El heredero de la generación dorada

Lautaro Martínez le ganó el puesto a Agüero. La historia de un crack súper exigente.

Hola, ¿cómo estamos?

Son los sábados que nos gustan.

Pensalo y vas a sonreír: hoy, a las 22, juega la Selección.

La pandemia, sin estadios, nos malacostumbró al fútbol por televisión. Nos indujo al fútbol gastronómico. Que no está nada mal. 

El Chacho Coudet, con su poema de arrabal: “En el fútbol, se perdieron los cuatro fantásticos: la cerveza, las papas fritas, los palitos y los maníes”. Entre tantas cosas, el amor por nuestros colores es una cerveza o una gaseosa en un chopp congelado. 

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Por los cuartos de final nos toca Ecuador. Lo dirige Gustavo Alfaro. Todavía es tiempo de cuidarse y hace frío para ser valiente y ver el partido al aire libre. Pero alentá a la Selección y comé algo rico. No dejes de hacerlo.

Para meterte, acá la historia de Lautaro Martínez. Uno de los símbolos de la renovación.

La exigencia de Lautaro 

El Mendo Pérez no entendía para qué lo convocaba si siempre estaba con el celular. Habían criado su amistad en El Hongo, la pensión de Racing. Lautaro pegó el salto a Primera y se mudó solo a Avellaneda. Le propuso que lo acompañara al supermercado. La juventud tiene una relación con el tiempo más amasable. Más si ocurre en una ciudad en la que no está tu casa. Caminaban por las góndolas hasta que se cansó:

–Amigo, ¿para qué me invitás si vas a estar todo el día mirando el teléfono?
–No, boludo, es que acá tengo la lista que me manda la nutricionista.

Lo aceptó. Lo conocía. Era tan profesional que le había pedido a su representante que le pusiera una nutricionista. El peligro de cierto físico argentino es que las piernas y las caderas se ensanchan. El caretaje del scouting mundial puso de moda que los puntas de alta competencia tienen que ser lungos y rozando los 185 centímetros. Su 1,74 implicaba un riesgo en su plan por ser el mejor del mundo. Lautaro ya sabía que iba a desafiar todo eso.

La situación se repitió. El Cabeza -apodo que desprecia y del que no pudo huir- le propuso a Gastón Pérez, mendocino, cenar en su casa. Después de un partido. La conversación se trababa un poco. El reclamo era el mismo. Lautaro Martínez, con los ojos sangrando de profesionalismo, le mostraba a su compinche que estaba desmenuzando todas sus jugadas. Tenía 18 años. Puteaba por sus errores. Se estaba estudiando. Para mejorarse.

Terminaba la práctica y Facundo Sava convocaba a los delanteros para precisar la definición. La lista de pateadores invitaba hasta a los compañeros a asomarse: Diego Milito, Lisandro López, Gustavo Bou, Roger Martínez y él. Lautaro se enfurecía cada vez que no le salía una. Luciano Aued, uno de los referentes, un poco se reía de la escena y se acercaba a calmarlo: “Pero Lauti, no te fastidies, ellos son más grandes y este ejercicio lo hicieron 500 veces más que vos”. Era imposible. El crack categoría 97 no aguantaba ni un gramo de derrota.

Milito, quien en 2018 acompañaría la venta de Lautaro al Inter como director deportivo de Racing, aprovechaba esos ratos de ejercicios para ayudarlo: “Hay chicos que tienen cabeza de ganadores. Quieren que todo les salga ya. Pero si son pibes de buena cabeza, pueden escuchar y los vas tranquilizando. Todos tuvimos esa edad. Hay que tomarse un tiempo más”. Para demostrar que la psiquis no es ajena al césped, este año, Martínez destacó: “Siempre remarcaba que Diego con un control dejaba a un rival en el camino”. Administrar el tiempo es virtud.

Mario, su papá, recuerda una escena. El fútbol suele transmitirse por herencia. Él había sido jugador de Racing de Olavarría, de Rosario Puerto Belgrano, de Liniers y de San Francisco. A veces, iba a los partidos acompañado por sus dos hijos mayores. Lautaro tenía tres años, frenó su despliegue y se quedó mudo. Observando. Como si fuera capaz de comprender todo lo que se decía. Quién sabe. Delante, el entrenador exhibía una pizarra. Dibujaba flechitas. Ese nene ya estaba enfermo por este juego.

