Marco Ruben: un asador sin manchas

Historias y anécdotas de un ídolo silencioso de Rosario.

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La parrilla, a 45 grados. Las brasas, al piso. Desde una mesa le preguntan por qué. Por la leña. Para el gusto ahumado. Hay arriba de cincuenta comensales. Hace tres días, contra Estudiantes, se retiró. Ya está en el predio de Arroyo Seco. Uno de los tres establecimientos de Rosario Central. Una institución que, en su locura, guarda un profundo arraigo social. Se les hacen agua las bocas a sus compañeros y a los empleados del club. El capitán se despide sirviendo un banquete a su gente. El goleador sale a la cancha con una chomba blanca. 173 goles en Primera. Dieciocho temporadas. Siete equipos. Ni una mancha a la hora de asar. Marco Ruben. 

Si la ruta 11 un día hablara, diría algo de fútbol. La arteria de cemento que une a Santa Fe con Rosario era la rutina de montones de cracks. El colectivo aceleraba por Fray Luis Beltrán y ahí se subía Ruben. Oriundo de Capitán Bermúdez, aunque adoptado en su infancia por el pueblo vecino. La estación anterior era San Lorenzo. En el club Combate de esa localidad -en la que nació Javier Mascherano- hizo sus primeros tiros. Una prueba en Central había dado mal y se acunó en esa zona. Le enloquecía el entrenamiento, mucho más que el juego. No sólo poseía una frente dura para cabecear: su sien latía para ser profesional.

Tantas ganas que le pintaron un delirio. 2002. El Tata Martino metía su primer título al mando de Libertad de Paraguay. Su éxito tejía un puente entre Rosario y Asunción. Un intermediario le ofreció a Marco ser torazo en rodeo ajeno. Lo habló con su mamá y su papá. Lo sacaron cagando. Apenas tenía quince años, cómo se iba a ir. Retrucaron: “Volvé a presentarte a Central”. Quedó. Generala doble: jugar para sus colores y un carnet para ingresar al Gigante de Arroyito gratis todos los fines de semana. 

No hay Ruben sin Central ni Central sin Ruben. El amor en esta tierra podría ocupar un capítulo más de Fragmentos de discurso amoroso, de Roland Barthes. No se descubre la ternura sin el odio. Newell’s siempre está en los relatos canallas. En cada una de las noches previas a jugar frente a su adversario, en la piel del delantero florecía la nostalgia. Su infancia. Cruzar a cocochito de su viejo por Parque Alem. En Alberdi, ir caminando con los amigos por Génova. “Me acuerdo de los nervios de haber sacado una entrada de menor, ya sin ser menor y me metía en los pasillos para acomodarme”, recuerda en una hermosa entrevista con el sitio oficial del club. 

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“Tenía muchas cosas, pero la potencia era impresionante”. Andrés Miranda lo representó desde la sexta división de inferiores hasta siempre. Lo primero que impactaba en el punta era lo intempestivo que resultaba cuando iba para adelante. La categoría 86 en Rosario invoca una década de oro del fútbol argentino. O, por qué no, del mundo. En menos de cuatro años, surgieron en la zona: Mascherano, Lionel Messi, Ángel Di María, Ezequiel Lavezzi, Ezequiel Garay, Ever Banega, Emiliano Vecchio, Damián Díaz, Tomás Costa, Lionel Vangioni, Cristian Ansaldi y Nahuel Guzmán, entre montones. A Ruben le tocaba correr de atrás a Gonzalo Castillejos y a Claudio “Carioca” Velázquez. Las inferiores canallas compiten en dos ligas de distinto nivel: la rosarina y la de AFA. Él alternaba. Hasta el despegue irreversible.

Ariel Cuffaro Russo defendió la camiseta de Central hasta consagrarse campeón en la temporada 86/87 -los años nunca son curiosidad-, bajo la tutela de Carlos Timoteo Griguol. Para 2004, ejerció de ayudante de campo de Ángel Zof. Iniciaron un proceso de apuesta por los juveniles. Acumularon tantos puntos que se clasificaron para las copas internacionales. El entrenador dio un paso al costado y dejó el mando a su alterno. No fue un año cualquiera. El 29 de agosto de 2005 se tatuó como una fecha mítica: eliminaron a Newell’s por la Sudamericana. Se tituló el Pirulazo, porque el gol para avanzar fue de Germán “Pirulo” Rivarola. La asistencia quedó para Ruben. Que era apenas un pibito que sembraba marcas de crack.

Ruben perseveró en la paciencia para debutar. Tenía un amigo, Pocho, que andaba en unas divisiones más grandes y eso lo empujaba. “Tenés que pedirle un autógrafo ahora porque después en Primera no te lo va a dar”, le anunció Cuffaro Russo a su hijo, en referencia al joven atacante. El despegue latió a la par de ese chiste. Escaló velozmente de Quinta a Reserva y de ahí al profesionalismo. El 25 de agosto de 2004, en una tercera fecha contra Quilmes, entró en la puerta del fútbol grande. En octubre de ese año, en el Cilindro de Avellaneda, Emiliano Papa desbordó, le tiró un centro y su parietal comenzó a firmar el romance eterno con el gol. 

