China y la encrucijada de la guerra

El rol de Beijing, cuestionado por Occidente, gana cobertura a medida que el conflicto se prolonga.

¡Buen día!

Espero que te encuentres bien. A veces es difícil elegir qué tema priorizar en esta breve charla de ascensor que es el inicio de un correo. ¿Hablamos del otoño o de la coyuntura política del país? Vamos con otoño, claro. Si la cerveza balconera a las siete de la tarde es el clímax del verano, ¿cuál es la mejor escena del otoño? Para mí es la mañana. Te levantás abrigado pero sin cagarte de frío, esperás un mate caliente, mirás cómo las plantas empiezan a cambiar de piel. Junto a los abrigos que brotan del armario, resurge el mantra: hay que amigarse con la melancolía. 

Vamos a la guerra. Hoy nos vamos a meter con el rol de China en el conflicto.

CHINA Y LA GUERRA LARGA

Putin y Xi se reunieron por última vez en febrero, al inicio de los Juegos Olímpicos de Invierno. Fue el encuentro número 38, por lo demás una ocasión especial: ambos mandatarios presentaron una declaración en la que esbozan su visión sobre el orden global y proclaman una amistad “sin límites”. Unas semanas después, Rusia invadió Ucrania. 

La secuencia se citó hasta el hartazgo desde el inicio del conflicto, junto a diversas especulaciones: ¿Sabía Xi de los planes de Putin? ¿Le dio luz verde? ¿Ofreció apoyo? Hoy, a un mes de una guerra que promete extenderse en el tiempo, el fantasma de esa reunión aparece con más fuerza, sumado a un coro de voces lideradas por Estados Unidos que le exige a China un mayor esfuerzo para detener el enfrentamiento. Por otro lado, el escenario de guerra prolongada proyecta un desafío importante para Beijing, que puede tener preocupaciones fundadas acerca de sus costos.

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Vamos por partes. 

¿Cuál ha sido la postura de China hasta ahora?

En las resoluciones de Naciones Unidas que rechazaron la invasión, Beijing se abstuvo. Declaró desde un inicio su inclinación a una salida diplomática, mientras repitió algunos de los argumentos del Kremlin: que la causa del conflicto es la extensión de la OTAN hacia el este y que Estados Unidos podría estar colaborando con Ucrania en el desarrollo de armas biológicas. También prefirió no hablar de “guerra” y no difundir imagénes de bombardeos en la prensa estatal. Algunos analistas rotularon la postura como “neutralidad benévola”, una ambigüedad que en el fondo se inclina hacia Rusia. Pero al mismo tiempo Beijing defendió la “integridad territorial” de Ucrania y envió ayuda humanitaria. Y si bien se opuso al “castigo económico” de Occidente a Rusia, no amenazó con evadir las sanciones y tampoco salió al rescate financiero de su socio estratégico. 

En las últimas semanas, Beijing comenzó a elevar un poco más la voz. El 15 de marzo, su embajador en Estados Unidos publicó una editorial en el Washington Post en el que clarifica la posición del país, niega una presunta coparticipación en la decisión rusa y advierte que el conflicto “no le hace bien a China”. Esa semana fue intensa en materia diplomática. Un día antes, funcionarios del departamento de seguridad estadounidense se reunieron con sus contrapartes chinos en Roma, en una cita que duró más de seis horas. El viernes, Biden y Xi dialogaron dos horas por teléfono, la primera conversación desde el inicio de la guerra. En ninguna de las dos se generaron avances sustantivos, pero China describió las reuniones como “constructivas”.

La atmósfera previa no era ideal. Unas horas antes de la segunda reunión, Estados Unidos difundió un cable diplomático a sus aliados en el que advertía que Rusia había solicitado apoyo financiero y militar a China, que estaba considerando la petición (Beijing lo negó). Biden amenazó a Xi con sanciones directas si enviaba armas, según lo difundido por la Casa Blanca, cuyo contenido de la charla fue mucho más escueto que el promovido por China. Tampoco aclaró de qué tipo de sanciones hablaba. 

China, ¡haga algo!

En paralelo a las reuniones, Washington comenzó a presionar públicamente a Beijing. “Creemos que China en particular tiene la responsabilidad de usar su influencia sobre el presidente Putin para defender las reglas y principios que profesa apoyar”, dijo Antony Blinken, secretario de Estado norteamericano. “En cambio, parece que China se está moviendo en la dirección opuesta”.

La relación entre Rusia y China, por otro lado, ganó cobertura en los principales medios occidentales. Fue la nota de tapa de la revista The Economist esa semana, dedicada a los “límites” de la relación. Los focos sobre la “responsabilidad” de Beijing en la crisis también crecieron. Así comienza, por ejemplo, este panorama del New York Times:

China ha pedido repetidamente conversaciones de paz en Ucrania. Lo que no ha hecho es presionar a Rusia para que negocie el fin de una guerra que ya ha costado miles de vidas, desplazado a millones y amenazado con perturbar la economía mundial e incluso la seguridad alimentaria.