El gen deportivo constituía patrimonio familiar. Luisa Aguilera, su abuela, fue goleadora de Estrella de Oro. Mario, su abuelo, figura en el barrio La Falda. Durante años, la rutina familiar era organizar los fines de semana para ver a Lautaro y a sus hermanos. Alan, defensor de Liniers de Bahía Blanca. Jano, el diferente, basquetbolista, como marca la ley de Bahía Blanca, donde nacieron ellos y Emanuel Ginóbili o Pepe Sánchez, entre tantos.  

Era profesional. Había escuchado que los fideos con aceite eran ideales en las ingestas previas a hacer deporte. Le pedía eso a su mamá. Ya sacaba diferencia en dos categorías más grandes que las de él. Una temporada, superó los 40 gritos. Una barbaridad. Alberto Desideri, su entrenador, avisó a Boca que disponía de un delantero que era el mejor de todos de la Liga del Sur. Desde los xeneizes, les respondieron que había tres mejores. No se supo de quién hablaban. Pero Luis Torres sería de uno de esos. Hoy, de gran presente en Chipre.

Fabio Radaelli se desempeñaba como coordinador de las inferiores académicas. Marcharon a ver una prueba de jugadores al sur. Terminaron con nada preciso. Le pidieron que no se fuera, que entrenándose con la Primera de Liniers había un pibito crack. Normalmente, en esos casos, se invita a los jugadores a que realicen una prueba en Avellaneda. Decidieron que ni hacía falta. Racing tenía al tope su pensión, pero le hicieron un lugar al talento que viajaba desde Bahía Blanca. Kevin Gutiérrez, hoy en Defensa y Justicia, todavía recuerda su sorpresa: “Me acuerdo que era increíble que un chico llegara e hiciera goles en tan poco tiempo”.

Cecilia Contarino es la psicóloga de las inferiores de Racing. Trabaja con unos test de inteligencia que consisten en una cuadrícula de diez por diez en la que están desparramados los números del 1 al 100. En 5 minutos, hay que ordenarlos. Metió 97 sobre 100. El más alto. Sigue existiendo una parte del fútbol que descree de este tipo de resultados. Lautaro le ponía sinónimo en la cancha. Su promedio de gol en inferiores fue 53 en 63 partidos. 

Como sucedió con Lisandro López, que arribó a la Academia a los 17 años, Martínez desembarcó ya de grande. Su primera categoría de inferiores fue la Sexta. Racing lucía un tridente ofensivo conformado por Brian Mansilla (en Platense), Fernando Valenzuela (en Familacao, de Portugal) y Brian Guille (en Olimpo). Apenas un partido arrancó de suplente. Lo dejaron ser titular por siempre. Lo pagó con creces: 26 goles en 26 partidos. Suena bestial. Ya sonaba en ese registro su promedio en Primera en 2018: 0,64.

“Lo que resalto es su capacidad para no necesitar su adaptación para los cambios en su carrera. Llegó de Liniers y en el primer entrenamiento estaba a la par de sus compañeros. Nunca sufrió el paso de Sexta a Quinta ni a Reserva ni a Primera”, explica Manuel Fernández, hoy entrenador de Agropecuario, y técnico en inferiores de Lautaro. Aunque marca un asterisco donde se le sale la cadena. Por ser de Bahía Blanca, siempre odió a Olimpo. Tanto que en un cruce en juveniles la Academia cayó 3-2, él marcó un gol, erró un penal y casi lo expulsan por insultarse con los rivales.

Lautaro tenía el cielo entre ceja y ceja. Para el libro Pelota de Papel 2, escribió un cuento sobre los sueños que le brotaban mientras palpitaba el Mundial 2014 en la pensión del club. Su debut fue un pase de mando de la monarquía. Salió Milito e ingresó él. Lo raro aconteció en su tercer partido. Contra Argentinos Juniors, se fue expulsado con roja directa por una patada. Racing perdía y terminó 2-2. Ricardo Noir, quien convirtió el empate, todavía carga a Lautaro: “Me tenés que agradecer que si no era por mí te hubieran matado”. En el tema de las expulsiones, acumula otro récord: en el mundial Sub 20 de Corea, fue el primer jugador de selecciones echado por el sistema VAR.

Se consolidó en Racing en el segundo mandato de Diego Cocca. Brilló apenas arribó Eduardo Coudet al Cilindro. Se colocó en una sintonía que le pasa a los cracks de este suelo: le quedó chica la liga. En 48 partidos, dos veces hizo tres goles en el mismo encuentro. Una de esas noches fue contra Cruzeiro. Fue victoria 4-3. Al finalizar, en una entrevista en el campo de juego, declaró que estaba enojado porque había jugado mal. 

