Me duele el pan que me gano. ¡Minero soy!

Análisis de trabajos que han explorado distintos aspectos de la relación entre minería y género durante los últimos años en latinoamérica.

Holis, ¿cómo andás? Antes que nada, quería pedirte disculpas por la ausencia del jueves pasado. Es fin de año, no puedo con todo y estoy pudiendo con muy poco. Hoy es la última edición del 2021 y quería que fuera una cosa medio boluda, fresca y espontánea, como se usa ahora hasta para los temas más trascendentes. Eso que han decidido los medios y nosotros aceptamos: que “la gente” quiere saber lo que pasa en 3 minutos, que no le interesa la complejidad o que no le da la cabeza para abordarla. 

Bien sabés que las excusas no son mi estilo y tampoco las evasiones. Como creo que en todas (o casi todas) nuestras cartas resistimos a esta visión denostante de nuestras capacidades y necesidades y, como francamente estamos agotados de todo, quería regalarte un compendio de curiosidades, lo que comúnmente se llama “nota de color”, expresión que nunca entendí (¿las otras notas no tienen color?). Pero eso quedará para la próxima, que por cierto será el 20 de enero. 

Hoy, después de pasar el 19 y 20 de diciembre viendo imágenes de una represión brutal que no era de archivo, el news va a ir sobre un aspecto del conflicto minero que poco se está abordando en los análisis acerca de la actividad: la relación del empleo en minería con la desigualdad de género. Eso sí, va a ser corto, porque aunque sea quiero conservar algo del mood “no sea pesada señora, ya estamos regurgitando garrapiñada” .

En la última edición de su newsletter sobre ambiente, Eli armó un muy buen resumen del conflicto respecto a la megaminería en Chubut e Iván hizo lo propio en el suyo, de política nacional, analizando la actividad minera en la coyuntura actual. Como complemento a este panorama interdisciplinario que tan orgullosa me pone siempre de Cenital, me gustaría ofrecerte una visión desde la herramienta crítica que manejo mejor: los estudios feministas.

Esto no pretende ser definitivo a la hora de tomar una posición, más bien lo veo como un eco de algo que leí hace poco de Simone Weil: “Incluso en las escuelas ya no se sabe estimular el pensamiento de los niños si no es invitándolos a tomar partido a favor o en contra de algo. Se cita la frase de un gran autor y se les dice: ‘¿Están de acuerdo o no? Desarrollen sus argumentos’. Cuánto más fácil sería decirles: ‘Mediten sobre este texto y expresen las reflexiones que les lleguen al espíritu’”. Como no te puedo invitar una champaña y un turrón, mi invitación navideña es esta: hay un pueblo reprimido a raíz de sus reclamos. Respetémoslos lo suficiente como para no ser tan burdos de creer que lo que debemos hacer es ponernos a favor o en contra, estemos a la altura de la situación, pensemos un rato.

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Mano fuerte y vida triste ¡Minero soy!

Las versiones erróneas sobre el rol de los feminismos en los análisis sobre la actividad económica son variopintas. En sectores más “ilustrados” o “intelectuales” se le concede a la visión feminista de los temas de agenda la capacidad de efectuar una especie de agregado nominal. La habilitación a la perspectiva feminista si una actividad -como la minera- genera empleo, se reduce a mencionar que es una actividad masculinizada, es decir, que solo genera empleo para los hombres. Pero lejos estamos las feministas de ser calculadoras de mujeres.

Otra versión de la tosquedad se halla en quienes señalan que “las feministas están en contra de la minería” porque somos cercanas a los reclamos de las comunidades originarias o porque traspolamos la explotación diferencial por razones de género a cualquier tipo de explotación, en este caso hallando paralelismos entre la naturaleza y la feminidad. No es mentira que las feministas reconocemos las luchas de las comunidades indígenas y, particularmente, las de sus mujeres, o que hay corrientes ecofeministas que relacionan la visión de la naturaleza como una proveedora de materias primas con las formas en las que se imponen las tareas reproductivas (para ampliar este punto podés ver estos dos videos que hice para una capacitación en la Ley Micaela del Ministerio de Mujeres de la PBA). Sin embargo, los posicionamientos políticos feministas, además de diversos, no son una cosa testimonial que surge de ser mujer o de no ser varón, son también respuestas a la producción de conocimiento de nuestras comunidades científicas.

