Scaloni nunca duerme

Historias y puntos de inflexión del entrenador que llevó a la Selección Argentina a la gloria

Hola, ¿cómo estamos?

Es de noche. Pero ya es de día. El celular marca las tres y cuarto de la madrugada. Se abre la puerta de un cuarto de la concentración de Bronnitsy. En Rusia, en verano, el sol es tan ansioso como el tipo que entra. Todo chivado. No se podía dormir y se fue a hacer bici al gimnasio. Se pega una ducha. Se acuesta. Agarra el control remoto. Prende una repetición de la Fórmula 1. Llama a su esposa. Habla con su hijo mayor. Lo manijea para el partidito que tiene en un rato. Se pone la Mac en el pecho. Mira un entrenamiento. Marca un error de un volante central. A los gritos. Al rato, no solo está desayunando: Lionel Scaloni está discutiendo con alguien sobre el tema que fuera. 

  • ¿Cómo puede ser que un tipo tan intenso sea tan tranquilo dentro de la cancha?
  • Suele suceder que uno a lo mejor sea lo contrario y después se transforme en la cancha. Mi manera de ser es hasta que arranca el partido. Así podamos gritar o no, al fin y al cabo es lo mismo. A mí me gustaban los entrenadores que estaban tranquilos.

Al estadio del Leipzig todavía no lo compró la energizante Red Bull. Es 24 de junio de 2006, Lionel Messi y Juan Román Riquelme están cumpliendo años. Explotan las primeras notas del himno nacional. Le transpiran las manos. Se pregunta: “¿Quién mierda me mandó a ser jugador de fútbol?”. José Pekerman decidió que Scaloni será su lateral derecho en el cruce de octavos de final contra México. Le corre un frío por la espalda que culmina en cuanto la pelota empieza a moverse. No sabe que está viviendo una clase de cuánto pesa esa camiseta. Hasta que Maxi Rodríguez rompe los planetas. La clava en el lugar imposible al que no llega Oswaldo Sánchez. Se queda parado en quinta, levanta los brazos y por él viene Messi. Se abrazan. Dentro de quince años, tendrán abrazos todavía mejores.

A perder se aprende. Recuerda el vestuario contra Alemania. El dolor de haber quedado afuera siendo invicto. Con el cachetazo de percibir, en los entrenamientos, en el correr de las jornadas, que había una seguridad de ser campeones. “El fútbol es fútbol”, es una lección genérica que utilizó, por primera vez, Vujadin Boskov, coach serbio que encabezó el Real Madrid. Ese grupo había conquistado el Mundial sub 20 de Malasia. El central derecho era Roberto Ayala, uno de sus ayudantes de campo actuales. El enganche suplente era Pablo Aimar, colaborador en este ciclo. Afuera de la lista por una etapa de lesiones había quedado Walter Samuel, otro de sus alfiles en la Selección. Scaloni no es del palo de la música, pero le queda pintada la frase de Deja Vu de Gustavo Cerati: “Sacar belleza del caos es virtud”.

Ese 2006 lo enganchaba en una instancia bisagra de su carrera. Había culminado su primera etapa en Deportivo La Coruña. Una camiseta con la que obtuvo hoy algo imposible: en 2000, chorearles la Liga al Real Madrid y al Barcelona. Sumado a la Copa del Rey del 2002. Compartió plantel con dos de sus jugadores favoritos. Mauro Silva, un volante central clásico, casi un líbero de futsal, capaz de cubrir las espaldas hasta de dios, repartidor de pelota corta. Se enamoró de esa faceta equilibrista del brasileño campeón del mundo en 1994. Un libreto que le costó deconstruir en su primera etapa como entrenador de la Selección. Le preocupaba el desorden de Leandro Paredes. Verlo presionar en cualquier costado de la cancha y olvidarse que tenía un equipo en la espalda. Un riesgo que, a la vez, había que correr para tener sobre el césped el futbolista que heredó el cargo que durante años solo lograba ostentar Ever Banega: saber leer adónde quiere Messi la pelota y ganarse el respeto del 10 para llevar a cabo esa función. A lo otro le saltó una solución. 

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En marzo de 2018, propuso un nombre y dos apellidos. Rodrigo Battaglia y De Paul. Desesperados con Jorge Sampaoli por hallar un lateral derecho les pareció una opción el futbolista de Sporting Lisboa. Al otro, lo mencionaba como una opción para un mediocampo al que le buscaban suplentes. Udinese se hallaba en un momento dramático y el pibe de Avellaneda exhibía una cierta personalidad que a futuro podía servirle. Fue por esas jornadas que al ex enganche de Racing le propusieron ser doble cinco. Una oportunidad para aprender conceptos que le solucionarían los dolores de cabeza a Scaloni por el desorden de Paredes.

El segundo jugador que lo encandilaba en La Coruña era Francisco González. Fran, para la historia. Padre de otro Nico González, un flamante interior del Barcelona que encandila a Xavi Hernández. Un diez de los de antes que, en palabras de Scaloni, tuvo temporadas en que oficiaba de mejor jugador del planeta. Los enganches conforman el paladar organizativo del entrenador. Aprendió del español y de Riquelme, a quien conoce desde los 17 años. Tanto ha cambiado el juego en los últimos años que los dos seres que cumplen esa función en su Selección fueron compañeros suyos de equipo: Messi, en la Selección, y el Papu Gómez, en Atalanta.

