Paren de venir: el boom de los shows en vivo en Argentina

Como nunca antes, la oferta de recitales de artistas internacionales de primer nivel a entradas que superan los 150 dólares llena la agenda. ¿Cómo impacta en la cultura local?

Paren de venir, paren de venir
Hoy es sábado a la noche y no sé a dónde ir
Paren de venir, paren de venir
Todos juntos se pelean por actuar en el país

¿Te suena? Es una canción del dúo de electropop The Sacados y es de 1995. Pegadiza como un chicle, este hit hacía un listado de las bandas que promediando los noventa llegaban al país. Incluye a Guns N’ Roses, Paul McCartney, Iron Maiden, Metallica, Luis Miguel, los Rolling Stones, Billy Idol, incluso Iggy Pop. Todos estos artistas vinieron a tocar en los últimos dos años a Argentina o están próximos. La canción –y la situación– tiene una vigencia inusual: nunca antes hubo tantos shows internacionales en Argentina como en los últimos meses. 

Porque el paralelismo de la era Milei con los 90 no excluye a la música, la letra de “Paren de venir” apareció en X como respuesta de la periodista Lucha Mirandas a un tuit de la colega y host Sofi Carmona que avisaba que el sábado 8 de noviembre esta situación llega a un extremo inaudito: Dua Lipa toca en el Estadio River Plate, Morrissey –si la magia lo permite– hace su show en el Movistar Arena, Marilina Bertoldi presenta su nuevo disco en el Malvinas Argentinas y Tini su séptimo espectáculo en Tecnópolis. Todo eso en una misma ciudad, todo al mismo tiempo. “¡Con la música no, chicos!”, reclamó Sofi medio en joda y otro poco como una crónica anunciada… ¿pero de qué?

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«Para mí es como una burbuja a punto de explotar, pero no sé para qué lado», dice Sabina Conti, que trabajó más de veinte años produciendo shows nacionales e internacionales en el mítico Niceto Club y ahora se lanzó independiente en SALE. «Nunca viví tanta oferta de shows internacionales como desde que terminó la pandemia». En eso todas las personas consultadas para esta nota coinciden, así como ese boom de colgar el cartel de sold out en los show. «Todo funcionaba, todo se agotaba, y ahora desde el año pasado empezó a equilibrarse un poco el público pero no la oferta. La oferta sigue aumentando a niveles que nunca vi».

En esos shows enormes, de estadio, de fuegos artificiales, de plataformas que se elevan por sobre el público, de cambio de vestuarios, de entradas de más de $200.000 no hay una necesidad de reencuentro, no hay un público necesariamente fanático de la música del artista que está yendo a ver. Lo que hay es una experiencia, un espectáculo que consumir.

La cultura de consumo

Augusto Tapia, gerente en DG, la productora que entre otras cosas fue siempre responsable de la producción de los shows de los Rolling Stones en la Argentina, dice que las redes sociales modificaron la conducta de los asistentes a recitales. No en el sentido obvio de estar con las cámaras en alto filmando a Mick Jagger, sino en generar una necesidad de pertenencia. «Hay una compra vinculada a no perderse determinado evento, a querer ser parte de algo. En algunos shows tenés la mitad fans de verdad y la otra que van como una salida más, como algo que les da estatus cultural. Pasa con el fútbol también. Son las redes lo que tracciona el corte de ticket».

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De esa descripción se desprenden algunas palabras: FOMO, caretaje, consumo. El crítico de música Nando Cruz escribió en su libro Macrofestivales, el agujero negro de la música que asistir a este tipo de shows se ha ido convirtiendo en un bien de lujo: «Te sitúa socialmente en una esfera respetable». Y describe cómo esos grandes eventos, mientras posibilitan descubrir artistas nuevos, te permiten ver a varios que tal vez no vendrían al país sin la estructura de festivales. Eso encarece el acceso a la música en vivo para los verdaderos fans, los expone a ver shows más cortos, menos íntimos, y al mismo tiempo se ofrece como una oferta variada para las personas que van a divertirse, esas que no sacan el ticket porque tienen todos los discos. 

