Seis ideas para disminuir el ruido en las ciudades

Buenos Aires ya supera niveles sonoros dañinos. No es solo una molestia: es un problema ambiental y de salud pública. ¿Qué se puede hacer?

Matías ya no puede mantener una conversación. Vive en un tercer piso, frente a una avenida, y cada vez que pasa un colectivo o una moto pierde el hilo de lo que estaba diciendo. María Belén tiene 28, pero escucha la tele al mango como si tuviera ochenta porque los bocinazos no la dejan escuchar los diálogos de su serie favorita. José se despierta sobresaltado varias veces por mes por los gritos y risotadas de madrugada de las celebraciones en el SUM de algún edificio cercano.

El ruido dejó de ser, si alguna vez lo fue, un asunto menor de convivencia: hoy es un problema que afecta de manera profunda nuestra calidad de vida. Y quienes habitan las ciudades ya empezaron a darse cuenta.

La Plata es un buen ejemplo. Este año, estudiantes y docentes de la carrera de Fonoaudiología de la Universidad Católica (UCALP) detectaron que en las inmediaciones de Plaza San Martín la intensidad de ruido promediaba los 80 decibeles (dB), por encima del máximo recomendado por la Organización Mundial de la Salud: 65 dB durante el día y 45 por la noche.

Si te gusta Una calle me separa podés suscribirte y recibirlo en tu casilla los viernes.

Según el diario El Día, los puntos más afectados por la contaminación sonora de la capital provincial se concentran en zonas comerciales y administrativas, mientras que, por la noche, el problema se traslada a bares, boliches, espacios culturales y plazas donde suelen reunirse motociclistas con escapes modificados. Semanas atrás, la ONG Nuevo Ambiente le pidió a la Municipalidad que elaborara un mapa del ruido de la ciudad para orientar los controles de manera más focalizada.

Cincuenta kilómetros más al norte, Buenos Aires ya tiene su Mapa Estratégico de Ruido para trabajar en la planificación y la ejecución de medidas de mitigación. Fue desarrollado por la Agencia de Protección Ambiental, que en su página web recuerda que la pérdida auditiva por exposición excesiva a ruido es una de las enfermedades irreversibles más frecuentes. ¿Qué muestra el mapa? Que en ciertas áreas de la ciudad, como las esquinas de Corrientes y Callao, Juan B. Justo y Rivadavia o las avenidas Paseo Colón, Entre Ríos y Triunvirato, los niveles sonoros ya son directamente dañinos.

Muchas de las esquinas más ruidosas de la ciudad tienen como protagonista a la avenida Díaz Vélez, en los barrios de Almagro y Caballito. Fuente: GCBA

El titular de la Agencia, Renzo Morosi, explicó que con el objetivo de mitigar la contaminación sonora, el Gobierno porteño llevó adelante, en los últimos años, una serie de intervenciones puntuales “con buenos resultados”, como la peatonalización del microcentro, la implementación de paneles fonoabsorbentes en las paredes interiores de los viaductos Carranza y Libertador, y la pavimentación de las avenidas Triunvirato y Alberdi.

Cenital no es gratis: lo banca su audiencia. Y ahora te toca a vos. En Cenital entendemos al periodismo como un servicio público. Por eso nuestras notas siempre estarán accesibles para todos. Pero investigar es caro y la parte más ardua del trabajo periodístico no se ve. Por eso le pedimos a quienes puedan que se sumen a nuestro círculo de Mejores amigos y nos permitan seguir creciendo. Si te gusta lo que hacemos, sumate vos también.

Sumate

Pero como prueba el propio mapa, en buena parte de la ciudad sigue habiendo niveles insostenibles de ruido.

Evitar el daño

Estamos hablando de un problema ambiental y de salud pública, no solo de una molestia. Un estudio reciente en 724 ciudades encontró que el 42% de la población está expuesta a niveles por encima de los recomendados, algo que genera altos grados de molestia y aumenta las muertes por cardiopatías isquémicas. La exposición crónica al ruido del tránsito, en especial, está asociada con un mayor riesgo de infartos, fibrilación auricular y mortalidad cardiovascular.

Y eso en lo que refiere a los niveles regulares, constantes. En la práctica urbana, muchos de los picos –sirenas, escapes de motos o bocinas fuertes e intermitentes– pueden alcanzar entre 100 y 130 dB, niveles que causan sobresalto inmediato, estrés y, con repetición, daño auditivo. Por eso, el gran principio de solución arranca por la calle.

De motores y velocidades

En las calles y avenidas se originan buena parte de los ruidos molestos que nos impactan a diario, pero para avanzar en buenas políticas públicas de mitigación hace falta entender en qué proporción lo hace cada una.

En velocidades bajas o en tráfico urbano congestionado, lo que más escuchamos es el ruido de los motores: los vehículos arrancan, aceleran, frenan. También se escuchan bocinazos y gritos o puteadas ocasionales. Pero cuando los autos y camiones circulan a velocidades superiores a 50 kilómetros por hora, prevalece el ruido producido por la interacción neumático-pavimento, que además empeora si el pavimento es rugoso o está deteriorado.

Empecemos, entonces, por este último punto. Una forma de atacar el problema es mediante la instalación de pavimentos fonoabsorbentes, que pueden reducir hasta 9 dB el nivel de ruido con la ventaja de que –a diferencia de las barreras acústicas– directamente ayudan a reducir la emisión de sonido. Además, este tipo de medidas reducen específicamente las frecuencias altas, lo que resulta en un sonido más agradable. La práctica está extendida en ciudades europeas como París y Ámsterdam, pero también se estudia su implementación en Bogotá, San Pablo y Santiago. El gobierno porteño dice que está entre sus “futuras líneas de trabajo”.

