Hay un servicio esencial al que no se lo aplaude

Hola, ¿cómo estás? Espero que atravesando la tercera semana de aislamiento preventivo de la mejor manera posible. Por acá recordando que en marzo le dije a varias personas que tenía ganas de festejar mi cumpleaños en un lugar lindo, hacerme una escapada, la cosa sana. […]

Hola, ¿cómo estás? Espero que atravesando la tercera semana de aislamiento preventivo de la mejor manera posible. Por acá recordando que en marzo le dije a varias personas que tenía ganas de festejar mi cumpleaños en un lugar lindo, hacerme una escapada, la cosa sana. Mañana es mi cumpleaños. Moraleja: no hagas planes.

Otra cosa que pensé es que todos los de Aries podríamos hacer un gran festejo cuando pase todo esto. Eso sí, espero que no haya que sumar a los de Tauro.

Mejor vamos a lo nuestro.

Hoy a las 21, como todos los días desde que empezó la cuarentena, seguramente escuches un aplauso. O incluso aplaudas vos. Hay cierto consenso en que el destinatario de estos aplausos es el personal sanitario de nuestro país, aunque hay quienes agregan a trabajadores de otros servicios esenciales, como la recolección de basura o la atención en comercios como supermercados y farmacias. Yo no tengo balcón pero si tuviese los incluiría.

Pero hay un servicio esencial al que no se lo aplaude. No sé si cuando fuiste al supermercado o a pasear a tu mascota lo notaste pero hay un nuevo actor urbano que hace un tiempo recorre las calles de la ciudad y ahora lo hace más en soledad que nunca. Sí, hoy quiero que hablemos de las apps de delivery.

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Hace bastante que te quería escribir sobre esto. Quizás la tapa de The New Yorkerde esta semana me terminó de convencer. En una breve entrevista al responsable de la ilustración, Pascual Campion, Françoise Mouly, el editor de arte de la renombrada revista, reflexiona: “En Nueva York, especialmente, el encierro ha puesto en relieve cómo la vida en la ciudad –en cualquier ciudad– depende de una serie de trabajadores esenciales que han seguido trabajando durante la pandemia y que rara vez son reconocidos”.

Hace un par de semanas también te adelanté algo: según las propias empresas los pedidos a través de estas aplicaciones aumentaron alrededor de un 30% desde que se decretó la cuarentena obligatoria, impulsados sobre todo por compras en supermercados –35% de aumento– y farmacias –50% de aumento–. Además, siempre según una investigación del diario Perfil, el volumen promedio de esas compras subió: los pedidos de más de diez productos aumentaron casi un 25%.

Quedate en casa

El aumento del delivery tiene una consecuencia algo obvia con implicancias urbanas. Nos movemos menos de nuestras casas, por ende transitamos menos el espacio público y hacemos que otros y otras se muevan: en bicicleta, en moto, o como sea necesario para que eso que queremos nos llegue rápido y sin movernos.

En esta nota, uno de los responsables –junto a Axel Marazzi– de que este correo te llegue más lindo de lo que lo escribo, Valentín Muro, hace un recorrido interesantísimo sobre la ¿nueva? costumbre de pedir comida a domicilio. Entre otras cosas Valentín contaba que a fines de 2019 Rappi ya estaba duplicando su tamaño cada cuatro meses. Y además se preguntaba algo que me dejó pensando un montón: ¿Cómo cambió la arquitectura de nuestros espacios de cocina?

El concepto de “comida hecha para llevar” existe desde la Antigua Roma, e incluso hay ruinas aztecas que atestiguan la existencia de esta costumbre mucho antes de la conquista española. Lo interesante es que en ambos casos esta modalidad dejó huellas en las ciudades que dominaban ambas civilizaciones.

En el caso de los romanos, los thermopoliums eran establecimientos donde se cocinaba y que contaban con unos mostradores con agujeros donde se mantenía caliente la comida dentro de una vasija. Aquellas familias más pobres que no tenían cocina propia pasaban a buscar platos ya hechos. En el caso de los aztecas, la Historia y la Antropología han dado cuenta de que en sus mercados a cielo abierto se vendían tamales y otras comidas ya preparadas.