Es un consumo cultural tan veloz como el escroleo del celular, donde hoy se va a un show internacional de gran nivel, mañana a un estadio a ver una popstar argentina o a ver una leyenda del rock nacional que cumple dos, tres o cuatro décadas de carrera, después va a un venue chico a ver una banda británica que parece un secreto, una joya para mil personas, una promesa de que en el próximo disco por ahí la pegan y ya nunca más vas a poder estar tan cerca. Y, mientras tanto, toda la industria under local pelea por llamar la atención de los amantes de la música, atraer un público, desarrollar una carrera.

El show del under

¿Qué le pasa a los artistas nacionales con toda esa competencia? Mario Burgueño, manager de Nafta, una banda under que creció tanto que ya llegó al Movistar Arena (con capacidad para 15 mil personas) cree que la oferta en abundancia es siempre buena. “Te sube la vara. Esos shows grandes, de tickets de 250 lucas, tienen mucha producción, hay pantallas, luces, bailarines, escenografía, te dan un show que vale lo que vale, y a la larga esos recursos también los toman las bandas más chicas, encaran la producción teniendo en cuenta todo eso que se puede hacer”.

José Cameron, director de Gonna Go, productora que hace el Baradero Rock, el Festival Bandera en La Plata, o las giras de Lali, también cree que estimula al sector. “Obviamente tienen otros costos, pero también creo que la situación actual del dólar propone un desembarco de shows internacionales de esta magnitud”. Se abrió una discusión entre todos los entrevistados para esta nota, ¿qué pasa con ese público que tiene interés en ver a Morrissey pero también quiere ir a ver a las Fin del Mundo en Niceto? “Hay una condición quizá de last chance que la gente lo tiene en cuenta para comprar la entrada, pero yo creo que estos grandes shows o una industria vigorosa en buen estado promueve a las bandas chicas a querer ser parte de esa industria en un futuro y eso tiene que pasar en el semillero” del under.

El dólar mete la cola

“No hay bolsillo que resista tampoco cuando continuamente hay salidas a la venta de shows con gran anticipación en estadios, también con festivales, donde todo el mercado mediano queda en segundo plano y los consumidores tienen que estar muy atentos para descubrir que viene alguien que les gusta”, dice Sabina Conti de SALE, y a ella se le suma Agustina Ruiz Teira, manager de Bandalos Chinos, otro proyecto under con gran proyección que está a punto de hacer su primer Movistar Arena: «La verdad es que repercute fuerte esa competencia porque el público tiene menos dinero y entiendo que prioricen –por el mismo dinero o un poco más– ver a una banda que tienen menos chances de ver”, dice la también manager de Barbi Recanati.

“Además, la producción no bajó sus costos, al contrario, cada vez hay más gastos, las cosas suben y es mentira que no hay inflación, los sueldos no están congelados, viajar es cada vez más difícil”. 

Por separado, cada productor enumera lo mismo: los cachés aumentan, los venues están reservados por grandes productoras, los hoteles salen más caros, la técnica se encarece, entonces el valor de la entrada tiene diferencias abismales. Por ejemplo, el campo en Oasis en Argentina, en dólares, sale más que en Chile o Brasil, y le compite palo a palo con el precio en Inglaterra, aunque allá tengan el agravante del precio dinámico.

El precio de ser fan

Olvidándonos de las bandas o artistas internacionales, en Buenos Aires, Córdoba, Salta o Neuquén se paga cerca de 70 mil pesos para ver a artistas muy convocantes como La Renga o Tini, y en los proyectos más under, que hay de a cientos cada noche tocando, pueden ir desde los 8 mil pesos a 50 mil el ticket. Burgueño dice que no es tan lineal la forma de poner un precio a la entrada, que hay múltiples factores que determinan ese valor –por ejemplo la logística, la producción, la importancia del show, o si está en el marco de una gira– y además el público: “La gente no se come buzones, no paga cualquier cosa. Hay bandas que llevan la misma cantidad de gente pero su público viene de lugares distintos entonces el precio cambia también”.

