Un libro para cada etapa de la vida: el mapa de la biblioteca de Julieta Venegas
Malena Rey visitó a la compositora y música mexicana en su casa de Buenos Aires para conocer su forma de leer y armar una biografía personal a través de la lectura.
Fotos: Cristina Sille.
Un lunes gris, al mediodía, nos acercamos hasta la casa que Julieta Venegas comparte con su hija y sus dos gatos en el barrio de Belgrano, justo en el límite con Colegiales, para hablar especialmente de libros. El suyo es un departamento amplio y antiguo en el que hay por todos lados libros e instrumentos. Llegamos sabiendo que Julieta, además de ser una gran cantante y compositora, es una apasionada lectora: solemos encontrarla en librerías, festivales literarios, presentaciones, o acopiando ejemplares en la Feria de Editores como una asistente entusiasta de la cuantiosa vida cultural de Buenos Aires, ciudad en la que vive hace ya siete años. Sabemos también que sale mucho de gira, y que los libros la acompañan adonde sea que vaya. Lo que no es tan sabido es que Julieta escribe asiduamente qué le parece cada cosa que leyó: comparte sus impresiones de lectura en la red social Goodreads, donde lleva comentados ¡1500 títulos! “Escribo ahí ni bien termino cada libro, y apunto lo primero que me viene a la cabeza. Lo hago desde hace años para uso personal. A veces agarro un libro y digo ¿este lo leí? ¿qué pensé de él? Y puedo ir ahí y ver qué me pasó en ese momento. Me ayuda mucho a volver a conectar con esa lectura”, dice sobre ese ejercicio de escritura. Su lista de libros leídos es ecléctica, desprejuiciada, y atraviesa géneros y épocas. Se nota que su gusto no se rige por algoritmos, sino por hallazgos, pequeñas obsesiones o búsquedas temáticas, pero de eso le preguntaremos luego. Esta especie de diario de lecturas está lleno de impresiones bien frescas; encontramos en esas breves reseñas a una Julieta muy honesta que puede elogiar con pasión algo que le partió la cabeza, o criticar de manera certera a autores o autoras consagrados.
Suscribite para recibir un alerta cada vez que Malena Rey publique un nuevo artículo.
Antes de revisar los estantes de sus bibliotecas, conversamos en el sillón sobre su formación lectora, sus hábitos de consumo y sobre cómo es que todos estos libros llegaron hasta aquí.
–A lo largo de tu vida te mudaste varias veces de ciudad y de país. Me interesa saber cómo se fue armando tu biblioteca entre tantos desplazamientos.
–Cuando me fui de Tijuana a la Ciudad de México, a mis 21 años, tenía una mini biblioteca nada más. Mi biblioteca se armó realmente durante los veinte años que pasé en Ciudad de México. Al principio compraba mucho usado, y lo más barato en ese momento eran ediciones de bolsillo y en inglés. Tuve una etapa en la que leía fundamentalmente eso, clásicos como Hardy, Irving y también John Updike. También compré muchos saldos cuando estuve en el college en San Diego. Algunos libros ni siquiera los llegué a leer, solo los acopiaba para algún otro momento. También fui comprando libros como recuerdos de viajes. Traje varios de San Francisco, adonde fui de paseo con un grupo de amigos. Eran una especie de álbum de fotos. Gracias a los libros fui armando el mapa de las distintas etapas de mi vida. Eso sí, nunca me interesaron los best-sellers.
Cenital no es gratis: lo banca su audiencia. Y ahora te toca a vos. En Cenital entendemos al periodismo como un servicio público. Por eso nuestras notas siempre estarán accesibles para todos. Pero investigar es caro y la parte más ardua del trabajo periodístico no se ve. Por eso le pedimos a quienes puedan que se sumen a nuestro círculo de Mejores amigos y nos permitan seguir creciendo. Si te gusta lo que hacemos, sumate vos también.
Sumate–¿Y los fuiste abandonando a medida que te mudabas?
–Cuando desarmé mi casa en la Ciudad de México, regalé quince cajas de libros. Y me quedé con otros que están embalados, y que siguen ahí siete años después. En unos meses ya me regreso a vivir a México, y ahí voy a redescubrir esas cajas, en las que sé que dejé libros favoritos y otros que no leí todavía y que me guardo para más adelante. Va a ser un reencuentro emocionante. Traje muy pocos libros conmigo a Buenos Aires. Toda esta biblioteca que ves aquí la construí con libros regalados, y muchos comprados obsesivamente.
