Un viaje al baby fútbol con Enzo Fernández

La definición en una baldosa ante México no es sólo una metáfora. La historia de un origen.

Enzo Fernández sacó el tiro-gol ante México de una baldosa. Lo de “una baldosa” puede entrar en el baúl de las metáforas del fútbol, pero no en su caso. Llevar la pelota cortita, y rematar seco, a colocar, con un movimiento sin recorrido del pie en un espacio delimitado -su gol, el 2-0 del alivio- tiene evidencia: la canchita de cemento -de pista- del club La Recova de Villa Lynch, partido de San Martín. El baby fútbol es el origen común de los futbolistas de la selección que nacieron en la provincia de Buenos Aires, los que son mayoría en Catar (13 de los 26). Pero aún es más en los siete mediocampistas natos, todos criados en canchitas del conurbano bonaerense y la Capital Federal. Lógica: el baby fútbol, un viaje de los 4 a los 13 años, de la niñez a la primera adolescencia, curte un fútbol dinámico en dos tiempos de 20 minutos, de pase y pegada, sin demasiada elaboración y estrategia (ya vendrá la cancha de 11). En un amplio sentido, Enzo Fernández es un producto baby fútbol.

En más de una ocasión, antes de que arrancara la categoría 2001 -la de Enzo-, en el club La Recova se cortaba la luz. No había problemas de electricidad ni magia negra. Enzo no llegaba. O llegaba tarde. Había que retrasar el partido. A los siete años ya jugaba, a la vez, en el club Parque Chas, del otro lado de la General Paz, una especie de “requisito” tras fichar en las infantiles de River. Enzo había debutado en el club de su barrio a los cuatro años, con la categoría 99, chicos dos años más grandes, durante un torneo de verano: entró y metió el 3-3 ante Ameghino Excelsior de Santos Lugares. “Acá Enzo es ‘El Gordo’ -me aclara Giuliana Correa, delegada y coordinadora del baby fútbol de La Recova-. En el gol con México, sacó un patadón de la galera, de la nada. Eso tenía él. Podías estar perdiendo, pero lo ibas a ver con frialdad, tranquilidad, concentrado en qué hacer. No se ponía a llorar, como otros nenes. Fue el 5, el medio, en la categoría 2000, también, y tenía un año menos. Y el 5 es el jugador fundamental, porque defiende y ataca”.

En la estructura deportiva de Argentina, los clubes de barrio -asociaciones civiles sin fines de lucro- son más que fútbol. Los clubes, dicta el lugar común, sacan a los chicos de la calle. Cada vez más entrenadores marcan que los clubes sirven más para sacar a los chicos de sus casas. De la computadora al metegol. Pero también en los clubes, en las ligas de fútbol infantil, se inicia la mercantilización del juego: hay chicos que cobran por jugar. Sin regulación, los clubes porteños contratan a chicos del conurbano, que llegan a jugar hasta siete partidos por fin de semana para distintos equipos.

Como a Leandro Paredes, mediocampista titular en el debut ante Arabia Saudita en el Mundial. Cuando tenía 12 años, su madre una vez se lo llevó en el entretiempo de un partido: no había recibido el dinero prometido. Jugaba en Parque, que surtió de chicos primero a Argentinos Juniors y después a Boca. Pero Paredes jugaba, en simultáneo, en Brisas del Sud (Mataderos). También jugó en Cristo Rey (Caseros). Y había arrancado en La Justina (San Justo). En Uruguay, el baby fútbol es regulado por el Estado. La Organización Nacional de Fútbol Infantil cuida el patrimonio: 70.000 niños y adolescentes en 700 clubes de 67 ligas distribuidas en ese país. “En el Uruguay tenemos un gran tesoro, la base de todo: el fútbol infantil –me dijo en 2020 el Maestro Tabárez, DT de la selección entre 2006 y 2021-. Casi todos los futbolistas se iniciaron en el baby fútbol. Algún niño de los muchos que va a haber jugando, en un tiempo prudencial puede ser que juegue en la selección. Pero es una minoría. Hay que trabajar inclusivamente, formar personas”.

Giuliana Correa, además de delegada y coordinadora del baby fútbol de La Recova, que reúne alrededor de 90 chicos, fue entrenadora. “Hoy, un montón de papás, por el simple hecho de pensar que se van a salvar económicamente con el hijo, lo saturan -apunta-. El nene tiene que divertirse y después decidir qué quiere hacer. Hoy, menos es más. Algunos nenes juegan cuatro partidos el sábado, y tres más el domingo. Hay clubes que les pagan 1.000 pesos por partido. Ese chico, en dos años, no quiere jugar más. Enzo venía a La Recova por amor a la camiseta. Vi a clubes traer categorías enteras de otro lado, y jugar hasta con la camiseta del club del que venían. O vi llegar a un chico sobre la hora y no sabían ni el nombre, sólo se acercaba la persona a la que tenían que pagarle”. La alta exigencia desde temprana edad forja personalidad. Pero también explota: un chico puede juntar hasta 7.000 pesos por fin de semana.

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En las horas de incertidumbres y nervios posteriores a la caída histórica ante Arabia Saudita en Catar, Enzo había recibido un WhatsApp de Pablo Esquivel, quien lo vio por primera vez a los cinco años, cuando General Guido de Villa Ballester, el club en el que era técnico, se enfrentó a La Recova. Esquivel aún trabaja como captador de River. “Gordo, el otro día, cuando te vi entrar, se me cayó un lagrimón. Te lo merecés. A seguir por más, amigo. Si te toca entrar, no tengo dudas de que la vas a romper, son los partidos que te gusta jugar”, le había escrito Esquivel el día anterior a México. “Ah, y pegale”. Enzo Fernández le pegó al arco como en el baby fútbol, y es el jugador más joven en convertir un gol con Argentina en una Copa del Mundo desde Lionel Messi en Alemania 2006, a los 21 años y 313 días. “Es -dijo Messi sobre Enzo- un chico petacular”.

Soy periodista especializado en deportes -si eso existiese- desde 2008. Lo supe antes de frustrarme como futbolista. Trabajé en diarios, revistas y webs, colaboré en libros y participé en documentales y series. Debuté en la redacción de El Gráfico y aún aprendo como docente de periodismo. Pero, ante todo, escribo. No hay día en la vida en que no diga -aunque sea para adentro- la palabra “fútbol”.