seleccioné están protagonizadas por niños, destinatarios bien específicos, como esta de acá abajo en la que el chocolate se chorrea de manera poco sutil para que un grupo de pequeños se empachen de dulzor. Pero con el tiempo fueron apareciendo también imágenes más celestiales con ángeles y dioses, como si el chocolate proviniera de otros mundos, hasta transformarse en las propagandas que vemos hoy, generalmente protagonizadas por mujeres que reciben chocolates o bombones como regalos de parte de alguien que quiere tener algo con ellas. Les dejo un puñado de avisos y los invito a pasar por aquí para ver muchos más, de Suchard, Nestlé, Cadbury, Milka, Hershey’s y un largo etcétera de marcas internacionales.

Pasemos a la literatura. En particular a la obra de Amélie Nothomb, la escritora belga que publica una novela por año, con mucha fama de excéntrica. Parece que es una loca del chocolate. Encontré esta declaración en una entrevista con Revista Ñ: “No sé si hay que ver en el chocolate un símbolo sexual. Para mí es el alimento perfecto, el alimento divino. Me alimento en un 80% de chocolate y creo que podría hacerlo en un 100%. Es el alimento más próximo a Dios”. O sea que come más chocolate que proteínas o frutas. Y es exitosa y genial. Me interesan estas fórmulas. En su obra esta obsesión chocolatosa se cuela varias veces. En su Biografía del hambre, suerte de autorretrato literario en el que repasa sus insaciables apetitos, confiesa que siempre tiene hambre de algo dulce, y describe sus empachos con chocolate como una experiencia sublime: “Soy una gran fetichista del chocolate y puedo comer cantidades monstruosas. Ni siquiera hace falta que sea bueno”, admite Nothomb. También aparece de una manera muy original en Metafísica de los tubos, la novela narrada por un bebé superdotado que se cree Dios, hiperlúcido y autoconsciente. En verdad debo decir que no está narrada exactamente por un bebé, sino por una criatura anfibia que al probar a los dos años el chocolate blanco se convierte en un ser animado. Rarísimo, pero interesante, ¿no? Y por último en su libro Ácido sulfúrico, una historia que transcurre dentro de un reality show monstruoso, el chocolate se convierte en prenda de cambio entre participantes que buscan tener una experiencia amorosa en medio de la adversidad. Me interesa el modo en que Nothomb ficcionaliza sus obsesiones y las pone a circular entre personajes complejos con un humor muy border. 

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Otra escritora que me encanta, Lydia Davis, le dedica al chocolate un relato interesante, incluido en No puedo ni quiero, su colección de textos breves traducidos por Inés Garland. Se llama “Una pequeña historia sobre una pequeña caja de chocolates” y cuenta, como su nombre lo indica, lo que le sucede a una mujer que recibe de regalo en Viena una cajita con chocolates dentro. “La caja era tan pequeña que entraba en la palma de la mano y, sin embargo, como por milagro, tenía 32 chocolatitos, perfectos, todos diferentes, en dos capas de 16 cada una”. A partir de recibir este presente, a ella le empieza a pasar que quiere comerlos pero no se decide. Piensa en compartirlos, en mostrarlos, pero no puede dar el paso definitivo para degustarlos. La caja es tan perfecta que desarmarla le da una especie de culpa. Un claro ejemplo de cómo el fetiche por el chocolate convertido en objeto de deseo puede escalar hasta el absurdo. Pero, ¿cuánto tiempo se pueden guardar chocolates?, se pregunta quien narra. Finalmente, cuando la mujer se digna a probarlos, descubre que era “muy bueno, rico y amargo, dulce y raro al mismo tiempo”, y decide que a partir de ese momento solo comerá pequeños chocolatines que concentren en un bocado toda esa gama de sabores. Creo que lo que más me gustó de este cuento es su franqueza. Lydia Davis es una maestra a la hora de retratar sentimientos delicados, necesidades ridículas y demás arbitrariedades que ponen a prueba cualquier subjetividad. Y siempre narra con gracia, transmitiendo la idea de que cualquier persona, por más extrañas costumbres que tenga, es digna de ser observada y llevada al terreno de la literatura. 

Una dulzura especial

Pasemos a revisar la presencia del chocolate en un puñado de películas. Dejaré afuera algunas muy clásicas ya, como el caso de Como agua para chocolate, basada en el libro de Laura Esquivel, en la que una historia de amor prohibido se va contando a través de varias recetas culinarias. También omitiré Chocolate, el primer film de Claire Denis como directora, porque ahí el chocolate no hace alusión al dulce comestible sino a una expresión francesa usada en los cincuenta que implicaba “ser engañado”. Ni hablaré de Gracias por el chocolate, un drama complejo del director francés Claude Chabrol protagonizado por Isabelle Huppert, porque casi no se menciona al chocolate en cuestión sino que la peli trata sobre los dilemas morales de sus personajes (igual si las quieren ver están en Mubi). Empecemos.

