Milei y su curva de aprendizaje
El Gobierno busca recuperar grip sobre la política. La interna teatral entre Caputo y los Menem. El silencioso reconocimiento de los problemas económicos.
Javier Milei descubrió durante la última semana que desentenderse de los temas no evita que se transformen en problemas. Más bien todo lo contrario. Si siempre fue parte de sus activos de cara a la sociedad sobreactuar desdén por cualquier aspecto vinculado a la política, el presidente cursó un rápido aprendizaje que debería llevarlo a suspender esa convicción.
La interna entre Santiago Caputo y los Menem (Martín y su tío Eduardo “Lule”) tomó dimensiones teatrales, más vinculadas a géneros como la farsa o el sainete –que llegó a bloqueos mutuos en WhatsApp–, pero en camino a transformarse en una tragedia para un oficialismo que había hecho de la solidez del triángulo de hierro –y, por lo tanto, su determinación en materia política y de gestión– la fortaleza central de su administración.
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El repliegue del asesor en jefe coincidió con la peor semana política para el Gobierno desde su asunción y dejó en suspenso el avance a paso redoblado del karinismo sobre las Fuerzas del Cielo. Una pregunta incómoda para los libertarios que señalan –aparentemente con justicia– a los Menem como los máximos responsables del traspié. ¿Podrían, Martín y Lule, tomar decisiones jacobinas sin el aval de Karina? ¿La postura de la hermanísima es la misma que la de su hermano? ¿O Milei aplica en política la misma máxima que su ídolo Milton Friedman en economía del laissez faire? Es una incógnita que debería ir aclarando esta semana: el Gobierno, a través de Gustavo Sáenz –que sorprende con su repentino amor por el libre mercado, para nada vinculado con su búsqueda de competir con el sello de La Libertad Avanza en Salta–, convocó a los gobernadores peronistas a un encuentro el jueves.
Mientras tanto, el gobierno puntea los candidatos en la provincia de Buenos Aires sin perder de vista las elecciones de octubre. Diego Santilli se perfila como tercer candidato a diputado nacional y, por lo tanto, Diego Valenzuela encabezaría la primera sección electoral. Julio Zamora –intendente de Tigre– haría lo propio por Somos Buenos Aires. El dato no es menor. La primera ya tiene más electores que la tercera y Zamora es un activo que, en una elección tan finita, podría ser determinante. Como siempre con las terceras opciones, no está claro si esos votos son potencialmente opositores o antikirchneristas. Sebastián Pareja elegiría el nombre para la tercera sobre la cual se recorta, también, la incógnita de la candidatura de Máximo Kirchner o Verónica Magario y Las Fuerzas del Cielo pondrían cuatro candidatos entre las ocho secciones. Una cosecha magra.
Mientras se multiplican los interrogantes sobre la política, el dólar tuvo en julio un sprint alcista sostenido y abrupto, que lo ubicó más cercano al techo que al piso de la banda cambiaria. El movimiento es aún más significativo que lo que indican los números de la devaluación nominal, ya que coincidió con altísimos niveles de dólares del agro. La consultora 1816 destacaba una liquidación sólo superada en septiembre de 2022, cuando Sergio Massa habilitó el primer dólar soja. Es decir que la devaluación se produjo en un contexto de abundancia de liquidación de dólares de exportaciones. ¿Cómo se explica el movimiento? La hipótesis de la consultora sugiere que, a pesar de las restricciones que se mantienen sobre las empresas, la economía ya opera como si no hubiera cepo. Los productores agropecuarios, obligados a liquidar, simplemente recompran dólares en el mercado, por lo que el valor de la divisa aparece ligado a la demanda de pesos. La lectura entre líneas es que, efectivamente, los productores no quieren los pesos y prefieren dolarizarse, por lo que la compra de dólares, aún en estas dos semanas de fuerte liquidación también se mantuvo en máximos.
