Final abierto
Chile va a las urnas en una elección impredecible. La pregunta de quién y cuántos van a salir a votar protagoniza los últimos días de campaña.
¡Buen día!
Espero que esta semana te encuentre bien. Yo estoy empezando a caer en la melancolía de fin de año, con todos sus rituales y puesta en escena. Estar afuera para estas fechas implica perderse todos los festejos, brindis y etcéteras, lo cual puede ser bueno o malo dependiendo de cómo te caiga la gente que va. En general a mí me gusta ir. De hecho, ahora que lo pienso bien, no entiendo cómo a alguien le puede molestar ir a un festejo de fin de año. ¿Cómo te puede molestar pasar un par de horas tomando y comiendo gratis (si te hacen pagar entonces sí, cualquier excusa es válida para no ir) con un grupo de gente con la que compartiste algo este año, por lo demás tan particular? Ahora que lo pienso bien, el molesto soy yo. Porque fin de año me mueve todo y estar lejos no ayuda. Así que vayan a brindar y diviértanse un poco, por favor.
Para hoy cambié un poco el formato del correo. Cuestión de probar. Empecemos.
Finales
A menos de una semana de las elecciones de segunda vuelta en Chile, el desenlace está abierto.
La pregunta de quién va a ganar está supeditada a otra, la más importante de cara a la última semana de campaña: ¿Quién y cuánta gente va a salir a votar? Es posible que el número de participación no varíe mucho al de la primera vuelta (47%), pero que haya una renovación de electores. En 2017, por ejemplo, hubo cerca de 1 millón de votos de la primera vuelta que no aparecieron en la segunda y 1,4 millones de electores que recién se sumaron para el balotaje. El dato es particularmente relevante en una elección donde Kast y Boric concentraron menos del 54% de los votos, el porcentaje más bajo desde el retorno de la democracia. Dicho de otro modo: nunca hubo tantos votos que quedaron fuera de la segunda vuelta. Ese dato, sumado al más del 50% de abstención, decoran una elección cuyo resultado se volvió impredecible.
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Fuentes de los dos comandos coinciden en el diagnóstico y en que la carrera se estrechó en los últimos días. Está prohibido difundir encuestas, pero las que circulan por WhatsApp le siguen dando una ventaja a Boric de dos o tres puntos, una cifra atrapada en los márgenes de error. “Siento que no se está creciendo lo suficiente para ganar. Todavía hay sectores medios y bajos que siguen dudando de Gabriel. Kast no tiene mucho de donde sacar y concentra niveles de rechazo más altos, pero él gana desmovilizando. Hay mucha gente que va a decidir el domingo si va a ir a votar o no. Me preocupa que Kast se haya normalizado un poco, porque, si lo naturalizan, le pierden el miedo”, me dijo un asesor cercano a Boric.
Acá ya hablamos sobre esas operaciones de normalización y también sobre otro factor clave: la autogestión. Aquellos que se movilizan al margen de la campaña y la candidatura de Boric. “Si ganamos es por los autoconvocados”, dicen en su entorno. Esa movilización es palpable y está apareciendo precisamente en las zonas que el comando rotuló como cruciales: el sur y el centro de la Región Metropolitana, en comunas de corte popular, y en Valparaíso. La apuesta es sacar a votar gente que no acudió a la primera vuelta pero quizás votó “Apruebo” en el plebiscito, especialmente jóvenes. La pregunta es si va a ser suficiente.
Kast tampoco descuida la Región Metropolitana, que concentra el 40% de la población del país. No solo aspira a crecer en las comunas ricas, donde triunfó el “Rechazo” a la Constituyente, sino que en los últimos días fichó y activó a los alcaldes de Puente Alto y La Florida, dos comunas populares que forman parte del cordón y estrategia de Boric para descontar votos. Con el sur como terreno seguro, la estrategia se completa con los votos antimigrantes que capturó Franco Parisi en el norte.