–¿Y cómo fue decidir de qué te desprendías?
–Muchos eran libros que ya había leído y sabía que no iba a volver a leerlos: esos los regalé todos. Otros aunque estuvieran rotos me los quedé por una sensación de cariño. Los veo y me acuerdo del momento en que los leí. También me desprendí de muchas traducciones, porque siempre que puedo leo en la lengua original. Prefiero que los libros circulen. Si no los vas a leer, ¿para qué están en tu estante? No sé si es algo ingenuo de mi parte, pero sigo pensando que voy a poder leer todo lo que tengo pendiente. Reconozco que tengo algo compulsivo con los libros.
–¿Por qué compulsivo? ¿Cómo es tu situación como consumidora?
–Como consumidora todo me da curiosidad. No soy de comprar cosas tan nuevas porque nunca leo demasiadas novedades, a menos que sea el libro de alguien a quien ya leo de antes. Busco más bien recomendaciones de libreros o de amigos; se me hace que es la mejor manera de llegar a un libro. El circuito de librerías es de las cosas que más me enamoró de Buenos Aires. Soy buena clienta, le hago caso a los libreros. Siempre me acuerdo de las cosas que me han recomendado y que me han gustado. Y me encantan las ferias también. Pero cada vez más siento que voy a mi propio ritmo, entonces me cuesta llegar a una librería buscando una recomendación, aunque me gusta estar abierta a eso. El mundo te dirige para que tengas todo resuelto y eso no me gusta tanto. Soy compulsiva pero con reglas.
–¿Cuáles son esas reglas, si se pueden contar?
–¡Sí se pueden! [risas] Por ejemplo, si tengo un libro no leído de un autor, prefiero leer primero ese antes de comprarme otro suyo. Si no, es consumismo al pedo. Y además es bonito, porque sí me pico con los autores. Otra regla es tratar de leerlos hasta el final. Si dejo un libro, es porque pienso que voy a volver a tomarlo luego. Si lo abandono, es en las primeras cinco páginas. Si ya leí cincuenta, lo voy a terminar. Pero me choca tener reglas. Me gusta que la gente sea flexible y pueda dejar libros por la mitad, pero bueno, a mí no me sale, soy rígida con eso.

–Me impresiona ver todo lo que leíste y comentaste y también me intriga saber cómo se organizan tus lecturas.
–En general, un libro me lleva a otro, así es como aprendí a leer. Siempre he sido autodidacta, nunca estudié Literatura ni nada que se le acerque. Empecé a leer relacionando obras. Por ejemplo, leía un ensayo de Paul Auster en el que mencionaba a Kafka, y así lo descubría y salía a buscarlo. Siempre me han gustado mucho los libros sobre libros. Durante épocas tuve distintas obsesiones. A mis 20 fueron los diarios de Anaïs Nin. Me los leí todos. Y ella siempre hablaba de lo que estaba leyendo, entonces estuve cazando esos libros (a algunos nunca los encontré). En algún punto, aprendí a leer leyendo, así que cuando termino un libro que no me gustó tanto, o que me incomodó, o me aburrió, trato de preguntarme por qué, y estoy segura de poder rescatar algo de esa experiencia. Hay libros que a lo mejor no tienen tensión, y en nuestro mundo actual eso puede ser algo aburrido, pero tienen otras cosas. Llegas al final y te quedas con sensaciones diferentes que no tienen que ver con lo inmediato. Pienso en Moby Dick, que es un libro gigante en el que te la pasas esperando a que llegue la ballena, y aparece al final. No es un libro de tensión, es un libro de experiencia. Me gustan los libros así.
–¿Con qué otros autores o autoras fuiste a fondo?
–Con Clarice Lispector, seguro. Con Paul Auster en su momento, aunque después ya no lo seguí tanto, pero en una etapa en la Ciudad de México estuve muy fanatizada. Con varios amigos comenzamos a leer todos sus libros en grupo, como si fuéramos una especie de secta Auster. Tuve otra época en la que leí mucho a los rusos. Y de Joseph Roth me he leído todo. Ahorita Herta Müller me encanta: siempre quiero tener un libro suyo cerca.
–¿Y leés por temáticas también?
