“Gracias, Mauricio”

La aparición de Macri, su sobreventa del triunfo para bajarle el precio al resultado y el recuerdo de su derrota digna en 2019 le permitieron al oficialismo cambiar un ánimo que venía muy deteriorado desde las PASO. Los factores de la remontada. Los problemas económicos que persisten y los desafíos de ambas fuerzas de cara a 2023.

Hola, ¿cómo estás? Espero que bien. Dejame disculparme por la ausencia el martes pasado. Volverá a ocurrir.

La oposición tiene, indudablemente, motivos para festejar. Ganó por nueve puntos a nivel nacional, mantuvo la victoria en la provincia de Buenos Aires y consolidó un rígido en los grandes centros urbanos donde el peronismo deberá trabajar y mucho para volver, al menos, a no espantar. En ese sentido -si uno mira los resultados de las últimas cinco elecciones-, Juntos parece tener un consolidado más compacto que el peronismo para el cual ya es una variable probable perder en territorio bonaerense. Además, la coalición opositora logró uno de sus objetivos principales: sacarle el quórum al peronismo en el Senado después de casi 40 años. Esto transforma a Alejandra Vigo, Maggie Solari y Alberto Weretilneck en los senadores más caros del mundo. Festejan, por lo bajo, Juan Schiaretti y Carlos Rovira a quien el Presidente le había prometido un área aduanera especial en Misiones que luego vetó en la promulgación del Presupuesto. 

Se da un fenómeno singular. El oficialismo también tiene argumentos -y fueron explícitos- para celebrar. Y los tres, paradójicamente, se los debe a Mauricio Macri. Fue el ex Presidente quien inauguró en términos políticos la celebración de la derrota en las generales de 2019. Por eso sorprendieron las declaraciones de Hernán Iglesias Illa, el arquitecto del discurso macrista, contra los periodistas del Grupo Clarín. “Muy enfocado TN en su mensaje de que el resultado es un poco decepcionante para Juntos por el Cambio. Disciplinados”, tuiteó el escritor. Además de una torpe demostración de fastidio por el resultado, es una injusticia. Tal vez producto de la decepción. El otro aspecto tiene que ver con algo de lo que habitualmente peca el peronismo y en este caso copió su adversario: sobrevendió un triunfo holgado en la provincia de Buenos Aires. “Eso fue fuego amigo”, se quejaba ayer ante #OffTheRecord un hombre de confianza de Horacio Rodríguez Larreta. Fue, entonces, el seteo de expectativas lo que cambió el ánimo en ambas fuerzas políticas y no el resultado en sí. Y, last but not least, parte de la remontada del peronismo en PBA tuvo que ver con la aparición de Macri. El sistema lo indultó, pero la sociedad no: en todas las encuestas confiables, el ex Presidente aparece como uno de los dirigentes con peor imagen del país. 

Así las cosas, en un mes de orden narrativo -articulado por Antoni Gutiérrez Rubí- y de gestión -validado por los cambios pos PASO-, el Frente de Todos descontó una ventaja en territorio bonaerense que parecía improbable, administró una agenda vinculada a su base electoral y a los sectores medios y terminó de convalidar el informe que el politólogo Marcelo Leiras le había acercado el día después de la elección a Eduardo “Wado” de Pedro: de los ausentes, la mayor porción eran votantes oficialistas. El famoso aparato, muchas veces exagerado y sobrevendido por su administradores, apareció en su justa medida y armoniosamente. En este dispositivo se destacó la incorporación de Martín Insaurralde que permitió la llegada a los distritos de recursos y logística más un intangible: sacudir la modorra pre PASO de sus pares en el Conurbano bonaerense.