Pero esos votos de Parisi siguen siendo una incógnita. No solo por su destino a una u otra playa sino principalmente porque no se sabe cuántos de esos 900 mil votos van a aparecer en la segunda vuelta. La semana pasada, Ciper publicó un reportaje donde se denuncia cómo algunos dirigentes de su partido recibieron plata para gastos de campaña en cuentas personales. El escándalo sirvió para que Boric terminara declinando su participación en el streaming de Parisi, al que Kast fue la semana pasada. Visiblemente ofuscado, el candidato anticasta va a dedicar la emisión del martes a “desmenuzar” el programa del Frente Amplio.
Hoy a las ocho de la noche es el debate presidencial, el último gran evento de campaña antes del domingo. El viernes pasado, Kast y Boric debatieron en la radio, donde se sacaron chispas. A excepción quizás de una pregunta sobre pensiones, al candidato de la izquierda se lo notó más cómodo, hasta que Kast empuñó una denuncia de acoso sexual que el dirigente recibió hace unos años (el ultraderechista habló, en un lapsus sospechoso, de “abuso”). Boric quedó descolocado. Es factible que Kast siga machacando con el tema durante la semana (con foco al electorado femenino del que hablamos el correo pasado).
Acá, en Santiago, medios y académicos no se cansan de hablar de “polarización” y del famoso centro. Se escriben columnas que enmarcan la elección en una batalla de miedos: el “anticomunismo” contra el “antipinochetismo”. Muchos señalan el falso encuadre: que es injusto tildar a Boric de extremista cuando su programa es más parecido a una socialdemocracia europea actual que al del chavismo, mientras que Kast sí representa un extremo. Y es probable que tengan razón. Sin embargo, uno de los aportes más lúcidos a este debate lo escuché en una charla en la Furia, una feria del libro independiente que tuvo lugar el fin de semana. Allí, Ricardo Solari, ministro de Lagos y asesor de Bachelet, discutía sobre el contexto de la dictadura. “Eso era polarización. Acá no hay polarización. Es difícil hablar de polarización cuando el 50% de los inscritos para votar ni se molesta en ir”.
Es ese país del que no hablamos. El que ignoramos cuando decimos que Chile va para tal o cual lado, cuando hay una mitad que queda afuera. Una parte de ese mundo es el que se manifestó en el estallido, junto a sectores de la otra mitad, pero no viene al caso. Ese país que no vota, ese “universo abstencionista” del que hablan las ciencias sociales, es bien heterogéneo y, al parecer, desconocido. Hace dos años era común mencionar ese iceberg invisible, que hoy aparece derretido en la coyuntura de la opinión pública. Pero lo que pase en ese país el domingo, de los que voten o decidan quedarse en su casa, depende en buena medida el resultado de las elecciones.
Algo para ver: este es un gran momento para ver –o rever– No, la película que narra la campaña del plebiscito que puso fin a la dictadura de Pinochet, que tanto ha reaparecido en el imaginario de estas últimas semanas. Simplifica un poco la campaña, pero ayuda a entender el clima y cosas que siguen presentes al día de hoy, como la mítica franja televisiva. Por lo demás es muy linda. Está en Netflix y en la interné (Stremio).
Lee también: El Congreso chileno aprueba el matrimonio igualitario.
Tensiones


Sigue el foco militar entre Ucrania y Rusia que contamos la semana pasada, con el despliegue de casi 100 mil tropas rusas en distintos puntos de la frontera.
Después de la videollamada que mantuvieron Biden y Putin el martes, el estadounidense propuso una instancia de diálogo entre el Kremlin y algunos países de la OTAN para discutir las demandas de seguridad del ruso, que quiere garantías de que la alianza militar no se va a seguir expandiendo al Este, sobre todo a Ucrania y Georgia. Fue una señal de que la Casa Blanca quiere ponerle fin cuanto antes a la escalada y que –como ya aclaró– no está dispuesta a intervenir militarmente en un conflicto. Atento a los equilibrios, Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional, dijo que Biden no hizo “compromisos o concesiones” e insistió en que “graves sanciones económicas” se preparan en caso de una invasión rusa. Fue un mensaje dirigido a Ucrania y otros países de Europa del Este, que ven con preocupación las maniobras de Putin y quieren más garantías de Estados Unidos. Biden llamó a varios de esos líderes en los últimos días.
