Una asamblea un día antes del 17 de octubre

¿Se podía distinguir entre Perón y sus conquistas laborales? ¿Por quién o por qué reclamaban los trabajadores?

El martes 16 de octubre de 1945 la Confederación General del Trabajo (CGT) decidió, en una reñida asamblea, convocar a una huelga general. La asamblea empezó el martes a la tarde y recién se votó a las 23:45. Faltaban quince minutos para que empezara nada menos que el 17 de octubre de 1945. Ninguno lo sabía. 

Estamos en la sede de la Unión de Tranviarios. Unos cincuenta dirigentes discuten sobre la pertinencia de convocar a una huelga general en el marco de la renuncia, en misteriosas circunstancias, del secretario de Trabajo y Previsión. Su nombre era Juan Perón. Los dirigentes allí presentes reconocían las conquistas sociales que esa gestión les había concedido. Pero no todos coincidían en que debía apostarse el movimiento obrero al nombre de una persona. ¿Debía el movimiento obrero convocar a una huelga general por la libertad de un militar, funcionario de un gobierno, que ni siquiera estaba afiliado a la CGT? 

La respuesta a esa pregunta determinó el porvenir de la historia argentina. El debate quedó registrado en un Acta que se puede leer aquí. Los dirigentes que se oponían al llamado a la huelga argumentaban que el general Eduardo Ávalos, flamante ministro de Guerra en reemplazo de Perón, los había advertido sobre el uso de la herramienta en ese contexto. No hacía falta. Ni Perón ni las conquistas del movimiento obrero estaban en riesgo. 

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Ávalos es un personaje central en esta historia. Es el jefe de la guarnición militar de Campo de Mayo en octubre de 1945 lo que le otorgaba, en los hechos, el máximo poder militar del país. El comandante en jefe del Ejército no ejercía el mando militar directo de las fuerzas, por lo que quien conducía la guarnición más importante del país conducía el poder militar. Ávalos era un amigo y camarada de armas de Juan Perón. Participa de la Revolución del ‘43 y es un aliado en su ascenso al poder político. Pero hacia fines de septiembre y principios de agosto esa relación cruje. 

Un pequeño hecho desencadena la reacción contra el coronel Perón. Es la designación de Oscar Nicolini, hombre cercano a Eva Duarte, como director de Correos. Campo de Mayo lo consideró una afrenta. Especialmente uno de los jefes de unidad, Francisco Rocco, que esperaba ese nombramiento para sí. Pero eso no era lo peor. La designación demostraba la influencia de Eva sobre Perón y se convirtió, describe Félix Luna en El 45, en “un trapo rojo a los ojos de la oficialidad”. El detonante hizo correr el reguero de pólvora que terminó con la renuncia de Perón el martes 9 de octubre, ante la amenaza de una marcha de las tropas desde Campo de Mayo hacia Buenos Aires. Ávalos le exigió al presidente de facto Edelmiro Julián Farrell la renuncia de Perón a todos sus cargos para evitarlo. Y Farrell cumplió.

(Me debo esta digresión. En esos tumultuosos días, algunos opositores y medios de comunicación especularon con que Ávalos y Perón actuaban coordinadamente. La hipótesis es historiográficamente incomprobable pero literariamente preciosa. Borges inventa, en Tres versiones de Judas, un teólogo sueco que resignifica a Judas. Este, como especuló antes De Quincey, entregó a Jesucristo para forzarlo a declarar su divinidad y a encender la rebelión contra Roma. Para el teólogo de Borges, la traición de Judas no es un hecho casual sino uno prefijado “que tiene su lugar misterioso en la economía de la redención”. Para el descenso del Verbo a la tierra, dirá, era necesario que un hombre, en representación de todos los hombres, hiciera un sacrificio condigno. “Judas Iscariote fue ese hombre. Judas, único entre los apóstoles, intuyó la secreta divinidad y el terrible propósito de Jesús”. ¿Y si Ávalos…? Mejor cierro la digresión).

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Volvamos al 16 de octubre de 1945. Perón ha renunciado a sus cargos y su paradero es desconocido. Está detenido en la isla de Martín García, aunque el gobierno dice que no lo está. El país discute los términos del derrumbe del gobierno de Farrell. Si se convoca a elecciones o si asumirá el poder la Corte Suprema. Por esta segunda opción brega la oligarquía argentina, que encuentra allí una forma de volver atrás con algunas de las medidas de la Secretaría de Trabajo.

Antes de renunciar a su cargo, Perón deja firmados dos decretos: uno sobre asociaciones profesionales, que institucionaliza el movimiento sindical; otro, un aumento de salario que incluía la implementación del salario móvil, vital y básico y la participación de los trabajadores en las ganancias. Cuenta Félix Luna en el mismo texto que, cuando los trabajadores fueron a cobrar la quincena el fin de semana del 13 de octubre, se encontraron con que los patrones les habían descontado el feriado del 12 de octubre, también un decreto del saliente secretario Juan Perón. “¡Vayan a reclamarle a Perón!”, les contestaron. 

