Imágenes pese a todo: El funeral de Estado de Sergei Loznitsa

State Funeral (Funeral de Estado) es el nombre del impresionante film sobre la muerte de Stalin y los días de su funeral en marzo de 1953.

“La televisión crea olvido y el cine recuerdos”, dijo Jean-Luc Godard. En épocas donde el formato de la serie parece triunfar sobre el cine, la plataforma MUBI resiste y sumó a su cartelera otra película del cineasta nacido en Bielorusia, Sergei Loznitsa. State Funeral (Funeral de Estado) es el nombre del impresionante film sobre la muerte de Stalin y los días de su funeral en marzo de 1953. La frase de Godard que abre estas líneas no sólo funciona como una ironía sobre la hegemonía visual de las series y la devaluada televisión, sino que habilita una reflexión sobre las características del cine de Loznitsa: aquella que consiste en traer al presente recuerdos conflictivos del pasado, en muchos casos sobre la memoria de la ex URSS. Desde ese lugar, Loznitsa ya había hecho un monumental trabajo de archivo con Blockade, The Event y The Trial, abordando diferentes momentos del convulsionado siglo XX ruso. Entre el documentalismo y la narración objetivista, para comprender su estilo hay que añadir a esa serie de nombres el del film Austerlitz. Título que alude al libro de W.G. Sebald, el film es un testimonio contemporáneo sobre la subjetividad en la cultura de masas vista desde los campos de concentración como paseos turísticos.

Pero volvamos a State Funeral. Durante más de dos horas, el film conmociona por la potencia de sus imágenes, con un trasfondo de imperceptible musicalidad que se va revelando central. Realizado en blanco y negro y en color, Loznitsa recupera las filmaciones de cineastas de la época. En su trabajo de montaje las imágenes se combinan de un modo complejo, articulando una superficie con diferentes capas de significados. Desde la burocracia del partido pasando por el llanto de las mujeres; desde la vasta geografía multiétnica de rostros curtidos por el trabajo del sol llegando hasta el límite con el territorio oriental, las sensaciones que produce en el espectador se multiplican. Un punto interesante debido a su carácter polémico, es la interpretación que Loznitsa realiza de su propio trabajo, y en el cual me gustaría detenerme.

En la versión que ofrece la plataforma MUBI, los últimos 30 minutos están dedicados a un diálogo entre el director de cine italiano Pietro Marcello y Loznitsa. Sin rodeos, allí Loznitsa ofrece en la conversación su lectura del stalinismo: ha habido y hay una predisposición de la sociedad rusa para creer y adorar a los líderes autoritarios como Stalin. Así lo testimonia la masa compacta en las interminables avenidas de Moscú, movilizada por el aparato del partido para el funeral. Desde este ángulo, su visión política no resulta demasiado original, pues se encuadra en un tipo de mirada liberal que concibe a los liderazgos políticos de masas como manipuladores, y a la sociedad como un cuerpo uniforme que obedece a los impulsos autoritarios. Esos argumentos tienen resonancias locales en las interpretaciones del peronismo que hace el liberalismo republicano, que ve en los liderazgos carismáticos contemporáneos una desviación autoritaria. La movilización de ese imaginario fue activo durante el gobierno de Cambiemos porque Macri venía a representar, imaginariamente, a la política como técnica desapasionada. El mismo expresidente lo dijo hace pocos días, cuando confesó que dejaba sus funciones ejecutivas a las siete de la tarde para ver Netflix.

En relación a Rusia, vale la pena hacer notar que esta reflexión sobre los procesos políticos del siglo XX dialoga con la idea pergeñada por las potencias de Europa en el siglo XIX sobre Rusia como una otredad bárbara, un país mas asiático que europeo. Habría así, en la profundidad del alma rusa, una inclinación permanente hacia el gobierno despótico. En esa línea, en el relato de Loznitsa la alusión a la actual democracia rusa funcionaría como un metonímico “fuera de campo”. Frase como “el que quiera restaurar el comunismo no tiene cabeza; el que no lo eche de menos no tiene corazón”, atribuida a Vladimir Putin en el libro Limónov de Emmanuel Carrère, es ajena a la visión de Loznitsa. Para él, la Rusia soviética representa más una continuidad con el pasado zarista que un punto de ruptura revolucionario.

En esa clave, una lectura similar propone el periodista Walter Curia en una nota del día 26 de mayo en diarioar.com. Adoptando la filosofía política de Hannah Arendt -para quien stalinismo y nazismo representaban desde lo político básicamente lo mismo-, Curia dice que las imágenes del film encarnan las ideas de terror y de totalitarismo elaboradas por la discípula de Martín Heidegger. Como si faltara ésta película para adecuar finalmente esas ideas. El problema que acecha a esas visiones generalizadoras no es solamente que lee a las imágenes como ideas (lo cual supondría una extensa discusión), sino que sobre todo corren el riesgo de simplificar procesos históricos complejos y muchas veces contradictorios. Por el contrario, y a pesar de sus mismas opiniones, Loznitsa propone una tensión entre las imágenes, no una mirada ya sabida de antemano que se confirmaría en discutidas teorías políticas. Precisamente, un efecto de esa tensión es la conexión con el presente, que abre a la posibilidad de nuevos conocimientos en el terreno del saber histórico y amplía el campo de las discusiones políticas.

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En 1945, el horizonte socialista salió reforzado luego del triunfo sobre la Alemania nazi, acaso el acontecimiento más importante del siglo XX. Dramáticamente, las purgas, el culto al líder y los gulags convivieron con un proceso de modernización socio-económico, industrial y tecnológico, así como con la elevación de las condiciones materiales y culturales de un país que, a inicios del siglo XX, era más feudal que capitalista. La naturaleza de procesos políticos complejos, como es el que Loznitsa retrata, exige observar la relación del pueblo con el líder como algo más que sumisión, temor o irracionalidad. Sobre todo cuando la memoria reciente aún no es historia, sino una experiencia de apenas ocho años con varios millones de muertos.

Por eso, el logro de Loznitsa consiste en que los efectos de su obra trascienden incluso a sus propias opiniones personales, que por suerte ya está produciendo otras interpretaciones en el interesado espectador.