Si la OTAN se reúne para discutir sus demandas, Putin se anotaría un primer triunfo simbólico. Pero de ahí a un acuerdo para desactivar el conflicto hay un abismo. Rusia exige que la alianza revierta un compromiso que hizo en 2008 de incorporar en algún momento a Ucrania y Georgia. Es una promesa que, por ahora, está bien lejos de cumplirse, pero retirarla sería visto como un pésimo mensaje hacia dentro y fuera de la alianza.
Por otro lado, las motivaciones de Putin siguen siendo un enigma. Para algunos, el ruso está buscando compromisos reales de la OTAN acerca de su expansión al Este. Otros aseguran que, al igual que en 2014, el Kremlin quiere proyectar la amenaza de invasión para mejorar su apoyo dentro de Rusia, en un momento de vacas flacas. También hay voces que se toman en serio la amenaza de la invasión. Esta última hipótesis hace hincapié en un largo ensayo que el presidente ruso publicó hace unos meses, en el que habla del lazo histórico de ambas naciones y dice que el ruso y el ucraniano son “una sola persona”. Otra lectura, no excluyente, es que Putin está buscando llamar la atención y obligar a Estados Unidos y sus aliados europeos a escuchar sus demandas y tratarlo como a un igual.
Algo para leer: este explainer.
Cumbres
A propósito de las reuniones de fin de año, finalmente se llevó a cabo la polémica “Cumbre de la democracia”, organizada por Estados Unidos. La lista de invitados causó revuelo: hasta The Economist señaló las contradicciones de no haber invitado a Bolivia y Sierra Leona, entre otros, y sí a Polonia y Angola, países con evidentes déficits democráticos. Gigantes como Brasil e India, que vienen cayendo en los célebres rankings de democracias, también fueron invitados. Sin embargo, fue la inclusión de Taiwán la que despertó revuelo y el reclamo de China.
De todos modos, Beijing no tiene mucho de qué lamentarse. La cumbre fue pura retórica y terminó sin ningún anuncio importante, algo esperable en un evento de más de 100 países bien distintos. Pero la contradicción en la lista de invitados es el síntoma de otra cosa. La convocatoria forma parte de la estrategia de Washington de enmarcar la disputa con China en el campo de los valores: democracias contra autocracias. Pero esa misma política de contención a China también incluye la participación de aliados con escasas credenciales democráticas, como India o Tailandia en el Asia Pacífico. Y, esta tensión, conocida en la academia como la dicotomía entre intereses y valores, es quizás la lección más significativa que deja la cumbre.
Y después está ese temita siempre complejo de la democracia en casa. Va un ejemplo de la semana: un ex-asesor de Trump le dijo al Congreso que el republicano había armado un powerpoint que incluía un plan para un golpe de Estado. Tranqui.
Más cumbres: Celac y China afianzan relaciones en III Reunión Ministerial.
Rupturas


Nicaragua rompió relaciones diplomáticas con Taiwán para tenerlas con China. Es el octavo país que abandona la isla en cinco años, una tendencia particularmente fuerte en Centroamérica: República Dominicana, Panamá y El Salvador fueron algunos de los veletas de los últimos años. El giro llega a semanas de la última reelección de Ortega (que contamos acá) y en un momento donde el gobierno aumenta la confrontación con Estados Unidos, que mira el cuadro con preocupación.
Y es que el foco ahora está puesto en Honduras, uno de los 14 países que todavía reconoce a Taiwán, pero que podría cambiar de bando pronto, tal como prometió la presidenta electa, Xiomara Castro, en campaña. Ahora la nueva misión de Washington en el frente contra China se traslada ahí, dice el Financial Times.
