La literatura, entretanto

Sobre el repliegue social general de los cuerpos y del contacto físico en favor de una conectividad inmaterial.

libertad

Me gustan las expresiones de esta índole: “encarnar un ideal”, “abrazar una idea”. Y creo que me gustan por la forma en que combinan un elemento abstracto (las ideas, los ideales) con un elemento concreto (corporal en sentido estricto). Yo creo que por un buen tiempo se apeló en demasía a la imagen de “poner el cuerpo”, se la empezó a usar un poco para cualquier cosa, hasta licuarla o hasta vaciarla; pese a eso, o por eso mismo en todo caso, cabe recuperar conceptualmente esas instancias en las que algo del orden de lo inmaterial, como son las ideas y los ideales, se articula con algo estrictamente material, como son los cuerpos. Es entonces que los ideales pueden por caso “encarnarse”; puede entonces que ciertas ideas “se abracen”. Las ideas y los ideales se inscriben así en la realidad concreta de los cuerpos, y se sostienen precisamente con el cuerpo.

Diría que no ha sido sino mi predilección por esta clase de figuras verbales la que me fue generando cierta reticencia, por no decir cierta desconfianza, respecto de la repetición mecánica, maníaca, maquinal, de la frase “abrazar las ideas de la libertad”. En principio porque cabe sospechar de cualquier mecanización repetitiva, si es maníaca o maquinal, y tanto más si proviene del poder del Estado, porque tiende a arrastrar a las palabras al agujero vacuo de la insustancialidad. Pero además porque en esa formulación, ahora trinaria, la abstracción inmaterial (la de las ideas, la de la libertad) gana espacio respecto de la materialidad concreta (la del cuerpo, la del abrazar). Como si no se pudiese abrazar a la propia libertad, sino solamente su idea; o como si esa libertad que se abraza no pudiese traspasarse a la realidad concreta de los cuerpos, hacerse realidad y volverse concreta en el mundo de la vida, sino solamente repetirse como idea (tal y como se repite una idea, cuando se ha tornado idea fija: la obstinación personal del que habla, sin mayor correlato con un afuera objetivo).

¿Será por eso que me genera reticencia, será por eso que me da desconfianza? ¿De qué clase de libertad se trata, si no se deja abrazar más que como idea, si no se deja tocar por los cuerpos, si no alcanza a tocar los cuerpos? Hay en esto una parte de crudo solipsismo, propio del ensimismado que no conecta demasiado sino con aquello que es estrictamente suyo; pero se trata también de toda una tendencia de época, más amplia y más general por cierto. Franco “Bifo” Berardi es uno de los que actualmente se ocupan de examinar ese estado de cosas y de abordarlo críticamente. Berardi analiza, y a la vez que analiza cuestiona, la manera en que el mundo contemporáneo tiende a suprimir o a debilitar el espacio de lo tangible, en favor de una virtualidad triunfante que lo suple de manera equívoca (equívoca porque insinúa un “como si” de los cuerpos y del contacto y de la presencia, cuando lo que hace en verdad es obturar la presencia y el contacto de los cuerpos).

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Las escenas del estar-con-otros se van mitigando cada vez más, en favor de los dispositivos de conexión incorpórea; en vez de reunirse y compartir un mismo lugar, en proximidad unos con otros, en contacto unos con otros (y respirar un mismo aire, subraya Berardi, como condición del conspirar), se promueve el aislamiento social (ése que en la pandemia debió establecerse por exigencias sanitarias y que ahora, aunque ya sin exigencias sanitarias, se reimplanta en muchos casos: en cursos que no se dictan en aulas compartidas con compañeros, por ejemplo, sino solos y encerrados; o en diarios que prescinden de una redacción, despojando así a sus periodistas del estímulo de la interacción directa y cotidiana con sus colegas de profesión).

Berardi pone en relación este repliegue social general de los cuerpos y del contacto físico en favor de una conectividad inmaterial, con lo que pasa en el plano económico: en la medida en que la lógica de la especulación financiera avanza sobre la lógica primaria del trabajo y la producción, también ahí puede advertirse el retroceso de la materialidad y de lo corpóreo respecto de ciertos flujos abstractos e intangibles, hasta llegar a anular incluso la materialidad puramente simbólica del dinero, de las monedas o de los billetes, en lo que significativamente todavía se llama “efectivo”.

