CFK vs Guzmán

Nos metemos con la discusión entre la vicepresidenta y el ministro de Economía para identificar y contrastar la visión económica que tiene cada uno. ¿Quién tiene razón?

Hola, ¿cómo andás? El tema de las últimas semanas fue, sin dudas, la creciente tensión que se observó en la coalición gobernante, la cual se materializó -públicamente- a través de las distintas intervenciones que realizaron sus principales figuras. A los fines de este newsletter, lo que nos parece más relevante es tratar de identificar la raíz de las diferencias que existen entre el kirchnerismo, tomando a CFK como referencia, respecto de lo que viene haciendo Martín Guzmán.

En el discurso que brindó en Chaco, hace unos días, la vicepresidenta le dedicó una buena parte a la economía argentina y allí dejó bastante en claro cuál cree que son los principales problemas y las maneras de solucionarlos (recomiendo verlo, lo pueden hacer acá).

En primer lugar, sostuvo que el principal problema es el bimonetarismo, definido por ella como “la importancia del dólar en forma total y absoluta en la formación de precios”. A partir de eso, en realidad, el problema de fondo sería la creciente necesidad de dólares que demanda la economía (tanto por el lado de las importaciones que necesitan las empresas para producir, como por el lado de la población que lo utiliza como principal mecanismo de ahorro). Esas divisas no alcanzan a ser financiadas por las exportaciones y, entonces, tarde o temprano, termina en una devaluación del tipo de cambio que, al encarecer el valor del dólar, lleva a que se reduzca la demanda tanto para importaciones como para ahorro.

Por otro lado, el incremento del valor del dólar hace que las empresas lo trasladen a los precios, provocando un salto de la inflación. Esto, a su vez, genera la caída del poder adquisitivo de los trabajadores que, a pesar de los aumentos nominales que logran, no alcanzan a ganarle a la inflación y por ende terminan con un salario real más bajo.

A partir de estas afirmaciones, podríamos decir (y esta es una interpretación propia) que CFK toma como dado el problema del bimonetarismo, es decir, lo asume como algo estructural de la economía argentina que difícilmente pueda ser modificado (esto estaría respaldado en uno de sus pasajes, cuando hace alusión a la famosa frase de Kuznets: “Hay cuatro clases de países: desarrollados, en vías de desarrollo, Japón, y Argentina”).

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Esto, combinado con el hecho de que las empresas tienen un gran poder de mercado, estaría implicando que el funcionamiento “normal” de la economía argentina produce un resultado que es inherentemente perjudicial para los trabajadores, llevando a la caída continua del salario real. Como los problemas de raíz no pueden ser corregidos, la tarea del Estado sería la de intervenir en la distribución del ingreso a favor de los trabajadores, (re)equilibrando la balanza.

Por el lado de la escasez de divisas, el razonamiento es prácticamente el mismo, pero en este caso lo que habría que hacer es regular las importaciones (eso queda claro cuando sostiene que, en la actualidad, el superávit comercial es récord y aún así el BCRA prácticamente no pudo acumular divisas).

En definitiva, hay problemas estructurales que no pueden ser modificados, los cuales llevan a una dinámica de mercado cuyo resultado favorece a las empresas en desmedro de los trabajadores, y por ende la única solución es corregir ese resultado (no las causas por detrás). Podríamos decir que es una visión un tanto pesimista del funcionamiento económico, en el sentido de que el comportamiento natural de la economía lleva a dicho resultado y que lo único que puede hacer el Estado es tratar de “regularlo”, pero sin poder corregirlo.

Siguiendo con el razonamiento, esto también sería un diagnóstico del estancamiento que muestra la economía hace ya más de 10 años. El hecho de que los salarios no le hayan podido ganar a la inflación en estos años se tradujo en un nivel de demanda bajo y, por ende, en un nivel de producción bajo. Recordemos que las empresas solo producen la cantidad que esperan poder vender en el mercado. Si la gente no gasta, las empresas no venden y por lo tanto el PBI no crece.

Con lo cual, si el gobierno lograse incrementar -sostenidamente- el poder adquisitivo de los salarios, eso se traduciría en una mejora constante de la actividad y así la economía argentina saldría del estancamiento. Es decir, redistribuir para crecer.

Un aspecto importante que hay que resaltar de este razonamiento es que la inflación sería un resultado natural de la puja distributiva entre empresas y trabajadores y, por ende, no sería uno de los principales problemas a corregir, en tanto y en cuanto se incremente el poder adquisitivo de los salarios.

Como para reforzar este diagnóstico, también podemos sacar conclusiones de lo que no dijo. En ningún momento mencionó la política monetaria, el déficit fiscal o la apreciación real del tipo de cambio como parte de los problemas. Es decir, no hizo referencia a las principales variables macroeconómicas, con lo cual, se infiere que para CFK no son una parte principal del problema. Es más, las únicas dos menciones que hizo fueron para criticar la idea de que la emisión genera inflación y que el FMI está exigiendo que la tasa de depreciación del tipo de cambio se ubique por encima de la inflación, presionando aún más sobre los precios (algo que hasta ahora no sucedió).

Acá es donde aparece la diferencia con Guzmán, que a los pocos días del discurso en Chaco dio una entrevista donde defendió su gestión y, ante la pregunta por su visión acerca del último mandato de CFK, sostuvo: “Hubo ciertos avances muy importantes: una protección social muy activa, y también una fuerte recuperación de los ingresos de los jubilados. Pero también hubo problemas de inconsistencia macroeconómica”. Si bien coincidió con la vicepresidenta en que el principal obstáculo es la escasez de divisas, para el ministro esta cuestión tiene, además de un componente estructural, causas macroeconómicas. Por este motivo, sostuvo que durante la gestión de CFK “la dinámica externa no era sostenible”.