Son pocos los artistas que hablan sobre esto, pero Richard Coleman es uno de ellos. El guitarrista que trabajó con Charly García y sobre todo fue ladero de Gustavo Cerati desde las épocas de Fricción, dice una verdad: “Se da por sentado al artista nacional”. Como si la gente dijera: si no voy hoy a verlo no importa, lo veré el mes que viene o dentro de un año. “Claro que a los artistas nos jode –dice–, porque cada vez hay menos guita para el consumo cultural verdadero, que se cae de prioridad. El consumo comercial sigue funcionando porque está hecho para eso, es una venta y es un marketing que realmente funciona y hace que la gente desee cosas que no necesita y que gaste guita que no tiene”.

La brecha del under al mainstream

Coleman, que ya anunció su fecha de presentación de su nuevo disco para el 27 de septiembre, sabe que va en desventaja porque la industria cambió las reglas del juego en los últimos años. “Mientras más tecnología se pone en el escenario, más lejos estamos de llegar porque no trabajamos el marketing de esa manera. Ni Miranda!, que es una banda que me encanta y admiro, va a poder cobrar 200 lucas una entrada pero sí va a dar el mejor show hasta el límite de las posibilidades con la inversión y con su creatividad”, reflexiona. Para él, de todas maneras, la dificultad mayor es llegar al público, no sólo que elijan destinar la plata en recitales a su proyecto, sino que sepan que toca: “Es el gran problema, la repercusión en redes, que nadie se entere que dimos un gran show más que los que estuvieron ahí”.

Una idea lógica sería que si el semillero está saludable, vigoroso y lleno de bandas tocando, eso va a presionar hacia arriba, va a forzar que se generen espacios más masivos para las bandas, pero Argentina es siempre particular. Y en este caso se espera que sea al revés, que derrame hacia abajo. “Cuando lo mainstream nacional está achicado, se debilita un poco más también el underground y cuando crece, crece. Creo que el margen del medio, esa separación, siempre está y es lo que lo convierte a uno mainstream y al otro underground”, dice Cameron de Gonna Go, y así como hay gente una veintena de artistas de gira celebrando sus carreras longevas, el circuito independiente está exaltado. “Si te gusta la música, hay momentos para elegir distinto tipo de propuestas, pero creo nunca se le puede pedir matices del mainstream al under”.

El mercado local

Como si Pil Trafa hubiera viajado al futuro, en el libro La historia del palo de Gloria Guerrero, hay una nota a Los Violadores de junio de 1988 donde su cantante dice: «Se vive muy estresado; yo no sufro de depresión, pero vivo completamente nervioso, me tiene mal la ciudad, me tiene mal la situación laboral del grupo, me tiene mal estar inseguro de lo que pase acá. Siempre fue así, estar inseguro de qué va a pasar, de qué se puede hacer. El mercado está acaparado: de acá a fin de año hay programada por mes una banda extranjera, y eso nos deteriora completamente, va a hacer pedazos el mercado local». 

Ese estrés que ejemplifica Pil en 1989 o esa burbuja que detalla The Sacados en 1995 ya sabemos cuándo explotó. Es cierto también que de esos años de dificultades nacieron las mejores bandas argentinas, las que ahora llenan estadios celebrando sus 30 años de trayectoria. ¿Qué pasará en 2055? Como viene la mano puede ser gente apretada viendo el show que está ocurriendo frente a sus narices pero desde su propio dispositivo o, si sigue sirviendo lo viejo, la búsqueda de lo analógico traerá los amplificadores de vuelta al escenario, los humanos y sus instrumentos enchufados a los equipos, y una experiencia despojada de digitalización. Pase lo que pase, la música siempre estará.

Otras lecturas:

Periodista. Neuquina en estado de porteñitud y sala de ensayo. Editora en Cenital. Autora de "Brilla la luz para ellas. Una historia de las mujeres en el rock argentino 1960-2020" y "Entre dos ríos". Hace Ruido y Sentimiento en YouTube.