A 50 años de Alí-Foreman en Zaire
“Rumble in the Jungle”, pelea ícono, cumple medio siglo. Marcó un antes y un después en la historia del boxeo mundial.
Sentado sobre el ring, con sus piernas colgando, Muhammad Alí les dice a los periodistas que son “tontos e ignorantes”. Y que, por culpa de ellos, la gente cree que él será destrozado por George Foreman, campeón siete años más joven, invicto en 40 peleas (37 nocauts, los últimos ocho antes del segundo round). Faltan apenas horas para el 30 de octubre de 1974 en Zaire, hoy República Democrática del Congo. La pelea que fue cine, novela y póster, acaso la más mítica en la historia del boxeo mundial. Y que dentro de diez días cumplirá medio siglo.
Allí sentado, Alí lee entonces a los periodistas los nombres de casi todos sus rivales previos. La lista cierra con los principales pesos pesados del mundo. Alí le pide luego a Angelo Dundee, su entrenador, que lea los rivales que, en cambio, ha enfrentado Foreman. Se ríe ante cada “Don Nadie” que cita Dundee. “Soy un científico –dice Alí a los periodistas, mientras frota la cabeza de su asistente Drew Bundini, ubicada entre sus piernas, como si fuera una bola de cristal-, soy un artista que ustedes no respetan”. Y afirma que ganará. Porque él, a diferencia de la gente blanca, no siente miedo cuando ve a un negro “musculoso”.
En realidad, casi todos temen el desastre. También su médico. Ferdie Pacheco, que reservó un vuelo directo a Lisboa por si fuera necesaria una intervención de urgencia tras la pelea.
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“Soy el rey del mundo”
El miedo tiene lógica. El mejor Alí ya es pasado. Se llamaba Cassius Clay y en 1964 se había convertido en el campeón más joven (22 años) al vencer en Miami, también contra todos los pronósticos, a Sonny Liston, que era favorito 7–1 en las apuestas, un huracán pero de vida miserable, rehén de la mafia y que, como graficó Norman Mailer (uno de los padres del llamado “Nuevo Periodismo”), era “la esperanza de cualquier desesperado”. Pero Liston terminó abandonando en el octavo round. “¡Tráguense sus palabras! ¡Soy el rey del mundo!”, le gritó Alí a los periodistas, con su amigo Malcolm X celebrando en la butaca siete del estadio, completamente vigilado por el FBI.
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SumateLa historia más fuerte fue al día siguiente. “Seré lo que yo quiera ser, no lo que ustedes quieren que sea”, le dijo el nuevo campeón a los periodistas. Y anunció que no sería más Cassius Clay (“nombre esclavo”), sino Muhammad Alí. Era la confirmación de su conversión al Islam. Tres años después, alistado por el Ejército, Alí se negó a combatir en Vietnam porque a él ningún vietcong, dijo, lo había llamado “negro”. Alí ya no solo era “negro” y “musulmán”. También era “antipatriota”. Y bocón. Y un orador formidable. “Yo soy Estados Unidos de América/ Yo soy la parte que no quieren/ Pero acostúmbrense a mí: negro, seguro, arrogante/ Mi religión no es la de ustedes/ Mi nombre no es el suyo”. Fue demasiado. Lo condenaron a cinco años de cárcel (jamás fue preso) y le quitaron el título. Perdió acaso los mejores años de su carrera. A cambio, nacía la leyenda. El boxeador que, poco menos, sería más importante que el boxeo mismo.
Cuando éramos reyes
Volvamos a Zaire. El campeón arrogante que describiría Norman Mailer en el libro “The Fight” (“La pelea”, como si no hubiese habido ninguna otra más) también tiene humor. Lo cuenta el documental que ganó Oscar en 1996, “When we were kings” (Cuando éramos reyes). Alí está recostado sobre la cama de su habitación y listo para un nuevo show. “¿Quieren saber cuán rápido soy?”, desafía a los periodistas. “Soy tan rápido que apago la luz y vuelvo a la cama inclusive antes de que la habitación quede a oscuras”. Y sigue en otra escena: “Peleé contra un lagarto, contra una ballena. Esposé a un trueno y encarcelé a un rayo. La semana pasada asesiné a una roca, lesioné a una piedra y mandé al hospital a un ladrillo”. A todo, como siempre, Alí le pone rima (“You think the world was shocked when Nixon resigned?/ Wait till I whip George Foreman’s behind” (¿Creen que el mundo se sorprendió cuando Nixon dijo que renunciaba?/ Esperen a que lo agarre a George Foreman por detrás”). Hay rima en sus pronósticos, triunfos y peleas. A la de Zaire la llama “Rumble in the Jungle” (Rugido en la selva).
