A Molina no lo querían

Vida y obra del lateral derecho que cautiva a Scaloni.

Hola, ¿cómo estamos?

En los últimos dos años, estos días fueron de cuarentena obligatoria. Los recuerdos contracturados. Como barrenando entre la negación de irse al descenso y el aferrarse a continuar peleando pase lo que pase. Las heridas no deben oxidarse. Ni por perder hay que olvidarse de las gambetas. Ni por temor hay que dejar de patear al arco. Ni por ridículo hay que abandonar una corrida por más que vaya a ser gol del rival.

Hoy es mi cumpleaños. Los últimos dos los pasé sin público, a puertas cerradas y tratando de no perder. Tomo este comienzo como un testamento para la posteridad. Y le agradezco al fútbol y a las palabras la virtud de enseñar que siempre hay revancha.

Acá estamos.

Vamos de nuevo. 

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A Molina no lo querían

Hay un lugar dentro de su lugar en el mundo. Y no le encuentra palabras para describirlo porque no le hacen falta. “Es que el lago es ir, tomar mate y listo. No tiene más explicación”, narra como si fuera un folklorista. Embalse no supera los diez mil habitantes. Queda al sur de la ciudad de Córdoba. Nahuel era el hijo de Hugo. Hugo gozaba del título de mejor talento de la zona. Hasta que se transformó en el papá de Nahuel. Como Embalse mutó en la ciudad de Molina. Porque el lateral derecho campeón de América no sólo es el primero de la zona en ganar un título con la Selección. Desde el instante en que el equipo de Lionel Scaloni venció a Brasil en el Maracaná, se volvió inédito en la región de Calamuchita. A los 24 años y para siempre, es el ciudadano ilustre.

Le cayó la ficha en un partidito. Club Naútico Fitz Simon se enfrentaba contra un rival que hacía dos años no perdía. Mauri, su amigo del jardín de infantes, compartía los colores sol de la casaca. Toda la vida habían pateado en el fondo de su casa. Partidos imaginarios, arcos a arcos, cualquier tipo de ludismo esférico. Pero esa tarde le vio algo diferente. Nahuel chutó desde mitad de cancha. La clavó. El 1-0 significaba tanto como trascender en el Maracaná. Tiraban abajo un invicto. “Fue uno de sus últimos partidos antes de irse a Boca, pero ya se veía que estaba a otro nivel”, explica, a la distancia. 

Marcos Villalobos es una pluma exquisita de la zona. El 7 de diciembre de 2012 publicaba una entrevista al pibito de 14 años. Guardaba una declaración de principios: “Yo juego al fútbol, no me importa la camiseta, juego a la pelota de igual forma si tengo la del Barcelona o la de Fitz Simon”. La referencia catalana despega esta historia. 

El club Vecinos Unidos de Río Tercero hacía pruebas. Detrás, había un flamante acuerdo entre el Barcelona y Boca para captar futbolistas. A Molina le echaron el ojo. Le propusieron viajar a España para continuar evaluándolo. Tenía apenas once años. Arrancaba el transporte hacia la otra galaxia. Quedó. Lo invitaron a vivir a una pensión satélite del proyecto en San Justo. El oeste del Gran Buenos Aires poseía una isla blaugrana. Detrás de la gestión estaba Coqui Raffo. Que con el triunfo de Daniel Angelici en las elecciones de Boca en 2011 se sumaba a las Inferiores xeneizes. Un movimiento que culminaría con el lateral sumado a las filas bosteras.

Su paso por la pensión no dejó de sentir los dolores naturales del desarraigo, pero no demasiado. Molina siempre se ocupó de agradecer cómo lo cuidaron en Boca. No nació fanático azul y oro, pero el escenario lo enamoró. Algunos partidos los latió desde la tribuna, otros como alcanzapelotas y, finalmente, ingresando desde el túnel, viendo cómo el piso se movía. Rodolfo Arruabarrena apostó por él. A los 16 años, lo convocó para que se entrenara con la Primera. A los 17, lo dispuso para un cruce contra San Martín de San Juan. No siempre arribar antes es mejor. Apenas vistió la camiseta en ocho oportunidades.