En ambas fuerzas el resultado postergó las disputas para las presidenciales. Un triunfo determinante en Ciudad y PBA podía envalentonar a Larreta para tomar la conducción de su espacio. No ocurrió. “Si ganabas por 10 en Provincia y CABA con 55 al Pelado no lo balanceabas con nada”, reflexionó ante #OffTheRecord un colaborador macrista. Los guiños de Macri a Javier Milei durante toda la campaña quedarán para el estudio de los especialistas en comunicación política. Un hombre muy particular. Larreta, por su parte, se vio obligado a una aclaración: “Nosotros ganamos y ellos perdieron, no hay otra interpretación”. El jefe de Gobierno no debe haber visto Game of Thrones ni escuchado a Tywin Lannister. 

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Traducción: «Cualquier hombre que tenga que decir ‘yo soy el rey’ no es el verdadero rey»

En el oficialismo ocurre un fenómeno similar: una derrota indecorosa podía acelerar las tensiones. El camino tomado fue el inverso: el Presidente envió un proyecto de algo parecido a un plan económico con el apoyo de los socios de la coalición. “Sí, eso estaba hablado entre todos”, le confirmó a este medio una persona de estrechísima confianza de Cristina Kirchner. “¿Cómo está CFK?”, preguntó #OffTheRecord. “Bien, activa, estuvo llamando a intendentes y gobernadores de todo el país antes, durante y después del domingo”, fue la respuesta.

En un escenario de crisis económica heredada del macrismo, un país sin crédito, una pandemia que fue bien administrada desde el programa de vacunación, pero dejó varios puntos ciegos -la foto del Presidente en Olivos, por caso-, los colegios cerrados que impactaron y mucho en los barrios populares del territorio bonaerense y un predictor electoral casi infalible como la caída abrupta de los ingresos de los trabajadores, jubilados y pensionados, el oficialismo terminó a un margen escaso de una fuerza política que unificó voluntades y consolidó una oferta atractiva. A menos que aparezca un cisne negro, dificilmente el gobierno enfrente en 2023, desde las condiciones objetivas, un escenario más complejo que el de estas elecciones.   

Mientras tanto, la renovación del sistema político podría darse en paralelo a los deseos de la sociedad o sus principales espacios. A nivel nacional, en 2023 habrá 13 gobernadores que no podrán ir por la reelección. Eso implica una reconfiguración de más del 50% de la nómina de mandatarios provinciales. La situación está bien distribuida: cinco del FdT, 4 de JxC y 4 provinciales. En PBA, gracias a la ley que impulsó María Eugenia Vidal y acompañó Sergio Massa con intendentes del peronismo que hoy militan en el Frente de Todos, hay 83 jefes comunales que no podrán aspirar a un nuevo mandato: 32 del peronismo, 47 de Juntos y 4 vecinalistas. Esa situación implica, a priori, un escenario de mayor probabilidad de acuerdos para quien asuma la primera magistratura en 2023.

Pasadas las elecciones, las alternativas para el gobierno son complejas y las definiciones -ya sea con o sin acuerdo de toda la coalición y con o sin acuerdo con la oposición- serán ineludibles. La posición de divisas de Argentina durante el año próximo será difícilmente sostenible sin un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que, por sí solo tampoco las garantiza. La brecha, la tensión cambiaria y la elevada inflación ponen presión a una situación externa que durante el último año se benefició de condiciones excepcionalmente favorables y, aun así, no pudo evitar una grave precarización del balance de reservas del Banco Central. Con los montos exportados cercanos a sus récords históricos y el mayor superávit comercial en una década, los márgenes de mejora son acotados. 

