Raros parentescos nuevos

El siglo XXI y la pandemia obligan a pensar nuevas formas de generar lazos que vayan más allá de lo sanguíneo y que incluso se construyan entre distintas especies. Un recorrido por sus representaciones en libros, series y películas.

Hola, ¿qué tal? Espero que lo mejor posible. Qué semana difícil, ¿no? 

Yo sigo impresionada por cómo el año insiste en transcurrir. Ya estamos prácticamente en noviembre y no voy a ninguna fiesta ni cine ni museo ni teatro desde marzo. Frecuento solamente a un puñado de amigues y tampoco veo a mi mamá desde febrero. Este 2020 puso en jaque los vínculos y la posibilidad de fortalecerlos o abandonarlos según aguantemos -y tratemos de salvar- las distancias. Pensando en lo afectivo, familiar y amoroso, se me ocurrió dedicarle este Hilo al tema de los parentescos. Entiendo por parentesco un tipo de relación de confianza, cuidado y apego que puede darse tanto por la herencia familiar como por elección. Así que si me acompañan vamos a recorrer algunos vínculos y lazos no tan tradicionales que aparecen en los ensayos, la ficción y en algunas series y documentales.

Reensamblajes

¿Cuántas familias vimos en la pantalla desde que comenzó nuestra educación sentimental y mediática? Me crié en las décadas del 80 y 90 viendo pasar familias tradicionalmente constituidas en los programas y las publicidades en las que el hombre salía a trabajar a la mañana y volvía de noche y la mujer se quedaba en la casa con les hijes. La emancipación de esas mujeres era algo conflictivo siempre. Por suerte, entrado el siglo XXI y afianzadas las libertades y adquiridos nuevos derechos, la familia como institución entró en una crisis definitiva de la que asomaron nuevos modelos posibles cada vez más naturalizados y aceptados por las nuevas generaciones. Ahora todas las series son sobre familias disfuncionales que tratan de revisar sus lazos afectivos y de sanar heridas de un pasado mucho más patriarcal. Entre esas familias está la de Transparent, la gran serie dirigida por Jill Soloway (ex Six Feet Under, de quien ya hablamos aquí recomendando I love Dick) disponible en Prime. 

Transparent trata con una sensibilidad inusitada un tema complejo: el cambio de género de un padre de familia. Respetando los códigos de la comedia dramática, con capítulos de media hora y un elenco con gran química, la serie nos presenta a los Pfefferman, una familia judía de California, empezando por Maura, la nueva identidad del padre, un académico jubilado y progresista que transiciona a una edad madura, ya con nietos en su haber. Cuando una transformación radical se da en un integrante de la familia, todos los roles se reconfiguran y cada uno debe encontrar un nuevo lugar. Ahí es donde se mete Transparent con más lucidez, sin exagerar ningún dramatismo, mostrando cómo les hijes procesan el cambio y se adaptan a esa nueva normalidad. La mayor de las hijas descubre sus fetiches sexuales y su lesbianismo, el del medio se refugia en la religión y el amor de una rabina, y la menor, la más queer de los tres, acentúa su desconcierto ante la vida. Algo que abordan muy acertadamente es cómo el lenguaje conocido resulta insuficiente para nombrar las nuevas identidades. Así, para llamar a su padre-mujer, sus hijes inventan una palabra nueva y cariñosa, “Mopa” (una mezcla de “mother” y “father”), explicitando los dos roles en uno. (La serie tiene varias temporadas y después se discontinuó por denuncias sobre Jeffrey Tambor, su protagonista.)

Otra de mis familias disfuncionales preferidas es la de Las primas, la novela de la escritora platense Aurora Venturini, que acaba de reeditarse por Tusquets con prólogo de Mariana Enriquez. Una novela osada, ambientada en los años cuarenta en el interior de una familia de clase media baja de La Plata. Sus protagonistas son todas minusválidas, con alguna deformidad física, mental o imaginaria. Narrada por Yuna, una chica con problemas que escribe sin usar puntos y comas, esta ficción despliega una  galería de personajes que es genial. Hay una hermana que eructa y se tira pedos, una tía que no acepta la muerte de la abuela, tíos casados entre sí, una chica con seis dedos en cada pie… Todos están vistos desde el punto de vista brutal de Yuna ante el infierno de la familia nuclear. Además, la novela tiene una historia de consagración extrañísima, porque su autora ganó el Premio de Nueva Novela Página/12 en 2007 entre seiscientos manuscritos. El jurado compuesto por Alan Pauls, Juan Forn, Rodrigo Fesán, Sandra Russo, Juan Sasturain, entre otros, no daba crédito a lo que estaba leyendo y menos podían creerlo cuando se enteraron de que su autora tenía 85 años… 

