¿Qué hay que tener para ser Pincharrata?

Perfil de Zielinski, el entrenador que parece haber nacido en Estudiantes.

Hola, ¿cómo estamos?

La línea 148 navega entre Constitución, Florencio Varela y Solano. Oficia como arteria entre la Capital Federal y el sur de la provincia de Buenos Aires. Hace cuarenta años, Ricardo Zielinski era un enganche habilidoso parido en los amistosos por guita de Lanús. En el baby, calzándose los colores de Villa Diamante, aterrizó en Villa Fiorito para cruces picantes frente a Diego Maradona. Sus pasos iniciales en Primera ocurrían en San Telmo. Para 1981, un dirigente de Argentino de Quilmes se obsesionó con contratarlo. El tipo ejercía un cargo jerárquico en la empresa de colectivos, no había plata y propuso comprarlo a cambio de un bondi. Hasta ahí, podría ser una simple pintura de una época en que eran usuales esos mecanismos financieros. El destino implicaba que lo recibiera Cacho Malbernat. Que en su época como jugador había sido emblema del Estudiantes de Osvaldo Zubeldía. Campeón de tres Libertadores y una Copa Intercontinental. Juan Ramón Verón -padre de Juan Sebastián- transitaba su último año como profesional en esa casa. Ese viaje lo comunicaría al Ruso con la Tierra Santa a la que arribó hace un año. Como si hubiera nacido pincha. 

“Por su simpleza”. Esa es la oración de su religión. El Viejo Guerra todavía sigue siendo su referente. Lo tuvo en Chacarita. Era un mito del fútbol argentino con un récord increíble: ascendió en todas las categorías. De la D a la C con General Lamadrid. De la C a la B con Lanús. De la Primera B a la B Nacional, con Chacarita. De la B Nacional a la A con Mandiyú. A Zielinski la manera de dejar conceptos de Don Juan Manuel, al que lo confundían por jovato por sus canas tempraneras, lo cautivaba. Había otra característica que le encantaba. El referente trabajaba de técnico textil. Exhalaba esa cultura laburante. Que en el caso del Ruso partía de una condición de clase: se asumía como de media baja. Para no manguearle a su mamá, a los catorce años había sudado en una tornería. Hasta abandonó algunas categorías de Inferiores porque no visualizaba un futuro claro en la pelota. Tampoco su carrera como profesional le dio de sobra. Invirtió hasta en agencias de lotería. 

Zielinski aprendió del ejercicio de la charla. A Carlos Timoteo Griguol lo descubrió en una carpa en Mar del Plata. Alquilaban en el mismo balneario. No lo tuvo como entrenador, pero registró para robarle saberes. Le gustaba esa idea de recomendarle a los jugadores que no malgastaran la plata y trataran de construirse un futuro. La misma idea le inculcó a sus hijos. Los dos estudiaron medicina. Cuando le consultan a qué se hubiera dedicado de no haber sido futbolista, responde que médico. Doctor. Como Carlos Bilardo.

El Ruso exponía gambeta y panorama. Hasta que el Viejo Guerra lo convenció: “Voy a necesitar que corra y raspe porque no tengo uno así”. Aceptó. Se arrepintió el resto de su vida. La generosidad de alguna manera le tiró abajo el marketing. Un karma al que disfrazó de enemigo. Una tarde, antes de poder llegar al banco de Racing, un periodista se lo encontró en un aeropuerto y le consultó por qué nunca le había tocado la chance de dirigir a un grande de Argentina: “Es que no me ando vendiendo”. 

