Los libros del año

En la lista personal de Malena Rey hay más narrativa personal y ensayo que ficción, y más literatura argentina que extranjera. Un recorrido por sus lecturas.

Para cerrar este 2024 tan cargado les propongo un balance de lecturas distribuidas por géneros. Son todos libros que leí y que terminé (este año terminé 63 en total). Tuve lecturas más erráticas que en otros períodos, menos sistemáticas, confieso. También leí mucho por trabajo (incluso libros que todavía no existen como tales). Preferí más narrativa personal y ensayo que ficción. Más libros argentinos y menos extranjeros. Como toda selección, es arbitraria y en este caso está mediada por el gusto. Para ilustrar, elegí los collages de Toon Joosen, un diseñador y artista que vive en Países Bajos y que trabaja con recortes e imágenes digitalizadas de otras épocas, bastante divertidas, que tienen a los libros de soportes de una serie de operaciones.

Empecemos.

#UNO. NO FICCIÓN / ENSAYO

La llamada, de Leila Guerriero (Anagrama)

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Un libro ineludible de este año, que aparece en absolutamente todos los balances y que viene a reponer la historia de Silvia Labayru, una militante que estuvo detenida en el ESMA, parió en cautiverio, y fue liberada en 1978. Guerriero empieza a entrevistarla en 2021, cuando ella está de vuelta en el país luego de vivir durante décadas en España, y juntas empiezan a desentrañar una vida muy difícil, y a preguntarse por el rol de los sobrevivientes de los 70 y los juicios morales que pesaron (y pesan todavía) sobre ellos. Escrito y armado con gran inteligencia narrativa, es de esos libros que precisan ser comentados con otros, que inician o retoman conversaciones necesarias.

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Ricardo Piglia a la intemperie, de Mauro Libertella (Universidad Diego Portales)

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Piglia al morir dejó, entre mucha obra, los tres volúmenes de sus diarios (bueno, de Los diarios de Emilio Renzi). Entonces era todo un desafío contar su vida por fuera de eso, de lo que él quería que fuera leído. Mauro Libertella armó un perfil muy ajustado de su trayectoria personal y literaria entre Adrogué, Mar del Plata, Buenos Aires y Princeton leyéndolo en profundidad y entrevistando a quienes se formaron con él como Alan Pauls y Martín Kohan, a sus amigos más cercanos como Luis Gusmán, y a su sobrino Germán Maggiori, entre otros. Para quienes disfrutamos de conocer la historia de los intelectuales argentinos, acá están muy bien reconstruidos algunos episodios clave, como la relación con Josefina Lumer en dictadura, o las rencillas con César Aira. Incluso el fallido Premio Planeta y lo que implicó para su prestigio. También está tratada su enfermedad de manera delicada y conmovedora. En una semana en la que lamentamos tanto la muerte de Beatriz Sarlo, nos vamos dando cuenta de cómo se termina una época: la de las revistas en papel, la de los intelectuales comprometidos con sus ideas que no temían ser criticados ni lidiar con las polémicas. Ahora viene el tiempo de procesar todos sus legados.

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Las redes son nuestras. Una historia popular de internet y un mapa para volver a habitarla, de Marta Franco (Consonni)

Este libro me ayudó a entender por qué siento tanto malestar sobre lo que es internet hoy respecto de lo que supo ser en sus comienzos. Su autora, una hacktivista española que sabe mucho del tema, explica cuáles considera que fueron los “tres robos” que sufrió la web y cómo dejó de ser un espacio creativo y colaborativo para volverse una usina de odio y conspiración. Pero también imagina y propone algunas alternativas para intentar recuperar parte de su espíritu original. Y hasta recomienda páginas en las que se puede hacer data detox (quizás lo pruebo en el verano).

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#DOS. NARRATIVA PERSONAL

¿Por qué son tan lindos los caballos?, de Julieta Correa (Rosa Iceberg)

Un primer libro sorprendente por la frescura con la que Julieta Correa trabaja sobre un tema tan difícil como la demencia de su madre. Una demencia progresiva, que arrasa con el cuerpo y las palabras de Sari, una mujer ocurrente que supo ser el reservorio de las anécdotas familiares, y que ahora requiere de otro trato y de cuidados muy especiales. Entre la autobiografía, el cuaderno de notas y la voz de la misma Sari (que se cuela gracias a las anotaciones de sus diarios), ¿Por qué son tan lindos los caballos? logra ser un libro luminoso sobre hechos demoledores, una pieza literaria inteligente y refinada que conjura la tristeza y el miedo para transformarlos en otra cosa.

