La culpa es de este pueblo sabalero

Cuál fue la estrategia de Eduardo Domínguez para vencer 116 años de malas suertes.

Hola, ¿cómo estamos?

Aunque la cosa marche mugrosa, no sé por qué, siempre culminamos viendo los partidos. La Copa América va tan sinuosa que hasta al presidente de la CBF -la AFA brasileña- lo suspendieron del cargo tras recibir una denuncia de acoso sexual de parte de su secretaria. Brasil debutará mañana contra Venezuela. También arrancan Colombia contra Ecuador. En pandemia, se cruzan el país de Bolsonaro contra el de Maduro. Todo rarísimo. Messi, aun así, está para dar la cara. Desde el lunes, a las 18, contra Chile, el rival que toca siempre.

Del otro lado del mundo, arrancó la Eurocopa. El plato fuerte es mañana: a las 10, Croacia contra Inglaterra. En el medio, se armó un quilombo bárbaro entre Rusia y Ucrania. Es que la camiseta amarilla vino con un mapa de fondo que tiene anexado el territorio de Crimea. En 2014, los conducidos por Vladimir Putin dieron por propia a la península. 

Es así: Prepárense para Perder.

La culpa es de este pueblo sabalero

En Santiago del Estero, la lluvia era un escándalo. Colón vencía 1-0, en el debut de la Copa. Los jugadores entraron empapados al vestuario. Pidieron camisetas secas. No había. Todavía no sabían que al final serían inmortales. Se calentaron. Empezaron a insultar a los dirigentes. El entrenador eligió por unos minutos que decantara la bronca y fue al hueso: “Dejemos de quejarnos. Es una boludez. Pongamos los huevos en la cancha”. El segundo tiempo fue arrasador: 3-0, el primer triunfo de los siete que lo clasificarían líder de su zona. Solicitó la palabra antes de recibir preguntas en la conferencia de prensa: “Lo que pasó en nuestro vestuario hoy no puede pasar. Es fácil hablar y decir que se hacen las cosas. Pero no hay que hablar, hay que hacer. Así y todo, los chicos se pusieron el traje y lo hicieron de gran manera”. En la misma jugada, ser amado y ser temido. A la vista, estaba el manual de conducción política de Eduardo Domínguez.

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Había vivido la misma historia. Uno de los refuerzos que persiguió el entrenador para la temporada fue Paolo Goltz. Su compañero en la zaga central del Huracán de 2009. Como ayudante de campo, está Leandro Díaz, mediocampista de aquel equipo. Hace algunas semanas, en una entrevista, lo cruzaron con Ángel Cappa, técnico de aquella criatura. De alumno a maestro, Domínguez le confesó: “Lo recordábamos con Paolo y Leandro: ‘¿Te acordás cuando Ángel nos hablaba de cómo teníamos que afrontar los problemas económicos del plantel?’. Usted nos cambió la cabeza y la mentalidad. Teníamos que jugar y disfrutar, sin quejarnos todos los días”. Saber gestionar también es una herencia.

Hace una semana, los Sabaleros le dieron una paliza a Racing en la final. Conquistaron su primer gran título nacional: en las vitrinas, sólo había dos campeonatos en la B. Lo hizo desde una idea ambiciosa. Un esquema táctico que comenzó en 5-3-2 y culminó en 4-3-1-2, sin un centrodelantero de referencia, con mediocampistas como flechas invadiendo el área y con laterales programados para robar líneas de pases. Esta síntesis podría ser catalogada de irrespetuosa. Pero equipos y esquemas, a lo largo de la historia, hay muchísimos. Grupos que rompen un maleficio de 116 años de espera -aunque Colón se inscribió en AFA en 1948- y de montones de corazones que ni siquiera llegaron a verlos campeón hay muy pocos.

La mufa de Colón tuvo su máximo resplandor dos horas antes de que comenzara la final de la Sudamericana, el 9 de noviembre de 2019. Luis Miguel Rodríguez, universalizado el Pulga, bajó del micro rumbo al vestuario de la Nueva Olla de Asunción y pisó una canaleta. En la frontera entre Paraguay y Argentina, por el paso de Formosa, habían migrado siete mil vehículos en 48 horas. La fila de autos que esperaba superó los 21 kilómetros. Ni la visita de 2015 del Papa Francisco había movilizado tanta gente por la aduana. Nada de eso logró contrarrestar el dolor que sentía la figura mientras los kinesiólogos intentaban salvarlo. Jugó y erró un penal. Independiente del Valle le robó la ilusión con una clase de fútbol. Bajo una tormenta, un viejo lloraba y gritaba: “Nunca vamos a ganar una mierda”.