El movimiento no fue ignorado en Beijing. El Global Times, diario perteneciente al Partido Comunista Chino, alertó sobre las maniobras de Washington para quebrar la alianza entre China y Rusia, a la que define como el “activo estratégico diplomático más importante y estable” que tiene el gigante asiatico. 

Son los Estados Unidos los que deberían apagar el fuego encendido en Ucrania. Ridículamente, están exigiendo a Beijing que haga este trabajo a costa de dañar las relaciones entre China y Rusia. Esto es irracional e insidioso. Al presionar a China para que denuncie a Rusia y pedirle que asuma la responsabilidad por el fatal error estratégico que cometieron en la construcción de la llamada seguridad europea, Washington no tiene intención de ocultar su deseo de sembrar la discordia entre China y Rusia.

Para Gustavo Girado, director del posgrado sobre China en la Universidad Nacional de Lanús, hay un intento de retratar al país asiatico como el verdadero culpable detrás de la guerra. “Quieren demostrar que el problema no es Rusia sino China, por darle su apoyo”, me dijo. La reunión previa a la invasión y el documento firmado por ambos aparecen acá como evidencia de un presunto aval. “Occidente, pero sobre todo Estados Unidos, quiere aprovechar este evento para presionar a China, eventualmente justificando acciones en su contra. Es una operación que mata dos pájaros de un tiro: por un lado, limita el poder político de Putin y al mismo tiempo deposita la culpa en Xi”. 

Girado, autor de Un mundo made in China (Capital Intelectual, 2021), sostiene que Beijing tiene de todas maneras incentivos para que el conflicto termine pronto. “Seguramente está tomando cartas para una salida rápida, influyendo de una manera que no vemos”, apunta. La diferencia es que no lo hace cómo Estados Unidos propone, tanto en medios como en contenido. “¿Darle la espalda a Rusia? Olvidate”. 

¿Pero por qué China tiene incentivos para que la guerra termine pronto? La pregunta es importante porque puede alumbrar sus próximos movimientos. Veamos. 

Los costos de una guerra prolongada

Tomemos el siguiente argumento: el problema para China no es la guerra en sí sino su prolongación. Escribe Gideon Rachman en el Financial Times: 

Una guerra corta y victoriosa para Rusia le habría sentado bien a China. La narrativa favorita de Beijing sobre el inexorable declive del poder estadounidense habría parecido aún más creíble. El escenario podría haber estado listo para un ataque chino a Taiwán.

En cambio, el escenario actual, que camina hacia un enfrentamiento largo, puede agravar los costos económicos para Beijing, perjudicar su imagen internacional por la alianza estratégica con Rusia y acelerar el choque con Occidente.

“La prolongación del conflicto es un dolor de cabeza mayúsculo para China. Por un lado, la obliga a tener que ejercer un rol de liderazgo. Por el otro, la situación va a llevar a una estanflación en la economía global, que puede ser contraproducente para el liderazgo de Xi y la estabilidad del Partido por la demanda interna que puede generar la disminución del crecimiento”, me explicó Esteban Actis, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Nacional de Rosario y co-autor del libro La disputa por el poder global (Capital Intelectual, 2020). “La economía china ya venía sufriendo por la crisis en el mercado inmobiliario, un sector clave, el avance de Xi sobre las empresas tecnológicas y la imposibilidad de una recuperación plena de actividades por la política de ‘Covid cero’”. 

China tiene intereses comerciales en Ucrania y Rusia, los dos países más afectados. El primero es un nodo relevante en el proyecto de la Ruta y la Seda en Europa, socio en la provisión de materias primas y un país donde operan varias empresas chinas de peso, como COFCO, el conglomerado estatal de alimentos. Rusia, cuyo volumen de comercio bilateral con China es mucho mayor, es un aliado clave en la provisión de energía. La ola de sanciones que Occidente le impuso al país euroasiático será un desafío para las empresas chinas, que pueden quedar expuestas a los efectos del boicot.

Pero la magnitud del problema es mucho mayor cuando se considera el vínculo con Occidente, que puede quedar deteriorado con su posición en el conflicto. Volvamos a Rachman, que hace una distinción interesante: Rusia y China comparten su hostilidad hacia el poder norteamericano, pero difieren en cómo encararlo. Mientras China practica un “juego largo”, confiando en que su poderío económico eventualmente le dará la victoria, Rusia sabe que el tiempo no juega a su favor y opta por un “juego corto”, un enfrentamiento más inmediato. 