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Autorretrato, de Jesse Ball (Sigilo)

En una sentada, Jesse Ball escribió este texto sin respiro (no tiene puntos y aparte) sobre quién es, qué lo mueve, a qué le teme, qué le importa y qué le molesta. Una especie de autorretrato pictórico pero hecho de palabras que lo van definiendo y que no siguen ningún orden específico, ninguna cronología ni jerarquía. Inspirado en el mismo ejercicio realizado por el escritor francés Edouard Levé, Ball consigue un texto hipnótico y poderosamente sincero en el que nos deja asomarnos un poco más a su historia personal que en el resto de su obra.

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Diario de una aprendiz de señas, de Tania Dick (Bosque Energético)

Bello y sutil. Breve y delicado. Tania Dick es una bailarina y coreógrafa que se propone aprender otro lenguaje no verbal: el de señas. Y este es el registro de sus clases, de sus pequeños aprendizajes, y del universo que se le abre a partir de esa experiencia. Es que es raro aprender a hablar con las manos y los gestos teniendo la capacidad de escuchar. Esta lengua nueva habilita toda otra percepción del mundo, que es contada con la lógica del hallazgo. Otro gran título de Bosque Energético, la editorial dedicada a recuperar diarios, que este año también publicó Diario del abandono, de Leopoldo Brizuela (que todavía tengo pendiente).

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Faltas. Cartas a todas las personas de mi pueblo que no me violaron, de Cecilia Gentili (Caja Negra)

La hija de su abusador, la amante de su padre, la partera más mala del pueblo, su mejor amigo, su madre, su abuela: estos son algunos de los destinatarios (vivos o muertos) de las cartas a los que la artista y activista trans (residente en Nueva York) Cecilia Gentili les escribe en Faltas para ajustar cuentas con su pasado en el pueblo de Gálvez, Santa Fe, donde nació en 1972. Un pueblo que silenció los abusos sistemáticos que sufrió desde sus seis años y que ejerció distintos tipos de violencia sobre su cuerpo y su identidad. Ya madura, con una vida constituida como mujer trans, decide denunciar lo que vivió y lo hace con una potencia increíble, y una lengua desatada. Va y viene en el tiempo, seduce, ridiculiza, acusa, perdona. Es el único libro que Gentili escribió (en inglés) antes de morir repentinamente en febrero de este año. Y uno de los más impactantes y genuinos que leí en el año.

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#TRES. NARRATIVA

En El Pensamiento, de César Aira (Penguin Random House)

El Pensamiento es un pueblo pequeñísimo de la provincia de Buenos Aires que tiene apenas un puñado de casas y una estación de tren. Allí pasó la infancia el narrador de esta historia, antes de mudarse con su familia a Pringles, y ahora vuelve sobre sus recuerdos de esa época en los que las enseñanzas sobre el mundo le llegaban gracias a su curiosidad, y a la figura primero de la maestra y después del preceptor, un hombre joven contratado por su padre para que lo instruya. Pero Aira no se queda solo en la superficie de la evocación de ese pasado y esas costumbres (que es muy hermosa, por cierto), sino que le imprime otra pátina a los recuerdos a partir de la curiosa desaparición de una locomotora… No les cuento mucho más para que busquen esta novela breve sobre las memorias y las fantasías infantiles.

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La vida por delante, de Magalí Etchebarne (Páginas de espuma)

Venimos siguiendo a Magalí Etchebarne desde los cuentos de Los mejores días y el excelente poemario Cómo cocinar un lobo. Este nuevo libro ganó un premio importante en España, el de Ribera del Duero, con un jurado de lujo en el que estaban, entre otros, Mariana Enriquez y Brenda Navarro. Y no defrauda para nada, al contrario. Protagonizados por mujeres que se preguntan qué implica trabajar, enamorarse, envejecer, morirse o que se te mueran, los relatos expresan distintos sentimientos de una manera muy inteligente y con un humor extraño, que recuerda al de Hebe Uhart o al de Lorrie Moore. No hay regodeo en el drama ni grandilocuencia, sino personajes que quieren tener vidas más o menos interesantes, sufrir poco y disfrutar de lo que se pueda. Son cuentos poderosos porque se quedan en nosotras varios días después de haberlos leído, que amplifican sus ecos y sus voces y que nos hacen considerar el pasado y las experiencias duras en función de todo lo que todavía está por venir. De lo mejor que leí en el año.