Pero el delivery tal como lo conocemos hoy tiene una historia más reciente. Algunas investigaciones indican que nació en Italia en 1889 cuando la reina Margarita, cansada de la comida sofisticada, le ordenó a Raffaele Esposito que le llevara una pizza hasta su palacio en Nápoles. El cocinero preparó una pizza con mozzarella, albahaca y tomate para reproducir los colores de la bandera italiana y, aunque ya se había cocinado antes con esos ingredientes, dicen que así nació la pizza que hoy llamamos Margarita.

La última de historia antes de que creas que Daniel Balmaceda me robó la computadora. Parece que en el tema deliveries, como en muchos otros, el primero en innovar fue el Estado. En Inglaterra, durante la Segunda Guerra Mundial el gobierno diseñó un sistema para entregar comidas a las familias que habían perdido sus casas. Una vez finalizada la guerra, el sector privado de Estados Unidos terminó de popularizar lo que hoy conocemos como delivery.

Como un videojuego

Aunque no estemos en guerra ni seamos de la nobleza hoy el reparto de comida y otros bienes se volvió esencial en la cuarentena, aunque la tendencia ya venía aumentando desde antes. “Te recomendamos hacerlo todas las veces que puedas”, respondía la locutora de un comunicado oficial ante una pregunta frecuente a días de haberse decretado la cuarentena obligatoria: “¿Puedo pedir delivery?”.

Ante diferentes situaciones que se dieron a partir de la declaración del servicio como esencial, el sindicato APP (Asociación de Personal de Plataformas) sacó un comunicado titulado No queremos ser héroes ni heroínas. Lo que sí quieren lo dicen claro: “Seguridad, licencias y compensación por cuarentena”.

El sindicato realizó una evaluación luego de varias semanas de prestar servicio en el contexto del aislamiento social preventivo y obligatorio, y contradice algunos datos que las propias plataformas dejan trascender, como los que te mencioné más arriba: “(…) el trabajo bajó y mucho. Aunque subió la demanda de algunos productos y servicios, la caída es generalizada. Estamos arriesgando nuestra salud y las plataformas no implementaron una sola norma de seguridad especial ni nos proveen de ningún elemento para proteger nuestra salud y nuestra seguridad”.

Lo que reclama el sindicato tiene que ver con que los trabajadores esenciales de plataformas no gozan de los mismos derechos laborales que la mayoría de, por ejemplo, los trabajadores de la salud. No se contempla en su caso, entre otras cosas, que un trabajador se tenga que quedar en su casa por ser parte de la población de riesgo.

“Quieren que nos comportemos como héroes pero nos tratan como material descartable. No tenemos salario fijo, no tenemos ningún tipo de licencia, no tenemos elementos de seguridad o higiene. Los que estamos trabajando no sabemos si somos un factor de riesgo para nosotros y para otros. Los que nos quedamos en casa estamos pasando hambre”, continúa el comunicado.

Y cierra con reclamos muy concretos, algunos de los cuales vienen de mucho antes de la llegada del COVID-19 a nuestras vidas:

  • Que las empresas de plataformas provean inmediatamente de implementos de seguridad para cuidar nuestra salud como la de los empleados de los proveedores de los productos y la de los clientes.
  • Que se aplique el mismo régimen de licencias extraordinarias pagas que se aplica para los trabajadores en general. Las mujeres, las madres y las hijas estamos sufriendo especialmente esta situación de desamparo.
  • Una licencia especial paga para todos los trabajadores en riesgo y especialmente para los enfermos.

En línea con estos reclamos va un proyecto de ley de la legisladora porteña del Frente de Todos, Lucía Cámpora que establece que las aplicaciones estén obligadas a otorgarles alcohol en gel, barbijos y guantes a sus trabajadores.

Como tenía ganas de hilar un poco más fino lo llamé a Juan Manuel Ottaviano, que es abogado laboralista, miembro del Centro de Estudios del Trabajo y el Desarrollo de la UNSAM y asesor del sindicato APP.