En este sentido, como ya lo hemos hecho con mis compañeras de EcoFeminita en esta nota sobre otro conflicto ambiental, el de las mega granjas de chanchos, me gustaría ofrecer algunos elementos para pensar si alcanza con trabajo formal y sueldos altos para asegurar que una actividad económica genera “empleo de calidad”. Y, como hay aspectos que cuestionan la calidad del empleo minero que sorprendentemente no aparecen en los análisis mediáticos que circulan sobre el tema aunque son conocidos de sobra (por ejemplo que los efectos del material particulado en suspensión sobre el sistema respiratorio han sido descubiertos en las minas, que la falta de exposición al sol, el hacinamiento y la humedad hacen estragos en la salud y que los mineros han sido protagonistas de revueltas obreras más que significativas en el siglo XX motivados por las más que precarias condiciones de su labor), me gustaría sumar algunos aspectos de la investigación feminista sobre minería a la crítica de esta noción de calidad a través de algunos trabajos que han explorado distintos aspectos de la relación entre minería y género durante los últimos años en latinoamérica.

1- ¿Qué pasa con las (pocas) mujeres que emplea la minería? 

Este artículo recoge los testimonios de ocho trabajadoras de minas de cobre en Chile. La violencia que padecen en sus espacios de trabajo y las formas en las que la enfrentan generan una paradoja: por un lado, el cuestionamiento de su segregación a través del esfuerzo por trabajar “a la par de un hombre” y, por otro, la sensación de que este esfuerzo amenaza su “feminidad”, lo que genera un refuerzo de los estereotipos con los que se justifica su segregación. O sea que, al sentirse discriminadas por su condición femenina, las mujeres en las minas tienen que demostrar que son tan aptas para el trabajo como los varones, pero en ese camino pierden un componente identitario, que cuando tratan de recuperar borra esa demostración de aptitud y todo vuelve a empezar o nunca se termina.

El paper habla de “violencia ética” como forma predominante de la exclusión de las mujeres en lugares donde se podría decir que han sido incluidas. Esto es, como señalé en el párrafo anterior, ponerlas en situaciones en las que no hay “salida por arriba”, que muy fácilmente se vuelven argumentos circulares y que se presentan como problemáticas que se muerden la cola. Al respecto, se identifican principalmente dos formas: la asociación entre ser mujer y ser madre, y la de masculinidad y fuerza física.

Sobre la primera, el paper dice: “Pudimos constatar cómo el embarazo y el cuidado de los hijos/as aparecen como obstáculos para la integración exitosa de las mujeres al trabajo minero. En este sentido, los relatos de las mujeres se orientan a justificar los límites ‘naturales’ que explican la incompatibilidad entre el ser mujeres trabajadoras y el ser madres. Para ser reconocidas como trabajadoras, hay que evitar los costos asociados a la maternidad (no embarazarse, delegar el cuidado a terceros), sin embargo, esto es vivido con culpa por las mujeres, ya que, al no cuestionar la cultura patriarcal de la minería que le da sentido a los roles de género, consideran que el ser madres es algo que las mujeres merecen y que define su femineidad. (En este caso) las mujeres no solamente reproducen la violencia ética que sufren, sino que también la critican, aun cuando dicha crítica se orienta a los costos asociados a la maternidad y no a la asociación misma entre mujer y madre. Finalmente, la conciliación trabajo-familia es vivida como una articulación entre el ser mujeres y el ser madres y no como una reestructuración de los roles de género”.