–Sí, ahora por ejemplo estoy con Baja California, completamente tomada por esa región. Estoy leyendo literatura de allí, novelas, poesía, y empecé uno de Historia que tiene que ver con la minería en México. Mi abuelo era de un pueblo de Baja California llamado Santa Rosalía –que ahora ya es una ciudad– y había un tema complejo con una minera francesa que tomó la ciudad. Me obsesioné con eso y estoy investigando para mi nuevo disco.

En la casa de Julieta no hay una biblioteca central, sino varias, distribuidas en distintos ambientes. Hay, felizmente, libros por todas partes. Una pila en la mesa de trabajo, junto a su computadora, otros en el living, o junto a los instrumentos, como si la lectura y la música tuvieran fronteras bien porosas. Sin embargo, todavía no consiguió que su hija de 14 años disfrute como ella de quedarse leyendo. “Un día me dijo: ‘Deja de traerme libros’. Pero siento que en algún momento le llegará, también por el hecho de verme leer. Le gusta mucho dibujar, así que prefiere libros más adultos de ilustradores muy profesionales. Lee básicamente historietas, novelas gráficas. Cada una tiene que ir buscando cómo le gusta que le cuenten historias”, dice sobre la transmisión libre de la formación lectora.
–¿Cuál es el libro más antiguo de tu biblioteca?
–Uno viejísimo de mi infancia. Se llama Los titanes de la literatura infantil. Es el primer libro que leí sola a los 11 o 12 años. Me acuerdo perfecto que terminé un cuento de trece páginas y era como wow, qué largo. Después lo leí con mi hija y me di cuenta de que las traducciones no estaban tan buenas. Pero en ese momento me parecía increíble: tenía mucho texto y pocos dibujos. Siempre lo quise tener cerca, como una especie de talismán de la infancia. Está forrado con el plástico que usaba mi mamá para proteger los libros, y hay algo de que esté medio amarillento y con olor a viejo que me gusta. No es que lo vuelva a revisar o leer, simplemente me gusta que esté por aquí.

–¿Cómo están organizados los estantes?
–En el estante de ahí arriba hay libros de espiritualidad, algunos pocos como el I Ching, algo de zen. Y luego todos estos estantes tienen poesía, incluso en doble fila. Ya no está más ordenada alfabéticamente, se me empezó a ir de las manos. Tengo varios de Idea Vilariño porque me encanta. Me gusta mucho leer poesía en voz alta. A todo el mundo le digo: si no entiendes la poesía, léela solo en tu casa, en voz alta. A veces nos olvidamos de que la poesía es sonido. Aquí hay varios libros de Susana Thénon también, que es de mis poetas argentinas favoritas. La descubrí en una librería de usados en Buenos Aires, y tengo los dos volúmenes que editó Corregidor. Siento que su obra no tiene edad, es muy atemporal. La última poeta que leí y me fascinó fue Irene Gruss. Me conecté con todo lo que dice, como si estuviera hablando por mí o fuera alguien muy cercana. Me conmovió muchísimo. Incluso me sentí un poco rara.
–¿Y cómo fue que te involucraste tanto con la poesía?
–La primera vez que leí poesía y me impactó fue con la obra de Rosario Castellanos. Tengo un volumen que compré en Tijuana cuando nunca había leído poesía por fuera de los recitados del colegio. El de ella es otro de esos libros que conservo hace muchísimos años y lo traigo conmigo. Fue la primera vez que leí a una poeta hablando de cosas que me resultaban ajenas y extrañas. Sus poemas eran raros, emocionantes, no entendía bien las sensaciones que me dejaba. Me parecía increíble lo que sucedía con el lenguaje cuando pasaba a través de ella. Esa fue una revelación, un encuentro que no se dio a través de nadie. Me desconcertó. Años después, la sigo leyendo con mucha emoción, y me sigue pareciendo una mujer importantísima en la poesía mexicana. Es muy única. Sigue siendo una autora a la que leo con alegría en diferentes etapas de mi vida.
–¿La lectura de tanta poesía te sirve para escribir tus canciones?
–Es extraño, porque sí creo que la poesía me dispara cosas. Antes era más utilitaria. Leía poesía para sentarme en el piano después a ver qué salía. Hay de hecho muchas canciones mías de las que el disparador fue un poema. Por ejemplo, ¡“Los momentos” tiene como disparador un poema de Borges! En el último disco hay un canción, “En tu orilla”, que parte de un poema de Raúl Zurita en el que encontré algo que quería decir. El poema se llama “Guárdame en ti” y me parece genial. Él es bastante duro en general, nada cursi, pero este poema es muy precioso, usa palabras muy bonitas.
