El péndulo argentino o la hegemonía imposible

¿Qué quieren “los argentinos”? Básicamente: todo al mismo tiempo.

Este newsletter está inspirado por los datos del último informe nacional de la consultora Zuban Córdoba (disponible en este link). Los informes de esta consultora suelen ser interesantes porque con frecuencia incorporan preguntas que van más allá de las habituales “opinión sobre la marcha del gobierno” (muy baja) y “a quién votaría en las próximas elecciones” (a Juntos por el Cambio, al Frente de Todos y a Milei, aparentemente, aunque un 15% no sabe a quién votará).

En este caso, me interesó que preguntaron por temas que debería encarar el próximo gobierno. Para decirlo rápidamente, los resultados son un poco mareantes. Una mayoría se manifestó por la necesidad de reducir el gasto público (70%). Casi un 75% pide que el próximo gobierno reduzca los impuestos. Sin embargo, el 60% pide aumentar la inversión en obra pública;  casi el 90% se manifiesta a favor de aumentar el presupuesto educativo; y el 87% quiere aumentar el presupuesto en ciencia y técnica.

La tan mentada dolarización de la economía no parece generar apoyos (sólo un 25% estaría de acuerdo). El 67% quiere, patrióticamente, fortalecer el peso. 

La única medida concreta de reducción del gasto que parece tener apoyo es la eliminación de planes sociales (63%). Pero, por otra parte, una ajustada mayoría quiere mantener los subsidios a la energía y al transporte (45% a 41%), que resulta más gravoso que los llamados “planes sociales”.  (El gasto en energía en 2022 fue más del doble del presupuesto del Ministerio de Desarrollo Social). (Los subsidios, además, benefician en gran medida al área metropolitana de la Ciudad de Buenos Aires, en asimetría con el interior del país).

Una primera manera de leer estos datos sería simplemente decir: “Jajaja qué locos, así somos los argentinos, queremos la chancha y los veinte y la máquina de hacer chorizos”. Pero el desafío es ir más allá en el análisis. Es cierto, no hay ninguna coherencia ideológica entre las respuestas y los votantes parecen desear al mismo tiempo fines incompatibles entre sí, como bajar el gasto público e invertir más en educación, ciencia y técnica y salud (un 77% pide fortalecer el sistema público de salud). Pero me parece que, aunque sea a manera de hipótesis y preguntas de investigación, se puede ir más allá. 

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La primera cuestión que se me ocurre es preguntar qué queremos decir por “gasto público”. La mayoría de las personas no tienen un título de finanzas públicas o administración financiera y nunca han leído la ley de presupuesto. ¿No será, acaso, que hay gastos públicos que no se ven como “gastos públicos”? Mi hipótesis es que hay cosas que simplemente “las hace el Estado desde hace un siglo”, y como tal no se ven como “gasto”: educación, salud, obra pública, ciencia y técnica. “Gasto público”, en mi hipótesis, sería lo que se construyó como “malo”, como “arbitrario”, como “algo que no se merece”. Básicamente, lo único que se identifica como “gasto” en estas preguntas son los famosos “planes sociales”, que, aventuro, probablemente la mayoría de los encuestados tampoco podría definir con claridad, salvo tal vez la Asignación Universal por Hijo. Sin embargo, es notable que los “planes sociales” se vean como negativos, pero los subsidios al consumo de energía no tengan esta carga. ¿Por qué? No lo sé, salvo que “planes sociales” es imaginariamente sinónimo de “piquetero” y calefacción es imaginariamente sinónimo de “hogar” y “familia”.

El segundo dato es que esta aparente confusión en algunos casos no es tal, sino que encubre una fuerte polarización entre espacios de voto diferenciados. Por ejemplo, el 67% de los (mal llamados) libertarios quiere dolarización, mientras que el 66% de los votantes de JxC y el 90% de los del FdT quieren fortalecer el peso. El 92% de la base del FdT quiere mantener Aerolíneas Argentinas en el Estado y el 79% de JxC desea privatizarla. No se trata entonces de bloques indiferenciados, sino de bloques que más o menos siguen un agrupamiento ideológico y partidario. Sin embargo, los entrecruzamientos son también frecuentes y en algunos temas (la educación, por ejemplo, o la ciencia) hay muchas menos diferencias.

La tercera hipótesis es la más ambiciosa, la más aventurada y, por lo tanto, la más dudosa. Esta estructura ideacional, y su correlato partidario, tienen mucho que ver con la trayectoria pendular de la política argentina. Aun en su momento de mayor fortaleza política e ideacional, el kirchnerismo nunca pudo estabilizar una hegemonía social alrededor de sus ideas-fuerza, como mayor intervención estatal en la economía y la ampliación del Estado de Bienestar. Antes bien, hay que recordar que, en noviembre de 2012, pocos meses después de la victoria arrasadora del 54%, un cacerolazo convocó a cientos de miles de personas alrededor de la consigna de liberar el acceso al dólar. Asimismo, a pesar de la fortaleza simbólica de consignas como “La Patria es el Otro”, al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner le fue imposible reducir el gasto en subsidios al consumo de energía porque sus propios votantes no estaban de acuerdo. En 2015 el gasto en subsidios representó el 3,25% del PBI. La imposibilidad de reducir el gasto en energía finalmente terminó siendo una de las principales causas de ahogo de sus cuentas externas, ya que la energía importada se debe pagar con dólares. 

Sin embargo, la moneda tiene dos lados, o el cuchillo tiene un doble filo. Porque estos datos también dicen lo inverso: hasta ahora los gobernantes identificados con la necesidad de la desregulación y la eliminación del mínimo Estado de Bienestar que aún sobrevive tampoco han podido estabilizar una fórmula de gobernabilidad bajo estas premisas. A diferencia de, por ejemplo, los votantes del partido republicano de Estados Unidos, que no quieren nada del Estado ni le piden nada, los votantes argentinos siguen suponiendo que el Estado tiene que hacer cosas por ellos; al menos, las que siempre hizo. De hecho, con esto mismo se encontró el gobierno de Mauricio Macri: con una resistencia social que no esperaba ante decisiones como los aumentos de tarifas y la reforma previsional. 

Desde el quiebre de la hegemonía del sistema de ideas neoliberal en 2001, conviven en Argentina dos sistemas de ideas. Ninguno tiene la fuerza suficiente para volverse hegemónico, pero ambos poseen, hasta ahora, capacidad de bloqueo del otro. 

Sin embargo, bien podría cambiar esto en 2023. Es posible que si Juntos por el Cambio obtiene una victoria arrasadora ese año, y enfrente tiene a un peronismo desencantado, sumido en internas y con poco entusiasmo por sí mismo, tenga la fuerza suficiente para disciplinar las resistencias sociales (que las habrá seguramente) y avanzar hacia una hegemonía más permanente. Si gana en 2023, Juntos por el Cambio va a estar en una posición privilegiada para detener el péndulo argentino. 

María Esperanza

Soy politóloga, es decir, estudio las maneras en que los seres humanos intentan resolver sus conflictos sin utilizar la violencia. Soy docente e investigadora de la Universidad Nacional de Río Negro. Publiqué un libro titulado “¿Por qué funciona el populismo?”. Vivo en Neuquén, lo mas cerca de la cordillera que puedo.