Las sombras de Bukele, el nuevo fenómeno de América Latina

El presidente de El Salvador logró desarticular a las pandillas bajo una política de mano dura. Mientras su popularidad sigue cruzando fronteras, la estrategia deja varias preguntas sin responder.

¡Buen día!

Espero que te encuentres bien. Hoy vamos a volver a un tema del que charlamos hace unos meses y viene apareciendo de manera colateral en las últimas entregas. El tema es Nayib Bukele y sus políticas de seguridad en El Salvador, que hacen eco en toda la coyuntura latinoamericana. Lo dijimos en el último correo sobre Perú: en una región que atraviesa una aguda crisis de representación y problemas cada vez más graves de seguridad pública, el fantasma de Bukele se hace presente en distintas orillas del espectro político. 

Puede que hayas visto el video que publicó él mismo la semana pasada, en el que se muestra el primer traslado de presos a la megacárcel nombrada como Centro de Confinamiento del Terrorismo. Las imágenes son brutales: los reos están rapados, cubiertos apenas por ropa interior de color blanco, un uniforme frugal que desnuda sus tatuajes, la mayoría con alusiones a pandillas. Los presos se agachan y corren bajo el asedio de los guardias; se agrupan en filas indias, con las manos en la nuca y la mirada en el piso, para desembarcar en el nuevo complejo. La puesta de escena es ostentosa, un video institucional filmado con varias cámaras y planos cinematográficos. Pero se trata de una fiel pieza bukelista, que refleja tanto los límites a los que ha llegado su política de mano dura como su inversión en cómo se la comunica. No hay una sin la otra. 

El año pasado, en un correo dedicado a su figura, te conté quién era Bukele. Un millennial que hizo carrera en la agencia publicitaria de su padre y luego saltó a la política de la mano del FMLN –el partido de izquierda heredero del movimiento guerrillero que peleó en la guerra civil de El Salvador (1980-1992) y que era, además, cliente de su padre–. Antes de su candidatura a presidente, Bukele rompió con el partido y adoptó una estética y un discurso de renovación política, acusando de corrupción generalizada a las dos fuerzas que dominaron el periodo post guerra civil, el FMLN y ARENA, de derecha. Así ganó la presidencia y, dos años después, en elecciones legislativas, se hizo con la mayoría del Congreso. Con el asalto consagrado, Bukele purgó a la Corte Suprema y desplazó al fiscal general. 

Por entonces, a mediados de 2021, Bukele había conseguido una reducción drástica de la tasa de homicidios, un logro que explicaba parte de su alto apoyo popular. Pero, para lograrlo, Bukele había negociado una tregua con las tres principales pandillas del país. Esa tregua se rompió a principios de 2022, luego de una masacre que dejó más de 80 muertos. La respuesta fue la implementación de un estado de excepción que habilitó detenciones arbitrarias, extendió los plazos de prisión preventiva, redujo la edad de imputabilidad y aumentó las atribuciones de las fuerzas de seguridad. En ese correo habíamos citado denuncias sobre cómo la policía detenía personas que no tenían vínculos probados con las pandillas, en algunos casos solo por parecerse físicamente. Pero, además, la política no demostraba por entonces signos de éxito: las pandillas, aún con miles de detenidos, seguían funcionando. 

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Bueno, ya no: Bukele logró desarticularlas.

El nuevo momento de El Salvador

A principios de febrero, el medio El Faro publicó una investigación en la que proclaman el fin del régimen de pandillas. La fuente es importante. Se trata del principal medio de investigación del país (y quizás de la región) y fueron los que en el pasado documentaron tanto la negociación de Bukele con las pandillas como la persistencia de su estructura en los meses posteriores al estado de excepción. Pero casi un año después del inicio de la política de mano dura, El Faro relata, con testimonios en todo el país, que Bukele logró su objetivo. 

Los comerciantes ya no pagan rentas a las pandillas para vender en los barrios. Los vecinos ahora cruzan zonas que antes no podían porque estaban controladas por algún grupo distinto al de la suya. Algunos parques que antes eran tierra prohibida se abrieron al público. La nota de El Faro es, además de un buen panorama sobre el momento actual, un recordatorio de cómo se vivió en El Salvador por mucho tiempo.