¿Qué tipo de libertad vendría a ser entonces ésta que, según se dice una y otra vez, hoy se abraza, o en verdad, para ser más precisos, ésa cuyas ideas se abraza? Porque está claro que hay de por medio una voluntad política manifiesta para dar libertad a los sectores del poder económico financiero, para que imperen a voluntad y sin reparos ni restricciones, arrasando de ser necesario (y penosamente, sí: les resulta necesario) con los derechos conquistados a lo largo de la historia, y con la dignidad que de ellos se derivó. Pero no es menos claro que, en el plano de los cuerpos, de los placeres, de la sexualidad, se reprimen las libertades; lo que se busca es acallar, ocultar, suprimir. Los pronunciamientos homofóbicos más retrógrados, por caso, expedidos agresivamente desde el propio poder estatal, o bien la consternación pacata, en la peor tradición de un Miguel Paulino Tato, ante textos literarios que pueda contener algún pasaje con referencias sexuales, tienen su turbio complemento en un imaginario de la sexualidad proclive a poner (pienso, claro, en la preferencia por la prostitución) el poder del dinero en el lugar de la seducción y el deseo, o en la recurrencia siniestra de las fantasías de violador que el actual jefe de Estado profiere a menudo, invocando los culos rojos de aquellos a quienes detesta, y a quienes se figura penetrando sin placer o consentimiento: sólo por pura hostilidad.

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Cuerpos dañados, agredidos, dominados, sofocados: nada del orden de la libertad, sino todo lo contrario. ¿A las ideas de la libertad se las abraza, pero a los cuerpos en libertad se los somete? Así parece. Y mientras todo esto va pasando, tristemente, en la realidad política de este tiempo, otras cosas pasan entretanto en la literatura (en la frecuencia, la dimensión, la potencia y la impotencia, con los alcances y los límites, con lo mucho y con lo poco, con la atención y la desatención, que son propios de la literatura). En los textos de José María Gómez, por ejemplo, el impulso de la libertad de los cuerpos, siempre disruptivo, siempre corrosivo, cobra hoy por hoy un carácter especialmente intenso. Libertad de los cuerpos o, en verdad, liberación de los cuerpos (porque los cuerpos no están libres, sino sujetados, y es preciso liberarlos) por medio del recurso al placer.

Puede tratarse del rito espontáneo de El cine de los sábados, que se asienta y consolida en el hábito, o de la casa planeada con intención de encuentro en La voluntad de los cuerpos: lo que José María Gómez trama una y otra vez son espacios de reunión y de contacto, lugares de cuerpos que respiran juntos, para emanciparse de los disciplinamientos del tiempo y la moral. Liberan los placeres, y los placeres los liberan. Y conforman comunidades que, expansivas y sigilosas a la vez, dan cabida a los afectos no menos que al disfrute sexual. Distintas clases sociales se cruzan, atravesadas por el fluir del deseo. Y aunque la ley puede ser esgrimida para contener y reprimir, que es lo que se espera que haga, el deseo no deja de hacer lo suyo entretanto, también puede traspasar ese borde (como sucede en Los marianitos. Novela policial), también puede penetrar en ese espacio.

La literatura, claro: la literatura. Para hacernos saber y vivenciar (porque la lectura es también una vivencia) que las cosas no tienen por qué seguir siendo como son, que otras formas y otros mundos son posibles. Como esos cuerpos que se abrazan, abrazando la libertad.

Foto: Depositphotos

Otras lecturas:

Nació en Buenos Aires en enero de 1967. Enseña Teoría Literaria en la Universidad de Buenos Aires y Narrativa Argentina en la Universidad Nacional de las Artes. Su último ensayo publicado es ¿Hola? Un requiem para el teléfono. Su última novela publicada es Confesión. Su último libro de cuentos publicado es Desvelos de verano.