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La ficción del ahorro, de Carmen M. Cáceres (Fiordo)

Una novela situada en plena crisis del 2001, en Posadas, ciudad a la que vuelve Belén, una chica de 20 años desde Buenos Aires para ayudar a la familia en una operación bancaria (tienen que sacar dólares de una caja de seguridad antes de que los agarre el corralito). ¿Qué implica el ahorro para las típicas familias argentinas? ¿Cómo era ser niña en los tempranos noventa, entre la incertidumbre laboral y el uno a uno? ¿A qué fantasías accedemos cuando tenemos plata guardada? Con un ritmo literario muy fresco, Carmen Cáceres nos habla de la especulación, de las dificultades de las familias ensambladas y de las diferencias de clase y nos cuenta con gran destreza una historia con la que más de uno se va a poder identificar.

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Como bestias, de Violaine Bérot (Las afueras)

No me canso de recomendar esta novela breve de una autora francesa que solo tiene este libro traducido y que comentamos en el newsletter dedicado a la montaña (Bérot nació justamente en la región de los Altos Pirineos). Es una ficción polifónica en la que se reconstruye, a partir de las voces de muchos habitantes de un pueblo muy pequeño, lo que sucede con el protagonista, un joven a quien llaman el Oso, ermitaño y un poco peligroso, que vive solo con su madre en lo alto de una montaña, retirados de la sociedad. Esta es una novela sobre la incomprensión en la que hay un poco de todo: algo de policial, algo de misterio, algo sobrenatural y hay, sobre todo, un trabajo con la oralidad muy logrado. No falla.

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#CUATRO. POESÍA / ENSAYO SOBRE POESÍA

Tulang Pinoy, de Daniel Durand (Fadel & Fadel)

Justo hace pocos meses hice todo un Hilo destinado a la poesía argentina publicada este año, que fue muy bueno para el género porque salieron grandes libros, rescates y varios ensayos valiosos (el de Prieto, el de Gambarotta, el de Crotto). Elijo quedarme con este poemario de Daniel Durand porque no se parece a nada. En Tulang Pinoy se encarga de diseccionar su experiencia en Filipinas, país al que llegó a buscar a una mujer que había conocido por internet y en el que se quedó viviendo varios años y formando una familia. En este libro hay extrañamiento y seducción, hay registro de paseos en los que el poeta nos intenta contar qué es todo ese exotismo y cómo funciona en la vida cotidiana, y hay varias preguntas también sobre la identidad que se pone en cuestión cuando no tenés a nadie cerca con quien hablar en tu idioma.

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Un poema pegado en la heladera, de Martín Prietto (Blatt y Ríos)

Este libro se fue construyendo con mucha libertad a partir de notas que el poeta y profesor rosarino Martín Prieto fue publicando en la revista digital Panamá, empujado por su amigo Martín Rodríguez. Pero leídos uno detrás de otro, se genera un recorrido muy personal e inteligente por los versos y poemas a los que Prieto vuelve y pone en relación. Entre el ensayo autobiográfico y la crítica cultural, acá de lo que se trata es de cómo los poemas se inmiscuyen en la vida cotidiana armando el camino lector de quien se apropia de ellos. Si no se convencen de comprarlo o no, prueben leyendo primero la entrevista que le hizo Hinde Pomeraniec (en su podcast Vidas Prestadas y en Infobae) y ahí ya no van a tener dudas.

