Super Bowl: una fiesta made in USA en un campo de batalla

El día de la final entre Philadelphia Eagles contra Kansas City Chiefs (20.30 hora argentina), esta nota aborda el debate sobre un deporte que convive con una enorme cantidad de jugadores accidentados, algunos de forma irreversible. ¿Hay límites para el negocio?

El partido, el 2 de enero pasado, formaba parte de Monday Night Football, el programa mítico nacido en 1970, parte hoy de ESPN, que paga 15.000 millones de dólares a la NFL, la poderosa patronal del fútbol americano que celebra este domingo el Super Bowl, la gran fiesta del deporte de Estados Unidos. El lunes 2 de enero no hubo exactamente fiesta. Damar Hamlin, 24 años, jugador de Buffalo Bills, derribó a Tee Higgins, de Cincinnati Bengals. Se levantó, dio dos pasos y se desplomó. Permaneció muerto algunos segundos. Solo el 11,2 por ciento de las 300.000 personas que sufren paro cardíaco fuera de los hospitales en Estados Unidos y reciben reanimación cardiopulmonar (RCP) sobreviven. La cifra sube al 41 por ciento si reciben desfibrilación inmediata. A Hamlin lo salvó la cirujana Valerie Sams, que esa noche estaba de guardia en el Paycor Stadium, de Cincinnati. Sams es cirujana y teniente coronel. Está entrenada para atender a heridos de los campos de batalla. El accidente de Hamlin fue atípico, pero eso es el fútbol americano. Una batalla.

Damar Hamlin, de los Buffalo Bills.

Ya de alta, Hamlin, junto con Sams, fueron ovacionados el jueves pasado, en la previa del Super Bowl, la gran final que jugarán en Arizona este domingo a partir de las 20.30 hora argentina Philadelphia Eagles contra Kansas City Chiefs (nombre rémora de cuando los indios eran todos malos). Hamlin, que el jueves recibió un premio de cien mil dólares, podría haber sufrido daño cerebral grave si el auxilio médico demoraba apenas minutos más y la sangre no volvía rápido al cerebro. El equipo liderado por Sams (la NFL exige treinta médicos promedio por partido) restableció en el campo el pulso de Hamlin. Ya en el hospital otro equipo recibió a Hamlin como cuando un auto de Fórmula 1 entra a boxes para cambiar neumáticos. Respiración, tomografía. Ventilador. Sedación. Y Estados Unidos paralizado. Hasta Joe Biden habló con los padres del jugador. Le preguntaron si el fútbol americano se estaba volviendo demasiado peligroso. Y el presidente de Estados Unidos respondió: “No sé cómo no estamos hablando de eso”. Barack Obama ya había dicho años antes que no le hubiese gustado tener un hijo jugando fútbol americano. Donald Trump, en cambio, protestó cuando la NFL modificó reglamentos para atenuar la violencia del juego. Dime cómo juegas. Te diré quién eres.

El “deporte macho” de Estados Unidos evolucionó con los años. Sus franquicias promueven equidad y diversidad. Surgió hasta un jugador como Colin Kaepernick, que en 2017 inició un movimiento de protesta con “Black Lives Matter” arrodillándose cada vez que sonaba el himno nacional antes de un partido, en protesta por la brutalidad policial contra la población negra. Kaepernick era uno de los pocos mariscales de campo afro, una posición cerebral habituada a jugadores blancos como Tom Brady, reciente retirado, siete veces campeón del Super Bowl, porque los negros “solo corren y chocan”. Este domingo, por primera vez en la historia, el Super Bowl tendrá a dos mariscales de campo negros: el gran Patrick Mahomes por Kansas City Chiefs y Jalen Hurts por Philadelphia Eagles.

Patrick Mahomes, estrella de Kansas City.
Jalen Hurts, estrella de Philadelphia Eagles.

Los sobrevivientes

Eso sí, el deporte que “no tiene vencedores ni vencidos, sino sobrevivientes”, moles con casco que chocan unas contra otras, solo otorga seguro médico de cinco años (y una compensación en caso de discapacidad) a los jugadores con tres temporadas. Hamlin estaba en su segunda temporada. Pero su dramática “muerte” en vivo por la TV hizo que se le asegurara cobertura completa. Algunos medios indagaron sobre “los Hamlin” menos afortunados. Zeke Motta, por ejemplo, perdió el conocimiento en 2013 tras chocar con dos rivales en pleno partido con Atlanta Falcons. Le dieron Toradol para calmar el dolor y volvió a la cancha porque había que reemplazar a un compañero que había salido con conmoción cerebral. Solo días después una placa estableció que Motta se había fracturado una vértebra C1 que está en la base del cráneo y mantiene la cabeza erguida. A los 24 años perdió deporte, salario y cobertura médica. “El fútbol era mi sueño, descubrí que era un negocio”. Hay cientos como él.

