Sucio gas

La necesidad de reducir emisiones de gases de efecto invernadero no puede soslayar la situación macroeconómica y social de nuestro país. Una política agresiva de gasificación de la matriz energética argentina es el camino de convergencia hacia una sustentabilidad social, económica y ambiental.

En el contexto de la reciente Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26), se alzaron muchas voces para plantear que la Argentina debe avanzar velozmente hacia una matriz verde y que la acción climática es la verdadera prioridad de nuestra estrategia de desarrollo. Organismos internacionales, organizaciones de la sociedad civil, cámaras empresarias, diversos sectores políticos. Se dice, con asombrosa tranquilidad, que nuestro país debe abandonar lo más pronto posible los combustibles fósiles. 

La Argentina ha realizado fuertes compromisos en reducción de emisiones, aun emitiendo menos del 1% del acumulado global, y debe cuidar los márgenes de autonomía que la arquitectura global multilateral concede, frente a presiones fortísimas. Mientras algunos esperan que avancemos con más velocidad en la transición, sin dar muchas pistas sobre los medios de implementación, otros están nostálgicos de las épocas en que Argentina se agrupaba en las negociaciones de cambio climático con los LMDC (Like Minded Developing Countries, por sus siglas en inglés, un grupo de países para las negociaciones de cambio climático).

En el diálogo global, a países como el nuestro, que no cuentan con los recursos económicos ni tecnológicos para una transición rápida, se les exige reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero. A la vez que no se verifican los compromisos que desde 1972 han realizado los países desarrollados: transferencia tecnológica y financiamiento para la transición. Hoy se negocia la creación de un fondo de 100 mil millones de dólares anuales para la transición de los países en vías de desarrollo y esto suena a una gran concesión. Mientras, un estudio de la fundación de Jeff Bezos postula que la Tierra necesita de 5 trillones de dólares por año de financiamiento climático para lograr una rápida transición.

Por lo tanto, mientras hacemos nuestro enorme aporte a que la humanidad no desaparezca como especie, tendremos que, por necesidad, encarar el camino propio, de acuerdo a nuestra situación y a nuestras posibilidades. 

Esto no nace sólo de convicciones políticas: es el grado cero del más elemental realismo. La Argentina no puede endeudarse más y, sin transferencia gratuita de tecnología, una transición acelerada sólo puede implicar nuevos gravámenes sobre una economía y una sociedad ya muy castigadas. Necesitamos crecer y reducir la pobreza, urgentemente.

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Gas por líquidos

Aquí nomás, en la Patagonia Norte, encontramos la segunda reserva de gas no convencional del mundo, con recursos estimados en 308 trillones de pies cúbicos. Valga reseñar que todo el consumo energético anual de nuestro país hoy equivale a algo más que 3 trillones de pies cúbicos anuales. Son 100 años de energía. Es claro que no consumiremos gas natural por un siglo. Pero es necesario que lo hagamos, con toda la intensidad posible, durante los próximos veinte.

La gasificación es, entonces, el camino a recorrer.

El petróleo (los combustibles líquidos refinados) explica el 29% de la matriz primaria nacional al año 2020. El desplazamiento de los combustibles líquidos por gas natural en toda actividad que se realice en nuestro país implica, además de un paso hacia la descarbonización, una medida de eficiencia económica urgente. 

Esto resulta especialmente relevante porque el escenario está abierto a nivel mundial. Mientras unos plantean que la demanda de gas empieza a bajar hasta su extinción en 2030, otros ven que el gas natural es el energético privilegiado para la transición que se viene y su demanda seguirá creciendo más alla del 2050. 

Si debemos reducir emisiones por los compromisos que ya hemos tomado, deberemos elegir el camino no sólo atendiendo a nuestra dotación de recursos naturales, sino también a la creación y consolidación de capacidades productivas, tecnológicas y científicas. 

En el campo del transporte, por ejemplo, recientemente el Ministerio de Producción de la Nación formuló un proyecto de ley de “Promoción de la Movilidad Sustentable”.

Vale la pena preguntarse por qué movilidad sustentable no puede asociarse a gas natural vehicular. Especialmente teniendo en cuenta que, a octubre de este año, más del 12 por ciento de los vehículos que circulan en Argentina lo hace abastecido a gas natural comprimido. En términos de escala: al cierre de 2020, circulaban por nuestro país 4.631 vehículos híbridos y los vehículos eléctricos eran 109. Las tecnologías no se oponen. Todo motor a combustión interna dotado de un componente de hibridación con electricidad incrementará sustancialmente las ventajas ambientales de la gasificación.