Antes pensaba que era muy parecida una canción a un poema, y ahora ya creo que no son iguales. Será porque una vez tomé un taller de poesía y me di cuenta de que no tengo la menor idea de por dónde se empieza a escribir un poema. A mí la música me aterriza y me es mucho más fácil, porque suelo escribir juntas la melodía y la letra. Se entrelazan cuando me siento en el piano y ahí sé hacia dónde llevar la canción. Incluso cuando la reviso sé como cortar o emparejar, pero si no tengo la música, no entiendo cómo hacerlo.

–Volviendo a los estantes, veo que hay narrativa en inglés de autoras bien contemporáneas como Rachel Cusk, Sally Rooney y Vivian Gornick. ¿Sos de esperar sus últimos libros y comprarlos ni bien aparecen?
–Sally Rooney no me emocionó mucho. Solo leí uno de ella, Conversation with friends. A Rachel Cusk y Vivian Gornick sí las amo con locura. Y si hay algo nuevo de ellas voy corriendo a buscarlo. Las puedo leer en español o en inglés, me da igual. Son muy geniales. Tienen mentes súper lúcidas.
El canon nacional y el canon personal
Pasamos a otro sector del departamento, un estudio conectado con el living en el que hay un gran ventanal, un piano, teclados y otros instrumentos en sus estuches. Es el lugar en el que ella toca y compone. De una de las paredes cuelga una foto pequeña, enmarcada, de Julieta con David Bowie en la que ambos sonríen. La pared más extensa de esta parte de la casa está ocupada por una biblioteca blanca casi sin huecos donde se ordenan los libros de narrativa latinoamericana y de literatura extranjera.

–¿Cómo te llevás con el canon literario de México?
–Más o menos. No soy tan fan. Juan Rulfo es el autor que más leí. Lo redescubrí de adulta y me parece único. Experimental y limpio. Un tipo de literatura que nadie más hizo en esa época. Él se salía de todo. Octavio Paz me gusta como ensayista. No es el más riguroso, pero es una hermosa experiencia leerlo hablar de poesía en El arco y la lira. Ya en cuestiones históricas no sé cuán certero es. Su poesía no me conmueve, siento que es pura palabrería. Y eso me pasa también con otros escritores de México como Carlos Fuentes, Gustavo Sainz –me van a odiar por decir esto–. Me dan ganas de decirles: dejen de hablar tanto. Se hacen los conocedores, los cancheros, como que se las saben todas. Rulfo es lo opuesto a eso. Publicó super poco, sus novelas son muy poco pretenciosas. Lo menos importante en ellas es la figura del escritor. No le interesa hablar de sí mismo ni demostrarnos todo lo que puede hacer con el lenguaje.
–¿Y qué autores o autoras te gustan de la literatura argentina?
–Pablo Katchadjian es mi favorito de los contemporáneos. Soy muy fan de él, es bien raro y especial. No hay nadie que escriba así. Siempre te genera incomodidad y sensaciones raras. Una oportunidad me encanta. Y también Amado señor, o Gracias. Cada vez que saca una novela nueva me sigue gustando. Es muy misterioso: hay cosas que quedan en las sombras en sus libros. No te cuenta todo, y eso hace que se genere una extrañeza interesante. Me parece increíble también El caballo y el gaucho. Creo que es el libro que más he regalado de él. Es un gran disparador creativo, como un cuaderno lleno de ideas que había en su cabeza. Ahí descubrís de dónde viene él. Y también me encanta Selva Almada, me parece única.
–Si le tuvieras que recomendar un libro a alguien que no lee mucho. ¿Qué le sugerirías?
–Los libros de Romina Paula. Me parecen geniales para la gente que no lee tanto. Si alguien quiere un retrato de una parte de Buenos Aires, es una gran puerta de acceso. Escribe desde Buenos Aires, y tiene muchas facetas porque hace teatro, hace cine. Y de clásicos, Sara Gallardo es de mis consentidas. Los galgos, los galgos me encanta. Todos sus libros tienen una frescura muy bonita. Y por fuera de Argentina, siempre recomiendo a Clarice Lispector. Sugiero empezar por sus ensayos o crónicas periodísticas. Ahí te encariñas con ella. Y después sugiero pasar a los cuentos, y recién por último a las novelas.

