Venezuela y el voto electrónico: ¿democracia fallida a propósito?

El sistema de votación del pasado 28 de julio mostró irregularidades y falencias notables. ¿Existe la posibilidad de que haya sido orquestado?

La democracia en Venezuela dejó de existir. Pero no fue precisamente por la decisión tomada por Nicolás Maduro, su gobierno y los sectores militares que lo apoyan, sino por un proceso de degradación y corrosión internos que se viene dando paulatinamente en las últimas décadas. Tal como muestra el siguiente gráfico que tomé de V-Dem.

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Fuente: V-Dem.

Mide el nivel de democracia electoral para los cinco países federales del continente americano desde 1990 (fecha en la que Brasil termina su transición a la democrática y México comienza a tener la suya) hasta 2023. Mientras más se acerca a 1, más democrático es el país y, mientras más se acerca a 0, menos. Tal como te conté en anteriores entregas, este indicador mide, a partir de la opinión de expertos, cuánto los gobernantes están sujetos a las decisiones de sus representados; la medida en que las organizaciones políticas pueden desarrollar su accionar libremente; y la limpieza y transparencia de las elecciones.

Se cae de maduro (es la única vez que la tiro) que Venezuela perdió democracia en sangre en cada uno de los puntos anteriores. No fue abrupto, sino que fue paulatino, pasando de un valor de 0,74 en la escala para el año 1998 hasta un 0,21 en 2023. Perdió 0,5 puntos en 25 años. Los 25 años del proyecto político, social, económico, cultural e institucional que inició Hugo Chávez. Datos que coinciden con los reportados por el Electoral Integrity Project. Tan sorpresivo es el proceso de degradación progresiva que al finalizar la década del ’90 estaba en mejores condiciones que México. Hoy en día la relación es a la inversa, a pesar de una caída reciente para este último.

Esto no es todo. Como la democracia no son solo elecciones, también tenemos que ver sus otras aristas. El gráfico a continuación muestra tres dimensiones adicionales que complementan a la electoral y la hacen parte de un combo completo.

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Fuente: V-Dem.

La democracia igualitaria se centra en la protección de los derechos y las libertades de los individuos y de los distintos grupos sociales, y en la igual distribución de su acceso para los distintos grupos sociales. Entre ellos resalta la posibilidad de acceder al poder. La democracia liberal enfatiza la importancia de proteger los derechos individuales y de las minorías contra la tiranía del Estado y la tiranía de la mayoría. Finalmente, la democracia participativa hace hincapié en la participación activa de los ciudadanos en todos los procesos políticos, electorales y no electorales.

De modo que, lo que te muestra el gráfico anterior es que Venezuela, en el mismo momento en que empezó a caer en su dimensión electoral, también lo hizo en las otras tres. No es solamente un tema de elecciones: es un tema de toda la democracia en su conjunto y en cada una de sus aristas. Según los datos de V-Dem podemos hablar de un Gobierno que, hace rato, dejó de ser el que era. Un largo proceso de deterioro cuyo último punto fue lo sucedido el domingo pasado.

Cómo votan en Venezuela

Ahora vuelvo a la primera excusa, la que hace foco en el voto electrónico y los mecanismos de control para cuidar el efectivo ejercicio del derecho ciudadano a expresarse libre, justa y transparentemente en las urnas. En Venezuela impera el voto electrónico desde el año 2004 para todas las elecciones nacionales, regionales y locales. Hasta el año 2017 la empresa responsable era Smartmatic, pero tras las elecciones para la Asamblea Constituyente de ese año pasó a ser ExClé.

El sistema es como cualquier otro medio de voto electrónico. Cada elector se acerca hasta la mesa de votación asignada, muestra su credencial de identificación y cuando la autoridad de mesa la corrobora, se le permite acercarse a la máquina asignada. Una vez frente a ella en la pantalla aparecen todas las candidaturas en juego para una elección determinada. En las presidenciales del domingo pasado, Maduro apareció, por lo menos, 13 veces encabezando distintas boletas.

Una vez que se emite el voto, la máquina imprime una constancia en formato papel que ratifica la opción elegida. El elector corrobora su voto y se acerca hasta una urna para depositarla. La incorporación de papel habilita al chequeo de la información a través de un doble proceso de control. Por un lado, el sistema de voto electrónico registra la información en un soporte digital, que transmite a través de distintas líneas telefónicas encriptadas al centro de totalización (conteo, sistematización y suma de votos) ubicado en Caracas. Transmisión que, por cierto, es difícil de hackear desde el exterior, a pesar de lo que se informó oficialmente. Por otro lado, cada uno de los dispositivos tiene asociado una urna asignada y numerada específicamente donde se guardan todas las constancias en papel emitidas por las computadoras y que deja impreso cada decisión ciudadana tomada en el acto electoral. Primer elemento de intervención humana.