Esto, como se dice, no fue magia: fue una política sensata lanzada en 1984 por el Presidente Raúl Alfonsín en el contexto de una abundancia de gas en la Argentina. Hoy, como ayer, necesitamos aumentar la demanda no estacional de nuestra producción de gas. Esto sin mencionar que el gas natural podrá ser, en un país con la cantidad de biomasa que existe en la Argentina, progresivamente reemplazado por biogás, eliminando prácticamente las emisiones. Existe una vigorosa industria exportadora en el campo del equipamiento para el gas natural vehicular. No tenerla en cuenta sería una picardía. La Argentina consumió 2.313 millones de litros de nafta en 2019. Arriesguemos un promedio de un dólar el litro. Todo lo que reemplacemos de nafta por GNC (gas natural comprimido), además de reducir emisiones, incrementa las exportaciones. Una política de incentivos fiscales para la adquisición de equipos de GNC y acuerdos con las terminales automotrices para que empiecen a salir de fábrica los equipos ya instalados puede, a corto plazo, producir un diferencial en términos ambientales, de cuenta corriente y desarrollo productivo.

El transporte automotor de pasajeros intraurbano e interurbano explica un consumo anual de millones de toneladas de gasoil. En numerosas jurisdiscciones, se vienen realizando pruebas piloto para gasificar el transporte de pasajeros, que ciudades como Washington, Cali, Agra, Madrid y tantas otras utilizan a diario. Abandonar el gasoil, idealmente a cambio de colectivos híbridos a GNC, permitirá enormes ahorros y mejoras en la calidad de la vida en nuestras ciudades, sobre todo debido al nocivo efecto en la salud pública del material particulado que tienen como residuo. Una política de alineamiento de incentivos y promoción de la investigación aplicada en este campo puede tener un efecto extraordinario. 

Menos emisiones, más divisas, más tecnología

Pero el transporte no son sólo los pasajeros. El transporte automotor de cargas consumió en nuestro país, en 2012 (a falta de estadísticas más recientes), aproximadamente cinco millones de toneladas de gasoil. Si bien nadie discute que la mejor herramienta en términos económicos y ambientales es el transporte fluvial y ferroviario, el progresivo reemplazo de la flota de camiones de la Argentina alimentados a diesel por una flota a GNC y GNL (gas natural licuado) podría implicar la disponibilidad de reducir importaciones y aumentar las exportaciones por un monto total de hasta 5.200 millones de dólares, con los beneficios ambientales ya citados. 

Las cargas en Argentina son, en su mayoría, productos agropecuarios y allí, además de defender en los foros internacionales la necesidad de emitir metano de nuestra industria ganadera y lechera, encontraremos otra oportunidad: la agricultura consumió 2.050 millones de litros de gasoil en la cosecha 2020-21. Una progresiva gasificación, aun con las complejidades logísticas que implica, podría liberar hasta 2.000 millones de dólares de gasoil para exportar. Aquí resulta fundamental plantear al gas natural como un camino hacia el biogás. La producción agrícolo-ganadera es el ámbito privilegiado para que la gasificación abra el camino hacia procesos circulares, de casi cero emisiones, que permitan alimentar a los camiones y tractores. 

En la nutrición de los suelos es donde hoy se encuentra el verdadero cuello de botella de la producción agropecuaria argentina, junto a un drenaje de divisas permanente. En total, las importaciones de fertilizantes demandaron, en 2020, divisas por 1.100 millones de dólares. Los fertilizantes de mayor consumo son los nitrogenados, cuya producción tiene como principal insumo al gas natural. Si Argentina vuelve a convertirse en exportador, el precio a los consumidores bajará desde paridad de importación al precio de paridad de exportación. Esto implicará necesariamente un uso más intensivo, incrementando los rendimientos y las exportaciones agrícolas, más allá del aporte a la balanza de pagos que podría significar la exportación de los mismos fertilizantes. Así, podremos colaborar también para revertir el alarmante empobrecimiento de los suelos a nivel nacional y dar sustentabilidad a la producción agrícola. Luego, el aumento de la demanda interna de gas natural implicará también mayores exportaciones en sectores no relacionados con los hidrocarburos.

La mayor parte del transporte que se realiza en la Argentina tiene lugar a través de la Hidrovía Paraná-Paraguay. Allí hay también una oportunidad. El desplazamiento del diesel marítimo por gas natural licuado en los motores de los barcos es hoy una fuerte tendencia. El incremento del tonelaje que se mueve por la Hidrovía será en sí misma una medida de eficiencia energética. Si a eso sumamos la progresiva gasificación de la navegación, podremos reducir emisiones a la vez que cuidar la riqueza de biodiversidad que contienen los diversos ecosistemas del Paraná. El Banco Nación, la Cámara de la Industria Naval Argentina y hasta los astilleros TANDANOR tienen iniciativas en este campo. Una política de Estado que sintetice los esfuerzos dispersos que existen en materia de gasificación de la navegación permitiría, incluso, generar eficiencias presupuestarias, logrando duplicar y hasta triplicar los patrullajes de Prefectura y la Armada en nuestro mar territorial, mejorando el cuidado de nuestros recursos frente a la pesca ilegal.

Hay un segundo lineamiento estratégico, junto a la gasificación, que consideramos fundamental: el desarrollo de las capacidades tecnológicas nacionales. De allí que resulte una medida central la capitalización por parte del Estado nacional y provincial de IMPSA (Industrias Metalúrgicas Pescarmona Sociedad Anónima, empresa industrial de soluciones integrales para la generación de energía).