Leer sobre música
Al lado de su piano Steinway hay una estantería que reúne exclusivamente libros de música. Se ven varios tomos de John Cage, pero también las memorias de Cosey Fanni Tutti. “Me gustan mucho las memorias de músicos. No las de vidas espectaculares de los grandes artistas consagrados, sino algunas más raras. John Cage es uno de mis consentidos. Me interesa como teórico, su manera de pensar me ha disparado hacia otros lugares. Por ejemplo, me llevó a Satie”, cuenta Julieta mientras saca del estante un libro de tapas duras y muchas fotos sobre el violonchelista y cantante estadounidense Arthur Russell. “Este es de los últimos que leí y me fascinó. Está contado a través de las voces de su hermana, de sus amigos. No está el biógrafo en primer lugar, sino que es muy respetuoso. Sin decir una sola palabra nos hace llegar al artista por otra vía. Me lo llevé de gira y se reían de mí porque iba con este libraco de acá para allá. Lo vengo escuchando mucho. Si estoy leyendo a alguien, me pongo a escuchar mucho su música también.”
–¿Y estos de Patti Smith?
–De ella soy muy fanática. Hasta tengo uno firmado. Soy cero fetichista, pero no me pude contener con Patti. La vi un par de veces en México y le llevé los libros para que me los dedicara. Este de poemas y canciones me lo dio un novio hace mil años y desde entonces lo tengo conmigo como recuerdo. Todo lo que publica ella, lo leo.

–¡Y tenés el libro de Romi Zanellato, Brilla la luz para ellas! Ella es nuestra editora y también escribe en Cenital.
–Sí, Romi sabe que soy su fan. Estoy leyendo lo que dice de Rosario Bléfari porque me pidieron un prólogo para la edición de Diario del dinero que van a hacer en España y ahí la cito. Siento que redescubrí a Rosario leyendo Brilla la luz para ellas. La pude ver desde otro lugar y me puse a leerla. Me leí un libro de poemas, también los relatos de Las reuniones y el Diario del dinero, que es hermoso. Ella es hermosa. El Diario del dinero te hace pensar que es una cosa, y es otra cosa diferente, porque no está ordenado cronológicamente. Rosario parte de una intención –registrar sus gastos–, hace un esfuerzo por organizarse, y al final no lo logra, porque es una artista. Es intensa la conexión entre la realidad y el dinero, y ella está como en otra dimensión. Me parece increíble.
–¿Vos tenías escuchados sus discos?
–Sí, de hecho tocamos juntas y aparece esa anécdota en el Diario del dinero. Hicimos unos shows en España cuando ella estaba con Suárez. Me emocionó mucho aparecer ahí.
–¿Leés libros sobre otras cosas?
–Voy por temáticas y a veces me obsesiono. Tuve mi época de leer sobre comida, y de pensar qué onda con la dieta. Fue cuando llegué a Eating animals de Jonathan Safran Foer, que me traumó muchísimo. Cuando estuve embarazada también me leí una biblioteca entera sobre el embarazo y el parto. Al final tuve parto en casa, y creo que fue en parte por haber analizado todas las opciones posibles a partir de los libros: biografías de gente que tuvo hijos en sus casas, músicas que tuvieron hijos. Llegué a la conclusión de que no podía tener a mi hija en un hospital.
Un libro nuevo para su biblioteca
Antes de irme, como haremos con todos los entrevistados, le doy un libro que le traje de regalo. Lo elegí especialmente en la librería Musaraña, que funciona en una casa antigua del barrio de Florida, Vicente López. Me incliné por una novedad muy reciente: la primera novela de Tomás Downey (que hasta ahora había publicado dos libros de cuentos) llamada López López (editada por Fiordo). Es un libro excepcional, atemporal, donde se nos cuenta la historia de un soldado llamado López que, en medio de una guerra, cambia accidentalmente de bando y toma la identidad de otro soldado también llamado así. Pero más allá del argumento, es un libro profundo sobre la identidad, sobre la brutalidad de la guerra, sobre las heridas personales y sociales que perduran en el tiempo, y es también una historia de amor. Me parece que es del tipo de literatura que le puede gustar.

Gracias, Julieta, por recibirnos.