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SumateJunto a ello, algunos movimientos de Economía y el Banco Central, despiertan suspicacias. La suba del dólar coincidió con una baja masiva de tasas de interés o, lo que es lo mismo, una baja del precio que se ofrece a los agentes económicos por quedarse en nuestra moneda y no dolarizarse. Una inyección masiva de pesos en el mercado que estaban guardados haciendo tasa de interés y hoy presionan sobre el valor del dólar. Como nadie podía ignorar los incentivos de una movida de este estilo, resulta tentador pensar que fue voluntaria, para un Gobierno que necesita pasar la próxima revisión del programa con el FMI y que parece haber despertado del problema de acumulación de reservas. El resultado es un salto en el precio del dólar que lo aleja un poco de los niveles de insostenibilidad previos. La presión de los pesos sobrantes, sin embargo, parece haber alcanzado un techo, con una licitación de LECAP anunciada por Pablo Quirno fuera de agenda. Un claro intento de absorción de liquidez dirigido a contener el valor de la moneda estadounidense.
El buen dato de inflación de junio –1,6% según el INDEC, con la núcleo cayendo también por debajo del 2%, a diferencia de mayo– se dio en un marco de calma cambiaria que no se reprodujo durante las primeras semanas de julio. En el Gobierno miraban con algo de alivio algunos datos de alta frecuencia que indican una transmisión limitada del aumento del precio del dólar a la inflación, aunque no resultara claro cuánto tiempo podría sostenerse esa dinámica. Las razones, si se sostuvieran, no son virtuosas. Los buenos números interanuales de crecimiento disimulan que la comparación se produce contra los peores meses de la crisis luego de la gran devaluación de diciembre. La mayor parte de los indicadores de ingresos marcan un estancamiento durante los últimos meses que, además, viene acompañado de números relativamente malos de empleo.
Los ingresos vienen siendo además sumamente sensibles a la inflación, por lo que cualquier suba desproporcionada –como la de marzo– golpearía fuertemente sobre los sectores asalariados y otros ingresos fijos como jubilaciones o AUH. Un escenario inasumible en medio de la coyuntura electoral. Paradójicamente, es el estancamiento el que pone límite a las presiones inflacionarias. Un esquema de funcionamiento atado con alambres, en el que una ley del Congreso, una suba del tipo de cambio o un retraso en el acuerdo con el Fondo amenazan con desarmar.
La volatilidad puede también venir de afuera. Mientras el Gobierno intenta un acuerdo comercial limitado con EE. UU., Donald Trump generó una tormenta sobre el principal socio comercial de la Argentina. Nadie en el Gobierno festejó públicamente que su aliado, en una medida insólita, haya amenazado con imponer aranceles del 50% a Brasil en un intento de condicionar las investigaciones contra Jair Bolsonaro. Ningún tuit sobre el teórico comunismo de Lula, ni sobre la democracia brasileña. El Gobierno la dejó pasar aún cuando fue el mismo Trump el que asumió la defensa del expresidente acusado por su rol en el intento de golpe de Estado. No fue fruto de una súbita convicción sino de la necesidad. Argentina necesita la venia de Brasil para el acuerdo que la Casa Rosada espera completar con la administración norteamericana para comerciar sin aranceles una lista de unos 100 productos que –de acuerdo a las previsiones optimistas, generalmente desmentidas por la realidad– cubrirían la mayor parte del comercio bilateral. Para ello, requirió un aumento en el listado de excepciones al Arancel Externo Común que rige a las importaciones del Mercosur, que necesita para autorizar cualquier medida, del consenso de todos los miembros del bloque. El recién encontrado silencio respecto de Lula –a quien Trump posiblemente haya aumentado las chances de reelección con sus amenazas– es parte de un aprendizaje incómodo para la logorrea presidencial habitual.
La medida del estadounidense, por lo demás, evidencia un mundo cada vez más imprevisible, donde las reglas del comercio otorgan certezas prácticamente nulas y la apertura es una apuesta tan incierta como su contrario. Los aranceles anunciados contra Brasil –un país con el que los EE. UU. tienen superávit comercial bilateral– son apenas el más problemático de los últimos anuncios de Trump, que también impuso nuevos aranceles contra sus aliados México, Canadá y la Unión Europea. Acaso más grave, hizo lo propio con las importaciones de cobre, que afectarían principalmente a Chile, el mayor productor del mundo y con el que los EE. UU. tienen un tratado de libre comercio. La medida deja un interrogante sobre cualquier posible inversión minera en Argentina en la que el mercado estadounidense cumpla un rol preponderante. ¿Cuál es la seguridad de que se va a poder exportar? El correlato, obvio, es la inevitabilidad del mercado y los inversores chinos. Para Milei acaso sea un alivio que el país asiático no se envuelva, con países del tercer mundo, en el tipo de diplomacia comercial agresiva que encanta al presidente estadounidense.