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Además de Las primas, Venturini se ocupa de otra familia extraña en El marido de mi madrastra, una colección de cuentos. Si tienen ganas de escucharlo en vez de leerlo, acá le dedican un episodio en el podcast Me lo llevo a la tumba, leído muy bien por Sofía Gala Castiglione. Y si quieren saber más sobre la vida de Venturini, que entre otras cosas fue amiga de Eva Perón, se codeó con Sartre y Simone de Beauvoir y que falleció en 2015, les recomiendo esta entrevista-crónica de Liliana Viola, o bien la película Beatriz Portinari. Un documental sobre Aurora Venturini, de Fernando Krapp y Agustina Massa, que es desopilante porque ella se enoja con los realizadores y tienen que arreglárselas para seguir filmando igual.

Venturini me da pie para hablar de lo feo de las palabras “madrastra” y “padrastro”. Creo que todes estamos de acuerdo en que son muy forzadas para nombrar a quienes muchas veces asumen lazos afectivos muy fuertes, de Cenicienta a esta parte. Las parejas de los padres y las madres proponen un nuevo tipo de parentesco con les hijes que cuesta explicitar. De estos desfasajes se encarga el escritor chileno Alejandro Zambra en su última novela Poeta chileno, que cuenta la historia de la relación entre Gonzalo -la pareja de Carla- y Vicente -el hijo de ella-. De hecho hay en allí una escena hermosa en la que el hombre y el niño van al supermercado y la cajera les pregunta “¿y ustedes qué son?”, y el niño dice “somos amigos”, que es la forma más natural que encuentra de llamar la relación. La responsabilidad afectiva y de crianza de las parejas de los padres y las madres a veces puede ser mayor, o más determinante, que la de los progenitores. Nos merecemos un término más ameno para nombrar ese lazo. 

Más que humanos

“Para quienes generan parentescos raros” es la frase que Donna Haraway le pone como dedicatoria a su último libro, el ensayo teórico Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chtuluceno, editado por un sello muy interesante de Bilbao llamado Consonni.

Si no la conocen, les cuento que Haraway es una bióloga y teórica norteamericana originalísima, que mezcla en sus escritos la ciencia más dura con la ciencia ficción especulativa y el feminismo. Es la autora también del famoso Manifiesto para Cyborgs y quien viene insistiendo hace más tiempo sobre la necesidad de generar nuevas formas de parentesco que contemplen a lo no humano como una alianza entre especies. Acá les dejo el documental online Cuentos para la supervivencia terrenal, de Fabrizio Terranova, que presenta bien de cerca el trabajo -y la vida- de Haraway, un personaje entrañable. Su consigna más reciente es “¡Generen parientes, no bebés!”. Interesante, ¿no? Dice ella: “Generar -y reconocer- partientes es quizás lo más difícil y urgente (…) Mi propósito es hacer que ‘pariente’ signifique algo diferente/algo más que entidades ligadas por sus ancestros o su genealogía (…) Generar parientes es generar personas, no necesariamente como individuos o como humanos; generar parientes  y tipos (en tanto categoría, cuidados, parientes sin lazos de sangre, parientes colaterales y muchos otros ecos) expande la imaginación y puede cambiar la historia”. Y de hecho esto es retomado por las Xenofeministas, un grupo que piensa políticas de género entre lo humano y lo no humano, entre la política y la naturaleza, y que proyectan un mundo más allá de las nociones de género, sexo, raza, especie y clase. Sobre todo les importa escapar del modelo normativo de reproducción social y promover lazos afectivos y de cuidado más allá de lo sanguíneo. Seguramente este tipo de investigaciones y debates siga cobrando fuerza en los próximos años -ojalá-.

