Gabriel Boric gana las elecciones en Chile

Un aluvión de votos convierten al ex dirigente juvenil en el presidente más joven del país.

Es de madrugada y las bocinas siguen cayendo como rayos. En Plaza Italia, bautizada como Plaza Dignidad luego del estallido, ya no hay un general que montar. Hace unos meses el gobierno retiró el monumento a Baquedano, símbolo de las protestas, luego de que los manifestantes se lo hayan prácticamente adueñado. Los días de movilizaciones, el caballo que acompañaba al general estaba cargado de jóvenes, que anexaban banderas mapuches y pañuelos verdes, y lo llenaban de pintura. Ahora el monumento está descabezado: apenas queda la base. Pero, otra vez, como en aquellos viernes del estallido, la plaza desborda de gente. Y es como las primeras veces. No son los encapuchados vestidos de negro los protagonistas. Son cientos de personas, en su mayoría jóvenes, que cantan y bailan al calor del Baile de los que sobran, el himno de Los Prisioneros que fue furor por esos días. No hay pacos a la vista. Esto es una fiesta.

Una hora antes y a unas cuadras de Dignidad, en un escenario montado en la Alameda y Santa Rosa, a las afueras del Comando, Gabriel Boric dio su primer discurso como presidente electo de Chile. Llegó en auto, pero fue obligado a bajar y recorrer los últimos metros hacia el escenario a pie. No había manera de pasar: al menos 100 mil personas se apilaban en la calle. No sé, porque la verdad ya es tarde y tampoco quiero preguntar, quién escribió su discurso. Yo creo que fue él mismo. Boric es un aficionado a la poesía que en una entrevista en 2018 dijo:  «Lo que realmente me gustaría hacer es escribir”. Hablaba sobre cómo estaba cansado de la política. Su proyecto era esperar hasta terminar su mandato como diputado en 2022 y escribir una novela. 

Esos dos años pasaron y Boric aún no quería ser candidato a presidente. Su proyecto alternativo de ese entonces, a principios de 2021, era viajar por el mundo. Pero el Frente Amplio y su propio partido, Convergencia Social, le pedían que se postule. El motivo era simple: no querían que el conglomerado, que en 2017 había llevado a Beatriz Sánchez como candidata, se rindiera tan fácil ante los comunistas, sus socios en la incipiente alianza Apruebo Dignidad que tenían a Daniel Jadue como carta presidencial. Era jugar para perder, porque Jadue era favorito por donde se lo mirara, pero había que jugar. En el entorno de Boric dicen que su novia, Irina Karanamos, lo convenció. El obstáculo, entonces, como Boric quería competir con su partido, que no tenía carácter nacional, era juntar cerca de 30 mil firmas en un mes y medio. Tanto Boric como buena parte del Frente Amplio no estaban seguros de lograrlo. No sabían cómo llegar a 30 mil personas en tan poco tiempo.

Ayer, Gabriel Boric obtuvo más de 4,6 millones de votos. Es el presidente más votado en la historia de Chile. También, con 35 años, es el más joven.

Si la circunstancia era histórica, la respuesta lo fue de igual manera. Nunca votó tanta gente en Chile: 8,3 millones de personas participaron de la elección, lo que corresponde al 55,6% del padrón, el porcentaje más alto desde que se instaló el voto voluntario. Esto a pesar de demoras y problemas patentes con el transporte público, cuya frecuencia fue menor a la de otras elecciones y sobre todo en comunas populares de la Región Metropolitana, determinantes en esta segunda vuelta. La ciudadanía reaccionó rápido: autos, furgonetas, micros y camiones particulares se pusieron a disposición y se dirigieron a los paraderos para llevar personas a votar. Los alcaldes sacaron la flota municipal para la misma tarea y hasta los propios asesores del candidato fueron en auto a levantar votantes. Grupos de WhatsApp e historias de Instagram se colmaron de contactos de conductores accidentales mientras denunciaban un boicot del gobierno de Piñera.