Para China, el vínculo comercial con Estados Unidos y la Unión Europea sigue siendo clave en el corto plazo y es mucho más significativo que el de Rusia. Las dos superpotencias lo saben –y lo sufren– por igual. Esto, que parece una simple apostilla, es en realidad la gran diferencia con la Guerra Fría y la base del desarrollo capitalista de las últimas décadas: la interdependencia económica entre Estados Unidos y China es infinitamente mayor a la que tenían EE.UU. y la URSS. No hay dos polos. Por lo demás, China, además de tener más capacidades económicas que El Gran Otro de aquel momento, tiene garras comerciales clavadas en todos los puntos del mapa. 

Estados Unidos es consciente de esto. Por eso sus dirigencias políticas –republicanos y demócratas– vienen insistiendo desde hace un par de años con la idea del desacople: romper las cadenas de valor que la unen a China para que su economía sea menos dependiente de esta. Al mismo tiempo, Washington le pide a sus aliados que hagan menos negocios con China, justificando la decisión en una cuestión de valores. Acá sí volvió la Guerra Fría, al menos en su faceta narrativa: es el bien contra el mal, la democracia contra la autocracia, Harry Potter contra Voldemort en la escena final del Cáliz de Fuego (amén).

El problema para Estados Unidos es que viene fracasando en ambos terrenos: la mayoría de las empresas multinacionales se resiste a salir de China (o de Asia, para el caso) y ninguno de sus aliados occidentales le ha dado la espalda al comercio con Beijing. Pero, propone Rachman, ¿qué pasa si la guerra cambia eso?

Una crisis global hace que la gente vuelva a examinar los supuestos básicos. La idea de una ruptura económica entre China y Occidente, antes impensable, empieza a parecer más plausible. Incluso podría atraer al creciente electorado de nacionalistas económicos en Occidente que ahora consideran la globalización como un error desastroso.

Si Occidente rompió con Rusia pese a los costos inmediatos que eso aparejaba, ¿por qué no podría replantearse el vínculo con China? 

La tesis de la ruptura tiene un problema de base: China no es Rusia. 

“El escenario que estamos viendo también muestra que el desacople con China es inviable. Si desacoplar a Rusia de la economía global está teniendo un efecto devastador en la proyección de crecimiento global, afectando mercados sensibles como el energético y el de agroalimentos, un desacople con China sería todavía más catastrófico. La guerra le pone una imposibilidad práctica, además”, me dijo Actis.

Pero aún descartando la opción radical del desacople, China puede tener una preocupación fundada en que la guerra afecte la relación con sus socios comerciales en Europa y con aquellos países asiáticos que se han sumado al boicot contra Rusia, como Corea del Sur, Japón y Australia, entre otros. Descartar esta posibilidad con argumentos meramente económicos sería no haber prestado atención a la dinámica de la guerra. 

Dice Actis: “La idea de que las Relaciones Internacionales se subordinan a una racionalidad económica es propia de ese ethos de la democracia de mercado que entró en crisis. Rusia, ante una percepción de amenaza a sus intereses vitales y su dilema de seguridad, hundió su economía para salvaguardar ese interés. A Estados Unidos y Europa no les tembló el pulso tampoco para llevar a un nivel inédito las sanciones, sabiendo que eso era una bomba para la economía internacional y un boomerang a sus economías”.

China seguramente tenga esto en cuenta en sus cálculos respecto al conflicto, que incluyen otro frente crucial: su propio vínculo con Rusia. En pos de la alianza estratégica, Beijing tampoco puede permitir un escenario donde el poder de Putin peligre. Esto acompaña la tesis de la salida rápida, pero también puede implicar una oferta de apoyo si el presidente ruso está contra las cuerdas. Es un equilibrio complejo, iluminado también por una certeza: aún si logra imponerse en el conflicto, Rusia quedará con una economía destrozada, en una posición más dependiente de China que antes. 

Ese podría ser un dato positivo para Beijing a mediano y largo plazo. Hay otros. No todos los aliados de Estados Unidos se sumaron al coro antiruso. India, pieza clave en la estrategia norteamericana para contrarrestar a China en el Indo-Pacífico, decidió preservar su alianza militar con el Kremlin y también se abstuvo en las votaciones de Naciones Unidas. Es una señal de independencia que Beijing, acostumbrado a los forcejeos recientes con Nueva Delhi, celebra. La guerra hizo que Washington coseche migas en Europa, revitalizando su alianza con el viejo continente. Pero también amenaza con quitarle atención y recursos a su estrategia en Asia. Y eso, a la larga, puede también ser una ventaja para China.

¿Influirá China en el desenlace de la guerra? ¿Puede el conflicto torcer su vínculo con Occidente? 

Hasta acá, de todos modos, llegamos por hoy. Muchas preguntas, una certeza: aguante el otoño.

Un abrazo,

Juan

Creo mucho en el periodismo y su belleza. Escribo sobre política internacional y otras cosas que me interesan, que suelen ser muchas. Soy politólogo (UBA) y trabajé en tele y radio. Ahora cuento América Latina desde Ciudad de México.