Al tiempo de la derrota, renunció Pablo Lavallén, el técnico finalista. Pasaron Pablo Bonaveri y Diego Osella por el cargo. En los últimos 25 años, la institución contrató 37 conductores diferentes. Domínguez ya había estado en Colón entre 2017 y 2018. Al año siguiente, tomó las riendas de Nacional de Montevideo, con el que obtuvo la Supercopa Uruguaya, un campeonato inventado en 2018. La experiencia fue demasiado corta: apenas 8 partidos. Se concedió un tiempo para pensar. La vida le había regalado un aprendizaje. Como parte del cuerpo técnico, había sumado a su hermano. Fue una manera de acompañarlo mientras atravesaba un cáncer de colon. Los resultados deportivos caían en un contexto que ponía verdaderos valores a las cosas de la vida. Entenderlo le serviría mucho.

En 2020, volvió a la tierra santafesina. Con un problema. Estaban suspendidos los promedios para el descenso. Un día volverían a funcionar y Colón estaba apenas arriba de los recién promovidos de la segunda categoría. Se dio cuenta rápido: el club olía a tristeza. “Los primeros meses fueron muy duros. Lo adhiero al golpe duro de la final. Era un grupo muy golpeado. De grandísimos jugadores que hoy pueden volver a mostrar lo que son”, reflexionó, a comienzos de 2021. Domínguez había visto en su casa, con su familia, la derrota. La palpitó como un hincha. Cuando tuvo que abordarla, la manejó con naturalidad. Si los jugadores no la mencionaban, no se hablaba. Al tabú lo iban a pasar por encima.  

Conocer la institución siempre da un plus. Permite entender cuál es el piso y cuál es el techo. Desde esas vigas de pensamiento es que Domínguez le respondió al presidente, José Vignatti, cuando le planteó que River quería a Alex Vigo y Racing a Tomás Chancalay. Perdía dos futbolistas en camino de afianzamiento, pero le ganó la sinceridad: “Le dije que tenía que sacarlos para que no se estancaran”. La justificación la daba hace seis meses: “Si no entendemos esa parte en estos clubes, no podríamos trabajar acá. El éxito deportivo hay que buscarlo desde otro lugar. A veces no es el título. Somos argentinos y queremos jugarles de igual a igual a los que tienen mejor presupuesto, pero no siempre es posible”.

El abanico de áreas desde donde piensa es una de sus fortalezas. No siempre las respuestas están en la técnica, en la táctica o en lo físico. En su primer período en la institución, les dio libre a los futbolistas durante todo el fin de semana. Al regresar, a los juveniles les puso una carga más alta. Vigo planteó salir porque le dolía la espalda. No lo entendía hasta que el lateral, ahora de River, le comentó que había aprovechado para poner una losa con su papá. “Ahí nos dijimos que éramos unos boludos. Eso tiene el fútbol argentino”, le sintetizó a Mariano Verrina, en una gran entrevista en Clarín.

Desde la línea de cal, suele ordenarle a sus dirigidos que no discutan con el árbitro. Él se hace cargo, al terminar los encuentros, de declarar, por ejemplo: “Es muy difícil competir contra las corporaciones”. Sobre la conducta durante la pandemia puso el dedo en los mecanismos de control. A Cristian Ferreira, cuyo pase pertenece a River, le dio permiso para que viajara a Buenos Aires por unos temas personales. Oriundo de Córdoba, el enganche pasó unos días también por su tierra natal. Al regresar, el entrenador lo frenó y lo obligó a hacerse un PCR antes de incorporarse. A diferencia de otros técnicos, decidió marginar a Facundo Farías tras un test que primero le dio positivo y, luego, negativo. La salud es parte de lo humano y cuidar a la gente, muchas veces, termina potenciándola.