Algo para leer: a propósito de Nicaragua y China, me acordé de esta crónica de Jon Lee Anderson sobre el canal que Ortega quiso construir con un empresario chino, bastante turbio, como aliado. El proyecto se abandonó unos años después, aunque Ortega propuso revivirlo en 2019. El texto, publicado en inglés en The New Yorker, forma parte de Los años del espiral (Sexto Piso, 2021), el libro que traduce y reúne las crónicas de Jon Lee sobre América Latina y del que seguro te voy a escribir pronto.
Vacunas
La semana pasada, el gobierno chino prometió mandar mil millones de vacunas contra el coronavirus a África. De esas, 600 millones serán en forma de donaciones (algunos señalan que la maniobra busca cambiar el enfoque del acercamiento de China a la región: de la deuda a la diplomacia de vacunas). El anuncio es clave en un contexto donde sólo el 7,5% de la población africana ha sido vacunada. Pero, para muchos, no va a ser suficiente: además del limitado acceso a dosis, África tiene serios problemas de distribución, equipamiento y resistencia de amplios sectores sociales a ser vacunados.
Esta nota de Max Fisher se centra precisamente en este último factor, y el hallazgo es tan alarmante como fascinante. Buena parte de ese escepticismo, localizado más que nada en las comunidades rurales, tiene su origen en el colonialismo. Las campañas occidentales de vacunación forzada y abusos médicos dejaron una marca difícil de remover por las autoridades sanitarias actuales, que acarrean además otros problemas.
La primera campaña mundial moderna, iniciada en 1959 contra la viruela, generó un profundo escepticismo en varias regiones de África y Asia, donde fue vista como una continuación de los abusos médicos de la era colonial. Algunos funcionarios de la OMS utilizaron la fuerza física para vacunar a las personas, lo que profundizó la desconfianza. La campaña duró 28 años.
Picadito
- Fin de la era Merkel: asume formalmente Olaf Scholz como canciller; debuta con viaje a Francia.
- El Congreso peruano rechaza la moción de vacancia contra Pedro Castillo, que sobrevive (por ahora).
- Myanmar: condenan a 2 años de prisión a Aung San Suu Kyi, la líder derrocada por el golpe; una “huelga silenciosa” en forma de protesta vacía las calles.
- Assange, en plena batalla judicial; se confirma que sufrió un derrame cerebral en octubre.
- El Ejército de Etiopía recupera terreno frente a los rebeldes y aleja la guerra de la capital.
“Fuck him”


El último chisme de la política internacional fue revelado esta semana por Barak Ravid, autor de un nuevo libro sobre el vínculo entre Estados Unidos e Israel durante el gobierno de Trump. En este se incluyen dos entrevistas del periodista al ex presidente. En la primera, hecha en abril, Ravid le pregunta a Trump por Netanyahu. “Fuck him (que se joda)”, responde Donald, que quedó dolido porque Bibi no lo acompañó hasta al final en su aventura golpista.
«La primera persona que felicitó [a Biden] fue Bibi Netanyahu, el hombre por el que hice más que por cualquier otra persona con la que traté», dijo Trump. «Bibi podría haberse quedado callado. Ha cometido un terrible error». Lo que dijo Donald sobre su vínculo en los cuatro años de gobierno es tan cierto que hasta Netanyahu lo reconoció en su momento, cuando lo llamaba “el mejor amigo de Israel”.
En la segunda entrevista para el libro, realizada después de la expulsión de Netanyahu del poder, Trump se modera un poco. «Puedo decirte que la gente estaba muy enojada con él cuando fue el primero en felicitar a Biden”, dijo, aunque en rigor no fue el primero. Después aludió al mensaje grabado que Bibi le dedicó al demócrata. “El video era casi como si estuviera pidiendo amor. Y, dije, ‘Dios mío, cómo cambian las cosas’. Entonces, ya sabés, me decepcionó … Como sabés, soy muy popular en Israel». Eso último también es verdad. Y explica por qué estas revelaciones son un bombazo para Netanyahu, que todavía sigue queriendo volver al poder.
Pero, quizás más importante, las declaraciones son un recordatorio de cómo pueden cambiar las amistades en tan poco tiempo. Pasa en la política internacional, pasa en la vida 🙁
Nos leemos el lunes.
Un abrazo,
Juan