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Desde el discurso, Zielinski se presenta ante la sociedad como un conservador. Tan poco le convence el paso del tiempo que no festeja su cumpleaños. En Racing, alguien quiso quedar simpático trayéndole una torta en su aniversario y él respondió con un parpadeo furioso. Casi siempre dirige vestido de negro porque le parece un color apropiado para su oficio. Escucha tango. En Belgrano, antes de bajar una declaración para ganarse a la gente, prefirió aclarar: “El Potro Rodrigo me gustaba antes de llegar acá”. Su frase de cabecera se transformó: “El fútbol no tiene misterio, sino misteriosos”. Detesta a los directores técnicos de frases rimbombantes. A los que intentan nuevas posiciones para sus futbolistas. Los que le incorporan al juego términos como “sistemático” o como “posicional”. Lo curioso es que, en las primeras épocas de Marcelo Bielsa, se colaba desde afuera para pispear los ejercicios del Loco que más complejizó el lenguaje y la práctica de la alta competencia futbolera en Argentina. Como si opusiera los conceptos de universidad y de calle: “Si alguna vez hablaste con Guardiola, eso te posiciona”. Si se dan vuelta las piezas del dominó se puede hacer una lectura. Laburo versus verso. Palabras que encajaron perfecto para que en Estudiantes lo adoptaran desde el primer día. El no marketing es como la no política. Todos expresamos una autopublicidad.

Hasta arribar al Pincha, sus escuelas fueron dos. La primera: el ascenso. Una facultad en la que el paradigma sobresaliente es el de la adaptación. La misma que había desarrollado en sus días de inferiores en San Telmo. Club ubicado en la Isla Maciel adonde se arriba en bote por aguas desatendidas. Uno de sus compañeros en la travesía era Marcelo Tinelli: “Un central interesante”. De 1979 a 1992, pasó por Argentino de Quilmes, Chacarita, Mandiyú, Laferrere e Ituzaingó. Casi nunca en Primera. Zielinski se despidió del fútbol una tarde y lo argumentó con su sello: “Preferí ser honesto y retirarme”.

Su primer trabajo tras retirarse es otra pista bíblica. A comienzos de la década del noventa, Bilardo había lanzado escuelas de fútbol por todo el país. La que más pibes aglomeraba era la de La Matanza. Zielinski conocía a Carlos Landaburo, pupilo del Doctor, y lo buscó para dar clases en la zona oeste de la Provincia. Duró unos meses y acumuló mucha información. Aquellos días se volvieron un tesoro. Unos años más tarde, lo convocaron desde Ituzaingó. Para que se hiciera cargo del equipo que militaba en la C. Fue en 1996. Recién en la temporada 2009/2010, con Chacarita, pudo escalar a Primera.

Su segunda escuela le apareció de tarde. “Es mentira que este país es federal”, comprendió luego de dos pasos emblemáticos. Su frase tampoco es original ya que se repite en todo el país. Pero hay dos instituciones en las que Zielinski fue un hito. La de Belgrano tuvo un despegue único. Aterrizó para 2011. El Pirata andaba sumergido en la tabla del ascenso. A los seis meses, no solo peleaba el campeonato sino que se clasificó para la Promoción. Ahora dice que prefería River, pero sólo su conciencia sabe si ese deseo fue de verdad. “Es que no estaban preparados para enfrentar un partido así”, explica. No tiene dudas de que en los 180 minutos los celestes jugaron mejor que su rival. Que si la barrabrava millonaria no invadía el césped de Barrio Alberdi los conducidos por Juan José López sufrirían una goleada. Una versión que también sostienen algunos futbolistas que vistieron la Banda Roja en esa oportunidad.

Superar esa instancia fue barrenar sobre la ferocidad del fútbol argentino. Esas que, en términos del Ruso, no se absorben mirando un documental de Jürgen Klopp. Antes de jugar en el Monumental, en el hotel, las alarmas sonaron a las 3 y a las 5 de la madrugada. Los hinchas de River hasta prendían cigarrillos cerca de los detectores de humo para que el hospedaje se sacudiera. Sus palabras en la charla técnica sonaban a Máximo, el de Gladiador: “Recuerden, en la cancha somos once contra once. La historia la escriben ustedes”. Aun sabiendo que en los pasillos del Antonio Vespucio Liberti había patotas apretando al árbitro Sergio Pezzotta, no se desesperó. Lo único que le preocupó, post ascenso, fue la batalla entre hinchas y la policía. Su familia y los fanáticos de Belgrano todavía estaban en el estadio viendo para dónde rajar. Jamás hizo alarde públicamente sobre tremendo hito. Es cierto que nunca le tiró flores a Boca como para pescar el interés xeneize. Es más: admite que dirigiría a cualquiera de los dos gigantes argentinos. 