En años en que Boca no logró consolidar un lateral derecho, mezclando a Julio Buffarini con Leonardo Jara, salió a préstamo. Primero, a Defensa y Justicia, en 2017. Tierra santa para los que andan buscando un lugar para ser. Su primer entrenador fue Sebastián Beccacece. Al cuerpo técnico le sorprendían la timidez y la humildad pese a venir de un grande. Se volvería una pieza fundamental en un semestre en que Defensa y Justicia sumaría la misma cantidad de puntos que Boca, el campeón. Aunque las unidades no alcanzaran para equiparar las pocas cifras acumuladas en la primera parte de un torneo largo.

Regresó a Boca. Soñaba con disputar la titularidad. Lo descartaron. Lo enviaron a préstamo a Rosario Central. No era su única desazón por ser marginado. Con entonación maradoniana, a Molina, así como a Di María, tampoco lo querían. La primera vez en que Embalse se paró por Molina fue durante un enero de mucho calor. Los viejos y las viejas clavaron chop en mano, los televisores en la vereda y el hijo pródigo debutando con la casaca albiceleste. En Ibarra, Ecuador, Argentina se estrenaba en el Sudamericano Sub 20 frente a Perú. Los tiempos turbulentos de la AFA hacían que el equipo estuviera un tanto desarmado. Claudio Úbeda conducía al grupo. Los problemas futbolísticos los solucionaba un Lautaro Martínez ya tocado por la varita mágica que igualaba el encuentro a 1-1 en el minuto 89. Daba lo mismo. Con el dorsal 4 en la espalda, el orgullo conmovía a la ciudad. 

Con dos goles del Toro, Argentina vencía a Venezuela y se clasificaba para el Mundial Sub 20. A la par, Guillermo Barros Schelotto lo descartaba del xeneize. Lo disponía para jugar en Reserva. A Úbeda la falta de competición de Molina le pareció una razón suficiente para excluirlo de la lista mundialista. Perdió la pulseada con Gonzalo Montiel y con la capacidad de adaptación de Juan Foyth. Qué importa. No se iba a dar por vencido. Apostaría a Rosario Central para reconstruirse. 

El rendimiento rosarino era digno. Tampoco se había consolidado como titular aunque 16 presencias eran más que la oferta de Boca. Mauro Cetto, el director deportivo canalla, lo había traído con una situación de su pase interesante: 750 mil dólares por el 50% de su ficha o 1,2 millones por el 90%. Decidieron no invertir. Le correspondía volver a la Ribera. Pero el sueño azul y oro iba culminando a la par de que su contrato llegaba a su fin. Regresó y no llegó a un acuerdo con la nueva gestión de Jorge Ameal. El destino en sus manos. Con lo bueno y lo malo de eso. 

Alguien podrá bucear en el esoterismo para comprender por qué ocurren otras cosas. O en cómo lo cultural puede acunar un sueño. Hay una parte de la reconstrucción de la Selección que se parió en una mala temporada en el Udinese. El equipo peleaba el descenso. Apenas siete unidades por arriba del Benevento, respiraban. No de cualquier forma. Tres argentinos encabezaban la resurrección del equipo del norte de Italia. Juan Musso bajo los tres palos. Molina, en la defensa. Y Rodrigo De Paul, en los días en que Oliver Atom empezó a apoderarse de su cuerpo hasta construir la simbiosis perfecta. 

El fútbol y las pequeñas sociedades es una de las grandes tesis de César Luis Menotti, campeón en 1978 y hoy involucrado en el proyecto de la Selección. Si de algo conoce Scaloni es de grupos y de Argentina. Apostar a los pequeños grupos edificó los flamantes cimientos. Tan bien se le dio al terceto de Udinese que a Musso lo compró el Atalanta para disputar la Champions League, a De Paul lo adquirió el Atlético Madrid y Molina se consolidó, con seis tantos, como el defensor más goleador de Europa. 

