#8M: resistir mientras esperamos la ola
¿Cómo crecen las ideas radicales contra los derechos conquistados por las mujeres? ¿Qué hay que hacer frente al desconcierto y lo que parece improbable?
Corre el año 2025 y, como desde hace más de un siglo, este 8M conmemoramos el Día Internacional de la Mujer. Aunque esta vez lo haremos en medio de un clima de época adverso. El mismo día de 2024, el Gobierno quitó los retratos de destacadas mujeres de una sala de Casa Rosada que hasta entonces se llamaba “Salón de las Mujeres” y que, en el mismo acto, pasó a llamarse “Salón de los Próceres”. Veremos con qué feliz, original y trascendente idea nos sorprende este año.
Si bien se atribuye la elección del 8 de marzo a distintos eventos, todos los antecedentes están relacionados con la mujer como trabajadora y con la lucha colectiva por la igualdad de condiciones laborales con los hombres. Pero con el paso del tiempo la fecha se fue cargando de otros sentidos que, aunque ya presentes en aquel entonces, debieron esperar su turno para ser mencionados. No era momento de reclamar la toma de decisiones sobre el propio cuerpo; en voz baja, se empezaba a soñar con ejercer el derecho al sufragio. Más adelante, a aquellas mujeres en huelga que murieron en incendios de fábricas textiles se le sumaron las que pelearon por el derecho a votar y ejercer cargos públicos, las que reclamaron igual acceso a la educación que los hombres, las que lograron que se respetara su libertad sexual, su deseo o no de ser madre y el derecho a interrumpir un embarazo no deseado, las que denunciaron abusos sexuales, maltratos y violencia –desde quienes participaron en el #MeToo a Gisèle Pelicot–, las que salieron a la calle a reclamar Ni una Menos. Hoy también se suman las que exigen que en una Corte Suprema de cinco miembros al menos un juez sea mujer, aunque sus exigencias no les importen ni a quienes propusieron hombres en los cargos vacantes, ni a quienes los rechazan con argumentos que no contemplan la cuestión de género, para luego proponer, una vez más, hombres. Todas estas mujeres son artífices de esta conmemoración.
Pero las conquistas de derechos demostraron ser inestables, como nos queda claro en estos tiempos hostiles. Tan hostiles, que por momentos nos quieren hacer creer que la responsabilidad de esa hostilidad y violencia la tenemos nosotras. Incluso hombres aliados a la causa feminista argumentan, queriéndonos hacer entrar en razones, que es porque “se pasaron tres pueblos”. ¿En serio? ¿Después de años, lustros, siglos de desigualdad? ¿De verdad, cuando recién a mediados del siglo XX la mujer obtuvo la patria potestad de sus hijos, la posibilidad de tener a su nombre una cuenta bancaria, el derecho a elegir quienes nos gobiernan? ¿Se olvidan de que hasta la segunda década el siglo XXI para la ley argentina el aborto estaba penado con prisión?
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Aceptando que –como en todo proceso y movimiento– hay cosas que revisar, afirmando que muchas de ellas ya se han revisado y otras se siguen revisando, nada invalida el reclamo de una igualdad de género que aún nos es esquiva. Pero siendo absolutamente conscientes de esa desigualdad no saldada, tenemos que manejarnos con astucia. Para algunos, hoy “feminismo”, “feminista”, “feminicidio”, “brecha salarial” o “perspectiva de género” son palabras tan controvertidas como “progresismo”, “derechos sociales”, “izquierda” o “Estado”. Desespera que así sea, resulta ilógico. Una quisiera explicar, argumentar, dar ejemplos, hablar de hechos históricos, incluso pelear. Nada parece servir, todo se convierte en un esfuerzo inútil. Sin escuchar, nos repiten slogans vacíos de contenido, esgrimidos por personajes sobre los que, hasta hace poco, había un alto consenso acerca de su falta de capacidad intelectual, oratoria, argumentativa, empírica y laboral. Personajes misóginos, violentos, maleducados, gritones, obscenos, impunes, hasta pavos, que hoy además de ostentar poder tienen una silla que los espera a diario en los programas políticos de radio, televisión o streaming, para decir la gansada o la aberración del día.