Los responsables de las aplicaciones dicen que hay más pedidos que antes de la cuarentena: ¿Las app de delivery están ganando más que antes de la pandemia?

El trabajo cambió. Por los testimonios de los trabajadores no puedo decir que perciba mayor cantidad de pedidos porque la actividad bajó en general. Hay menos locales abiertos y por lo tanto los pedidos se concentran en las casas de comidas rápidas. Sí se nota que hay más pedidos durante el día. Pero también es cierto que cada pedido demora más porque hay que hacer filas.

¿Estas apps pagan los impuestos que deberían pagar?

Depende de cómo las califiquemos. Se las considera vulgarmente aplicaciones de delivery pero todo el que usa estas aplicaciones sabe que a las aplicaciones se les paga también el valor del producto que se adquiere. Eso implica una movilización de dinero mucho mayor al que se cobra por el servicio del envío. Sin embargo, la facturación y los impuestos por la comercialización de los productos los paga el comerciante. Desde ese punto de vista las aplicaciones no están pagando ni IVA ni ingresos brutos por los productos que comercializan a consumidor final. Esto implica una gran concentración económica no regulada. Obviamente, desde el punto de vista laboral no pagan ninguna contribución ni aporte. Por el contrario, así como trasladan el costo impositivo de la comercialización a los proveedores de los productos, trasladan al trabajador los costos equivalentes a descansos, materiales de trabajo, licencias, seguridad social, jubilación, salud. De alguna manera hasta se lo trasladan indirectamente al Estado, porque los trabajadores son usuarios del espacio público, asisten a los servicios públicos de salud, etc.

¿Y cómo se relacionan con el espacio público? Me imagino que eso cambió a partir de la cuarentena.

Con el espacio público de una manera conflictiva. En muchos casos no los dejan ir al baño en los comercios, a algunos vecinos les molesta que se junten a esperar los pedidos en la puerta de sus casas. La gestión algorítmica del trabajo, el sistema de asignación de pedidos y los mecanismos sancionatorios para que trabajen más intensamente les exigen que incumplan la mayor cantidad de normas de convivencia y de tránsito que puedan.

La aplicación es como un videojuego que te exige atención plena, conocimiento de la ciudad, esfuerzo físico y muchas veces tienen que responder consultas de los usuarios mientras manejan, o tomar pedidos mientras están por entregar otro. Si no lo hacen, les baja el ranking y pierden la posibilidad de recibir pedidos en el futuro.

Este modelo de negocios está transformando la forma de relacionamiento entre personas, entre factores de la economía, y también la manera en la que nos relacionamos con el espacio. Surgen nuevos problemas y nuevas demandas. Mientras estén desprotegidos el riesgo para otros es aún mayor. Un accidente de tránsito con personas que no están aseguradas es un riesgo para cualquiera.

¿Qué experiencias de regulación hay en el mundo?

Una es la española, que ubica este tipo de trabajos en una figura intermedia llamada autónomo económicamente dependiente pensada específicamente para este tipo de trabajos. Es la legalización de lo que los abogados conocemos como el fraude laboral. La justicia española está rechazando esta figura, porque entiende que los trabajadores de plataformas no son autónomos en ningún caso.

Otra experiencia es una reciente decisión del gobierno de California que le otorga límite de horas, salario básico y cobertura de riesgos a los choferes. En la Argentina la alternativa más razonable es adoptar un estatuto de derechos y obligaciones aceptando que la actividad tiene características específicas, como la relativa libertad que tienen los trabajadores de plataformas para conectarse y desconectarse. Eso debería incluir un régimen de licencias, un ingreso fijo base, la cobertura de salud, la cobertura por riesgos de trabajo, el límite de la jornada, el derecho a la negociación colectiva.

¿Cuáles son los recaudos que tienen con sus trabajadores en este contexto?

Lo debaten los propios trabajadores. ¿Salen y se ponen en riesgo o se quedan en su casa seguros y no perciben salario? La mayoría está trabajando pero cada empresa aplica un protocolo de seguridad distinto, intensifica el trabajo de distinta manera, hacen campañas de marketing sobre la entrega de implementos de seguridad, pero en muchos casos no les llega a los trabajadores.