¿Y si las conquistas sociales estaban atadas al nombre? 

Esta es la cuestión que encuentra Horacio González, en el libro Perón, reflejos de una vida, leyendo el Acta del 16 de octubre. Un Acta es un mundo, dice. “Rebosa toda ella de recursos de expresión hablada, cálculos de orientación política, signos erráticos de dicción, resúmenes bruscos de exposiciones más complejas”. En ese mundo, el debate gira no tanto en torno a declarar la huelga –aunque también– sino sobre algo más profundo: si puede incluirse el nombre de Perón en las reivindicaciones.

Bruno Arpesella es un dirigente tranviario que establece los términos de la discusión. Hay que declarar un paro general, dice, no contra el gobierno sino contra la reacción de la clase capitalista. Esa clase, agrega, ha declarado la guerra al coronel Perón, no por Perón mismo sino por lo que Perón hace por los trabajadores. “Lo esencial –escribe González– es que bajo el nombre de Perón ya no hay una persona solamente, sino un manojo de reivindicaciones ‘otorgadas’”. He ahí la cuestión. 

¿Pero qué era ese nombre? Era un nombre problemático. Es una biografía que viene desde otro lado, dice González, un nombre exógeno, conquistador, de una ajenidad que no podía pasarse por alto. Un militar. Van a ser varios los dirigentes que señalen el conflicto, lo rodeen, intenten desenredarlo sin éxito hasta el final. “Tenemos una deuda de gratitud con él pero si hemos de declarar la huelga general tendrá que serlo en defensa de nuestras conquistas”, dirá uno. “Por mucho que le demos vuelta al asunto, si hemos de declarar la huelga general será por la libertad del coronel”, contestará otro. 

¿Cómo resolver la disyuntiva entre defender una biografía extraña al mundo sindical y mantener los principios del movimiento obrero? Un dirigente ferroviario, de apellido Tejada, tiene su respuesta: “No se vulnerarán los principios sindicales porque podemos decir ahora que el coronel Perón es uno de los nuestros, porque se ha acercado a la clase obrera para defenderla”.

Ramón Bustamante, del sindicato de la carne de Rosario, traerá un argumento más. La huelga ya está declarada, independientemente de lo que pase esa tarde que ya se convierte en noche. “Si aquí no se vota la huelga, en Rosario se irá al paro general lo mismo”, avisa. Todos aquí, concluye, estamos de acuerdo en que “el Coronel Perón es el numen de los trabajadores”. Y si no puede declararse una huelga en todo el país para reclamar por su libertad, los motivos para la huelga igual sobran. El principal: la cerrada intransigencia capitalista que, ahora en el poder, los amenaza directamente. 

Escuchemos con atención, dice González, a esos dirigentes. “Hablan una lengua reconocible: la de la prudencia, la del reclamo de certezas para dar el paso fundamental del movimiento obrero, la huelga”. ¿Qué pasa si se están apurando? ¿Cuánto saben de la verdadera situación del coronel Perón? Ninguno puede establecer ciertamente si está detenido o no. Un dirigente se pregunta qué ocurrirá si con la declaración de la huelga se termina perjudicando al propio Perón. “Son palabras familiares –dice González– no mucho después las emplearán los que se comenzarán a llamar peronistas, aunque ahora están en boca de dirigentes que hacen gala de ese cimiento inmortal de la acción gremial, la abultada e infinita cautela, el medroso actuar sobre certezas palpables y cuidar de no favorecer a los adversarios, incluso hasta el confín de las muletillas que anuncian los pretextos del sempiterno quietista gremial”. 

Pero esa tarde del 16 de octubre están corriendo una carrera contra la historia que escuchan venir de lejos –porque desde el día anterior ya hay movilización en los alrededores de la ciudad– pero que no pueden saber qué es. “Las masas obreras –dice un dirigente tranviario– nos están arrollando en una forma desordenada”. Pero su propuesta queda a medio camino: declarar la huelga sin ponerle fecha. Benigno Pérez, del sindicato de ayudantes de casa y un fiel representante de las masas obreras migrantes, no está de acuerdo. “En los 35 años que estoy en el país ha sido la primera vez que he visto un hombre que se jugó por los trabajadores”, dice. Es un texto excepcional, describe González a esta intervención, porque “aún no hay texto peronista, pero de alguna manera ya lo hay”. 

Juan José Perazzollo, que es también ferroviario, arremete contra el argumento de la indivisibilidad del hombre y las conquistas. No lo dice así. Pero vuelve a traer a escena las garantías que Farrell y Ávalos han ofrecido tanto sobre las conquistas de los trabajadores como sobre la seguridad del coronel Perón. No debemos olvidarnos, dice, que fue el mismo coronel el que nos dijo que la consigna era del trabajo a la casa y que debíamos evitar por todos los medios la provocación de incidentes. Entonces sale al cruce José Méndez, de la Federación Obrera del Vestido. Aceptando que, por principio gremial, no puede hacerse una huelga por la libertad de un individuo no afiliado a la CGT, dice estar de acuerdo en declararla por la defensa de las conquistas obreras y contra la clase capitalista. Y cuenta un informe que le han traído las costureras. Que los patrones les dicen que se acabó el coronel Perón y las conquistas obreras. “Así, concluye Méndez, defendiendo nuestras conquistas, en forma indirecta, defenderemos a Perón, que es la única forma en que podemos hacerlo”. Si los patrones no son capaces de distinguir entre ese hombre y sus conquistas, ¿por qué habrían de hacerlo los trabajadores?