La NFL es la Federación nacional más poderosa de todo el deporte. Recibe ingresos anuales de 18 mil millones de dólares. Destinará este año 320 millones a 3.200 exjugadores por discapacidad. Un dos por ciento. Cuando los jugadores presionaron en 2011 para extender la cobertura, las franquicias dijeron que el costo debería salir de sus ingresos. Los jugadores, cuyos salarios significan el 48 por ciento del negocio, se negaron. Hamlin, novato, ganó 660.000 dólares el primer año y 825.000 el segundo, por un contrato global de cuatro años y 3,6 millones de dólares. Es un dinero envidiable para cualquier trabajador estadounidense, claro, pero lejano a los 51 millones de dólares que recibió en 2022 Mahomes, la gran figura del Super Bowl. El negocio de la NFL, el silencio corporativo sobre su tendal de lesionados, quedó al desnudo en los últimos años a partir de historias dramáticas de jugadores retirados con demencia precoz y muertes dolorosas. Imposible olvidar la película “Concussion”, con Will Smith, sobre las presiones de la corporación para acallar las investigaciones médicas sobre los cerebros dañados de cientos de jugadores fallecidos a temprana edad.

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Apenas días después del caso Hamlin, The New York Times publicó un artículo del ex jugador y ex luchador Christopher Nowinski, neurólogo. Nowinski aclaró que el paro cardíaco sufrido por Hamlin tras ser golpeado en el pecho, si bien dramático, fue atípico y, posiblemente, jamás podría volver a suceder en la NFL. Recordó en cambio que hay muchos otros golpes cuyas consecuencias (cardiopatías crónicas y lesiones cerebrales traumáticas) terminan ya no con la carrera deportiva, sino con la vida misma. Nowinski contó inclusive que, apenas horas antes del partido de Hamlin, la NFL sufrió la muerte de Uche Nwaneri, casi un centenar de partidos con Jaguares de Jacksonville, fallecido de un infarto a los 38 años. Antes de morir, consciente del deporte que había jugado, Uche pidió que su cerebro quedara a disposición de los médicos. Son cada vez más los exjugadores temerosos de sufrir Encefalopatía Traumática Crónica (CTE), la enfermedad neurodegenerativa por la acumulación de golpes en la cabeza. Nowinski dio una lista de jóvenes exjugadores todos muertos en los últimos ocho años, de entre 30 y 50 años.

Uche Nwaneri, de los Jaguares de Jacksonville.

“¿Para qué siguen jugando?”

Nowinski siguió con las estadísticas: un 90 por ciento de trescientos jugadores que fueron revisados tuvieron CTE (se calcula que, en realidad, el diez por ciento de los jugadores del fútbol americano sufren CTE, más de diez veces la población general). Los jugadores de la NFL son tres veces más propensos a morir de Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) y también de Parkinson comparados con los del béisbol. Los ex jugadores de entre 50 y 59 años tienen diez veces más probabilidades de sufrir demencia que la población general. A mayor tiempo jugando, más posibilidades de lesiones cerebrales. Solo en la categoría juvenil se estima que cada jugador recibe 389 impactos en la cabeza por temporada. Los jugadores de entre 25 y 39 años tienen una tasa de artritis que triplica la media. “¿Pero por qué ellos mismos deciden libremente ser jugadores si, igual que los fumadores, saben los riesgos a los que se exponen?”. Es la pregunta tradicional de quienes se enfurecen ante cada debate sobre cómo humanizar el juego. Un debate que lleva más de un siglo, tiempos en los que el presidente Theodore Roosevelt se alarmó por la cantidad de muertos en plena actividad. Hubo cambios, claro. Especialmente luego de que cuatro mil familias de ex jugadores dañados iniciaron una demanda global de 1.500 millones de dólares. Pero la naturaleza del juego, con atletas cada vez más potentes y veloces, implica un deporte ya no de contacto, sino de colisión.

El lunes 2 de enero pasado, apenas Hamlin fue sacado del campo en ambulancia, la transmisión de ESPN dijo que los jugadores tendrían cinco minutos para calentar antes de reanudar el juego. “Necesito ir al hospital y no seguir aquí”, le dijo Zac Taylor, entrenador de Buffalo Bills, a Sean McDermott, su colega rival. La conversación definió la suspensión del partido, algo inusual en una Liga que ni siquiera paró el día que fue asesinado el presidente John Fitzgerald Kennedy, en 1963. Todos los equipos retomaron sus entrenamientos dos días después. Algunos entrenadores debatieron el tema con sus jugadores. Otras franquicias pusieron a sicólogos deportivos a disposición de los futbolistas y dijeron que atenderían a aquellos que, todavía conmovidos, pidieran no jugar. Jugaron todos. Los jugadores duran cuatro años, una media inédita para cualquier otro deporte. NFL, ironizan muchos, no significa National Football League, sino “Not For Long” (no por mucho tiempo). Para otros jugadores fue como si nada hubiera sucedido. Parte del juego. Norman Mailer escribió una vez sobre los astronautas que fallecían en la carrera espacial. Morían, simplemente, porque no tenían “lo que hay que tener” (The right stuff). La fiesta del deporte de Estados Unidos es un debate difícil. Las crónicas abruman con las cifras. Comerciales de TV a precio de oro. Consumo de refrescos y salchichas. Rating. Show del entretiempo. Y un dato más: solo en apuestas, estimó la American Gaming Association, habrá un mercado de 16.000 millones de dólares. ¿Quién da más?

Soy periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribí columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajé en radios, TV, escribí libros, recibí algunos premios y cubrí nueve Mundiales. Pero mi mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobré siempre por informar.