El enfoque no favorecerá esquemas de valorización financiera, sino el agregado de valor local: la industrialización. Esto resulta central, porque la Argentina no necesita tecnología “de punta”, Argentina necesita tecnología que resuelva un problema y que pueda, con el poder de compra del Estado mediante políticas estratégicamente definidas, generar la escala que la pueda tornar competitiva a nivel global. Un ejemplo paradigmático de este tipo de políticas saludables es, en nuestro país, el desarrollo nuclear. Por ello es necesario decir una palabra sobre la prioridad en el aumento de la incidencia de la generación nucleoeléctrica que en nuestra matriz debe recibir el Proyecto CAREM (Central Argentina de Elementos Modulares, primer reactor nuclear de potencia íntegramente diseñado y construido en la Argentina), que implica un sendero no exento de desafíos, pero con proa a la autonomía tecnológica, al desarrollo de capacidades nacionales exportables. Es fundamental que todas las fuerzas políticas pongan en el centro de la adopción de la generación eléctrica sin emisiones el aspecto del aumento de las capacidades nacionales, los derrames en beneficio complejidad económica y el avance hacia la autonomía tecnológica a la hora de diseñar las políticas que guiarán nuestra transición. En este sentido, resulta importantísimo que hoy en Argentina se esté discutiendo un Plan Nacional de Ciencia y Tecnología 2030 y que el espíritu del plan sea poner el eje de la ciencia y la tecnología en la demanda productiva: la resolución de los problemas argentinos. Con seguridad los diversos campos de uso de la energía reconocerán un lugar de importancia en la versión final del plan. 

Como demuestra un trabajo reciente, de los 30 productos verdes (aquellos que serán incrementalmente producidos y consumidos en un mundo progresivamente descarbonizado) en los que Argentina se encuentra muy cerca de ser competitiva a nivel global, al menos 20 son insumos de la industria del gas, y eso no es casualidad. La competitividad que alcanzamos la podemos llevar un paso más adelante. Una matriz más intensiva en gas nos lleva a una matriz menos carbónica y a una industrialización verde.

Para una estrategia nacional de gasificación

El Plan Gas.Ar nos permitió evitar una crisis este invierno y nos generará un enorme ahorro de divisas. El plan Transport.Ar de obras consolidará el sistema de transporte de gas en nuestro país, generando aun más eficiencias. Pero esto no alcanza. Resulta fundamental romper los escenarios tendenciales y generar políticas públicas tranversales que permitan incrementar agresivamente la demanda interna de gas natural en la Argentina. Esto contribuirá al bienestar de nuestro pueblo, tanto en términos económicos como ambientales. Asimismo, permitirá colaborar con nuestros vecinos: los países de la región cuentan con el gas argentino como un apoyo para asegurar una transición energética que no castigue el consumo popular ni la producción industrial y que pueda ayudar a descarbonizar sus matrices.

Además, el incremento de la demanda no estacional de gas natural mediante las políticas mencionadas permitirá dar mayor previsibilidad y mayores eficiencias técnicas y económicas al desarrollo de Vaca Muerta. Allí encontraremos un segundo motor que, junto a las exportaciones a los países de la región, podrá acercarnos hacia la exportación de GNL al mundo. Claro que con el objetivo ulterior de salvar la restricción externa para poder desarrollar tecnologías libres de carbono. Pero sin pagar intereses, siendo propietarios de las patentes y en un marco de estabilidad macroeconómica.

En consecuencia, no podemos darnos el lujo de la neutralidad tecnológica. La propuesta es sencilla: apoyemos orgánicamente como Estado las tecnologías que impliquen una gasificación de la matriz, mientras que progresamos en las que todavía no estamos maduros. Hay allí un sendero de convergencia.

A esto se sumarán el potencial disruptivo de la exportación de hidrógeno verde y su potencial progresiva inyección en los ductos de gas natural. La industrialización del litio que permitirá almacenar energía renovable. El ingreso de divisas de una minería cada vez más verde. El desarrollo de la bioeconomía y la bioenergía. La apuesta por el gas natural no implica cerrar camino a otras opciones, sino que propone un avance paulatino, sin saltos discretos, basado en nuestras necesidades, sostenido por el incremento de exportaciones, empleo, producto, equilibrio fiscal y de pagos y competitividad que el gas de esquisto puede darnos.

Todos los argentinos debemos tener claro que si queremos avanzar en el cumplimiento de los compromisos de descarbonización de nuestra matriz, que hemos realizado en el marco de un proceso civilizatorio, nuestra única oportunidad yace bajo la roca que es casi coextensiva a la Provincia de Neuquén, con porciones mendocinas, rionegrinas y pampeanas.

Estos debates cruzan a oficialismo y oposición, a la sociedad civil, a todos. Baste repasar la lista de las agrupaciones políticas que se dieron cita en la manifestación del 24 de septiembre pasado en la Ciudad de Buenos Aires. Estas cuestiones cruzan a los niveles municipales, provinciales y federales de decisión. Tal vez sea un tema de interés para los acuerdos políticos que el país se apresta a encarar.

Diplomático de carrera. Actualmente se desempeña como jefe de Asuntos Políticos en la Embajada Argentina en Chile.