La pelea ícono se celebra en el corazón del África negra. Y Alí juega como nunca antes la carta de la negritud. Él es África. “Peleo por los negros sin futuro”. Foreman (también negro) es en cambio un “invasor”. Es el “Tío Tom” que unos años antes había celebrado su coronación en los Juegos Olímpicos de México 68 con una banderita de Estados Unidos. Alí se entrena corriendo junto a los niños pobres de los suburbios. Los niños, como todo Zaire, le cantan: “¡Ali Boomaye!” (“Alí, mátalo”). Que lo mate a Foreman, claro. Foreman es el campeón. Pero juega de visitante. Divorcio, malhumor, calor y lesión lo obligan a postergar más de un mes la pelea y seguir donde jamás quiso ir. “Vigilen los aeropuertos, las estaciones de ferrocarril y hasta las sendas de los elefantes”, se burla Alí, sabiendo que su rival está harto y podría escaparse. Alí provoca para que Foreman suba al ring con deseos de asesinarlo. El, mientras tanto, se dedicará a boxear.

Bailaré bailaré
Pareciera que solo Alí cree en su triunfo. El vestuario, antes de la pelea, contaría Mailer, “está aterrado”. Hasta que Alí comienza a cantar “Bailaré, bailaré” y todos los siguen, “bailarás, bailarás”. Es el gran engaño. Porque el gran bailarín de los rings, ya con 33 años, cambia completamente de estrategia. Ya no puede “flotar como una mariposa” ni “picar como una abeja” (“Float like a butterfly, sting like a bee”). Antes de la pelea hasta había subido la apuesta: “Float like a butterfly/ Sting like a bee/ His hands can’t hit/ What his eyes can’t see” (Sus manos no pueden golpear/ Lo que sus ojos no pueden ver). Todo es un gran engaño. Lejos de bailar, Alí se recuesta en las cuerdas. Foreman por supuesto que lo ve. Es un blanco fácil. Y Foreman se cansa de pegarle.
“Está loco, lo van a matar”, alerta en la TV Joe Frazier, su rival histórico. Pero a partir del quinto round Alí sale de las cuerdas y comienza a golpear. Faltan veinte segundos para que termine el octavo asalto. Llega “el golpe que Alí guardó durante toda su carrera”, escribiría Mailer. Foreman, sigue el escritor, fue cayendo mirando a Alí “sin rabia, como si en realidad fuera la persona que él mejor conocía del mundo, que estaría con él en su lecho de muerte”. “Alí –escribió Ernesto Cherquis Bialo, uno de los tres periodistas argentinos allí presentes- dio la más brillante cátedra que pueda ofrecerse sobre el boxeo técnico, estético, eficiente y cerebral”.
Pero “Rumble in the Jungle” (siempre hay un Lado B) también podría ser señalada como el fin de una era. Y, claro, el comienzo de otra. La era del boxeo rendido a la TV (la pelea comenzó a las 4 de la madrugada en Zaire para llegar en horario central a Estados Unidos). La era del reinado de Don King, el expresidiario que pagó una bolsa de cinco millones de dólares a cada boxeador (una locura entonces) y estafó a muchos otros en el camino. Y la gloria de Mobutu Sese Seko, el dictador que gobernó 32 años en Zaire bajo terror, acusado del asesinato del líder independentista Patrice Lumumba en 1961, para convertirse en un niño mimado de Estados Unidos.
Alí, que hasta entonces era un negro radical, que pedía castigo para las mujeres negras que se vincularan con blancos, fue a Zaire, además del dinero, seducido por la carta racial de Don King. La historia del Zaire por fin liberado de la esclavitud y de las viejas atrocidades anteriores del rey Leopoldo de Bélgica. En Zaire, Alí se coronó campeón por tercera vez. Récord. Pero, según uno de sus biógrafos, Dave Zirin, Alí inició acaso allí un camino declinante en su militancia política, ya mimado y santificado por el establishment, y, muchos años después, también sin voz pública por el Parkinson que terminó matándolo en 2016. Foreman y Don King viven. Son parte de una población negra que inquieta a los demócratas, porque son votantes seguros de Donald Trump para las elecciones del 5 de noviembre en Estados Unidos. Impensado, en cambio, para el Alí joven o más viejo. Para el campeón mundial que inspiró a millones.