Donna Haraway

Y hablando también de parentescos raros o con otras especies, son muchísimos los libros y las películas que se ocupan de la relación de los humanos con las mascotas. En general se intenta “humanizar” a esas mascotas como si tuvieran sentimientos más parecidos a los nuestros que a sus instintos naturales… Polémico. Un hermoso libro que aborda esta particular simbiosis es Mi perra Tulip, del escritor británico J.R. Ackerley. Completamente autobiográfico, allí se cuenta la estrecha relación de amor y cuidados durante los 16 años de convivencia del autor con su pastora alsaciana. Ackerley no sentía ninguna afición por los perros, pero descubre en su lazo con Tulip que un tipo nuevo de amor es posible, y que es más puro e incondicional que el de la mayoría de sus amigos humanos. Hay también una bellísima adaptación del libro en versión animada que se puede ver acá con subtítulos. 

Y para cerrar esta serie de parentescos raros, no podía omitir a ALF, el extraterrestre irreverente que conquistó nuestras infancias y que llegó para naturalizar la convivencia entre especies en una casa norteamericana de los suburbios (lo mismo que ET). Para analizar la fascinación de los Tanner por esta criatura de Melmac y sobre todo lo que implicó culturalmente su presencia, entre la curiosidad y el temor a lo desconocido, les dejo la recomendación de Costumbres de otro planeta de la periodista e ilustradora Maia Debowicz. Este libro salió hace dos meses solo en formato digital y se consigue en Indie Libros, pero acá pueden ir leyendo un adelanto.

Apegos y desapegos

Si vienen siguiendo El Hilo Conductor, ya deben saber que me gusta mucho lo que hace la escritora norteamericana Vivian Gornick. Y entonces vuelvo a ella una vez más. Es que en su libro Apegos feroces aborda la relación madre-hija (otro tópico súper literario) justamente a partir de ese sentimiento de apego descomunal. Y refleja ese vínculo en dos tiempos: el de su infancia en un edificio del Bronx, y el de su adultez, caminando por las calles de Nueva York junto con esa madre ya anciana, repasando algunas escenas de la vida juntas. Lo interesante del enfoque de Gornick es cómo se autoexamina y cómo necesita también de otras figuras femeninas diferentes para entender ese vínculo con su mamá. La tercera punta de un triángulo posible es otra mujer que compartía con ellas el edificio: una chica mucho menos conservadora y estereotipada que su madre judía, de la que aprende otros matices de la vida disipada. O sea que ese apego se construye y destruye con otras personas alrededor, se mide con las experiencias que hacen mella en la educación sentimental. Y es determinante en las decisiones: Gornick, por ejemplo, elige no tener hijes. Tal vez ya la vieron, pero si no les dejo esta genial entrevista que Tamara Tenenbaum le hizo a Gornick la semana pasada en el marco del Filba: a pesar de llevarse más de cincuenta años y de no conocerse para nada, ambas conversan sobre la soledad, el feminismo y la literatura con total naturalidad. 

En las antípodas del apego, podemos mencionar el escalofriante documental de 2018 Three identical strangers (o Tres idénticos desconocidos). Lo mejor es no saber mucho de la trama ni googlear antes de darle play. Solo les digo que está basado en un caso real de trillizos separados al nacer en los Estados Unidos durante la década del 80. Es impresionante pensar en cómo, aunque hayan intentado negarles el parentesco de muchas formas, hay algo que prevalece, más misterioso e inexplicable, y que los reúne en medio de la trituradora mediática norteamericana. 

Antes de terminar, y para amenizar la cuestión, les dejo este álbum suave y amoroso llamado justamente Familial, de Peter Selway, que cumple diez años. Como lo demuestra acá, Selway es bastante más que el baterista de Radiohead.  

Ahora sí, me despido hasta dentro de quince días.

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Gracias por leer. Y por favor cuídense mucho,

Malena

Soy licenciada en Letras por la UBA y trabajo hace muchos años en la industria editorial. Fui editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Formo parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tengo un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumulo en mi biblioteca. Lo que más me gusta es viajar.