La exigencia se repite como un libreto que arma su camino. En su primera gira con la Selección, en el predio del Real Madrid, tuvo una dura práctica. Se había acercado a ver Sergio Hernández, entrenador de la Selección de Básquet. El Oveja conoce a los Martínez por Jano. El atacante, siempre educado, saludó y liberó su disgusto: “Capaz que me tengo que dedicar a ese deporte porque a éste no puedo”. No había sido malo lo suyo. Como en Racing, quería estar al nivel de Sergio Agüero o de Gonzalo Higuaín con muchos menos partidos. La cabeza de los campeones tiende a quedar con la mitad del vaso vacío. Estuvo en la lista preliminar del Mundial 2018 de Rusia. A los 20 años, se ubicaba entre los mejores 35 del país. Quería más.

Inter le ganó la pulseada a otras potencias que aspiraban a llevárselo. Aterrizó en Milán, le preguntaron con qué camiseta pretendía jugar y pidió la 10. Lo miraron con dudas: “Mirá que acá la usaron Ronaldo, Baggio, Sneijder”. Su destino estaba volando por los aires y él quería colgarse de ese barrilete. El centrodelantero exclusivo era Mauro Icardi. Capitán y referente de la institución. El entrenador, Luciano Spaletti. El esquema táctico predilecto, el 4-3-3. No había lugar para dos nueves. Iba a tener que adaptarse.

Icardi arrancó una fuerte disputa con los directivos. Concluyó peleado. PSG lo adquirió para que fuera el reemplazante de Edinson Cavani cuando el uruguayo migrara. Se abrió el hueco. Hasta que le ocurrió una competencia impensada. Compraron a Romelu Lukaku, un gigantesco nueve belga que la había descosido en el Manchester United. Podía ponerse áspero.

La solución fue el cambio de entrenador. Antonio Conte apareció luego de ser campeón de la Premier League con el Chelsea. Era momento de que los equipos de Milán volvieran a la cima. El esquema favorecía a Lautaro: 5-3-2. Con un estilo de fútbol posicional que exige una muy buena relación entre los atacantes. Sostenidos en una amistad, culminaron una sequía de diez años del Inter sin poder ganar el Scudetto.

Conte es un personaje picante. Una tarde, Lukaku tuvo un mal partido. En el vestuario, delante de todo el grupo, le ladró: “Jugaste como una basura y si volvés a hacerlo te voy a sacar a los cinco minutos”. Una disputa semejante le ocurrió en un entrenamiento con el delantero Diego Costa en el Chelsea. En conferencias de prensa, ante la pregunta de si Lautaro era top, deslizaba: “Solo él sabe si está preparado para eso”. En uno de sus últimos encuentros en la temporada -antes de renunciar, a pesar de haber salido campeón-, lo sacó al argentino. Discutieron delante de las cámaras. Al día siguiente, para bajarle el tono, filmado para las redes sociales, con unos guantes gigantes y un rin inventado, se pegaron en broma para desdramatizar la situación. 

Lautaro nació una década más tarde que Higuaín y Agüero. En el medio, hubo mucho temor en Argentina por no poder reemplazar a los emblemas. Tan amados como odiados, tan ejemplos de la frase borgiana que junta al amor y al espanto, los dos atacantes fueron dueños del puesto de goleador durante diez años. En el país y en sus equipos. Esta Copa América es la primera en que el bahiense se apropia del puesto. Es probable que su explosión no haya sido tan temprana como la del Kun o la del Pipa. Llegó más tarde a los clubes grandes y convivió con una época de delanteros impresionantes en la Academia. Hasta dónde avanzará es imposible medirlo. 

Podría ya estar tranquilo: a los 23 años, es titular en la Selección y campeón de Italia.

Pizza post cancha

  • Esta semana nombraron socio honorario de San Lorenzo a Osvaldo Soriano. Fue una hermosa reparación histórica para un escritor y periodista que amaba al club. Su sentimiento azulgrana y su talento se juntan en esta carta que le escribe a Eduardo Galeano contándole un paseo por el supermercado donde estaba el Viejo Gasómetro.
  • Diego Borinsky es uno de los grandes entrevistadores de la época. Su sello es las 100 preguntas. Hace algunos días salió este genial encuentro con Fernando Signorini.
  • Damián Stazzone es un prócer del deporte argentino: en fustal, campeón del mundo con la Selección Argentina y campeón de la Libertadores con San Lorenzo. Este mano a mano que le hace Nacho Cruz en el podcast de la Libertadores está muy bueno.

Esto fue todo. 

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Un abrazo grande, 

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.