Como a la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos, el representante del sindicato de estatales, forjista él, lleva el nombre de Libertario Ferrari. Se le exigen argumentos para la huelga, dice. “¿Y la negativa de los patrones a pagar el 12 de octubre y a otorgar las vacaciones? ¿Y la campaña que hace la prensa enemiga de la clase obrera? ¿Y la detención del Teniente Coronel Mercante y el Capitán Russo?”, enumera. Dentro de poco, asegura, seguiremos nosotros el mismo camino. Como si quisiera decir: primero fueron por Perón y yo no dije nada porque no era afiliado a la CGT. Y luego ya será tarde. 

Entonces llega la votación. Son dos las mociones en pugna. Una es la de los ferroviarios, formulada por Caprara, que propone la visita, el saludo a Perón y una proclama por el mantenimiento de las conquistas obras y la no entrega del gobierno a la Corte Suprema. La otra, a nombre de Andreotti (“en nombre de las huestes pre-peronistas” dice Horacio González) propone la huelga general para el 18 de octubre, en vista del peligro en que se hallan las conquistas obreras ante “el poder de las fuerzas del capital y la oligarquía”. Por votación nominal, la primera posición obtiene 11 votos mientras que a favor de la huelga general se cuentan 16 votos. La propuesta ganadora reclama elecciones sin condicionamiento y la libertad de “todos los presos civiles y militares que se hayan distinguido por sus claras y firmes convicciones democráticas y por su identificación con las causas obreras”. Esta ha sido la forma, finalmente, de nombrar a Perón sin nombrarlo. 

En el libro Una historia del peronismo, Pedro Saborido escribe un cuento que se titula “Deborah no hubiera sido lo mismo”. La tesis del cuento –en clave humorística– es que parte del liderazgo de Juan Perón se explica por la sonoridad de su nombre (“Perón, escribe, permite tocar el bombo. No así el apellido Mastrodonato o Llambias. Perón suena como un bombo. Es un bombo en sí mismo. Es el propio sonido del bombo”). Relata unas falsas experiencias de liderazgos laboristas previos que quedaron truncos por la falta de sonoridad del nombre: “el pueblo –señala– no puede tener de líder a alguien del cual no puede pronunciar su nombre”. Efectivamente.

Eran las 23.45 de la noche del 16 de octubre cuando la asamblea se dio por finalizada con la convocatoria a la huelga para el jueves 18. Pero faltaba que sucediera el miércoles. 

Los dirigentes, dice Gonzalez, han hablado sin saber lo que va a ocurrir, “que es la única forma de hablar”. Falta el acontecimiento por excelencia de la historia argentina (¿cómo adivinarlo?). Cualquiera puede leer en el Acta un error, una falla de cálculo. González ve otra cosa: una prefiguración viciosa. “El peronismo –asegura– nacía sin anticipar su día posterior. Y el 17 de Octubre, a la inversa, precisaría de esas voces inocentes, que sin embargo hablaban el sobrecargado lenguaje de un sindicalismo ya experto y, como se dijo tantas veces después, ‘maduro’. No hablaban el lenguaje del mito, pero el mito se filtraba en sus palabras, anticipaban el tema fundamental de las décadas que seguirían: cómo nombrar a un hombre, cómo nombrar a todos los hombres. Los mitos plenos no tienen ese dilema pues nacen ya desde una opción nominativa”.

Al día siguiente, la disyuntiva irresuelta por los dirigentes se responde sin atajos por las clases trabajadoras. “Ese día –escribe Marcos Schiavi en la revista Porvenir– no hubo más dirigente que la lealtad popular”. Abundarán los textos: Scalabrini Ortíz, Martínez Estrada, Leopoldo Marechal (que escucha el canto: “¡una cosa que empieza con P!”), Silvina Ocampo, Lamborghini, entre otros. Incluso este texto mismo de González que trae una hipótesis maravillosa: que el 17 de Octubre significó “la movilización sobre la ciudad de un conjunto de textos antiguos, de los que no podían leerse sin estremecimientos”. Y los lista: el texto del Himno, el Facundo, El Matadero y Radiografía de La Pampa.

El 18 de octubre, finalmente, tuvo lugar la huelga general. Pero era una medida que se había decidido durante y para un país que no existía más. Uno en el que no se podía convocar a una huelga por Perón. En ese país nuevo, el del 18 de octubre, se festejaba San Perón. El día que los trabajadores se tomaron para descansar después de ascender, sublevados, desde el subsuelo de la Patria.

Otras lecturas:

Es politólogo de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Nació en Olavarría, una metrópoli del centro de la provincia de Buenos Aires. Vio muchas veces Gladiador.