Al pensar en cuánto cambió todo esto me acuerdo de un consejo que me daba mi papá. “Gumer” (Gumersindo) era especialista en prevenir catástrofes con baja o nula posibilidad de acontecer. Por ejemplo, cada vez que iba al cine me advertía que si en la sala comenzaba un incendio era mejor que esperara debajo de una butaca, porque aseguraba –no sé en base a qué fuente– que en esos eventos moría más gente aplastada por la estampida que quemada. O cuando cruzaba la calle en medio de una fila de autos estacionados, me advertía que lo hiciera rápido porque si en ese mismo momento alguien estaba estacionando un poco más adelante y empujaba los autos para entrar en el espacio, mis piernas podían ser aplastadas entre el baúl de un coche y el capó del otro. O la advertencia que me aparece cuando pienso en el momento en que estamos atravesando las mujeres y el feminismo, una que me hacía frente al mar, en enero, en la playa Bristol. Apretados debajo de una sombrilla, mientras mi padre miraba las olas que iban y venían, me preguntaba si yo sabía qué hacer si me caía de un bote o participaba de un naufragio cerca de la orilla. Otra advertencia sobre un hecho improbable: yo no me subiría a ningún bote ni barco por el momento. De todos modos, lo escuchaba con atención, era mi ídolo infantil. El secreto paterno consistía en “esperar la ola”. Tener paciencia, flotar sin gastar fuerzas mientras el mar tira hacia adentro, pero estar precavida para bracear con fuerza cuando la marea arrastra hacia la orilla. Según él, eso había salvado a un ingeniero llamado Roberto Servente, único sobreviviente de un accidente aéreo que tuvo lugar en Mar del Plata, sobre la misma costa que mirábamos mientras me contaba su historia. La estrategia de Servente fue administrar la energía. No claudicó, no se entregó a la muerte, pero tampoco desperdició sus fuerzas. Primero, se alejó del avión que se hundía porque temía que lo succionara hacia el fondo marino, como había leído en Corazón, la novela de Edmondo De Amicis. Segundo, se dejó flotar para no oponer resistencia cuando el mar tiraba hacia adentro. Tercero, braceó con todas sus fuerzas acompañando la ola cuando el mar lo empujaba a la orilla.
En esta situación creo que nos encontramos hoy las mujeres y el feminismo. Más allá de que estamos convencidas de que merecemos aquello por lo que luchamos, somos conscientes de que hubo un siniestro, algo se rompió y hay una fuerza que nos quiere arrastrar a las profundidades más escabrosas. Al que crea que exagero le recuerdo lo que ya dijo nuestro presidente en Davos, acerca de nosotras y de la comunidad LGTBI+, y los gestos reales o simbólicos que acompañan cada día esos dichos.
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SumateAl mirar la historia recortada, resulta extraño creer que la humanidad no pueda afianzar las conquistas logradas hacia la igualdad. Sin embargo, la conocida frase de Simone de Beauvoir parece que tendrá vigencia eterna: “No olvides jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados”. Agotador pero cierto. A períodos históricos de mayor libertad –libertad en serio, no la que pregona este Gobierno– le siguieron otros de conservadurismo y oscurantismo. Sigamos al personaje de Betty Boop desde su creación hasta el presente, para tomarlo como ejemplo de estos ciclos.
Apareció por primera vez en agosto de 1930 en el dibujo Dizzy Dishes, producido por Max Fleisher. La creó Grim Natwick, un reconocido animador de la época. Pero su dibujo empezó siendo un caniche francés hasta que, poco a poco, fue tomando forma humana. Recién en 1932 Betty Boop –que todavía no tenía nombre– fue evidentemente una mujer, las orejas largas se convirtieron en aros de argolla y su trompa negra en una pequeña nariz respingada. Entonces los productores se dieron cuenta de que ella era mucho más popular que su novio Bimbo, por lo que dejó de ser personaje de apoyo para convertirse en protagonista y recibir un nombre: Betty Boop. Fue la primera “flapper” que apareció en un cartoon. Mujeres jóvenes que desterraron o adaptaron el tradicional corsé a usos más sexis, redujeron el largo de sus polleras y se cortaron el pelo de manera no convencional. Les gustaba escuchar jazz y bailar en clubes privados, fumaban, manejaban automóviles o motocicletas a alta velocidad, tomaban bebidas fuertes y se maquillaban como sólo hasta entonces lo hacían las actrices o las prostitutas. Usaban pulseras y collares de cuentas, zapatos de taco altos para salir y cómodos para trabajar.