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El episodio expone dos claves de la victoria de Boric: la alta participación electoral, atravesada por la amenaza que suponía un triunfo de Kast, y la autogestión, una constante de la campaña. Lo fuimos contando acá: en este último mes, prácticamente todos los días había algo. Festivales, bicicleteadas, protestas y juntas vecinales, entre otros eventos, se articularon al margen de la candidatura de Boric, que siempre aparecía en espejo. Por eso también la semana pasada hablamos del plebiscito por el fin de la dictadura de Pinochet. El recuerdo de esa campaña, sintetizada en las opciones y No, estuvo tan presente este año que hasta coincidió en el resultado: como en 1988, fueron más de 10 puntos de distancia los que sellaron el triunfo de Boric, que superó el 55% de los votos. 

El aumento en la participación, aunque particularmente presente en la Región Metropolitana y sus comunas más populares, se registró en todo el país. Si no es difícil explicar cómo hizo Boric para ganar todas las regiones del norte salvo Tarapacá. Fue una de las sorpresas de la elección: el territorio donde nació el fenómeno Parisi regresó a la columna de la centroizquierda. El movimiento lleva el sello de Izkia Siches, quien apenas asumió como jefa de campaña centralizó sus esfuerzos en el norte. El salto de Siches, quien renunció a la presidencia del Colegio de Médicos para sumarse al comando un día después de la primera vuelta, fue tan vertiginoso como efectivo. Dentro del Frente Amplio destacan el volumen territorial que le imprimió a la campaña, a la que se sumó con equipo propio. No en vano la llaman ahora “vicepresidenta”, un cargo que en Chile no existe pero el propio Boric pareció inventarlo cuando la invitó al escenario y la tomó de la mano para saludar al público en forma de V. La gente rugió cuando la vio llegar.  

La victoria de Boric quedó consumada menos de una hora después de la difusión de los primeros datos oficiales. La ventaja ayudó a que Kast aceptara rápidamente la derrota. El cuadro que tuvo al ultraderechista visitando personalmente a Boric para felicitarlo por la elección se completó con la videollamada de Piñera, que recibe hoy en La Moneda al presidente electo, al que le lleva 37 años. El sistema político de la transición está oficialmente muerto, pero todavía conserva algunas tradiciones. Por lo demás, Kast perdió pero con más de 3,6 millones de votos. En unos pocos meses, pasó de ser un personaje marginal en la derecha a liderarla en una elección. Pero difícilmente sea una sola elección: José Antonio Kast es ahora el líder virtual del bloque hasta nuevo aviso. La centroderecha apostó y perdió; ahora deberá enfrentar las consecuencias.

Vale la pena escuchar el discurso de Boric porque ahí está casi todo. Lo digo en serio: háganse un espacio en el día y escuchenlo entero, o repítanlo si ayer tuvieron la chance de sintonizarlo. Ya no se escriben discursos así. Hoy, cuando la política parece haber perdido buena parte de su dimensión narrativa (porque lo siento, la narrativa es mucho más que un video pedorro con personas emocionadas al que llaman storytelling) las palabras de Boric, en la que no quedó sector social por mencionar, son mucho más que una clase magistral: es algo que te conmueve y te sacude en partes iguales. Diseñado por tramos, el discurso tiene una contraseña histórica. Es una reivindicación a la generación de jóvenes como él, que “emergieron a la vida pública” al calor de las movilizaciones del 2006 y 2011. Pero también a la Concertación, como parte de una “familia grande” que ahora tiene a su proyecto como protagonista, pero heredero de una tradición a la que promete continuidad. 