​​Las fronteras que dividían a los territorios controlados por pandillas rivales se desvanecen. Por ejemplo: unas mujeres de Villa de Jesús, en el municipio de Soyapango, relataron cómo se reencontraron con el lago de Ilopango, luego de casi una década sin poder visitarlo, porque la pandilla que controlaba el acceso al lago -la MS-13- amenazaba de muerte a cualquiera que, como ellas, viviera en un lugar controlado por otra pandilla, como en su caso ocurría con la facción Sureños del Barrio 18. 

La explicación que surge del reportaje es que las estructuras de las pandillas quedaron debilitadas y fragmentadas con el encarcelamiento masivo de dirigentes. Las cúpulas, que antes solían dar órdenes y nombrar delegados aún cuando estaban en prisión, no lo hicieron esta vez. Es pronto para saber si fue por falta de voluntad o capacidad, o una mezcla de ambas.

Detrás del entusiasmo que genera la noticia en El Salvador y en el resto de la región, que empieza a verlo como un modelo, hay dos preguntas cruciales. La primera es sobre los costos democráticos del método, que es casi lo mismo que preguntarse si el fin justifica los medios. Dentro de los 60 mil detenidos durante el régimen de excepción hay personas inocentes, que fueron encarceladas por su apariencia o, como está documentado, por mostrar “nerviosismo” ante los interrogatorios. Son miles de personas que se encuentran presas en condiciones de hacinamiento y de manera indefinida, sin acceso a un debido proceso. Todo esto en el marco de una presidencia con marcados rasgos autoritarios: Bukele avanzó sobre la justicia y los medios, anunció su reelección pese a que la Constitución no lo permitía y opacó cualquier tipo de control sobre las políticas –y los gastos– de la gestión. 

El método, además, no es tan puro como sugiere su prensa. Bukele negoció con las pandillas cuando fue alcalde y lo hizo como presidente (por eso está acusado ante la justicia de EE.UU.). En esto se parece a sus antecesores en el cargo, aunque él es el único que ha tenido éxito en desmontarlas, y eso tampoco puede negarse. Pero hay señales de que también negoció con los líderes de la pandilla esta última vuelta, y las consecuencias y detalles de esos vínculos son inciertos. El Faro documentó cómo uno de los líderes pandilleros más importantes del país fue escoltado a Guatemala por el gobierno a mediados del año pasado, cuando ya regía el estado de excepción. Tampoco se sabe dónde se encuentran los pandilleros que no fueron detenidos el año pasado, y que no han vuelto a las calles. 

Son estas zonas grises de la estrategia de Bukele las que ponen en duda su sustentabilidad. Por otro lado, cabe una pregunta más importante, que es sobre el rol del Estado en un país donde hace poco tiempo brillaba por su ausencia. Si de ese vacío emanaba el poder de las pandillas, ¿qué tipo de presencia hay ahora?

Por eso fue interesante el intercambio que tuvieron en los últimos días Bukele y Gustavo Petro, el presidente colombiano que, en cierto modo, busca encarnar otro modelo sobre cómo lidiar con países consumidos por la violencia y desacostumbrados al Estado.

–El presidente de El Salvador se siente orgulloso porque redujo la tasa de homicidios a partir, dice él, de un sometimiento de las bandas que hoy andan en esas cárceles, en mi opinión, dantescas (…) Nosotros logramos reducir, igualmente, esa tasa de homicidios, de criminalidad, de violencia, pero no a partir de cárceles, sino de universidades, de colegios, de espacios para el diálogo, de espacios para que la gente pobre dejase de ser pobre –, dijo Petro en un acto público, aludiendo a su etapa como alcalde de Bogotá. 

Bukele recogió el guante por Twitter, subió un clip con el mensaje de Petro y agregó: “Los resultados pesan más que la retórica. Deseo que Colombia en realidad logre bajar los índices de homicidios, como lo hemos logrado los salvadoreños”.

–Pasamos de 90 homicidios por cada 100.000 habitantes en 1993 en Bogotá a 13 homicidios por cada 100.000 habitantes en 2022. No hicimos cárceles sino universidades–, le respondió Petro, también por Twitter.

Pero Bukele aprovechó los datos y saldó el debate.

–¿Desde 1993? 30 años…¿Usted gobernó 30 años? ¿Bogotá? ¿No es usted presidente de Colombia? Nuestra experiencia: de más de 100 homicidios por cada 100.000 habitantes, ahora estamos en cifras de un solo dígito. Y la reducción fue rápida, porque los muertos no se recuperan.