La aparición de este nuevo estilo de mujer coincidió con la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias: la escasez de hombres, la necesidad de la mujer de incorporarse al mundo laboral, la moda dictada por lo que usaban las actrices o bailarinas de la época. Pero, ¿qué pasó que al poco tiempo las flappers perdieron popularidad y casi desaparecieron? Como diría Simone de Beauvoir, una crisis económica: el Crack y la gran depresión, que trajeron un resurgimiento de las ideas conservadoras y de los mandatos religiosos. Betty Boop fue adaptada a los nuevos vientos: le alargaron la pollera, le cerraron el escote y le sacaron la liga. La original se corrió del remolino que la succionaba a la profundidad marítima, flotó, nadó con las olas y llegó a la orilla evitando la censura. Luego los 80 fueron una década de oro para la heroína, explotó su merchandising en cartucheras, mochilas, tazas, bombachas. Y hasta fue el ícono de la tarjeta de crédito Visa del Bank of America. En 1988, hizo un famoso cameo en la película ganadora del Oscar: ¿Quién engañó a Roger Rabbit? En 1994 una de sus películas de 1933, Snow White fue seleccionada para formar parte de la videoteca de la Biblioteca del Congreso de EE. UU. Terminó el siglo XX en apogeo y arrancó bien el XXI. Sin embargo, me pregunto qué será de ella hoy, en medio de este retroceso, cuántos bancos apostarán a tenerla estampada en su tarjeta, cuántos comerciantes la imprimirán en su mercadería. Apuesto que no tantos. Aunque nuestra chica flapper no es un personaje de Disney, no nos olvidemos que después de las últimas elecciones en EE. UU. esta compañía eliminó iniciativas de perspectiva de género (que ellos llaman “woke”) debido a la presión de los inversores. Su CEO, Bob Iger, dijo: “Nos enfocaremos en el entretenimiento, no en el activismo político (…) Queremos recuperar a nuestra audiencia recordándoles que Disney siempre ha sido un lugar de escapismo y magia”. Una magia que mujeres y LGTB+ parece que hemos perdido. Al menos para ellos.
Aunque lo de Servente y las olas me apareció como metáfora intuitiva, intenté buscar una confirmación más racional a mi teoría de no abandonar la lucha pero reservar energía para hacerlo en el momento adecuado. Y así encontré una teoría política que va en el mismo sentido: la ventana de Overton, que explica cómo las opiniones públicas sobre determinados temas no son fijas sino dinámicas, y pueden cambiar con el paso del tiempo. En algún momento la esclavitud fue aceptable en algunas sociedades. Lo inaceptable no es un concepto permanente. Joseph Overton señaló que en cada momento histórico hay una cantidad de políticas que acepta la sociedad y advirtió que, si alguien quiere arremeter con alguna que está más allá de ese rango, lo probable es que pierda apoyo y fracase. El modelo usa la imagen de la ventana para mostrar que el espacio en el que se mueven las ideas es limitado, y que a través de ella podemos mirar sólo algunas. No es atribución de los políticos definir qué entra dentro del rango, sino de la opinión pública. Sin embargo, con persuasión, dinero, ejércitos de trolls y otras “herramientas”, desde el poder se puede modificar la idea de qué es aceptable y qué no.