Suele decirse que tener hermanos o hermanas para jugar eleva el nivel futbolístico. Hugo y Leila tuvieron cuatro varones. Todos dedicados a patear la pelota. Su hermano Álvaro, de hecho, juega en las inferiores de Talleres. La competencia le dio técnica. Su formación en Boca le potenció las virtudes. Pero Italia lo hizo crecer tácticamente. “En Defensa estuve con Becacecce y jugábamos con este mismo sistema de 3-5-2, y es como que ya tenía los movimientos desde ahí”, explicaba en los días en que debió acostumbrarse a medirse con grandes cracks. Al que admite como más complicado fue Frank Ribery, cuando el francés vestía los colores de la Fiorentina. Claro que no puede olvidarse de la tarde en que le tocó la Juventus y delante le aconteció la inolvidable tarea de seguirle los pasos a Cristiano Ronaldo.

Uno de los grandes problemas de la Selección en la última década era la ausencia de laterales derechos que compitieran entre sí. Nicolás Otamendi, Pablo Zabaleta y Gabriel Mercado ejercieron la función en los últimos tres mundiales. Dos de ellos inicialmente centrales. La nueva etapa armó una competencia que venía desde el Sub 20. Montiel y Molina se potenciaron en ese desafío. Hasta no saber quién es el titular y quién el suplente.

No le tocó ser titular en la final contra Brasil. La semifinal contra Colombia había sido una noche insoportable. El extremo izquierdo Luis Díaz, goleador de esta semana del Liverpool en la ida por los cuartos de final de la Champions League frente al Benfica, le pintó la cara a ambos laterales. En la Primera parte, Scaloni apostó por Molina. En la segunda, por Montiel. Ambos sufrieron. Como la Selección, que culminó en los penales y en la noche entre literaria y tribunera del Dibu Martínez.

Ganar da confianza. Asienta las posiciones. Borra el temor a perder. Argentina se tornó imparable después de la Copa América. Molina comenzó a ganarle la pulseada a Montiel. El ex River lo supera defensivamente y el ex Boca es más agresivo en ataque. Ambos pintan dos escenarios diferentes en sus clubes: Cachete, en el Sevilla, es suplente del mítico Jesús Navas, mientras Nahuel es un arma clave para Udinese, que camina en el puesto trece de la Serie A.

Trascender es otro relato. Depende de la caja donde tocó nacer. Molina podría dejar el fútbol hoy y aun así ser una leyenda. En Embalse hay graffitis con su rostro y el club Fitz Simon ostenta haberlo acunado. El mayor registro no late en las paredes sino en la piel. La madrugada posterior a que Argentina venciera a Brasil, el lateral le escribió a su tatuador que pensara un diseño para enmarcarle ese recuerdo en la piel. La felicidad no le entraba en el cuerpo. Y eso que todavía no sabía que su arte era pintura para su mundo. Cinco amigos suyos de toda la vida decidieron unos días después que merecía un homenaje. Se juntaron una tarde, hicieron fila en un tatuador y se untaron su firma. Hay un lugar dentro de su lugar en el mundo. Piensa en ese paisaje cada uno de sus días. Ese lugar lo espera para tomar mate. Sabiendo que posee un embajador en el planeta que hace flamear su bandera hacia lo más alto. No hay Embalse sin Molina y no hay Molina sin Embalse.  

Pizza post cancha

  • Falleció Pedro Marchetta. Uno de esos personajes que edificó el fútbol de la década del ochenta y del noventa. Este 100×100 con Diego Borinsky es una biblia.
  • Estefanía Banini volvió a vestir los colores de la Selección argentina. Es crack. No se pierdan sus mejores goles.
  • Tiger Woods regresa al circuito. Si no la viste, no te pierdas la película que está en HBO.

Esto fue todo.

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Abrazo grande,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.