Un discurso cargado de guiños, como cuando llamó a trazar un puente con Kast y se tragó los silbidos unánimes de la gente, de la misma manera que lo hizo Patricio Aylwin en el parto de la transición, cuando habló de un gobierno “de civiles y militares”. O, por ejemplo, cuando les dijo a sus seguidores que esa noche iban a volver a “sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada”, un calco del discurso de Salvador Allende, cuyo rostro aparecía en alguna que otra bandera que andaba flameando por ahí. Mucho más presente estaba la bandera mapuche, protagonista simbólica del festejo, seguida de los colores de la diversidad. La bandera de Chile, tal como sucedía en el estallido, aparece, pero mucho menos. 

Por momentos fue un discurso incómodo, quizás un cruel anticipo de su gobierno. Los guiños a la Concertación, sumado a la moderación y ampliación que mostró Boric en la campaña de segunda vuelta, son también producto de la necesidad: con menos de un tercio de escaños en la Cámara baja y tan solo cinco senadores, sumado al caudal de votos que recibió José Antonio Kast, Boric está obligado a ampliar su base. Con el Partido Socialista dispuesto hace rato a participar de su gobierno, resta saber cómo va a ser la recepción de figuras de la Democracia Cristiana, que avisó que su lugar estaba en la oposición. Boric no bajó las banderas de desigualdad y su ataque al sistema de pensiones, pero habló de “pasos cortos pero firmes”.

Pronunció todo su discurso frente a una bandera que le recordaba por los presos del estallido. “Sé lo que tengo que hacer. Me he reunido con sus familias”, respondió Boric, pero no pareció suficiente. De hecho, las dos proclamas que sonaron con más fuerza durante su discurso fueron “libertad a los presos por luchar” y “no estamos todos”. No hay que ser doctor en antropología para adivinar que una parte de esa muchedumbre que reventaba La Alameda no estaba particularmente fascinada con Boric, aunque creía que había motivos de sobra para festejar. Boric lo sabe, por eso cuando agradeció el voto lo hizo tanto a los que lo hicieron por él como por los que votaron “contra el otro candidato”. El equilibrio, al que se le suma el vilipendiado Partido Comunista, no será nada simple. 

Por eso, entre otras cosas, es tan importante la Convención Constituyente, que deberá tener un texto listo para mediados del año próximo. Chile entra ahora en una suerte de limbo, a sabiendas de que elementos importantes del sistema político pueden reformarse. Pero no se trata solo de oportunidades. Acá todos dan por descontado que a la hora de votar sobre la nueva Constitución, que necesariamente debe ocurrir el año próximo, la derecha va a buscar plebiscitar la gestión “de Boric y el Partido Comunista”. 

Pero eso vendrá después. Ahora, la luna casi llena, que custodió toda La Alameda durante los festejos, se está retirando. El veredicto es inapelable: después de un encierro que parecía haber dejado secuelas irreversibles en la vitalidad de la noche santiaguina, esta recordó algunos movimientos del año anterior y los volvió a poner en juego. Algunos cabros aprovecharon el regreso a casa para pintar grafitis (como si a esta ciudad le faltaran grafitis). Y, recién, cuando la avenida Vicuña Mackenna se preparaba para cerrar la noche, un chico pasó con un parlante escuchando a Víctor Jara a todo volumen. Sonaba El derecho de vivir en paz. No sé, porque es tarde y tampoco quiero preguntar, si a otro pernoctado lo embargó un sentimiento de melancolía. Si no es esa letra y su melodía la que mejor acompaña la sensación de alivio que algunos acá pueden haber sentido, por haber evitado un escenario que a todas luces era negativo. Pero después creo que no, porque no es alivio lo que se vio en estas calles. No hoy, al menos. Por acá pasó una fiesta. De esas a las que Santiago, dicen, se había desacostumbrado.

Foto: Gabriel Campos

Juan

Cree mucho en el periodismo y su belleza. Escribe sobre política internacional y otras cosas que le interesan, que suelen ser muchas. Es politólogo (UBA) y trabajó en tele y radio. Ahora cuenta América Latina desde Ciudad de México.