Por ejemplo, en Argentina, donde tantos de nosotros somos hijos o nietos de inmigrantes, desde algunos sectores se agita el discurso de que quienes hoy vienen a vivir a nuestro país son delincuentes o vagos, que sólo quieren aprovecharse de nosotros. A fuerza de insistir, la frase del preámbulo de nuestra constitución “y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino” empezó a moverse dentro de la ventana de Overton. Lo mismo que el consenso sobre el Juicio a las Juntas militares, o la importancia de la educación y la salud pública. Ideas que hasta hace poco eran rechazadas de plano hoy corren el riesgo de pasar a través de las cinco etapas que las llevan de lo inaceptable a la sensatez. Les propongo hacer el ejercicio con una que tenga resonancia en este 8M. Por ejemplo: “Las mujeres no deberían votar”. Aquí las cinco etapas de la ventana de Overton aplicadas a esa idea:
- Primera etapa, de lo impensable a lo radical. Que las mujeres no podamos votar (se supone ) es inaceptable. Se juzgaría hoy una práctica injusta y arbitraria, sólo practicable en algunos regímenes dictatoriales, de fanatismo religioso o autocráticos. Sin embargo, hay voces en las redes que empezaron a compartir esta enunciación. ¿Empezó a moverse de impensable a radical? En los últimos días surgió como reacción a estudios que indican que las mujeres votamos mucho menos a la ultra derecha y más a gobiernos progresistas. Esto fue evidente en las últimas elecciones en Alemania de unas semanas atrás, aunque es una tendencia mundial. La autora y comediante Flora Alkorta, a partir de un posteo de un usuario varón que se quejaba de “cómo votaron las alemanas”, armó un hilo de X que reflejaba el tema: “qué grandes los griegos que no las dejaban votar”, “la Argentina era potencia hasta que votaron las mujeres”, “prohibición absoluta al voto femenino”, “es el momento en que uno piensa si fue buena idea darles ese derecho”, “no entienden cómo funciona el mundo”. Alguien podrá decir que fueron posteos irónicos y esgrimir otra teoría, la de Nathan Poe: “En internet, es difícil o incluso imposible distinguir entre una parodia y una declaración seria cuando se trata de temas extremistas o absurdos”. Pero la teoría de Poe la dejamos para una próxima nota. Por más parodia que haya sido en algunos casos, sospecho que más de un usuario de X se atrevió a escribir lo que piensa, y varios de los que lo leyeron habrán concluido que tenía razón.
- Segunda etapa, de lo radical a lo aceptable. Es cuando la discusión ya no es aislada y de personas que se mueven en los extremos, sino que empieza a ganar relevancia y visibilidad. En algunos pequeños grupos, la idea no se descarta de plano sino que se discute. En este ejemplo, podría suceder que empezaran a rodar teorías científicas incomprobables y absurdas, como que el cerebro de las mujeres es distinto al de los hombres, que la racionalidad es patrimonio de los varones, que las emociones nublan las decisiones de las mujeres, etc.
- Tercera etapa, de lo aceptable a lo sensato. El poder intenta usar toda su artillería para que la propuesta resulte lógica y justificada. En nuestro ejemplo, supongamos a expertos y medios afines debatiendo en paneles de televisión sobre países donde ganaron los candidatos elegidos por las mujeres y tuvieron fracasos de algún tipo, historiadores alabando sociedades de la antigüedad donde sólo votaban los hombres, etc.
- Cuarta etapa, de lo sensato a lo popular. En el discurso, el sufragio femenino empieza a ser un tema preferido, tanto para políticos como para medios. Incluso para periodistas contrarios a esta idea, pero que saben que el rating subirá si llevan a sus programas gente que sostenga lo que ellos consideran un disparate.
- Por último, la quinta etapa, de lo popular a lo político. Arranca el proceso legislativo para modificar la ley electoral e impedir que voten las mujeres. Listo. Así una idea que empezó siendo casi inmoral hace su camino hasta establecerse.
Yo sé que imaginar un contexto en que la mujer no vote, en el 2025, es algo que suena totalmente improbable, como las hipótesis de mi papá. ¿Impensado o radical? Pero valga la advertencia en este 8M porque desde hace un tiempo vemos avanzar disparates, en nuestro país y en el mundo, sin que nadie pueda detenerlos. Una de las escenas más contundentes de la adaptación de El cuento de la criada es cuando, la protagonista y una amiga, antes de ser secuestradas para tener hijos, intentan pagar en un café pero no pueden porque su tarjeta de crédito fue cancelada. Es la revelación de que las amenazas de quienes gobiernan Gilead se cumplen. También nosotras, asustadas frente a algunas propuestas de este Gobierno, escuchamos eso de que “no lo van a hacer porque existen las instituciones”. ¿Será? La nuestra no es una distopía de Margaret Atwood, cierto.
Hoy es nuestro día; nuestro porque nos lo ganamos. Un día que para mí es de reflexión, conmemoración y, sobre todo, unión. Lo que propongo no se trata de abandonar la lucha sino de reservar energía para el momento adecuado. Mantengámonos a flote, con la cabeza afuera, alta, y salgamos a bracear con las olas, en cuanto los vientos soplen, aunque sea levemente, a favor.