Caída del Partido Socialista en Portugal: ¿por qué dejó de ser el faro del progresismo global?

La fuerza conducida por Antonio Costa sufrió una derrota histórica contra la centroderecha en las elecciones anticipadas del domingo. Un proceso progresista económicamente exitoso y consolidado que concluyó repudiado por los votantes.

El domingo 10 de marzo, los portugueses fueron a las urnas en elecciones anticipadas y, con una participación récord, pusieron fin a los casi ocho años y medio de gobierno del Partido Socialista bajo el liderazgo de Antonio Costa ante una coalición de centroderecha. La ultraderecha, por su parte, fue la fuerza que más creció y busca influir en las decisiones de gobierno.

La exitosa gestión de Costa

El de Costa fue un gobierno que, muy por encima del peso relativo que Portugal tiene en el escenario internacional, convirtió al país en un faro del progresismo global. La combinación de buenos resultados fiscales y un crecimiento económico relativamente alto, junto con la reversión de las medidas de austeridad establecidas por su predecesor, sirvió para reforzar la posición de los asalariados, tanto del sector público como del privado. Además, durante los tiempos de combate contra la pandemia, fue uno de los países que mejores resultados sanitarios obtuvo y, a pesar del golpe que recibió su economía, fuertemente arraigada en los ingresos del turismo, estuvo entre los estados europeos que más vigorosamente se recuperaron en los dos años siguientes. 

A lo largo de los mandatos de Costa, y gracias a los resultados fiscales, Portugal se desendeudó y hasta canceló sus obligaciones con el Fondo Monetario Internacional. ¿Cómo es entonces que el país ejemplo de la gobernanza progresista a nivel global terminó por convertirse en uno más de una larga lista de países europeos donde crece la ultraderecha, que el domingo se alzó con casi el 20% de los votos? Algunas pistas pueden resultar familiares.

Antonio Costa, electo en 2015 y reelecto en 2019, fue elegido por tercera vez en enero de 2022. Las elecciones, en cada caso, resultaron en mayorías crecientes para el Partido Socialista, que durante los primeros cuatro años gobernó en una coalición con el Bloque de Izquierda, un espacio nacido a la luz de la agitación contra las medidas de austeridad impuestas por el FMI, la UE y el Banco Central Europeo, y el Partido Comunista, el hogar tradicional de la izquierda dura portuguesa. 

Por motivos que se remontan al inicio de la crisis de 2008/10 en un caso, y hasta la Revolución de los Claveles en otro, esta alianza aparecía mucho menos natural que las que unieron a socialdemócratas y eurocomunistas en países como Francia e Italia. Sin embargo, era la única manera de evitar una renovación del gobierno liberal-conservador del PSD, que venía de protagonizar un durísimo ajuste presupuestario pero ya conducía una débil recuperación económica. A esta coalición, conflictiva pero funcional, se la conoció como “geringonca”. 

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Los buenos resultados de gobierno abrieron paso a una victoria más contundente en las elecciones de 2019, en las que el Partido Socialista salió fortalecido y quedó apenas a ocho escaños de la mayoría absoluta. En posición de fortaleza, el PS declinó firmar un acuerdo expreso de coalición como el del primer período y optó por negociar cada legislación según las circunstancias, por derecha y por izquierda. El objetivo fue liberarse de las presiones de comunistas y bloquistas, partidarios de una agenda de redistribución más ambiciosa. Si bien funcionó en términos de la latitud política y administrativa en el ejercicio del gobierno, incrementó las tensiones con estos espacios, que se embanderaron con las huelgas de docentes, los reclamos por el aumento del costo de la vivienda y en defensa de las empresas públicas, y terminaron el 2021 rechazando el presupuesto junto con la derecha y la centroderecha. 

El presidente portugués, Marcelo Rebelo de Sousa, decidió la disolución del Parlamento y la convocatoria a elecciones anticipadas en el mes de enero de 2022. En ese contexto, Costa se fortaleció aún más y obtuvo su primera mayoría absoluta, sorpresiva, a costa del derrumbe de la representación del Bloque de Izquierda y el Partido Comunista. Al mismo tiempo, la ultraderecha, representada por el partido Chega! (Basta!), creció de 1 parlamentario a 12, y del 1 al 7% de los votos.

Durante el gobierno en mayoría del Partido Socialista continuaron los buenos resultados económicos (un crecimiento de la economía del 6,8% en 2022 y de 2,5% en 2023, en una Europa asediada por las consecuencias de la guerra en Ucrania), pero estas fueron las únicas buenas noticias. La inflación anual fue del 8,1% en 2022 y del 5,3% en 2023, superando en ambos casos los indicadores de aumentos salariales. El proceso afectó a todo el mundo tras la pandemia, y lo hizo muy especialmente a Europa, por los ajustes energéticos que supuso la guerra, pero, como bien sabemos, los votantes no son, casi nunca, un colectivo especialmente comprensivo. Mucho menos, cuando pierden el entusiasmo. Y es allí donde habrá que buscar las claves de la debacle electoral socialista del domingo. 

A lo largo de todos estos años, la expansión salarial con disciplina fiscal tuvo como contracara una baja inversión en infraestructura, la salsa secreta oculta que permitió garantizar el balance presupuestario. Esto solo empezó a cambiar con la pandemia y la flexibilización de las reglas de gasto europeas, junto con los fondos que, para Portugal, supondrán una inyección de 50 mil millones de dólares, sobre todo en proyectos enfocados en las transiciones digital y de género. El movimiento más importante en el área fue la renacionalización en 2020 de TAP, la aerolínea de bandera, privatizada en 2015 en el marco de las medidas de austeridad. La intervención fue realizada como parte de un rescate en el contexto de la crisis sanitaria, pero respondió en parte a una idea programática de recuperar la aerolínea. El movimiento generó críticas por su resultado financiero para el Estado, aunque los resultados de negocio tuvieron algunos elementos positivos.