Sobre la segunda: “Una forma de interpelación de la cultura minera hacia la mujer guarda relación con la asociación entre fuerza física y masculinidad. Para enfrentarla, las mujeres generan dos tácticas diferentes: por una parte, pese a la ayuda ofrecida por sus pares hombres, las mujeres se esfuerzan por realizar el mismo trabajo, aun cuando esto pueda tener un alto costo para su condición física (‘yo llegaba fatal a mi casa’); por otra, la realización de este trabajo amenaza su identidad de mujer (‘yo siempre dije que no porque haga trabajo de hombre voy a ser un hombre’). Ahora bien, es preciso destacar cómo, en esta dimensión de la violencia ética, lo femenino cobra un significado específico, asociado fundamentalmente a una performance de género tradicional (objeto de deseo) y a los estereotipos laborales que les permiten argumentar una ventaja comparativa respecto a los hombres (la de poder trabajar menos por el mismo sueldo), pese a que no cuentan con la fuerza física que éstos ponen en el centro del trabajo minero (lo que hace a un minero un mejor minero)”.

Este otro trabajo chileno ofrece algunas caracterizaciones sobre la inserción de las mujeres en la industria minera:

  • El número de empleos directos para mujeres es mucho menor que el que se ofrece a hombres, por lo que el impacto sobre el empleo local es muy diferenciado entre géneros
  • Las jornadas laborales por turnos son limitantes para quienes tradicionalmente tienen a cargo tareas de cuidado
  • Insertar mujeres en una industria masculinizada implica cambios estructurales y logísticos que muchas empresas no están dispuestas a hacer
  • La brecha salarial también se verifica en la industria minera
  • La captación casi exclusiva del empleo por parte de las mineras en poblaciones geográficamente marginadas tiene fuertes impactos en las actividades económicas tradicionales de las zonas (la gente se va a trabajar a las mineras y abandona sus empleos anteriores y otras actividades, como el turismo, quedan prácticamente inhabilitadas). Esto afecta especialmente la capacidad de las mujeres de generar recursos propios y tener autonomía económica.

Por último, algunos números: “Las mujeres ocupan sólo el 8,4% de los empleos ofrecidos, estableciéndose diferencias entre empleos directos y subcontratados, mientras en las primeras llega a 8,9% (2018), en las segundas la participación no supera el 5,5%. Por ejemplo, en la principal región minera del país, Antofagasta, la participación laboral de las mujeres es menor que a nivel nacional y se concentra en el área de servicios, 38,3%, y comercio, 35,9%. La activación del sector terciario se relaciona con que los ingresos generados por la minería tienen efectos en la demanda por servicios y bienes. De hecho, la gran minería, para demostrar su impacto económico territorial, multiplica los empleos directos por un factor de 2.55 para estimar los empleos indirectos generados por la renta minera. Estos empleos en servicios y comercio efectivamente tienen menos barreras de género, pero circunscriben a las mujeres a desempeñar roles entendidos como tradicionalmente femeninos”.

2-  ¿Qué pasa con las mujeres que trabajan en el sector de servicios en zonas mineras?

Este trabajo aborda las formas en que los trabajadores mineros del norte de Chile se dirigen a las mujeres que trabajan en las “schoperías” (bares de cerveza). A través de entrevistas y grupos de discusión, se buscó identificar las distintas formas de expresar y encubrir la discriminación de género. Este cuadro resume las categorías centrales de los hallazgos:

La verdad es que no hay mucho que agregar, pero básicamente hay tres categorías de discriminación: el valor económico de las mujeres situado en considerar sus cuerpos como objetos mercantilizables; el control sobre su cuerpo y la vigilancia de adecuación a las representaciones de lo femenino; y la moral como exigencia de honestidad y de cierta conducta sexual.

En resumen: “La discriminación y la identidad masculina dominante encuentran en los discursos de los hombres formas de expresión caracterizadas por un lenguaje indirecto. Ellos utilizan figuras retóricas que favorecen representaciones sociales difíciles de modificar. Las metáforas se centran en las características asociadas a la sexualidad de las mujeres y la carga valorativa que se relaciona a ella, esto último directamente asociado a la relevancia económica que se le asigna al cuerpo femenino, como mercancía y producto de consumo, se realza la juventud, la belleza, la simpatía como atributos que deben acompañar a las mujeres que atienden en las ‘schoperías’, ya que estas propiedades hacen rentable y atractivo el lucrativo negocio. Las metonimias o generalizaciones que se refieren a las garzonas tienen principalmente una connotación negativa que atañe a su dignidad como sujeto”.

Antes de continuar, una digresión: cuando buscaba memes para esta edición, me aparecieron muchos de mujeres cosificando mineros, lo que no demuestra nada, pero da bastantes ideas, ¿no?