El saldo turístico tras la apertura de fronteras, precios de las materias primas que muy difícilmente mantengan los valores de 2021 y una necesidad de importaciones que aumenta por encima de los niveles de crecimiento redundará en presiones devaluatorias que sólo podrán enfrentarse con el ingreso de dólares de inversiones o de créditos bilaterales o multilaterales, en un año donde no se repetirá, tampoco, el ingreso de Derechos Especiales de Giro. Si acordar con el Fondo Monetario Internacional no garantiza nada de eso -del mismo modo que el acuerdo con los acreedores internacionales no mejoró la paridad de los bonos-, la falta del mismo se traduciría, casi linealmente, en una pérdida de capacidad para enfrentar una situación mucho más compleja. La suscripción de un acuerdo, por otra parte, facilitaría destrabar el ingreso de divisas correspondientes a los financiamientos chinos para las represas Kirchner y Cepernic y, si fuéramos a creer las promesas por lo bajo de la burocracia de Washington, también podrían ingresar dólares a través de organismos multilaterales de crédito como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, la CAF o el BCIE. En esa clave deberían leerse, también, los llamados de Alberto Fernández a un pacto solidario climático durante su participación en la COP26 en Glasgow. 

En ese desfiladero, Argentina deberá maximizar el pragmatismo. Como los generales vietnamitas -que pasaron de un acuerdo tácito con los Estados Unidos para enfrentar a la potencia colonial francesa en el 54 a una guerra abierta y descarnada en la década siguiente y, apenas unos meses después de la victoria, a perseguir una reaproximación diplomática- Argentina deberá encontrar un entendimiento con el mismo Fondo Monetario Internacional que, en palabras textuales del ex Presidente Macri, proveyó los dólares para la salida del país de los dólares de los bancos internacionales tras el colapso del peso a comienzos de 2018 -apenas unos meses después de su victoria en la elección de medio término-. Junto al intento de encaminar, del modo que fuera, la frágil situación macroeconómica, deberán afinarse también las intervenciones en los márgenes. La administración del comercio exterior deberá poner la lupa sobre las importaciones de bienes finales no esenciales y  maximizar controles para evitar el arbitraje de firmas importadoras, muy por encima de la lupa puesta durante este año, afectando, a su vez, en la menor medida posible, el flujo comercial de las empresa. 

Contrastando con los ruidos generados tras la primaria, cuando el Frente de Todos escenificó, de arriba hacia abajo, sus internas y diferencias a cielo abierto en forma dramática, e incluso antes de la elección, el último mes se ha venido verificando un acercamiento impulsado desde los cuadros técnicos de mayor confianza tanto del seno de la agrupación que conduce Máximo Kirchner como de uno de los sectores más recurrentemente cuestionados del gabinete económico «albertista».

El acercamiento, aún embrionario, aporta una novedad más allá de la obvia posibilidad de modificar los ánimos posteriores a las primarias. Está impulsado por coincidencias de mirada de fondo sobre lo que podemos calificar de grandes temas. El diagnóstico compartido sobre la complejidad que deberá atravesar el país durante los próximos años, marcada por las dificultades en el acceso a divisas, que impondrá maximizar las oportunidades de generar exportaciones y restringir la afectación de los canales de pérdida. En los equipos comparten el entusiasmo sobre la corta ventana de oportunidad que para el país significa el yacimiento de Vaca Muerta, como segunda reserva global de gas no convencional, que está llamado a cumplir un rol relevante en el abandono gradual de la generación de energía basada en el carbón durante las próximas dos décadas, mientras se consolidan, en Argentina y en el mundo, las fuentes limpias. En la mirada común, esta oportunidad debe ser aprovechada de forma urgente y agresiva.

Los ajustados guarismos entre oficialistas y opositores, la larga década de estancamiento -devenido durante la gestión anterior en una profunda recesión y crisis de endeudamiento- y los fantasmas del pasado que sobrevuelan en las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional hacen tentador leer la elección sólo en su clave nacional. Sería un error. Argentina difícilmente esquive el fenómeno de crecimiento y consolidación de ciertas miradas de derecha tras la imperfecta, parcial y casi segura provisoria salida de la pandemia en occidente.