Denuncias de corrupción y descuidos imperdonables

El manejo administrativo de la compañía aérea fue, en cambio, absolutamente catastrófico para la posición pública del gobierno. Alexandra Reis, directiva de la empresa, que renunció para ocupar un cargo en el Ministerio de Hacienda, generó un escándalo luego de que se acordara una indemnización por su salida voluntaria de la firma de medio millón de euros. La CEO de la compañía, Christine Ourmieres-Widener, quedó expuesta por ejercer el cargo en simultaneidad con otras dos actividades, algo prohibido en los estatutos, y por colusión con los diputados socialistas, que habrían preacordado su intervención parlamentaria. El manejo de TAP motivó, además, la renuncia del ministro de Infraestructuras, Pedro Nuno Santos, y puso en la línea a su sucesor, Joao Galamba, que fue sostenido por el primer ministro Antonio Costa contra la indicación del presidente, Marcelo Rebelo de Sousa.

El caso del ministro Nuno Santos fue apenas uno en una larga lista que incluyó a más de una decena de funcionarios que abandonaron el gobierno de Costa desde el comienzo de la mayoría absoluta, en general con acusaciones de corrupción, que incluyeron a la mano derecha del premier, Miguel Alves, y una causa originada en el anterior mandato socialista en el sector de la Defensa. 

En paralelo a estas denuncias de corrupción, los portugueses convivieron con importantes conflictos en distintos sectores, como el de Educación, asediado por huelgas y reclamos salariales. En Salud, la heroína de la pandemia, la ministra Marta Temido, decidió renunciar tras el fallecimiento de dos bebés y una embarazada en un contexto de escasez de profesionales sanitarios que se agravó con la crisis de Covid-19. El último escándalo se desató por una operación de posible tráfico de influencias en los sectores del litio e hidrógeno verde, que derivó en allanamientos a las oficinas del propio Primer Ministro e imputación de sus principales colaboradores, el jefe de Gabinete, Vítor Escaria, y el mencionado Joao Galamba. 

De forma sorpresiva para muchos observadores, Costa presentó su renuncia ante el presidente Rebelo de Sousa, quien decidió que el Partido Socialista no completara el mandato parlamentario y convocó, de acuerdo a las reglas del sistema semiparlamentario portugués, a elecciones anticipadas. 

Las acusaciones, de alto impacto por los funcionarios y los sectores productivos involucrados (Portugal es el único productor relevante de litio en Europa, y los fondos del continente en hidrógeno verde y electromovilidad son abundantes), aparecen menos sustanciadas de lo que pasaba en un comienzo. Costa, de momento, no está siquiera imputado, aunque se vio acorralado, no por estas acusaciones, sino por los antecedentes inmediatos de sus funcionarios.

El presidente Marcelo Rebelo de Sousa, de origen en la centroderecha y de relación siempre tirante con el premier -en Portugal, ambos cargos son electivos y, durante mucho tiempo, ambos fueron populares simultáneamente-, vio la oportunidad de convocar una elección que favoreciera al PSD, su partido de origen. La convocatoria a elecciones evitó que el socialismo pudiera reorganizarse y completar la legislatura, acaso bajo Mario Centeno, exitoso ministro de Economía en el primer mandato de Costa y actual gobernador del Banco Central portugués.

Ganó la centroderecha, pero mejor le fue a la ultraderecha

El resultado de lo que pasó el domingo es mixto. Si bien es cierto que la alianza de centroderecha efectivamente pudo imponerse, lo hizo por un margen muy escaso y empeoró en un punto los resultados de 2022, si se suman los dos partidos que la integraron. El gran triunfador fue Chega!, que pasó de 7 a casi 20% de los votos, y de 12 a 48 parlamentarios.

Tras obtener el 1% de los votos en 2019, el líder ultraderechista André Ventura hizo crecer su perfil político a fuerza de carisma y encendidas acusaciones que comenzaron enfocándose en los inmigrantes y la comunidad gitana, pero fueron mutando hacia el sistema político y la corrupción. Un discurso de extrema derecha “anticasta” que se coló muy bien en el desfile de renuncias y escándalos que marcó la última etapa de Costa y tuvo fuerte recepción entre racistas y extremistas. Ventura se dijo dispuesto a integrar un gobierno con la centroderecha triunfadora y se prepara para influir decisivamente en el gobierno.

El líder de centroderecha, Luis Montenegro, descartó durante la campaña, y luego del resultado, formar una coalición con la ultraderecha, que además tiene sus propios enfrentamientos con el presidente De Sousa. En el socialismo rechazaron una gran coalición a la alemana y su nuevo líder, Pedro Nuno Santos -revivido tras el escándalo de TAP-, afirmó que el lugar de su partido será en la oposición, donde buscará reconstruir y recuperar su perfil. En este marco, el escenario más probable parece un gobierno en minoría de la alianza de centroderecha. En el medio, la historia de otro gobierno y un proceso cuyos logros notables se deshicieron como arena en las manos de la coyuntura, a fuerza de descuidos imperdonables.

Es abogado, especializado en relaciones internacionales. Hasta 2023, fue Subsecretario de Asuntos Internacionales de la Secretaria de Asuntos Estratégicos de la Nación. Antes fue asesor en asuntos internacionales del Ministerio de Desarrollo Productivo. Escribió sobre diversas cuestiones relativas a la coyuntura internacional y las transformaciones del sistema productivo en medios masivos y publicaciones especializadas. Columnista en Un Mundo de Sensaciones, en Futurock.