En Belgrano, su logro fue tan grande que le construyó una pasarela política a Armando Pérez. El empresario había irrumpido en el Celeste como gerenciador. Un paso exitoso que se revalidó en las urnas cuando decidieron normalizar la situación institucional. Si Zielinski no hacía marketing de sí mismo, al presidente no le importó. Se movió eficazmente por las calles de la pelota nacional que unos años más tarde asumió como presidente de la Comisión Normalizadora cuando la AFA fue intervenida.

Su segunda gran conquista territorial fue en Atlético Tucumán. Se metió en el corazón tanto que allí estuvo entre 2016 y 2020. Logró que ir de visitante al José Fierro se sintiera como un fastidio. Dirigió en el norte 124 partidos y obtuvo arriba del 50% de los puntos. Sus experiencias fuera de Buenos Aires las hizo sin su familia. No tuvo intenciones de transformar en nómade el día a día de sus cercanos. Nunca dirigió en el exterior.

Antes de Tucumán, vivió la experiencia Racing. En 2016, apenas catorce partidos trazados por la irregularidad en los resultados: seis victorias, dos empates y seis derrotas. A su favor le quedó una aplastante victoria frente a Independiente por 3-0. En una jornada incómoda para el entrenador. En la conferencia de prensa previa al partido, Lisandro López declaró: “No sé por qué nos metemos atrás”. Era un señalamiento. “Vende decir que yo le hice la cama”, reflexionó Licha, con el tiempo. Hay distintas lecturas. Que la frase no aconteció exactamente como un gesto de apoyo. Pero, a la vez, contra el Rojo, el delantero metió dos de los tres gritos del 3-0. 

Más allá de la veracidad de aquellos acontecimientos, funcionaba un duelo de paradigmas. Zielinski repite su culto a lo simple. Sus futbolistas, muchas veces, acunan bien ese discurso. Con formaciones como 4-4-2 o 4-2-3-1, el entrenador apela a discursos sencillos para defenderse y para atacar. El mediocampista por derecha sabe que, cuando la pelota le viaje, tendrá dos opciones: jugar hacia el medio o tocar hacia el centrodelantero, que aguarda de espaldas para pivotear o armar una pared. Con esos preconceptos, a su sistema le alcanza. Luego, reforzarse atrás, ser impenetrable en las pelotas cruzadas, estar amuchados para disputar las segundas pelotas y evitar los lanzamientos fáciles del rival. Eso, a un delantero como Licha López le puede restar seducción, porque su talento le permite más complejidades. Eso puede dejar con pocas respuestas a un atacante de un equipo poderoso porque, al menos de local, los rivales siempre se le van a meter atrás.

Antes de su aparición, Estudiantes padeció dos de sus peores récords: racha histórica sin ganar (durante quince encuentros) y mayor cantidad de minutos sin convertir un gol (697). Zielinski no citó poetas para cambiar el aire. “Siempre que llovió paró”, declaró. En 2010, Ramón Díaz había dicho, jocosamente, que su San Lorenzo se parecía a un Ford Falcon familiar. En la misma tónica, Juan Sebastián Verón -ahora vicepresidente, en esa época jugador- había descrito al Pincha como un rastrojero. El Ruso rememoró aquella frase para describirles el panorama a los fanáticos de Estudiantes: “Si alguno piensa que vamos a ir a una Copa en avión, no. Sepan que vamos a ir en un rastrojero y no será fácil”.

En 41 partidos, obtuvo el 55% de los puntos. Rápidamente, sedujo el paladar base de la escuela pincharrata. Exhibió entrenamientos a doble turno, concentraciones y un léxico más de fábrica que encantador. Hacía años que Estudiantes no localizaba un traje que le quedara cómodo. La vertiente bielsista propuesta por Verón, con Lucas Bernardi o Gabriel Milito como referentes, no afincaba en la institución. Tampoco los ídolos de la casa, como Leandro Desábato. “Mi única carta de presentación es el laburo”, dijo y los conquistó. 