¿Qué significa todo esto? Para Guzmán, a diferencia de CFK, el comportamiento de la economía está muy influido por las variables macroeconómicas. Por ende, los instrumentos de política económica (es decir, aquellas variables donde el Poder Ejecutivo y/o el BCRA tiene directa injerencia: el gasto público, las tasas de interés o el tipo de cambio) deben manejarse de modo de evitar que la economía choque con el problema del faltante de divisas. Si dichas variables no son direccionadas de manera consistente, entonces, tarde o temprano, eso lleva al incremento de la inflación y a las recurrentes devaluaciones del tipo de cambio que frenaron el crecimiento.

¿De qué variables estamos hablando? En particular, el ministro le apuntó duramente al déficit fiscal: “¿En qué país del mundo funciona que haya déficits persistentes financiados por una moneda que la gente, por la inflación, empieza a dejar de querer? No hay evidencia, ni ninguna articulación teórica que te diga que eso va a funcionar”.

Para entender bien el argumento, veamos cómo se comportó esta variable a lo largo de ambas gestiones de CFK. Como pueden apreciar, el resultado fiscal se deterioró todos los años de su mandato, pasando de un superávit de casi 1% a un déficit del 5,1% en términos del PBI.

Déficit fiscal total (en % del PBI)

Fuente: Ministerio de Economía

Según la lectura del ministro, el incremento sostenido del déficit fiscal, que fue financiado en buena medida a través de la asistencia monetaria del BCRA, llevó a que constantemente se inyectaran pesos en la economía. Si, tal como coinciden CFK y Guzmán, uno de los problemas de la economía es la elevada preferencia de la población argentina por el dólar, entonces el problema es que (una parte de) esos pesos terminan yendo a la compra de dólares, presionando por la devaluación del tipo de cambio y desencadenando el proceso previamente mencionado.

Al margen de quien tenga razón, una cuestión que es importante resaltar es que este comportamiento del déficit fiscal no es algo normal. Si tomamos en cuenta los 182 países para los que tenemos los datos de este período, Argentina fue el único en todo el mundo que mostró los 8 años consecutivos de deterioro en el resultado fiscal primario.

La otra variable que refleja estas inconsistencias macroeconómicas sería el tipo de cambio real. Como pueden ver a continuación, salvo por episodios puntuales (la crisis internacional de 2009 y la devaluación de 2014), presenta una apreciación sostenida, que hizo que el valor del dólar se abaratara más del 40% a lo largo de su mandato.

Evolución del valor del dólar en términos reales

Fuente: BCRA

En este caso, la inconsistencia estaría explicada por el hecho de que el abaratamiento sostenido del dólar llevaría a una demanda creciente tanto por el lado de las importaciones como por el lado del ahorro, siendo entonces otro canal por medio del cual tarde o temprano se provocaría la devaluación del tipo de cambio.

Así, para el ministro, la inflación -y en consecuencia la falta de crecimiento- tendrían su raíz en la macroeconomía, en particular el déficit fiscal y la (in)estabilidad del tipo de cambio real. A partir de eso, se desprende que la solución no sería regular para lograr una mejor redistribución del ingreso, sino corregir las variables macroeconómicas de modo de conseguir la ya famosa consistencia. De lograrse, la inflación podría reducirse sostenidamente y la economía podría recuperar el crecimiento. Eso, a su vez, permitiría que el poder adquisitivo de los salarios se incremente sin que pongan tensión en los precios, dado que el aumento del PBI significa que la economía está generando mayores ingresos (y por ende los salarios podrían crecer sin afectar la rentabilidad de las empresas).

Es decir que, para Guzmán, los problemas actuales obedecen en buena medida a los desequilibrios macroeconómicos acumulados a lo largo de todos estos años y que, por lo tanto, el problema tiene solución. Asimismo, esto llevaría a que se recupere el crecimiento y a que el poder adquisitivo de los trabajadores crezca de manera sostenida, como consecuencia de ese proceso. Es decir, crecer para (poder) redistribuir. 

¿Quién tiene razón? Como economista, tiendo a pensar que existen límites y que, si bien pueden no ser tan claros, los mismos no pueden ser “corridos” constantemente por la política. Eso, tarde o temprano, termina manifestándose a través de una devaluación del tipo de cambio o de un incremento en la inflación. Ahora bien, una vez que se materializa el proceso inflacionario, su solución resulta mucho más compleja que las causas que lo originaron, dado que, como vimos anteriormente, este proceso se retroalimenta en el tiempo y se hace cada vez más persistente. Entonces eso lleva a que la economía necesite de un nivel de intervencionismo mayor, con el fin de evitar una nueva devaluación del tipo de cambio, lo que da lugar a (parte de) la crítica de CFK. 

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Esto fue todo por hoy. Si no aguantás hasta la próxima edición, la seguimos por acá. Y, si te gustó el newsletter, te invito a que colabores con este proyecto que mantenemos a base de esfuerzo y mucho laburo, siempre con el objetivo de brindar un análisis riguroso pero explicado de una manera lo más clara posible para que se entienda.

Te mando un abrazo grande.

Juanma

Me dedico a estudiar la macroeconomía argentina, algo que en este país debe ser similar a tener un doctorado en física molecular. Soy magister en Desarrollo Económico en la UNSAM y estoy haciendo el Doctorado homónimo en la UNQUI. Padre de gemelas y docente universitario.