Acababa de cantar veinte años. Su currículum encadenaba 23 tantos. Las arcas de River volaban y había lluvia de inversiones: casi ocho millones de dólares por Ruben, el arquero Juan Ojeda y Cristian Villagra. La mayor tasa pertenecía al atacante. En un Superclásico, se le escurrió un grito en La Bombonera que le habría sellado un amor Millonario. No terminó funcionando. Su técnica y su capacidad seguían. Dio el salto. El Villarreal cumplía las veces de Embajada argentina en España. Le compró la ficha, pero lo envió de nómade por el Recreativo y por el Villarreal B. Una rueda en la que no lograba asentarse. Emigró al Dinamo Kiev, al Evián y a Tigres de México. No encajaba. Pero la vida no es una cuenta exacta entre ganar o perder aunque nos vendan ese chamuyo: Marco tomaba nota para los escenarios que la existencia le presentaría.

La primera vez que concentró en Primera lo mandaron a compartir habitación con el Chacho Coudet. Marco todavía iba al colegio, entonces le gustaba dormirse temprano. Distinto hábito cultivaba su experimentado compañero al que le encantaba el ritual del mate y la conversación nocturna. Así que para la segunda fecha lo mandó para otro cuarto. 

El segundo sello de la amistad se trazaba el 29 de octubre de 2006. Central aplastaba a su clásico rival en un 4-1 con estruendos que podrían resumir las glorias de las últimas dos décadas: Chacho, Kily González y Marco. El delantero lo pone en el podio de los goles que más le gustaron marcar. 

El tercer punto fue la apuesta. Si algo caracteriza a Coudet, es su energía. Su celular es un instrumento de presión y de convencimiento. El común denominador asegura que no se esperaba semejante perfomance del Chacho como técnico. Central se reestructuró dirigencialmente y se la jugaron por el entrenador. Su primer refuerzo fue Ruben. También su capitán. Y su figura.

La duda sobre la capacidad de ambos para cargar sendos trajes latía en Rosario. Marco se asentaba en Victoria, Entre Ríos. La misma mansedumbre para pescar en el área era la que disponía en un bote para hallar un dorado en el agua. Difícil ser capitán en una cotidianidad tan estridente como la canalla. Funcionaba. Coudet había acertado. El grupo se encolumnaba detrás de un líder que regresaba como un goleador imparable. Ese 2015 se consagraba como goleador de la Primera División y como receptor del Olimpia de Plata al futbolista del año. El cierre de aquel año acariciaba la gloria. Final de Copa Argentina. Contra Boca. En una noche fatídica del árbitro Diego Ceballos. “Una mancha negra en el fútbol argentino”, lo definió el entrenador. El año siguiente, en la Libertadores, cargaría con el equipo hasta unos cuartos de final vibrantes contra Atlético Nacional. Con títulos o sin, la intensidad de ese equipo le sacaba una sonrisa al espectador que fuera.

No se iba a dejar arrastrar por la desilusión. Se separaría del Chacho, que levantaría su barrilete hacia Tijuana y Racing. Marco deseaba un título. Desde la Copa Conmebol en 1995 que el club de sus amores no levantaba un trofeo. Hasta que apareció el señor de los milagros. Edgardo Bauza había conquistado la Libertadores con Liga de Quito y con San Lorenzo. Su aura podía contra todo. “Él transmitía una tranquilidad que en momentos como los penales se volvía importantísimo”, lo describió el delantero. Juntos, en 2018, obtuvieron la Copa Argentina, superando a Gimnasia de La Plata. Eran eternos los laureles.

Fue y vino. Lo sedujo la pelota brasileña y brilló en Atlético Paranaense. Puede ser muy sano estar un tiempo fuera de casa. Sobre todo, si sos de Rosario y tu club es Central. Más si tu picante es enorme en la cancha, pero tu paso es calmo. “Viste cómo es Marco, es tranquilo, no sé si va a hacer un partido despedida, no creo que esté pensando en eso”, lo describía su compañero de plantel y de inferiores Jorge Broun. Logra retirarse con paz en una institución acostumbrada a las avalanchas.

En ese andar silencioso, un mediodía, en La Peña de Morfi, conducida por otro canalla como Gerardo Rozín, se animó a mostrar otro de sus talentos. Recitó una suma de palabras hermosas que homenajeaban el arduo laburo de los camioneros. Siempre supo tocar la guitarra. El chamamé, las milongas del sur, José Larralde y Horacio Guaraní. Su primo Ricardo le había enseñado que la viola podía ser un refugio y le había impulsado la costumbre para que en los trotes por Europa no se percibiera tan solo. 

Una olla como la de Central requiere de escapes. De un tranco que logre cargar con una cruz tan pesada como hermosa. Ruben supo cantar, hablar en el vestuario, lograr desmarques infalibles, cabezazos incontrolables y goles por doquier. Es el máximo goleador de la historia del club. A fuego lento. Sin una mancha en una remera.

Pizza post cancha

  • El legado del Barcelona pinta como una biblia para quien guste de la táctica. Jonatan Wilson es columnista de The Guardian y autor de La pirámide invertida, que recorre las estrategias de la pelota a lo largo de la historia. Lo consiguen por aquí.
  • Hoy se cumple un nuevo aniversario de la muerte de José Amalfitani, presidente y pirámide de Vélez. Hace algunos años, apareció esta entrevista inédita después de que el club de Liniers lograra su primer título. Un lindo testimonio de época.
  • Hoy, a las 14, en el estadio Armenia, antes del inicio del partido contra JJ Urquiza, se les entregarán carnets de socios y socias honorarias a las familias de 22 desaparecidos de origen armenio en la dictadura.  
  • No se pierdan Bravas. Flamante documental que narra la experiencia de futbolistas mexicanas que buscan trascender. Lo pueden hallar en Fifa +, la tremenda plataforma que lanzaron con bocha de documentales.

Esto fue todo. 

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Abrazo grande,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.