¿Pedir a través de estas plataformas es beneficioso para los trabajadores o estaríamos siendo co-responsables de una exposición innecesaria?

Es un trabajo como cualquier otro trabajo precario. Yo trato de escaparle a una mirada moralizante. Hay quienes lo consideran un trabajo humillante, hay quienes consideran que las aplicaciones no deberían existir porque alientan una comodidad extrema de los consumidores. Hasta despierta actitudes xenófobas. La verdad es que es un servicio que existe y se está extendiendo de manera acelerada. No sé si es ético pedir comida por delivery, pero de lo que estoy seguro de que no es ético es que los trabajadores no tengan derecho a nada, siquiera a que se los reconozca como tales. Lo que le piden los trabajadores a los usuarios no es mucho: respeto, solidaridad y una buena propina en efectivo.

¿Quiénes son?

Hacer un análisis de la gig economy –o economía de las changas, en términos más criollos– no es fácil porque se conjugan dos variables que atentan contra la fiabilidad de los datos: lo novedoso del fenómeno y que los dueños de las plataformas no siempre están dispuestos a compartir datos.

Sin embargo, un estudio de 2018 llevado adelante por el BID, la OIT y CIPPEC, titulado Economía de plataformas y empleo. ¿Cómo es trabajar para una app en Argentina?, contiene datos que nos dan pistas sobre qué características tiene esta nueva fuerza de trabajo en nuestro país que, el año en que se llevó adelante el estudio, sumaba –sólo las plataformas de delivery– alrededor de 11 mil trabajadores.

El estudio abarca a otras plataformas del ecosistema como Airbnb, Uber, Zolvers (trabajo doméstico) e IguanaFix (trabajos manuales), lo que permite hacer algunas comparaciones. Los trabajadores de Rappi y Glovo, por ejemplo, tienen en promedio 28 años y son los más jóvenes comparados con las otras plataformas. Pero a pesar de su corta edad, más de la mitad ya terminó el secundario o está en camino a obtener un título universitario.

Además, la gran mayoría –alrededor de un 80%– son migrantes recientes (hace menos de cinco años que llegaron a Argentina) lo que los pone en una situación de mayor vulnerabilidad y, a diferencia de lo que pasa con trabajadores de otras plataformas como Uber, para casi la totalidad de los trabajadores de Rappi, su trabajo a través de la plataforma constituye su principal fuente de ingresos. Trabajan, en promedio, 58 horas semanales. Sí, leíste bien.

¿Salir mejores?

Uno de los autores del libro es el economista Javier Madariaga que todavía sigue de cerca el tema. También charlé con él un rato largo por teléfono.

“Los trabajadores independientes e informales están más perjudicados por la cuarentena y los de la gig economy son muchas veces parte de ambos grupos”, me cuenta Javier.

Y señala que ante el aislamiento obligatorio, los taxistas y remises registrados pueden operar con restricciones, pero conductores de plataformas como Uber tienen prohibido trabajar. Al abrir la app de Uber, un cartel indica que no hay vehículos disponibles y desde la compañía anunciaron mediante un mail el cese de actividades, lo que se tradujo en un bloqueo masivo de todas las cuentas. Conductores de aplicaciones como Cabify, que están debidamente registrados como remises, están trabajando muy poco por la escasa circulación de personas por la ciudad.

Lo que sospecha Javier es que muchos de los trabajadores de plataformas no exceptuadas o cuya demanda disminuyó comenzaron a pasarse a las que sí estaban proporcionando trabajo e ingresos, incluso fomentado por las propias apps que celebran convenios entre ellas.

Y su sospecha la encontré de alguna manera confirmada en esta nota que señala que si bien en Estados Unidos UberEats “incrementó sus ventas en alrededor de un 10% a mediados de marzo respecto de la semana anterior, la cantidad de personas que se anotaron para ser repartidores aumentó en un 30%. Esto probablemente sea debido a que la aplicación de transporte compartido de la misma firma (Uber) disminuyó”.