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#CINCO. INFANTILES

Ciudad alfabeto, de Nicolás Schuff y Pablo Boffelli (Musarañita)

Los llamados “alfabetos” son esos típicos libros para ayudar a los chicos a aprender las letras. Pero este no es un alfabeto común y corriente, sino un experimento más desafiante y alocado. Porque lo que se descubre mientras pasan las letras en orden es toda una ciudad llena de detalles y pequeñas criaturas que visita Alvar Almendro, un explorador del mundo que sale a la aventura y al que acompañamos como lectores pasando las páginas. ¿Cuántas ciudades caben en una? ¿Cuántos tipos de seres pueden convivir en ella? “Antes acá había árboles y aves. Ahora hay autos, antenas y androides”, nos cuenta el protagonista, al que hay que buscar en todas las ilustraciones como a Wally. Un libro consagratorio de la dupla creativa Schuff-Boffelli, pensado para todas las edades, y para los espíritus aventureros que no se sienten tan cómodos con este estado tan avanzado del capitalismo.

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Félix y el club de los resucitados, de Natalia Moret (Sudamericana)

Destinada a un público lector de edad suficiente como para encarar una novela de 120 páginas, esta es una historia muy original, y muy bien escrita. El protagonista es Félix, un chico que ama pintar y que consigue trabajo en una funeraria pintando… muertos. Le quedan tan reales que los muertos resucitan. Pero nadie quiere lidiar demasiado con ellos, así que los aloja en su casa y se arma una aventura muy ocurrente llena de detalles macabros y divertidos a la vez. Es la primera novela infantil de Natalia Moret, que ya tiene varios libros publicados para otros públicos, y sale más que bien parada de este desafío.

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#SEIS. BONUS PARA EL VERANO

Antes de despedirme, un punteo por otras cosas que no son libros para aprovechar y ver o escuchar en enero, cuando el tiempo tenso del año se relaja un poco.

  • Una serie: Self-portrait as a coffee-pot (disponible en Mubi). Confieso que no sabía a qué le estaba dando play cuando puse el primer episodio de los nueve que la componen. Y la sorpresa funcionó, porque conocí a William Kentridge, un artista sudafricano del dibujo y la animación que abre su estudio y se filma a sí mismo produciendo y reflexionando sobre los procesos creativos y los rumbos inesperados del arte. Reflexivo, brillante, por momentos un poco ridículo o demasiado mental, Kentridge experimenta con todos los formatos y soportes que tiene a mano, los altera, los interviene, y se divierte con eso. Arte y libertad.
  • Una película. O mejor dos. ¡Y argentinas! Trenque Lauquen, de Laura Citarella (en rigor es de 2022, pero recién ahora está disponible en HBO Max). Pueden verla en dos partes, porque dura cuatro horas. Lo mejor es no saber mucho de su trama: vale la pena dejarse llevar por este viaje literario al interior de la provincia de Buenos Aires protagonizado por Laura Paredes, Rafael Spregelburd, Verónica Llinás y Ezequiel Pierri. Y también El Jockey, de Luis Ortega, una de las más osadas que vi en el año, porque no se deja encasillar y no sabés hasta dónde pueden llevar la trama. Una película original, inteligente, con una banda sonora llena de temazos, y ecos lejanos a Kaurismaki y a Lynch (ya disponible en Disney+).
  • Un podcast: Grandes infelices. Escrito y narrado por el escritor español Javier Peña, en cada episodio se elige abordar la existencia de un autor o autora que no la haya tenido fácil, para ver qué relación se teje entre la vida y alguna de sus obras. Los nombres son todos notables (Duras, Bolaño, Berlin, Pizarnik, Forster-Wallace, Quiroga, Rushdie, Woolf, Pessoa) y la producción es muy cuidada, con guion ajustado y material de archivo.
  • Un disco: Nobody loves you anymore, de Kim Deal. La ex bajista y cantante de Pixies y The Breeders acaba de sacar su primer álbum solista a los 63 años y es realmente hermoso. Las canciones son sencillas, algunas más potentes y rockeras y otras más suaves, con arreglos sutiles. Mi tema favorito es “Are you mine?”, que parece que está dedicado a su madre, que tenía alzheimer. Gracias por esta sorpresa, Kim.

Nació en Buenos Aires. Es licenciada en Letras por la UBA y trabaja como editora y periodista cultural. Forma parte del equipo de la editorial Caja Negra. Desde 2020 a 2024 escribió el newsletter El Hilo Conductor en Cenital. Fue editora en la revista Los Inrockuptibles, tuvo un ciclo de entrevistas con escritores en el Malba y fue columnista en Futurock. Participa también del podcast Algo Prestado.