Domínguez se apropia del manual de lo mental. Se analiza en terapia. Asume a la cabeza del futbolista como un dispositivo a laburar. “Si nos lo permite, a la gente grande tenemos que trabajarle la cabeza. A ellos los mueve la motivación”, planteaba a mitad de campeonato. La convicción sobre hacerse cargo era un ejercicio por el que había tenido que pasar. Nació en 1978 con el cargo de hermano menor de Federico. En 1995, en Qatar, José Pekerman conquistó el segundo Mundial Sub 20 de Argentina. El mayor formó parte de aquel plantel. Los dos hicieron inferiores en Vélez y, sin quererlo, construyeron una relación de mucha presión. El más grande fue vendido al Espanyol. El más chico fue cedido a Olimpo de Bahía Blanca. Las dos caras de la moneda se oprimían sin intenciones.

Recién en 2006, cuando se fue a Independiente de Medellín, pudo hacer el click. Ya había pasado por los dos grandes de Avellaneda y no se sentía cómodo. “Ahí yo era el extranjero. Ni Eduardito ni el hermano de Federico”. Regresó a Argentina para brillar en Huracán. Tenía una fe tan a prueba de balas que, antes de la final contra Vélez, le aseguró a Cappa que iba a convertir un gol. Metió dos cabezazos: uno se lo anularon, otro pegó en el travesaño. En el medio, realizó una excursión a Estados Unidos, donde se dio el gusto de compartir plantel en Los Ángeles Galaxy con David Beckham. Pero algo del Globo de Parque Patricios se le volvió su casa. Lo certificó, primero, tras ganar la Copa Argentina en 2014. Luego, en 2015, cuando una tarde fue a la práctica como futbolista y, al día siguiente, arribó como entrenador. Su transformación del lado del mostrador le costó un tiempo. Se comportó sincero con sus dirigidos en la primera práctica: “Esto primero va a parecer raro y ya nos vamos a acostumbrar”.

No usa WhatsApp. Asegura que carece de idea de lo que dicen de él: “Si igual te van a encasillar. A mí me alcanza con que el jugador me crea”. Una de las noches en que se cruzaron dos de los tres clubes que dirigió dio una muestra gratis de que sus dichos eran sinceros. Conducía a Colón contra Huracán, vencían 2-0 y terminaron cayendo, en el último minuto, por 3-2. Sin importarle la televisión enfocándolo, empezó a gritarle a sus dirigidos: “Son unos cagones”. Franco Zuculini, uno de los futbolistas, le dio crédito al salir del estadio: “Entiendo la furia del entrenador y está perfecto. Somos cagones”.

Se arrepiente de no haber atendido a las lecciones de Marcelo Bielsa o del Maestro Tabárez cuando se los topó en Vélez. Era un pibe y no dimensionaba las figuras que estaban delante. Pudo profundizar conocimientos con Carlos Bianchi, padre de Brenda, su compañera de vida. En la mayor parte de su carrera como jugador, Domínguez no había tenido representante. Su suegro le recomendó que se consiguiera uno. 

Sus aptitudes y sus decisiones viajan a su ritmo. Domínguez parece ser de los tipos que confían en la lógica. A sus dirigidos, les sumó entrenamientos de doble turno en momentos determinantes. Remarcaba y se instaló el sentimiento de que podían ser los mejores porque eran los que más practicaban. Con la misma naturaleza, intentó que transcurriera la tensión y la presión de posible campeón: Colón peleaba el descenso, ganó los primeros cinco partidos y apenas le habían convertido un tanto. Naturalmente, debía ser candidato. Sufrió un bajón y el entrenador declaró: “Tenemos que reencontrarnos con nosotros mismos”. Fue mejor que Independiente en la semifinal y superior a Racing en la final. Lo que tenía que pasar, pasó.

Puede que suene complejo aceptarlo. Que se busquen gatos negros enterrados o macumbas a los costados de las rutas. Pero para vencer a una mufa de 116 años no hizo falta ningún realismo mágico. Domínguez va por el camino de los que no hacen épica de su propias gestas.

Pizza post cancha

  • Esta guía interactiva de la Eurocopa que se mandó The Guardian es una locura. 
  • “Cada día hay menos jugadores diferentes”, dice, medio pesimista, Robert Pirès. La entrevista en El País es muy buena.
  • Es del año pasado, pero recién me lo crucé en estos días. Rising Phoenix es la historia de los Juegos Paralímpicos. Está en Netflix.
  • Boxeando para un follower. Mati Conde explica toda la movida de Mayweather y el youtuber.

Esto fue todo.

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Abrazo grande, 

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.