La noche en la que Claudia Sheinbaum se convirtió en la primera mujer presidenta de México

La sucesora de AMLO logró un hito en la historia de México tras una aplastante victoria electoral, superando los resultados obtenidos en 2018. Crónica de una jornada memorable desde el lugar de los hechos.

Es cierto que acá todo parece monumental. Que lo mismo un museo, un parque, un supermercado o una cifra de homicidios. Todo es grande, lleno de gente y cargado de historia. También es cierto que en México pasan muchas cosas importantes al mismo tiempo y en lugares distintos, porque este país es en realidad varios países en uno. Entonces la política (o eso que muchos entendemos como política: gobierno, partidos, elecciones) a veces puede parecer un ruido de fondo. Un tema que apenas merece ser discutido, como si diera lo mismo quién ocupa qué. Pero no todo da lo mismo: la llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia es un hito fundamental para la historia del país por partida doble. Porque es la primera mujer en el cargo y porque llega luego de una elección que consolida a Morena, el partido oficialista, como el fenómeno político de este tiempo.

Sheinbaum ganó con casi el 60% de los votos, el partido consiguió mayoría calificada (dos tercios) en Diputados y está al borde de conseguirla en el Senado. También retuvo la capital. Es un resultado mejor al obtenido en 2o18 por Andrés Manuel López Obrador, la referencia ubicua de toda la campaña y del discurso que dio Claudia en el Zócalo de la Ciudad de México, un rectángulo enorme ubicado frente al palacio de gobierno que tiene una bandera de 230 kilos en el centro. Era ya de madrugada y todos los rostros de la plaza estaban visiblemente exhaustos, aunque sonrientes. Sobre todo Claudia, a la que en campaña se le objetó no mostrar sentimientos y parecer fría, una descripción quizás injusta pero que refleja el perfil de una científica cuyo estilo de conducción es bien distinto al de AMLO, una máquina narrativa. Fue un discurso corto, pero cargado de simbolismos. “No llego sola, llegamos todas”, dijo al comienzo.

No fue una fiesta popular. La plaza estaba mucho menos concurrida que en el inicio y cierre de la campaña, cuando las calles del centro eran ríos de gente con banderas de Morena que llegaban de todo el país. Ayer fue fácil recorrer el Zócalo y moverse una y otra vez por las 15 cuadras que lo separaban del hotel Hilton, en el que Sheinbaum dio su primer discurso ante los medios. Quizás se debió a la inminencia de la victoria, un resultado descontado desde el inicio de la contienda, que volvió a romper un récord de violencia política. Sheinbaum y su equipo ejecutaron una campaña prolija y casi sin errores, aunque también con poca épica; el mensaje estaba servido y no era otro que el de la continuidad.

La plaza de ayer sirve para dimensionar ese legado, que rápidamente se puede transformar en un desafío. Los vendedores ambulantes, como es habitual en el centro de la ciudad, vendían muñecos de AMLO, retratos de AMLO, medias de AMLO, llaveros de AMLO y el último libro de AMLO (en el hotel donde esperaban los delegados internacionales se repartía incluso la tesis de licenciatura del presidente). Solo algunos vendedores habían incorporado muñequitos de Claudia, o alguna que otra foto de los dos líderes juntos. También algunos simpatizantes reformularon el tradicional cántico de “es un honor, estar con Obrador” por “estar con Claudia hoy”, pero la asimetría era evidente. “Es que la popularidad del presidente es imbatible. Por eso ella ganó”, me dijo un vendedor en las inmediaciones de la plaza. El domingo la tendencia no se había revertido: la mayoría de las ventas eran muñecos del presidente.

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Sheinbaum, una física de 61 años con el pedigree del progresismo mexicano (del sur de la ciudad, padres académicos ligados a la UNAM, una biografía marcada por las protestas estudiantiles del 68), desarrolló su carrera política bajo el alero de AMLO. Lo acompañó como secretaria de Medio Ambiente cuando este ganó la jefatura de la Ciudad en el 2000; lo secundó en su gira nacional tras la elección federal del 2006 en la que el actual presidente denunció fraude; fue una de las primeras alcaldesas orgánicas del partido en 2015, y finalmente fue electa como jefa de gobierno de la capital el año en el que AMLO llegó a la presidencia en su tercer intento. Desde entonces, las diferencias públicas con el líder de Morena han sido mínimas: criterios más estrictos para gestionar la pandemia, la reticencia a desplegar a los militares en la ciudad a comparación del resto del país (uno de los grandes desafíos del próximo sexenio: qué hacer con la militarización que consolidó la gestión saliente) y una mayor contemplación de los datos oficiales.

Las dudas sobre el rol que adoptará AMLO luego de dejar el cargo contribuyen al dilema de la transición. Pocos creen que se irá a su rancho a escribir y ya, como prometió. “El presidente solo va a aparecer para ordenar”, me dijo un dirigente de Morena en un arrojo de confusión. Los comentarios en privado de colaboradores y rivales internos de Claudia, teñidos de machismo, también agrandan el problema. Pero hay algo que es cierto: si bien la idea de un partido hegemónico no es para nada nueva en México (así fue el SXX con el PRI), el liderazgo y la centralidad de AMLO no tiene paralelismos recientes. Hace más de veinte años que es el eje de la política mexicana. En su presidencia no solo ha logrado permanecer en el centro (gracias, entre otras cosas, a un ejercicio de comunicación virtuosa) sino que ha consolidado y ensanchado su popularidad, una anomalía entre sus pares regionales.

Pensaba en eso mientras miraba al pelotón de observadores electorales: en cómo México, para una parte del progresismo continental, pasó de ser un rompecabezas ideológico a una suerte de caso de éxito (en condiciones que, para ser francos, son irrepetibles en casi cualquier país de la región). Me quedé pegado a las postales de Evo Morales y Alberto Fernández, los dos invitados más rutilantes y en cierto modo las dos puntas temporales de un ciclo quebrado y huérfano de referencias. Un día antes de la victoria de Claudia, asumió Bukele en El Salvador, el político más popular del ecosistema de la derecha regional, y la figura que mejor parece sintonizar con el espíritu de época. En términos de popularidad, AMLO es el único espejo vivo en la izquierda. Y ahora en México, un país estructuralmente machista, gobernará una mujer de perfil progresista por primera vez en su historia. Es cierto: son tiempos raros y oscuros, difíciles de leer. Supongo que también son tiempos interesantes.

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Cree mucho en el periodismo y su belleza. Escribe sobre política internacional y otras cosas que le interesan, que suelen ser muchas. Es politólogo (UBA) y trabajó en tele y radio. Ahora cuenta América Latina desde Ciudad de México.