  • Chocolate, del director sueco Lasse Hallström (2000). Protagonizada por la dupla explosiva de Juliette Binoche y Johnny Depp, cuenta la historia de una madre soltera que en la década del 50 se instala, en pleno ayuno de la cuaresma, en un pueblo muy conservador con la idea de abrir una tienda de chocolates. La premisa es sencilla y la película también. Es la típica historia de confrontación entre una mujer que quiere salir adelante con sus propias ideas y recursos, y de un pueblo recalcitrante que se le opone. Y Depp acá congenia bien con Binoche, porque su personaje también es una especie de desclasado, al que el pueblo rechaza por tener otra moral. Una película pequeña y digna.
  • Charlie y la fábrica de chocolate, de Tim Burton, basada, por supuesto, en el libro homónimo del GRAN Roal Dahl. También con Johnny Depp en el rol del extravagante Willy Wonka, esta es una película bastante triste que tiene a la pobreza (material y simbólica) como su tema central. La premisa parece sencilla: un niño –Charlie– encuentra en una tableta de chocolate un billete dorado que le permite conocer la fábrica donde se hacen. La visita a esa fábrica dirigida por Wonka (un ser solitario y con problemitas) y operada por los rarísimos seres llamados Oompa-Loompas se lleva casi toda la película. Me interesa acá cómo se conjuga un sueño infantil como es conocer una fábrica donde se hace chocolate, con un trabajo finísimo sobre la imaginación y una reflexión corrosiva sobre la ambición y la pobreza. Les dejo una semblanza de Dahl y la música original, realizada por el talentoso Danny Elfman. (Película disponible en HBO Max)
  • Y hablando de Dahl, no puedo no compartir esta escena de cuatro minutos de la película Matilda, también basada en un libro suyo, en la que un niño es obligado por la directora del colegio (la malvada Troncha Toro) a comerse frente a todos sus compañeros una torta gigante, gigantísima, de chocolate oscuro como la noche. Otra vez Roal Dahl pone en escena la crueldad de ciertos adultos para generar traumas infantiles sin medir las consecuencias, observados por un ojo que los expone y ridiculiza, aunque para eso haya que hacer que los niños vomiten chocolate.
  • Y si de niños veníamos hablando, encontré por ahí este bello cortometraje inglés de 10 minutos llamado The boy with chocolate fingers, de Chris Palmer, íntegramente protagonizado por chicos, incluso en los roles adultos. Narrado por una voz en off en verso, cuenta la vida de un pequeño hijo único que nació con dedos de chocolate. Cada dedo es como una barrita de Águila, lo que provoca que le hagan mucho bullying en la escuela. Con una fotografía muy buena y un elegante sentido del humor, este corto (que se puede ver acá) también se mueve por esa zona incómoda que implica tener algo tan codiciado y rico como el chocolate de una forma traumática o difícil de asimilar. 

Chocolates argentinos

Fenoglio, Mamushka, Rapa Nui, Fénix, La Pinocha son algunas de las marcas argentinas de chocolate que se me vienen a la cabeza. Y si pienso en quienes se encargan de trabajar con las materias primas chocolatosas para transformarlas en postres suntuosos, dos de sus representantes más obvios son Osvaldo Gross y Ximena Sáenz

Gross es un chef muy fino y profesional, dedicado a la enseñanza de la pastelería de alto nivel (uno de los directores del IAG), y un especialista indiscutido en chocolate. Me pareció genial que se hiciera cargo de su fanatismo apareciendo en la tapa de su libro Chocolate literalmente bañado en él (bueno, con la cabeza un poco embadurnada). Gross tuvo durante años un programa en El Gourmet con recetas con chocolate como ingrediente principal (en general difíciles, no para principiantes, acá las emisiones viejas) y encontré que también participó de un podcast durante la pandemia llamado El primer café, en el que habló de las modas, los mitos y los lugares donde encontrar los mejores chocolates.

Por su parte, Ximena Saenz tiene un perfil mucho más popular que Gross y armó su carrera en base a compartir recetas dulces para que cualquiera pueda hacerlas en su casa. Estuvo durante doce años en la conducción del programa Cocineros argentinos, reinventando ingredientes y probando cosas nuevas. Acá por ejemplo les dejo un video en el que cocina en vivo una golosa y clásica torta de chocolate. 

Y no me quiero privar de compartirles también esta receta increíble de Natalia Kiako, una cocinera muy creativa que usa siempre ingredientes naturales (sin harinas ni azúcares refinados, etc.). Ella prueba combinaciones a ver qué sale y así fue que inventó una crema chocolatosa suave y turgente de cacao y porotos llamada por supuesto Chocoporotos, muy rica e ideal para hacerle a los chicos para que se empachen, pero de legumbres. Acá está la receta, que es facilísima.

Antes de cerrar el tema, les dejo solo dos canciones para amenizar. Por un lado, “Come chocolates”, de la gran Liliana Felipe, con la letra basada en un texto de Álvaro de Campos, uno de los alter egos de Pessoa que dice “¡Come chocolates, niña! Mira que no hay más metafísica en el mundo/ sino chocolates. Mira que todas las religiones/ no enseñan más que la confitería”. Y la otra, “Chocolate” del grupo de rock inglés Tinderstick. Una canción muy climática y cromática de 9 minutos que empieza con un recitado y se pone más compleja. 

Ahora sí, me despido hasta dentro de quince días. 

Espero que acompañes la lectura de este Hilo saboreando o tomando un buen chocolate. Que te dejes llevar por su suave y profundo sabor. 

Gracias por leer. Y por favor cuidate mucho.

Malena

Soy licenciada en Letras por la UBA y trabajo hace muchos años en la industria editorial. Fui editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Formo parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tengo un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumulo en mi biblioteca. Lo que más me gusta es viajar.