Hasta acá, hablamos de trabajo minero, el directo que realizan las mujeres en las minas bajo condiciones de “violencia ética” y el indirecto, que, generado mayormente por el empleo directo de los hombres, es en parte realizado por mujeres en condiciones de discriminación y violencia, lo que también afecta a la consideración de “empleo de calidad”. 

Iba a pasar al siguiente apartado cuando me acordé de una conversación informal que mantuve con concejalas neuquinas hace algunos años cuando me invitaron a visitar su provincia. Mientras almorzábamos, me contaron que habían frenado una iniciativa municipal para regularizar el proxenetismo en las zonas aledañas a las áreas de explotación de petróleo: “Son todas chicas dominicanas que de repente aparecen acá, traídas exclusivamente para los prostíbulos”, me dijeron. Por algunas similitudes entre ambas actividades, se me ocurrió googlear si había investigaciones sobre minería y trata de personas con fines de explotación sexual. Resulta que hay. El empleo de algunos es la esclavitud de otras.

Primero lo primero, hay que hacer una salvedad importante: la nota que voy a citar y las investigaciones más exhaustivas que encontré estudiaron la trata en relación a la minería ilegal. Sin embargo, afirmaciones como “Siempre que hay grandes migraciones de hombres a una zona, hay una gran demanda de servicios sexuales que a menudo genera tráfico sexual”, hecha por Livia Wagner, autora del informe “Crimen organizado y minería ilegal en Latinoamérica” y otros documentos que certifican que el consumo de prostitución es un hábito frecuente de los trabajadores de las minas, si bien no nos permiten traspolar los hallazgos de estos trabajos a la minería legal, sí nos hablan de un tema que debería tenerse en cuenta y que no aparece en los planes de regulación como un factor a controlar, ni en los posicionamientos de quienes analizan el tema en la esfera pública.

Por otro lado, la actividad minera legal no está completamente desligada de la actividad ilegal y comparten varios rasgos que facilitan las condiciones para las redes de trata. Por un lado, la suba del precio de los minerales en la última década fomentó el extractivismo estatal y privado, exactamente igual que como sucede con tantas otras actividades económicas. Por otro, la minería legal comparte con la ilegal la característica de estar situada en zonas remotas donde hay menos recursos estatales para monitorear el cumplimiento de las leyes. En Argentina, el peor desastre ambiental minero de nuestra historia sigue impune y no se trata precisamente de minería ilegal ni de algo que sucedió de la noche a la mañana. Se contaminaron 5 ríos durante 10 años. El control gubernamental de la actividad no pareciera ser un fuerte de las políticas territoriales, ¿no?

Con esto, por supuesto, no quiero hacer una asociación lineal entre el empleo generado por la actividad minera y la trata de personas, pero sí manifestar que hay razones y antecedentes para exigir que el tema sea tenido en cuenta a la hora de plantear las condiciones para el establecimiento de la actividad, si es que se estableciera.

3- ¿Qué pasa con las mujeres que habitan zonas mineras?

En este trabajo se presenta un análisis estadístico y discursivo efectuado entre los años 2008 y 2015 en dos municipios de Colombia. Estos municipios vivieron durante esos años una serie de conflictos socio-ambientales desencadenados por el interés de explotación mineral en la zona. Dado que esta situación generó numerosas tensiones y estrés en los habitantes, se exploró cómo esos conflictos se expresaron en situaciones de violencia de pareja y de género y la intersección de ello con la explotación aurífera. Los factores encontrados para explicar esta intersección fueron: una gran división sexual del trabajo y la minería asociada con el consumo de alcohol.

Entre 2012 y 2014, las multinacionales presentes en la zona debieron cesar sus actividades debido a las acciones de un grupo ambientalista, lo que ocasionó una recesión económica fuerte para quienes vivían de la explotación del oro, dado que los pequeños mineros habían vendido sus títulos a esas grandes empresas. Considerando que los contextos de estrés suelen ser catalizadores de las violencias, el estudio observó qué pasó con la de género durante ese período. 

