No quiero volverme tan loco

Las ciudades están asociadas en mayor medida a problemas de salud mental en comparación con áreas rurales.

El diseño de una ciudad puede afectar la salud mental de sus habitantes. La Organización Mundial de la Salud y otros organismos recomiendan ciertos estándares que se consideran saludables respecto a los espacios verdes en los centros urbanos. Pero lo que la OMS llama «saludable» es bastante amplio, y la salud mental es una variable central. Según ese organismo, la depresión es una epidemia global que tiene que ser abordada de forma integral por el Estado. En Argentina, por ejemplo, hay muchos más suicidios que homicidios, y en años de crisis económicas, aumentan muchísimo. En 2002, fue récord.

Émile Durkheim en «El suicidio» se mete con un fenómeno netamente psicológico y concluye que las fluctuaciones en las tasas de suicidio en distintas partes del mundo tenían que ver, entre otras cosas, con el nivel de cohesión social de un grupo determinado. Es decir con cómo y cuánto se vinculan las personas de una sociedad.

Aunque parezca mentira, tener una plaza cerca, poder ir caminando o en bicicleta al trabajo o a la facultad, y hasta conocer a los vecinos, disminuye las chances de depresión o ataques de ansiedad. Todo esto está íntimamente relacionado con la planificación de una ciudad.

De acuerdo al Centro para el Diseño Urbano y la Salud Mental (UDMH, por sus siglas en inglés), un think tank que se dedica a pensar la intersección entre urbanismo y salud mental, las ciudades están asociadas en mayor medida a problemas de salud mental en comparación con áreas rurales. Según diferentes estudios que recopilan, las personas que viven en áreas urbanas tienen un 40% más de probabilidades de sufrir depresión y un 20% más de chances de tener episodios de ansiedad. También se registran en mucha mayor medida consultas por sentimientos de soledad y estrés.

¿Por qué pasa esto? Las personas que viven en grandes ciudades, sostienen desde el UDMH, tienen menos acceso a la naturaleza, menos espacios para hacer ejercicio físico y muchas veces están alejadas de sus redes familiares y de amigos y no logran construir nuevas redes que las contengan. Por lo general, estos últimos son migrantes que, además, transitan dificultades económicas.

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¿Se puede pensar una ciudad que reduzca todos estos malestares? Diferentes investigadores creen que sí y proponen acciones concretas en esa dirección. Incorporar espacios verdes a la rutina diaria de las personas y fomentar el ejercicio físico está señalado como una política muy efectiva para reducir cuadros de depresión leve, así como también diseñar opciones de transporte menos sedentarias y estresantes como ciclovías y veredas anchas y en buen estado que fomenten más la caminata.

Por otro lado, la creación de espacios de socialización también puede ayudar. Sí, Durkheim tenía razón: la salud mental está altamente correlacionada con la cantidad y fortaleza de los vínculos sociales.

Sebastián Laspiur, Consultor Nacional de Enfermedades No Transmisibles y Salud Mental de la Organización Panamericana de la Salud, lo confirma y profundiza otros conceptos: «Los mayores determinantes de la salud en una ciudad no son los servicios (un hospital, por ejemplo) sino el entorno físico y social. Por ejemplo, las dimensiones de los departamentos y la cantidad de luz solar que tienen las viviendas son variables que influyen mucho en la salud física, pero también mental porque la ausencia de exposición a la luz solar está asociada con la depresión. Y eso está relacionado con políticas de un municipio que aprueba o no determinadas construcciones». Además, habla de «determinantes sociales de la salud», que tienen que ver con el medio ambiente: «Una ciudad que promueve el uso del auto individual y tiene poco espacio público es poco saludable», sentencia.

En la bibliografía sobre el tema también aparecen recomendaciones para mejorar la percepción de seguridad de las personas que viven en las ciudades, pero lo llamativo es que no proponen llenar de policías las calles. Sí, en cambio, recomiendan iluminar mejor el espacio público y disminuir las velocidades máximas de los autos. Por último señalan un elemento clave: la desigualdad en el acceso a la ciudad o el «estrés económico» que conlleva la vida urbana. En ese sentido, los investigadores del UDMH concluyen que «el diseño urbano puede reducir las inequidades económicas dentro de una ciudad promoviendo políticas de vivienda y transporte asequible, así como también mayores oportunidades en torno a la educación y la cultura».

El periodista canadiense Charles Montgomery coordinó un experimento llamado «La ciudad feliz» para el cual convocó a especialistas en distintas disciplinas (psicólogos, neurocientíficos, arquitectos y hasta diseñadores de indumentaria) para indagar de qué forma acciones simples de diseño urbano pueden ayudar a las personas a sentirse más felices en una mega-ciudad como Nueva York.

Según Natalia Dopazo, docente de Planificación Urbana de la UBA, «las ciudades donde se puede caminar mejor y donde uno puede encontrar espacios de tranquilidad son más saludables». Además, precisa que el concepto de ‘geografía social’ de Kevin Lynch aborda de qué manera las personas viven el espacio. Qué lugar te parece lejano o cercano y cuál es el límite de lo que considerás tu barrio. De todo esto habla Lynch en «La imagen de la ciudad».

«Si sentís algo como cercano te produce menos estrés. Y ni hablar si eso lo analizás por género y edad», comenta Dopazo, que no se muestra tan cercana al concepto de «ciudad feliz» de Montgomery. «Desde mi perspectiva, más que crear ciudades felices tenemos que construir ciudades empáticas, que te cuiden», remata.

Escribo sobre temas urbanos. Vivienda, transporte, infraestructura y espacio público son los ejes principales de mi trabajo. Estudié Sociología en la UBA y cursé maestrías en Sociología Económica (UNSAM) y en Ciudades (The New School, Nueva York). Bostero de Román, en mis ratos libres juego a la pelota con amigos. Siempre tengo ganas de hacer un asado.