Siempre hay matices. En su primer campeonato, se refugió en un rombo defensivo que le dio robustez. Mariano Andújar en el arco, el uruguayo Agustín Rogel y Fabián Noguera como centrales, y Corcho Rodríguez como volante tapón. Esa firmeza se perdió para la segunda etapa. Lo que se cayó en defensa se sumó en ataque. La dupla en ofensiva de Gustavo Del Prete y Leandro Díaz se volvió de las más picantes del torneo. Tanto que culminaron un clásico platense en 4-4. Con el golpe por golpe como estandarte, llegaron a 43 goles a favor, quedando como el tercer conjunto más anotador del campeonato, detrás de River y de Lanús. Culminaron sextos. La posición en la tabla general les devolvió la posibilidad de jugar la Libertadores. Hoy, a las 19.15, disputará un encuentro con los Granates por el campeonato local. El miércoles, frente a Audax Italiano, tendrá su puntapié copero en la fase 2, una suerte de preclasificación. Determinante para una institución que se volvió gigante por tener cuatro trofeos sudamericanos en sus vitrinas.

Lo que a Zielinski lo encandila de los entrenadores europeos es que gritan poco desde la línea de cal. Su estilo es paternalista y un padre debe dar calma ante todo. Recién en Córdoba, asumió que debía realizar alguna actividad que le funcionara como terapéutica. La respuesta la halló en el boxeo. Aprendió y descargó. Las emociones se transitan en silencio y se golpea cuidadosamente. Uno de sus grandes ejes en la vida se encaja en los códigos del fútbol. Esta semana, en un encuentro contra Huracán, el juez Jorge Baliño se equivocó en la sanción de un penal frente a Estudiantes. El error era evidente, pero el Ruso prefirió decir que no había sido tan grave. En los pasillos, un amigo lo encaró y le repreguntó por la acción del árbitro y sus declaraciones: “Tranquilo, todos sabemos que se equivocó, en el piso no se le pega a nadie”. 

Al Ruso le llaman Ruso por las confusiones geográficas de los barrios. Su papá nació en Cracovia, más polaco y la jerga cotidiana lo transformó en moscovita. Por eso, cuando oye Pola, asume que ese ser es un amigo de la infancia. A un año de haber arribado a Estudiantes, parece haber hallado su Tierra Santa. En la primera fecha, hubo misa. Los Pinchas exhibieron un trapo en el campo de juego que narraba: “Perdón Bilardo Gracias”. Una bandera que había viajado al estadio Azteca en 1986. Su reaparición ocurría a cuarenta años del Torneo Metropolitano del 82. En sintonía con el anuncio de HBO de una serie sobre la vida del Doctor. En los días en que Oscar Ruggeri, Checho Batista y Jorge Burruchaga visitaron al mítico entrenador en su casa. 

Zielinski venció en el comienzo del torneo a Independiente y al Globo. En donde sea, mantendrá su ideología. De las cosas simples salen las grandes hazañas. Esa es su forma de dirigir, su marketing y su política:   

–¿Qué cosa nunca le permitirías a un jugador? 
–La deslealtad.  

Pizza post cancha

  • Ayer, el maestro Osvaldo Bayer hubiera cumplido 95 años. En medio de toda su obra, dejó un libro indispensable que se llama Fútbol argentino, también base de una película con ese nombre. Sus cruces con Osvaldo Soriano por Central y San Lorenzo retratan una gran amistad.
  • Esta semana, Caballito celebró 201 años como barrio. Ferro le hizo un hermoso homenaje.
  • El 19 de febrero de 1981 se confirmó el pase de Maradona desde Argentinos a Boca. Va este regalo: todos sus goles con la azul y oro.

Esto fue todo.

Se van a venir cosas impresionantes. Danos una mano.

Un abrazo grande, 

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.