En una derrota, todos tienen razón

Cuenta la leyenda que Eduardo Duhalde, en el medio mismo de las semanas más críticas de su presidencia, dijo que “en una crisis todos tienen razón”.

Cuenta la leyenda que Eduardo Duhalde, en el medio mismo de las semanas más críticas de su presidencia, dijo que “en una crisis todos tienen razón”. 

Propongo cambiar “crisis” por “derrota”. 

El gobierno de Alberto Fernández ha sufrido una dura derrota en las PASO del domingo pasado. La misma fue dura cuantitativamente (perdió en 16 de 24 provincias y con estos resultados en noviembre quedaría sin quórum propio en el Senado) y dura cualitativamente. La clave es que ningún sector de la coalición quedó a salvo: ni el Presidente, que no sólo es la cabeza del gobierno sino que fue clave en la selección de las cabezas de lista de Provincia de Buenos Aires y Capital Federal, ni Axel Kicillof, en cuyo distrito el Frente de Todos perdió casi 20 puntos entre 2019 y 2021, ni tampoco Sergio Massa que, aunque eligió no estar muy presente en los últimos meses de campaña, fue derrotado en su distrito de Tigre. Todos, todas, todes perdieron.

La crisis de gobierno que se abrió la semana pasada, en la que la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner reclamó al Presidente un cambio en la conformación de su gabinete y en las políticas económicas, fue, en este sentido, al mismo tiempo una crisis vieja y una crisis nueva. Vieja, porque explicitó y puso sobre la mesa tensiones de viejo cuño en la coalición gobernante. Nueva, porque esas tensiones se dibujan de una manera que sólo hizo posible el resultado del domingo pasado. 

Vale decir: que el peronismo no kirchnerista y el kirchnerismo puro tenían diferencias de diagnóstico y de políticas no es una novedad. Sin embargo, es justamente la amplitud de la derrota la que hace posible una actitud recíproca de “fue contra X (Alberto, Cristina), pero no fue contra mí”.  

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Por un lado, se plantea que la causa de la derrota fue la débil inversión social del gobierno entre los más pobres, la cual requeriría un gasto público social más fuerte, más amplio y más dirigido directamente a las clases populares. Por otro lado, se argumenta que la causa de la derrota fue el distanciamiento con las clases medias, lo que requeriría medidas direccionadas en esta dirección, como la suba del mínimo no imponible de ganancias y una retórica moderada. El problema es que ambas lecturas tienen base en la realidad. El Frente de Todos perdió en todas las capitales provinciales al mismo tiempo que sufrió una pérdida importantísima de votos propios en los que son sus supuestos bastiones en la Tercera Sección electoral. Ambas lecturas son válidas; deberían poder ser contempladas simultáneamente. Probablemente no pueda atenderse a ambos públicos, es cierto, pero es una decisión que en todo caso debe ser tomada a sabiendas.

La tormenta de esta semana pasó. El gabinete tuvo sus cambios, sin embargo, uno puede sospechar que la solución alcanzada no dejó estructuralmente satisfecha a ninguna de las partes en disputa: Alberto Fernández tuvo que echar a funcionarios de su mayor confianza, pero el equipo económico quedó sin tocar. ¿Quién ganó? Quizá ambos sientan que perdieron. Y el fenómeno de la “manta corta” habilitado por la derrota se extiende: la incorporación de Juan Manzur busca “desporteñizar” al gobierno y fortalecer la relación con los gobernadores, pero dejó furiosas a militantes y referentes del movimiento de mujeres, que recuerdan el caso Belén y el de la niña obligada a parir en su provincia. (Por otro lado, cuatro de cinco diputados del FdT tucumanos votaron a favor de la legalización del aborto en 2020; Pablo Yedlin, médico y diputado de ese bloque que activó por la legalización, es hoy el candidato a senador del peronismo tucumano.) La victoria alegra a todo el mundo (sólo hace falta mirar las fotos de Juntos por el Cambio después del domingo); la derrota multiplica los enojos. Y todos, de una manera u otra, tienen razón.

Como no pude anticipar el resultado electoral de las PASO, no me tengo confianza para dar consejos de cómo revertir la elección. Mucho menos enunciar programas de macroeconomía. Se me ocurre, sin embargo, que en los próximos días la primera y principal tarea de la conducción del Frente de Todos debería ser restañar y contener las heridas internas que dejó la pelea pública de sus dos principales referentes. Esto no significa dar imágenes de falsa concordia, sino ofrecer explicaciones claras sobre los lineamientos que se esperan de este nuevo momento. (Por ejemplo, hablándole de frente al colectivo feminista, reconociendo sus preocupaciones y delimitando con claridad cuáles serán las futuras políticas con respecto al género y al derecho al aborto.) Esta pelea puso sobre la mesa viejas tensiones; las mismas no se resolverán solas de manera mágica.

Esto no lo puede hacer ninguna otra persona que Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Ciertos mensajes sólo se creen si vienen directamente de la boca del líder. Esto debería implicar que la vicepresidenta hable más en la campaña (y no sólo para señalar errores), y que exista una proyección unificada de los mensajes. Se pueden segmentar mensajes para públicos distintos, pero coordinadamente. 

La fuerza de la piña en la cara sacudió a la coalición gobernante. Tal vez era inevitable, probablemente no se dio de la mejor manera. En todo caso, ya es pasado. Queda una certeza: ninguno de los sectores que la conforman tiene futuro político si este gobierno no llega a  buen puerto. 

María Esperanza

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Soy politóloga, es decir, estudio las maneras en que los seres humanos intentan resolver sus conflictos sin utilizar la violencia. Soy docente e investigadora de la Universidad Nacional de Río Negro. Publiqué un libro titulado “¿Por qué funciona el populismo?”. Vivo en Neuquén, lo mas cerca de la cordillera que puedo.