Cielo invertido

Un país sin peronismo, una amputación ficcional que imaginó Julio Cortázar en dos cuentos, antes y después de irse de la Argentina.

Está, claro, la casa invadida, la consabida “Casa tomada”, esa casa de la que, al final, hay que salir. Pero hay otra casa en “El otro cielo”, que funciona de un modo distinto: lugar de encierro, lugar de agobio, es una casa de la que, por el contrario, no se puede salir. Son dos formas opuestas, aunque convergentes, de una cierta claustrofobia paranoide: una que deriva en el afuera de una expulsión, otra que se empantana en el adentro de un sin salida. “Casa tomada” termina así: “Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos, tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla”. Y así termina “El otro cielo”: “Me quedaré en casa tomando mate y mirando a Irma y a las plantas del patio”.

Irene, Irma: los nombres de las mujeres de estos cuentos repiten en sus comienzos un brevísimo pero intenso “ir”. Ir, irse: entre el tener que irse de “Casa tomada” y el ya no poder irse de “El otro cielo”; entre el no poder quedarse de “Casa tomada” y el tener que quedarse de “El otro cielo”. La llave que en un caso se tira a la alcantarilla, decidiendo que a esa casa ya no van a poder volver (porque, si vuelven, ya no van a poder entrar); el patio y sus plantas, desabridas como Irma, revelando que en esa casa ya no hay otro afuera que el que está adentro. Abrazar a Irene, la eterna hermana; mirar a Irma, la flamante esposa. Dos formas de final infeliz.

“Casa tomada” se publica por primera vez en 1946 (el año en el que Perón accede a la presidencia), en una revista que dirigía Jorge Luis Borges y, por primera vez en libro, bajo el título Bestiario, en 1951 (el año en el que Cortázar decide irse de la Argentina). “El otro cielo” se publica en Todos los fuegos el fuego en 1966 (Cortázar lleva ya quince años viviendo en París). La lectura alegórica de “Casa tomada”, imprimiendo una clave política al efecto de invasión y repliegue, es ya todo un tópico de la crítica literaria argentina; pero la invasión no solamente empuja al repliegue, sino más: a la expulsión. Y es eso lo que habilita el contraste posterior con el final de “El otro cielo”. En el año en el que Cortázar deja la Argentina, para no volver, sale ese libro con ese cuento: el que narra un salir y un irse y un tirar la llave a una alcantarilla. Y la fantasía onírica de un salirse de la aplastante rutina de Buenos Aires para traspasar, a puro prodigio, al mundo fascinante de la bohemia de París, aparece cuando esa fantasía ya no es onírica y pudo en cierto modo realizarse en la vida del propio Cortázar.

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Porque de hecho “El otro cielo” termina en verdad así: “Y me pregunto sin demasiado entusiasmo si cuando lleguen las elecciones votaré por Perón o por Tamborini, si votaré en blanco o si sencillamente me quedaré en casa tomando mate y mirando a Irma y a las plantas del patio”. Es decir que, además de una demarcación de espacios, hay una demarcación de tiempo, y esa demarcación de tiempo cobra un carácter político explícito. Porque el narrador del cuento no sabe qué hará, si votará por este o por aquel o en blanco, no sabe siquiera si votará o si se quedará en su casa; pero el lector del cuento sí sabe a quién votarán las mayorías, sabe quién ganará esas elecciones que se vienen. Las ganará Perón, las ganará el peronismo. Y Cortázar dejará el país, algo después, para irse a París y no volver.

Irse a París: es la fantasía de pasaje que aparece en “El otro cielo” (los pasajes pueden darse con la rayuela de Rayuela, con el puente de “Lejana”, con las puertas de “Las puertas del cielo”, con el vidrio de la pecera de “Axolotl”, pero en “El otro cielo” aparecen con los propios pasajes, literalmente en los pasajes). Pasar del otro lado, de Buenos Aires a París; pasar al otro cielo, al cielo de París: del cielo artificial de la Galería Güemes al cielo artificial de la Galería Vivienne. Función de descarga deseante en los sueños, o fantasía de fuga en la realidad: escapar del tedio de las rutinas de Buenos Aires, del trabajo, de la anodina Irma, de las conversaciones de sofá, del mate, del patio. Y traspasar a la aventura embriagante de las noches de París. Escapar de todo eso, sí, pero también, según el párrafo final del relato, de esa Argentina que se viene.

Justo eso que Cortázar efectivamente hizo: salirse del peronismo, irse a París. Y de ahí en más, en todo caso, añorar el país a la distancia, extrañar ese universo perdido. Y entablar una evocación nostálgica de un mundo popular ya remoto, que lo es ante todo en el tiempo, más aún que en la geografía: es un mundo popular siempre anterior al peronismo, es la añoranza de un mundo popular aún no tocado por el peronismo (en el tango, Canaro o Pedro Maffia, no alguna de las grandes orquestas que brillaron en los años ’40 y ’50; en el boxeo, Justo Suárez en “Torito”, no alguno de los grandes boxeadores que brillaron en los años ’40 y ’50. Se menciona un baile de carnaval en el Luna Park en “Las puertas del cielo”, se lo ubica exactamente en el año “cuarenta y dos”).

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En el umbral de la Argentina que va a entrar en el peronismo, el narrador de “El otro cielo” comprueba desoladamente que el pasaje al sueño de París se le cerró tal vez para siempre. Pero todo eso lo escribe Cortázar después de haber pasado a París, para soñar desde París una Argentina ya pasada, para soñar con una Argentina previa, exenta de peronismo. Muchos otros, eso mismo, lo sueñan hacia el futuro. Pero lo sueñan sin fantasía de fuga, lo sueñan como implementación efectiva en la realidad política del país.

Un país sin peronismo. ¿Trascenderlo, superarlo, traspasarlo? No, no, no: quitarlo, suprimirlo, eliminarlo, desaparecerlo. Llevarlo de una vez por todas a un grado tal de inexistencia, que equivalga a la nulidad de lo que nunca jamás ha existido. Ninguna negación crítica de dialécticas que superan e integran; nada de eso, sino esto otro: borrar, anular, deshacer, extinguir. Fantasía de abolición sin ternuras de añoranza, puro encono de destrucción o amputación definitivas.

Sólo que la historia real no puede detenerse tal y como se detiene una historia ficcional, para hacerla cesar justo ahí donde alguno lo desea. Para que termine, por ejemplo, donde termina “El otro cielo”.

Otras lecturas:

Nació en Buenos Aires en enero de 1967. Enseña Teoría Literaria en la Universidad de Buenos Aires y Narrativa Argentina en la Universidad Nacional de las Artes. Su último ensayo publicado es ¿Hola? Un requiem para el teléfono. Su última novela publicada es Confesión. Su último libro de cuentos publicado es Desvelos de verano.