Sobre el Estado

En un artículo que se movió bastante en las últimas semanas, Juan Martínez d’Aubuisson, un antropólogo salvadoreño reconocido por su trabajo de campo dentro de las pandillas, dice que el lugar que dejan estos grupos lo va a llenar “la mafia del Estado”, a la que describe como “un conjunto de personas, orientadas por un solo líder y que utilizan los mecanismos estatales para enriquecerse de forma ilícita y amedrentar o eliminar a su competencia”.

Cuando lo llamé para preguntarle por esto, aproveché y le consulté por la aseveración de El Faro. ¿Es cierto que desaparecieron? “Sí, las pandillas están desarticuladas. Ya no son lo que conocimos”, me respondió.

Y dio un poco de contexto. Las maras florecieron en El Salvador en la década de los 90, deportadas desde California, y progresivamente fueron ganando presencia territorial. Pero algo cambió en la última década. Según Martínez d’Aubuisson, desde 2o12, cuando comenzaron a negociar con el Estado, su estructura mutó. “Dejaron de apostarle al conflicto, al sistema de agresiones entre sí que les daba identidad y marcaba la vida pandillera, para convertirse en mafias. Desde entonces no han parado de negociar con fuerzas políticas”, me dijo. El vínculo, sin embargo, variaba en intensidad y armonía según los años. 

Que Bukele les haya ganado luego de negociar es, según nuestro invitado, una clave para entender su gobierno. “Esto demuestra el modo en que Bukele lleva el poder. Lo ha hecho con partidos, sindicatos, con la procuraduría. Su estrategia es acercarse y desde ahí destruir cualquier tipo de competencia. Primero coopta a los serviles y luego les da estocadas. Las maras (pandillas) eran una competencia, como lo eran los partidos o la iglesia. Eran estamentos de poder territorial”. 

¿Cómo se llena ese vacío? “Mi planteo es que el Estado no recupera el espacio que le corresponde volviendo a tomar el monopolio de la violencia. No. Acá hay una creación de un grupo criminal: una mafia de Estado”. Y agrega: “Hay diferentes actividades criminales, que es lo que diferencia a un gobierno corrupto, con funcionarios corruptos, de una mafia en el Estado, organizado bajo una estructura piramidal como el de la mafia, con una cabeza –Bukele– que comanda. Lo que vemos en este gobierno no lo vimos antes, y eso que los anteriores eran un monumento a la corrupción. Hay mucha oscuridad sobre toda la cosa pública. Las contrataciones y las compras son un secreto, Bukele destruyó cualquier tipo de regulaciones o organismos de control. Hay irregularidades por todos lados”.

Le pregunto entonces por lo que a esta altura es el gran elefante en la sala: las cifras de aprobación de Bukele, que superan el 80% y lo convierten en el presidente más popular de la región. Su respaldo, le digo, es casi total. El antropólogo me corrige: es total. “A Bukele en El Salvador se lo venera como una figura proto religiosa”, dice. Pero entiende el apoyo. “Él vino a desplazar a las estructuras que más daño le hicieron al país: los partidos de la posguerra y las maras. La gente evalúa al gobierno por su experiencia subjetiva, y así debe ser. ¿Y qué les dice su experiencia subjetiva? Que el marero que antes amenazaba con violar a su hija ahora va a morir en un penal”. 

Se lamenta: “Creo que el sacrificio que hemos hecho para sacarnos de encima a esas estructuras –partidos y maras– lo vamos a lamentar en el futuro”, dice hacia el final de la conversación. “Había otros caminos. Bukele dirá: ¿y por qué no se hicieron antes? Pero se podía fortalecer el trabajo de la fiscalía y otros poderes, apegarse a los DD.HH. Su estrategia, la concentración de todo el poder, nos va a llevar a un camino de difícil retroceso. Y esas cosas que esta sociedad ahora denosta y regala son justamente las que más sangre nos ha costado”.

No ve una amenaza cercana a Bukele, más bien le augura un largo futuro. “El tipo se va a reelegir y no creo que las maras vuelvan. No como la conocimos, al menos. Su imperio ha terminado. Ahora inicia el imperio de la mafia del Estado”.

Acá dejamos por hoy. Gracias por leer.

Nos leemos pronto.

Un abrazo,

Juan

Creo mucho en el periodismo y su belleza. Escribo sobre política internacional y otras cosas que me interesan, que suelen ser muchas. Soy politólogo (UBA) y trabajé en tele y radio. Ahora cuento América Latina desde Ciudad de México.