Para entender mejor las asociaciones presentadas en el paper, van algunos fragmentos del texto que pueden ayudar a precisar por qué la división sexual del trabajo, la minería y el alcohol se relacionan con la violencia de género:

  • “En California y Vetas (los municipios estudiados) existe una profunda división sexual del trabajo entre las mujeres víctimas de violencia en la relación de pareja y sus agresores. La ocupación de la víctima más referenciada es la de ama de casa tanto en Vetas como en California. Esto se complejiza si, como se ve en los datos recabados, las mujeres agredidas tienen baja escolaridad, suelen ser menores de 40 años y con hijos menores de edad a su cargo. Este perfil acentúa la dependencia económica de la mujer, lo que, de acuerdo con Amartya Sen y CEPAL, afecta la capacidad de la mujer de terminar con ciclos de violencia de pareja.
    En cuanto a los hombres, si bien la ocupación no es una variable que se referencie de forma habitual por parte de las comisarías de familia, en los casos donde se ha registrado la ocupación del agresor pululan las labores típicamente masculinas, como ser guardia de seguridad, conductor y minero”.
  • “Todos los participantes hicieron referencia al alto consumo de alcohol en el municipio. Lo anterior se agrava con el hecho de que un alto porcentaje de casos de violencia en los municipios estudiados se dieron bajo la influencia del alcohol y otras sustancias psicoactivas en el agresor (94 % de los casos en Vetas y 58 % de los casos en California).

El consumo de alcohol y la cultura minera están íntimamente relacionados. Podría decirse que el canon de masculinidad que se da alrededor del alcohol fomenta la violencia intrafamiliar y que es necesario un proceso de responsabilidad social empresarial para que, desde las empresas formalmente constituidas en la zona, se busque redefinir lo que significa ser minero para aminorar la construcción de valores sociales negativos”. Y acá yo agrego, ¿no debería también tenerse en cuenta la dimensión recreativa de estas poblaciones y pensar en la generación de espacios públicos para que el único lugar posible de esparcimiento no sean bares?

Bueno, sí, este apartado podría haber sido una oración y la pesada dijo todo esto cuando en realidad bastaba con decir que, si se tiene la intención de pensar en la actividad minera como una posibilidad para la mejora de la calidad de vida de las comunidades, no basta con considerar a quienes no somos varones como una cantidad de puestos de trabajo a tener en cuenta, sino que debemos ser considerados como personas con relaciones complejas con la actividad que merecen ser tenidas en cuenta desde una perspectiva de derechos humanos que garantice su integridad.

Golpeando piedras y piedras de sol a sol

Empecé hablando de lo mucho que me afectó la superposición entre las imágenes de la represión del 19 y 20 de diciembre de 2001 en todo el país con la de los mismos días en Chubut. Por eso, no quiero terminar sin mencionar el trabajo de Wily Pregliasco, un físico del CONICET que clasificó más de 126 horas de videos y muchísimas fotos de las jornadas de 2001 que sirvieron para llevar a cabo la causa penal.

Pregliasco es un perito con trayectoria: diseñó un sistema que permitió determinar el origen de los ochos disparos que mataron a Teresa Rodríguez en Neuquén durante el desalojo de un piquete, fue parte del operativo que identificó el nombre de Miguel Bru, un estudiante que está desaparecido desde 1993 y reconstruyó la Masacre de Trelew.

¿Cómo lograron que los videos y las fotos se convirtieran en evidencia? Primero, desclasificaron las imágenes de la consola que habían utilizado los orquestadores de la represión policial para dirigirla. Sin embargo, estos videos tenían un sesgo importante: mostraban solo lo que le interesaba ver a ellos. Entonces, buscaron lo que habían filmado los canales de televisión en vivo y en directo. Después, sistematizaron todo el material anotando zona, horario y sincronizándolos.

Una vez sincronizados, diseñaron un programa que permitiera ver todas las imágenes de forma simultánea. Le pusieron nombre, “El panóptico”, y funcionaba como una especie de buscador en el que había que poner una franja horaria y una localización para ver los videos pertinentes, que se abrían juntos en pequeñas pantallas.