“Muchos locales gastronómicos a raíz de la cuarentena se empezaron a inscribir en estas plataformas, que redujeron el tiempo de registración a menos de 24 horas. Y ahí entra el segundo sector vulnerable de la cadena que ahora se suma, que es el restaurante o el comercio de cercanía que tiene el riesgo de fundirse o no poder pagar salarios”, agrega Javier.

Sobre la interacción con la ciudad el investigador especializado en economía de plataformas señala que “los riesgos de ahora se les suman a los pre-exitentes, que tienen que ver con su relación la vía pública. Hay riesgos enormes, de tránsito, de estar a la intemperie, de que les roben. Si los trabajadores ya tenían miedo, ahora tienen aún más, y por eso muchos dejaron de trabajar o redujeron su jornada a las horas mínimas para conseguir un ingreso de subsistencia”, responde.

Seguir trabajando trae aparejados costos para los trabajadores. En ese sentido Javier me cuenta que “tienen que comprar materiales para protegerse, aunque en algunos casos les están proporcionando algunos elementos. La pregunta es si son suficientes y si los puntos de entrega son accesibles para los trabajadores, porque trasladarse hasta esos puntos también tiene un costo asociado para el trabajador en tiempo o en dinero”.

La última reflexión de Javier tiene que ver con el futuro inmediato. Una vez que la cuarentena pase, ¿pueden salir mejores los trabajadores de plataformas y sus patrones? “Con la pérdida de puestos de trabajo que la cuarentena va a dejar seguro que la economía de plataformas va a tomar un nuevo impulso, como ya pasó antes acá y en el mundo. Vamos a entrar en una tensión entre sostener a muchos trabajadores que van a necesitar ingresos y las regulaciones que ya se estaban pensando antes de la llegada del virus”, concluye.

Bonus track

¿Alguna vez te preguntaste por qué hay árboles pintados de blanco? A mí cuando era chico era algo que me llamaba mucho la atención. En este artículo podés enterarte de ese y algunos detalles más sobre otra epidemia –la de la poliomielitis, en 1956– que marcó también definitivamente la morfología de la ciudad de Buenos Aires. Dos curiosidades: en un primer momento el dictador Pedro Eugenio Aramburu decidió desestimar el número de infectados, a lo Bolsonaro y un año antes la autodenominada Revolución Libertadora había decidido eliminar el Ministerio de Salud.

¿Densidad sí o no? Es uno de los viejos debates del urbanismo que la epidemia volvió a poner en primer plano porque muchos se preguntan si en las ciudades más densas hay más contagios en términos relativos. Spoiler: no, y suelen tener menos infraestructura para atender casos graves. En esta nota que retoma algunos temas sobre los que te estuve contando, el profesor Alfredo Garay dice que “si el coronavirus fuera considerado un virus de la alta densidad, no habría que olvidar que existen otros virus de baja densidad, como el chikungunya, el zika y el dengue, que hoy suman más muertes que el COVID-19 en Argentina”.

Un tercio de los estadounidenses no está pagando el alquiler. La semana pasada te hablé de las medidas dirigidas a quienes alquilan. La escalada de contagios y la tardía cuarentena en Estados Unidos provocó una suba muy pronunciada en el desempleo. Si bien muchos estados y ciudades suspendieron desalojos por falta de pago, casi un tercio de los inquilinos dejaron de pagar el alquiler que debían abonar la primera semana de abril.


Eso es todo por hoy, amigue. Espero que hayas disfrutado de leer este correo tanto como yo disfruté escribirlo.

Que tengas un lindo fin de semana.

Abrazos,

Fer

Escribe sobre temas urbanos. Vivienda, transporte, infraestructura y espacio público son los ejes principales de su trabajo. Estudió Sociología en la UBA y cursó maestrías en Sociología Económica (UNSAM) y en Ciudades (The New School, Nueva York). Bostero de Román, en sus ratos libres juega a la pelota con amigos. Siempre tiene ganas de hacer un asado.