Las nuevas convergencias ideológicas se reflejan en España en el acercamiento hasta la casi mímesis entre Vox y el Partido Popular; en Francia, donde Emmanuel Macron enfrentará no a una sino a tres encarnaciones de la derecha, a cual más extrema, dispuestas a acumularse en una hipotética segunda vuelta; en Chile, donde el pinochetista José Antonio Kast ha absorbido la mayoría de los apoyos correspondientes a la coalición que llevó al poder a Sebastián Piñera, además de los Estados Unidos de Donald Trump, consolidado casi como propietario del Partido Republicano, y el Brasil de Bolsonaro. Excepto por este último, todas las expresiones mencionadas gozan del favor de las encuestas, y crecen a costa del centro y la centroizquierda. 

La posición de Alberto Fernández no es más incómoda que la de Joe Biden, Pedro Sánchez, la candidata chilena Yasna Provoste e, incluso, que la del propio Macron, que aspira a la reelección el próximo año. Tampoco menos, claro. Extrapolando al Brasil del 2018 los distintos elementos de una hipotética coalición «bolsonarista», que aúne a la derecha tradicional con el liberalismo económico talibán, el conservadurismo social de tintes religiosos, los nostálgicos de las últimas dictaduras y los escépticos de las ciencias naturales, obtuvieron el 51% de los votos en la provincia de Buenos Aires y el 65% en la Capital Federal. La política, claro, no es aritmética, pero hay allí un motivo de apuesta para Patricia Bullrich y Mauricio Macri, y de preocupación para cualquier encarnación «moderada» como Larreta o Facundo Manes.

Las tendencias, confusas, desordenadas, a la radicalización hacia la derecha podrían dar como resultado un gobierno cuya mano tendida hacia la oposición encuentre dosis similares de temeridad y rechazo, antagónicas entre sí. Estará condenado, sin embargo, a mantener el rumbo esbozado, porque, como toda Moncloa, la política de fijar rumbos compartibles por la mayor diversidad y amplitud de actores políticos y económicos del país no surge de un capricho político coyuntural sino de la necesidad de enfrentar una extrema vulnerabilidad estructural. Si lo hiciera sin socios opositores, el oficialismo podrá apostar a hegemonizar el progresismo, donde opera contra el vacío, y disputar el centro, donde justificadamente o no, pisan más fuerte el jefe de Gobierno porteño y referencias más recientes como Manes, que deberán decidir entre preservarlo y contentar a sus bases, activamente movilizadas.

No es novedad que el oficialismo es, cuanto menos, muy tolerante a las divergencias discursivas. La elección disipó las dudas sobre el límite de lo posible para esa falta de disciplina discursiva. Fueron varios los militantes, entre ellos una funcionaria de altísimo perfil, que se permitieron expresar su alegría por el ingreso de una diputada rigurosamente opositora, que disputó activamente el núcleo electoral del oficialismo y que caracteriza al gobierno como parte de un dispositivo político que incluiría también al macrismo, y teóricamente sometido a un programa dictado desde Washington. La pregunta por cuál es la coincidencia que orienta las expresiones de satisfacción sigue abierta.

Bonus track

  • La ciudad que bajó el nivel de votos de Frigerio fue Paraná, donde sacó el 52%. Incluso en Concordia -cuna del peronismo entrerriano- sacó más, 53,4%. ¿Cuál fue la clave para que baje el porcentaje en Paraná? Los más de 7% de Lucía Varisco. Voto radical 100% que de no haber estado se iba a Frigerio. Eso impidió que Frigerio llegue al piso provincial del 57% y se quede con 4 diputados y no quede en 3 y 2 como terminó siendo y como fue en la elección del 2017.

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Ojalá hayas disfrutado de este correo tanto como yo. Estoy muy agradecido por tu amistad que, aunque sea espectral, para mí no tiene precio.

Iván

Soy director de un medio que pensé para leer a los periodistas que escriben en él. Mis momentos preferidos son los cierres de listas, el día de las elecciones y las finales en Madrid. Además de River, podría tener un tatuaje de Messi y el Indio, pero no me gustan los tatuajes. Me hubiera encantado ser diplomático. Los de Internacionales dicen que soy un conservador popular.