Di María conducción

El rosarino se consolidó como capitán de la Selección. La historia de cómo convenció a Scaloni.

Como saben, Prepárense para perder se publica todos los sábados, pero la actuación de Ángel Di María contra Chile y Colombia, donde fue capitán por la ausencia de Leo Messi, merece este envío especial en el que repasamos el camino que le devolvió la centralidad al rosarino, tantas veces criticado y aplaudido por los hinchas argentinos.


Antes de ingresar al vestuario del Kazán Arena, con los ojos rojos de duelo, Javier Mascherano anunció su adiós a la Selección. Argentina acababa de perder contra Francia y, en el círculo central, una generación de futbolistas recibía aplausos como si fuera una despedida. Lucas Biglia decretaba lo mismo en los micrófonos. Días más tarde, Gonzalo Higuaín narraba que, por su madre, por su hija y por sí mismo, prefería dar un paso al costado. Lionel Messi emigraba de Rusia a Barcelona para refugiarse de los dos meses de torbellino que había sufrido. Ángel Di María no dijo nada. De facto, arrancaron a retirarlo. Lionel Scaloni armó las listas siguientes y lo dejó afuera. Lo sumó a la Copa América 2019, lo puso de titular y no lo quiso convocar más. Hasta que el 25 de enero de 2020, en la previa de un encuentro con Lille, desesperado y enfurecido, Fideo ladró en una conferencia de prensa con franceses a los que no les importaba Argentina: «No tengo que transmitir nada. Lo que demuestro dentro de la cancha debe alcanzar para estar convocado. Lo que hago dentro del terreno de juego, dentro de uno de los mejores clubes del mundo, en el que estoy a un gran nivel». 

A Di María no lo querían y nadie le dijo que era crack. A los 16 años, su papá lo apretó: “Tenés que decidir si vas a jugar al fútbol o vas a trabajar conmigo. Si apostás al fútbol, que sea un año y, si no sale, te venís”. Angelito conocía de memoria el laburo de carbonero. De pibito, se sentaba con su mamá Diana a armar las bolsitas para que su viejo no perdiera tiempo y repartiera más rápido. Las Inferiores en Rosario ofrecían dos torneos de distinta jerarquía: AFA y Liga Rosarina. Él formaba parte del relegado segundo grupo. Hasta que Ángel Tulio Zoff, gloria de Central, apareció en una práctica y lo cambió de categoría. A los cuatro partidos, lo volvió a llamar. Esta vez, para que se entrenara con la Primera. Recién a los 17 años, cuando otros juveniles ya están consolidados, aprendió a vivir como una figura.

Nueve meses después de su declaración, Di María continuaba afuera de la Selección. La pandemia había pegado su primera vuelta. Era septiembre y Argentina se reconstituía. Scaloni, una vez más, no lo citó. Ángel afiló la puntería de sus labios: “Tengo amigos que me dicen andá a tomarte un café a la Torre de Eiffel, pero prefiero que me puteen 45 millones de personas y jugar con la camiseta de la Selección”. El estadounidense Chuck Daly alcanzó la fama obteniendo dos ligas NBA con los Detroit Pistons, mientras encandilaban los Chicago Bulls. En 1992, para los Juegos Olímpicos de Barcelona, fue nombrado entrenador del Dream Team. Su plantel era Michael Jordan, Scottie Pippen, Magic Johnson, Larry Bird, Charles Barkley, Karl Malone, John Stockton, Patrick Ewing, David Robinson. Los mejores de los mejores. La medalla dorada estaba asegurada. Pero, en la primera práctica, a propósito, comenzó a hacer malos cambios para que los basquetbolistas se desempeñaran peor e hicieran más esfuerzos individuales. La táctica le sirvió la moraleja en la mesa: “Si no nos organizamos y trabajamos juntos, no lo haremos bien”. Comprendieron.

Scaloni admite que esa no fue su finalidad. Simplemente, no estaba en su proyecto tras la Copa América de 2019. No había más que razones futbolísticas porque la relación entre ellos siempre fue muy buena. De chistes, de bromas y de conversaciones sobre el juego. La Copa América de 2021 floreció como la revancha. Pero el entrenador reafirmó, práctica tras práctica, que su ideal era Rodrigo de Paul por la derecha, Leandro Paredes y Giovanni Lo Celso por el centro, Nicolás González por izquierda, Messi y Lautaro Martínez arriba. Fideo arrancó de menor a mayor. Sus ingresos en los segundos tiempos funcionaban como un revulsivo extraordinario. Sus pinceladas le permitían levantar a una Selección que en los complementos parecía agotarse. Hasta que se cansó. En una práctica, uno de los asistentes del cuerpo técnico lo alentó: “Muy buena, Ángel”. Como en la cancha, salió para el lado inesperado. Lo miró, con las pupilas llenas de bronca, y mostró los dientes: “Todo bien, pero soy suplente”. 

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Aunque no se había criado con la fama de exclusivo, el talento y los logros -30 títulos en 17 años de carrera- lo predispusieron a desafiar su posibilidad de ser suplente. Telefoneó a su representante pidiéndole una salida del Real Madrid cuando los merengues anunciaron el fichaje de Gareth Bale y era evidente que lo sentarían en el banco. No se resignó a ser alternativa del tridente Messi-Mbappe-Neymar, convenció a Mauricio Pochettino de que construyera un ataque con los cuatro y lo logró: es el máximo asistidor de la historia del PSG. Algo que se propuso en la primera entrevista que le realizaron tras la contratación del 10 -es el 30 en París, pero, vamos, es apenas simbólico-: “Para mí dar un pase decisivo es más importante que marcar un gol”. Lo mismo iba a ejecutar en la Selección.

Di María disputó el 7% de su carrera en el fútbol argentino. Hace quince años que no vive en Rosario. En su brazo, tiene grabado: “Todo lo que aprendí en la vida fue en la Perdriel”. Hace tiempo no regresa a esa calle. Con sus amigos se sigue viendo. A uno de ellos, luego de que una máquina de su laburo le fracturara un hombro, lo invitó a vivir a París para que estuviera más tranquilo. Su relación con Argentina es un vínculo con la celeste y blanca. Eterno y de amor rabioso.

Cuando a los 69 minutos del partido en Córdoba contra Colombia lo reemplazó Nicolás González, le cedió la cinta de capitán a Germán Pezzella. El árbitro brasileño Raphael Claus pitó el final y el defensor se acercó a Di María para devolverle el símbolo distintivo. Saltó en el medio de la cancha con la Copa América en el brazo y sonrió cuando coreaban su nombre. Sin Messi, era el único sobreviviente del subcampeonato de Brasil 2014. “Había que tirar abajo la pared”, sintetizó apenas culminó el Maracanazo de 2021. 

Siempre hace falta un Ángel para tirar abajo una pared. El golazo contra Uruguay en el Campeón del Siglo y la obra de arte frente a Chile en Calama lo reafirman. Si alguien dudó, él no. Di María no solo retornó de que no lo quisieran. Ahora, si hace falta, no solo es el crack: es el capitán.

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Un abrazo grande,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.