A su centrodelantero estrella también lo descubrió de madrugada. Lautaro Martínez brillaba en el Racing del Chacho Coudet. Una noche, halló que a la primera fase de la Libertadores la pasaban por el cable europeo. El 3 de mayo de 2018, la Academia vencía por 1-0 a Universidad de Chile, con gol de Alejandro Donatti. “Che, es bueno en serio este pibe”, escribió por WhatsApp. En ese desvelo, no sólo se hallaba el punta del Inter. También, Juan Musso, ahora arquero suplente de su Selección.   

La bisagra de 2006 implicaba una salida de su zona de confort. West Ham lo compraba. Pasaba de ejercer de ídolo en La Coruña a ser un completo desconocido. Algo que le encantó. A Scaloni le gusta respirar como un ciudadano desconocido. Esa temporada disfrutaba de ir a entrenar en subte. La satisfacción por el anonimato le resultó un pilar -natural- en su arribo como entrenador a la Selección. Su pareja es española y la vida familiar la tiene construida en Mallorca. Sus hijos son de allí. Las montañas en las que sale a pedalear, también. Para defender esa costumbre, se propuso tres viviendas: la costa de España, la casa de Pujato de sus viejos y el predio de AFA. Ni el Obelisco, ni estadios presenciales, ni charlas con entrenadores. No se gana ni se pierde por eso, pero, quizás, se lleva mejor la existencia.

A la AFA sí que la conoce de memoria. Desde sus árboles hasta sus problemáticas. A los 17 años, al profe Daniel Córdoba, entrenador de Estudiantes, le llegó el dato de que había un pibe en Newell’s que la rompía. Las juveniles de la Selección ya le habían echado el ojo. El conflicto aconteció en que su salida de La Lepra no se dio con prolijidad. Durante un tiempo, la burocracia le prohibió jugar para la casaca albiceleste. Aguantó hasta que el sueño se le hizo realidad. Continuó observando y aprendiendo. Oliendo, ante todo. Cuenta la leyenda que aquel grupo poseía dos bandos. Parido en la mala onda entre Riquelme y Esteban Cambiasso en las inferiores de Argentinos Juniors. Una tensión con la que un excompañero de aquel equipo grafica la personalidad del entrenador de la Selección: “No se sabe cómo, pero estaba en los dos sectores”.

Sus padres en el predio fueron José Pekerman y Marcelo Bielsa. Si el primero lo había ayudado a dar los pasos inaugurales, el segundo le enseñó de qué manera había que darlos. En su primera convocatoria bajo el ciclo del Loco, en Japón, lo citó a una sala en la que había una videocasetera. Puso play a un insignificante encuentro entre La Coruña y el Racing de Ferrol por la Copa del Rey. Por la diferencia de categoría, los gallegos habían sobrado el encuentro: “Mírese usted, esa no es la actitud de un jugador de la Selección”.

En su vuelta, en el ciclo de Sampaoli, comprendió algunos últimos pantallazos que le faltaban. Se acercó a Javier Mascherano y a Lucas Biglia y pensó hipótesis de cómo relacionarse con un núcleo dolido por haber perdido tres finales. Sabía que a Messi había que dejarlo estar y no presionarlo. Se apoyó en una nueva generación de jugadores sin heridas. Sus tensiones se hallaron en el vínculo con dos figuras. De  Sergio Agüero padeció un desplante delante de las cámaras de televisión, en la Copa América 2019. Con Ángel Di María se lanzó a una pulseada: imaginaba que el ciclo en la Selección del rosarino quizás estaba terminado. Es honesto asumir que una hipótesis puede fallar. Fideo nunca abandona. Lo terminó incorporando. Utilizándolo de suplente casi toda la Copa América de Brasil. Le bancó los rostros de enojo. Sin desesperarse. El premio de la gestión queda para siempre: error de Renán Lodi, picarla, gol y el momento más hermoso.

“Desde el minuto uno, cuando conocí a Scaloni, sentí que tiraba para adelante, que unía a cualquier grupo y que tenía energía positiva”, lo describe Matías Manna, otro de sus asistentes, una mente brillante de este juego. La referencia no es ocasional. La Selección, por su peso histórico, cuenta con una ley de gravedad potenciada. Pesa. Derrumba. Da insomnio. Esa capacidad de llevarse el mundo por delante quizás sea el emblema de este entrenador. Que sufre por la presión silenciosa que afecta la salud de su familia. Que padece algunas desprolijidades dirigenciales. Que tuvo que aprender a vivir en ningún lado. Pero seguir. Dale que vamos. Es de noche, pero ya es de día. Scaloni está siempre despierto. Aprendiendo qué es belleza y qué es caos.

Pizza post cancha:


  • Ariel Scher sacó un nuevo y hermoso libro de cuentos. Apuntes sobre fútbol de los tíos y las tías. Un recorrido narrativo que enlaza historias de la historia literaria y este juego. Además, es mi padre, así que es casi obligatorio que vayan por él. Lo piden por acá.
  • La imparable gente de Lástima a nadie, maestro saca su segundo libro: «Fuegos de junio», con textos que van y vienen alrededor de una fecha increíble. El 24 de junio como centro de la historia. Ya hay preventa.
  • El Gráfico y las Malvinas. Periodismo deportivo en tiempo de guerra es el primer libro del periodista e historiador Alfredo Bernardi. Una investigación necesaria, publicada por el sello Dédalo, que cruza a la industria de la comunicación con una memoria de cuatro décadas. Lo consiguen acá.

Esto fue todo. 

Cenital siempre te necesita.

Abrazo grande,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.