“Pregliasco recuerda la pericia del 19 y 20 de diciembre como uno de los trabajos más emotivos de su carrera. ‘Por la dimensión histórica de los hechos, y porque las imágenes eran muy impactantes. Hubo que tener paciencia, tomarse muchas pausas. Fue muy movilizante hacerlo. Lo que me sirvió fue tratar de objetivarlo, de apelar el pensamiento científico para organizar las cosas y hacer una contribución humana desde la ciencia. Al fin y al cabo, no quisimos hacer solo una reconstrucción para el juicio: quisimos reconstruir ese día, del que todavía estamos viviendo algunas consecuencias, que fue tan importante para Argentina y que de alguna manera reconfiguró el mapa político. Hoy mismo, ese día, sigue siendo igual de importante’”.

¡Qué buenos muchachos son!

Bueno, te mentí, no iba a ser un newsletter corto sobre un tema denso. Fue un newsletter largo y enroscado. Y ahora viene una parte muy aburrida para vos pero esencial para mí: los agradecimientos. Porque si bien este newsletter lo firmo yo, no lo hago sola.

En primer lugar y por supuesto, a vos, por confiar en mí, en mi trabajo y por sumarte a esta propuesta tan rara que di en llamar “obras informativas”. Por pensarlas conmigo, por tu apertura a los anhelos de esta mujer del Abasto que ama la ciencia y hace las cosas a su modo, gracias.

Gracias a Axel porque, sin él, Que la ciencia te acompañe serían archivos de Word y no cartas en tu casilla. Gracias a Lauti por brindarme su amistad y trasladarla a la forma generosa en la que compartió este news en las redes de Cenital durante todo el año. Gracias a Facu por no reprocharme jamás que no sé poner mayúsculas ni comas, por ponerlas él y por lidiar con mi carácter de ARTISTA EXCLUSIVA. Gracias a Romina que en estos últimos días tomó la batuta de nuestra parte digital. Gracias a Iván y a Juan por la oportunidad de hacer esto que amo, haberme enseñado cómo y aceptar mi interpretación de esas enseñanzas. Gracias a Tomi, Diane, Juanma, Facu, Ferco, Jime, Zequi, Noe, Eli, Esperanza y Male por escribir sus news, abrir diálogos, inspirarme, brindar conmigo y ponerme verduras en los asados.

Gracias a Ine y Agus por leerme con cariño e incorporarse a este proyecto bizarro llamado La Barbie Científica con tantas ganas y profesionalismo. Gracias a mi mamá por leer absolutamente todas las ediciones y comentar cada una. Gracias a Tili, Chita y Miau por darle un hogar a este newsletter aunque solo necesitara una casa. Gracias a mis amigas lectoras, especialmente a Dami, Cami, Joy, Juli y Lu, que a veces me contestan y me llenan de alegría. Gracias a mis amigas no lectoras, que comen y charlan y me ceden sus puntos de vista e impresiones sobre las cosas, construyendo anónimamente la perspectiva de este engendro. Gracias a todas mis compañeras de EcoFeminita por hacerme posible insertar mis convicciones en mis quehaceres y a quienes integran BALima por aceptarme en su espacio y darme otro lugar para discutir y crecer. Gracias a Franco, por compartir su creatividad, hacer que me reconozca como trabajadora de la cultura y que le pierda el miedo a la palabra artista. Gracias a mi tío Eduardo por la lectura atenta. Gracias a Federico, por confiar más en mí que en mi capacidad. Gracias a Danila y Laura por pensar absolutamente todo conmigo. Gracias a Nora, Virginia, Sofía y Thomas por intentar sostener y construir algo parecido a una estructura psicológica en esta delirante.

Y gracias, sobre todo, a mi papá, por hacerme libre.

Te mando un beso enorme. Nos leemos el año que viene con más malas noticias pero con más cariño también,

Agostina

p/d: las refes de este news son de nuestro gran poeta de los oficios y de la dignidad en ellos

Soy comunicadora científica. Desde hace tres años formo parte del colectivo Economía Femini(s)ta, donde edito la sección de ciencia y coordino la campaña #MenstruAcción. Vivo en el Abasto con mis dos gatos y mi tortuga. A la tardecita me siento en algún bar del barrio a tomar vermú y discutir lecturas con amigas.