La electrificación del parque automotor puede contribuir (parcialmente) a bajar los niveles de ruido en la ciudad. Las autoridades locales deben dar el ejemplo con el transporte público. Foto: Marité Toledo / Flickr

Otro abordaje consiste en bajar los límites de velocidad a 30 km/h, como se hizo en las últimas décadas en buena parte de los países desarrollados. En ciudades de tamaño mediano (Lyon, Bruselas, Bolonia) el máximo de 30 km/h se estableció como límite por defecto en la mayor parte del entramado urbano, mientras que en grandes urbes (como Londres o Madrid, ciudad modelo de Jorge Macri) se implementó más que nada en barrios residenciales, dejando límites mayores en las vías principales.

Sumado a lo anterior, políticas de rediseño urbano como la reducción de carriles, la implementación de supermanzanas y la peatonalización de las calles ha derivado en mejoras sustanciales en el paisaje sonoro. La peatonalización de Avenida Corrientes, por ejemplo, bajó el nivel de ruido en 5 dB.

Áreas críticas

Como parte de sus planes integrales, muchas ciudades establecen zonas tranquilas en las que se restringen los usos que generan ruido (como los bares o los talleres mecánicos) o, al menos, identifican áreas protegidas.

En Ciudad de México, donde buena parte de la población vive junto al estruendo, se estableció un marco legal para poder identificar “zonas de calidad acústica” donde se establecerán límites máximos de ruido. Lisboa, que hace más de una década cuenta con su propio plan de gestión acústica, este año anunció la creación de catorce nuevas quiet zones (zonas silenciosas) donde se busca que el ruido ambiental no supere los 55 dB de día y los 45 dB por la noche por medio de medidas de control y conservación acústica. Madrid fue pionera: en 1985 ya había creado la figura de la Zona Ambientalmente Protegida (ZAP), hoy conocida como Zona de Protección Acústica Especial, que delimita las áreas de la ciudad donde se incumplen los objetivos (la zona centro, Gaztambide, Trafalgar-Ríos Rosas, Tetuán) y que exige el desarrollo de planes específicos para abordar el problema.

En Buenos Aires, un grupo de vecinos viene impulsando denuncias, recursos de amparo y reclamos públicos contra los recitales en el Campo Argentino de Polo, un predio destinado históricamente a actividades deportivas, pero que el Gobierno habilitó como un local de baile clase “C”, es decir, un boliche a cielo abierto. Lo que piden, en este caso, es el cumplimiento de la normativa vigente que regula los ruidos molestos en zonas residenciales.

Oasis urbanos

En zonas densamente pobladas, la recomendación de los especialistas es crear microplazas o patios interiores protegidos. Otro posible esquema, con la ayuda de la peatonalización de ciertos tramos, consiste en generar una red de puntos de descanso acústico accesibles a pie.

También pueden desempeñar un rol los parques existentes. Las autoridades locales pueden instalar barreras vegetales, dunas o terrazas que ayuden a bloquear el ruido de las calles adyacentes. También definir horas de silencio o diseñar rutas tranquilas dentro del parque. Por último, informar a los ciudadanos sobre la existencia de estas áreas como refugios acústicos.

Estos “oasis urbanos” no solo reducen la exposición acumulada al ruido –un bienvenido descanso del traqueteo cotidiano– sino que además mejoran la percepción del paisaje sonoro, incluso si los niveles de contaminación acústica no mejoran demasiado.

Quién y cómo controla

Las ciudades ruidosas suelen ser también ciudades vibrantes. El ruido es un síntoma de que algo sucede –en general, algo bueno–, porque gran parte de lo que disfrutamos de la vida urbana viene acompañado, o es consecuencia, de cierto bullicio. El problema aparece cuando ese exceso se vuelve permanente y omnipresente, cuando los límites de lo tolerable se desplazan un poco cada día hasta acostumbrarnos a vivir en un estado de irritación y microviolencia constante. No es fácil vivir en sociedad y hay ciertas normas de civilidad que toda gran ciudad necesita regular y, sobre todo, fiscalizar.

La ciudad de Nueva York, por ejemplo, tiene un Noise Code (Código del Ruido) con criterios muy claros sobre los límites sonoros máximos para la operación de bares y restaurantes, el volumen de los estéreos de los autos y hasta la circulación de camioncitos de venta de helados en el verano. Las cámaras anti-ruido, instaladas en 2023, permiten detectar vehículos que superan los 85 dB y emitir multas que van de los 800 a los 2.500 dólares.

Del otro lado del Atlántico, París presentó un plan específico para mitigar las externalidades causadas por el ocio nocturno y bajar los niveles de ruido en la capital francesa hasta en 4 dB. Parece poco, pero es mucho: los decibeles son una escala logarítmica, por lo que una reducción de esa magnitud es claramente apreciable por el oído humano. Para ello, las autoridades instalaron radares acústicos en ciertos distritos para detectar y multar a los infractores. En palabras del entonces vicealcalde parisino, Emmanuel Grégoire: “Nos preocupa mucho poder garantizar tanto el dinamismo de París, su carácter ‘animado’, como el derecho al descanso y al sueño”.

Es magíster en Economía Urbana por la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT) con especialización en Ciencia de Datos. Cree que es posible hacer un periodismo de temas urbanos que vaya más allá de las gacetillas o las miradas vecinalistas. Sus dos pasiones son el cine y las ciudades.