A esto se suma que las máquinas, al finalizar la jornada, imprimen un acta que tiene registrado la cantidad de votantes que ejercieron su derecho y de los votos recibidos por cada candidato a la presidencia, además de los blancos y nulos. Sobre estas actas, en esta elección en particular, se realizaron auditorías en cerca del 50% de los casi 15.700 centros de votación para corroborar que las constancias impresas por las urnas electrónicas coincidieran con las actas emitidas por éstas mismas. En otras palabras, chequearon que lo que había en las urnas en papel coincidiera con el acta correspondiente. Segundo elemento de intervención humana.

Finalmente, y al igual que en muchos procesos electorales del mundo, existen fiscales partidarios. Veedores, en otros países. Testigos de mesa se llaman en Venezuela. Esto ocurre en todos los países, sea que votan con un sistema electrónico o con uno en formato papel. El esquema de fiscalización es vital para legitimar el proceso de sufragio, informar a sus pares, obtener copia de la información que deja constancia del acto electoral y auditar todo el proceso en cada oportunidad posible. En este tercer elemento de intervención humana es, justamente, donde toda la elección empezó a oler feo. Aspecto que resalta la izquierda latinoamericana, tal como destaca Jordana Timerman en este hilo y en esta nota.

El “problema” de las actas

La transmisión electrónica de las urnas hacia el centro de totalización de los votos se suele realizar una vez que se entrega copia de las actas a los testigos de mesa de todos los partidos políticos intervinientes en el proceso. Acá fue donde el fraude metió la cola, de dos maneras complementarias.

Por un lado, la oposición nucleada en la Mesa de Unidad Democrática, que llevó como candidato presidencial a Edmundo González Urrutia, informó que el proceso se detuvo cuando se alcanzó el 40% de las actas corroboradas. Por otro lado, los mismos voceros opositores informaron que en muchos centros de votación no pudieron tener acceso directamente a las actas. En otras palabras, no les dieron las copias que les correspondían. Según una nota publicada por la BBC, esto ocurrió en el 45% de los casos y fue, según fuentes consultadas, parte de una orden que emitió el mismo Consejo Nacional Electoral de Venezuela (CNE) el que lo indicó expresamente al comando militar encargado de resguardar el proceso electoral. Casi casi la parte restante que faltaba contabilizar. Ingenioso.

A estas prácticas con poco y nada de democracia se le sumaron otras. El mismo CNE no informó el cierre de los comicios, como tampoco aportó información sobre la cantidad de mesas constituidas o la asistencia del personal técnico calificado para asistir la emisión del voto electrónico. Recién ayer, el CNE emitió el segundo boletín de los resultados: con el 96,87% de transmisión de las actas da a Maduro con el 51,95% de los votos (6.408.844 votos), contra el 43,18% de González Urrutia (5.326.104).

Si bien había técnicos referenciados con los partidos políticos opositores (principalmente la MUD) en la sala de totalización de los votos, no se permitió la representación política de los candidatos que desafiaban a Maduro ante las autoridades del Consejo. Esto sí es una novedad en la historia de los procesos electorales en Venezuela, nunca había ocurrido. Lo cual, por otra parte, te quita la posibilidad de impugnar el proceso electoral por vías legales, como señalan acá.

Todo el proceso electoral para los comicios presidenciales del 28 de julio pasado estuvo plagado de decisiones estratégicamente diseñadas para generar el resultado que quisieron generar. Prácticas, por cierto, habituales y recurrentes en regímenes políticos que no se abren al juego democrático de las elecciones. El domingo pasado Venezuela fue tan parecido al 6 de julio de 1988 en México. Igualito.

Contexto aparte, quiero cerrar con un comentario sobre el voto electrónico. Por mucha velocidad que se quiera imprimir al conteo de los votos para calmar ansiedades, siempre tiene que haber un soporte papel. Y acá, lo que falló adrede, fue la ausencia de ese soporte. Tal como publicó el Observatorio Electoral Venezolano: la confianza en los resultados depende de su auditabilidad. Eso no ocurrió. 

El registro electrónico de los votos se puede borrar apretando un botón. Las boletas impresas o las constancias de emisión del voto en elecciones de decenas de millones de electores son más difíciles de desaparecer. Si ocurre, se nota mucho. Aunque el conteo de votos sea ágil y rápido, el chequeo siempre es con papel. Y sin el papel, el sistema de votación electrónico solo te garantiza velocidad, pero no siempre te garantiza transparencia. Sobre todo cuando esa es la intención. Si la tecnología es sinónimo de agilidad, la imprenta lo es de control, cuidado y garantías.


Esta nota es parte de un especial de Cenital que se llama Mano, ya no tengo fe. Podés leer todos los artículos acá.

Politólogo, consultor e investigador independiente. Hoy lo encuentran dando clases en UBA y UTDT. Le encantan las elecciones y le sacan menos canas verdes que Racing. Un hobby que tiene es aprender la historia de los partidos políticos. Cree que la política marida muy bien con un tinto.