La fatal arrogancia de Milei dejó al plan económico sin nafta, ¿y ahora?

Sin reservas internacionales y con un riesgo país que nos impide el acceso a los mercados, ¿de qué nos disfrazamos?

Las elecciones de la provincia de Buenos Aires no salieron como el Gobierno esperaba. La paliza recibida fue el golpe de knockout luego de varios errores no forzados, como la decisión de no acumular reservas, la fallida eliminación de las LEFI, los vetos en temas muy sensibles sin un costo fiscal significativo como la Ley de Discapacidad y el Hospital Garrahan, y los casos de corrupción de $Libra y (nuevamente) discapacitados.

En términos económicos, el principal error no forzado se puede resumir en una sola frase: fatal arrogancia. Cuando Milei decía esta frase al final hablaba más de sigo mismo que de quienes afirmábamos que el tipo de cambio era insostenible. Pobre Hayek, debe estar revolcándose en su tumba.

Pero la arrogancia no ha sido sólo suya: prácticamente todos los gobiernos de los últimos 10 años diseñaron su política económica pensando única y exclusivamente en las elecciones sin tener un horizonte más largo. Y, paradójicamente, a casi ninguno le fue bien. El último oficialismo nacional que ganó unas elecciones fue el macrismo en 2017, pero meses después el modelo saltaba por los aires. En resumen, los “planes llegar” ni siquiera rindieron para aquello para lo que fueron pensados. ¿Por qué creemos que la próxima vez será diferente? ¿Y si pensamos alguna alternativa?

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Sin nafta

¿Qué significa que un plan económico se quede sin nafta? Básicamente que alguna variable lo hace insostenible y que se tienen que hacer modificaciones sustantivas, muchas veces costosas, para enderezar el rumbo. En el caso Argentina esa variable suele ser el tipo de cambio, que tiene su correlato directo en la acumulación de reservas internacionales.

Una economía como la Argentina, con moneda débil e inflación crónica, necesita reservas para la estabilidad. Los motivos son evidentes: al no confiar en nuestra moneda, los argentinos solo nos quedamos tranquilos si vemos que el Banco Central tiene cómo responder en caso de que queramos dolarizar nuestros ahorros, y nos genera mucha inquietud la situación inversa. 

Lo mismo sucede con los depósitos en moneda extranjera, porque la desconfianza no se limita al peso, sino que alcanza a nuestro sistema financiero. Mientras el Banco Central tenga reservas, estamos tranquilos con los dólares en el banco. Pero, ni bien vemos que el BCRA se va quedando sin reservas, corremos a sacar los depósitos, a pesar de que en los últimos 24 años “quien depositó dólares, recibió dólares”.

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Carguemos el tanque

Si vamos por la ruta y vemos que nos queda poca nafta, paramos a cargar el tanque, ¿no? ¿Cómo hacemos para cargar el tanque de la economía argentina? Un tipo de cambio acorde a nuestra productividad nos permitiría llenar el tanque de las reservas internacionales. Un tipo de cambio por debajo de ese nivel, por un lado, afecta el resultado comercial. 

Si el precio del dólar está bajo, entonces los salarios medidos en dólares son elevados (aunque eso no significa necesariamente que sean altos al medirlos en poder adquisitivo). Y si los salarios en dólares son altos, entonces también lo son los costos de las empresas en relación a sus pares del resto del mundo. Así cuesta competir: no sólo no pueden exportar (y generar dólares), sino que también se les dificulta conservar el mercado interno (por lo que se gastan dólares en las importaciones). De ahí surgen muchas de las demandas por medidas proteccionistas: con un tipo de cambio acorde a su productividad, no serían necesarias.

Por otro lado, también afecta los flujos de capitales. Como criterio general, cuando algo está barato, solemos comprar más y adelantar su compra antes de que su precio suba. Vale para el morfi, la pilcha y también para el dólar. 

Pero, cuando compramos dólares, lo hacemos para preservar el poder adquisitivo de nuestros ahorros en el tiempo. Por eso es frecuente comparar lo que esperamos que pase con el dólar con la tasa de interés que nos ofrece, por ejemplo, un plazo fijo. Si consideramos que el tipo de cambio está bajo y pensamos que va a subir, entonces le exigimos una tasa alta al plazo fijo para no pasarnos al dólar (y a veces ni una tasa elevadísima nos disuade). En cambio, si pensamos que el tipo de cambio está en un valor más o menos sostenible, o que está por encima del valor sostenible en el largo plazo, entonces es más probable quedarnos en pesos y hacer un plazo fijo incluso si la tasa que nos ofrece no es tan alta. 

A lo mejor ya nos olvidamos porque fue hace mucho tiempo, pero esto último es lo que pasaba entre 2002 y 2006 cuando el BCRA compraba dólares prácticamente todos los días para evitar que el tipo de cambio bajara. Hasta que a algún iluminado se le ocurrió que era una buena idea que el INDEC empezara a mentir con los datos de inflación…

Una ruta llena de gasolineras

En los últimos dos años, el Gobierno transitó por una ruta repleta de estaciones de servicios donde poder cargar nafta. Sin embargo, decidió no parar para llegar antes. Lo que no está claro es a dónde…

La primera estación de servicio la pasamos en el primer semestre del año pasado, luego de la devaluación de inicios del gobierno y postergación de los pagos de importaciones. La segunda, el semestre siguiente con el blanqueo. La tercera, a principios de este año con el desembolso del FMI. Todo, además, en un contexto en el que las últimas dos cosechas fueron buenas y pasamos de tener déficit a superávit energético de la mano de vaca muerta.

¿Cómo fue que nos quedamos sin nafta a pesar de todo esto? Porque Milei se engolosinó. Al inicio de su mandato, el presidente dijo que la desinflación iba a llevar no menos de dos años. Era una señal en la dirección correcta porque permitía setear expectativas de que el camino iba a ser largo y sinuoso (y, por lo tanto, que iba a ser necesario parar varias veces a cargar combustible). Sin embargo, cuando la inflación empezó a bajar desde la estratósfera del 25% de diciembre de 2023 y 20% de enero de 2024, se mantuvo el crawling peg del 2% del tipo de cambio por mucho más tiempo del que el mismo equipo económico decía que iba a durar, con el claro objetivo de que la economía suba como “pedo de buzo”, aunque con el costo de hacer la desinflación y recuperación no sostenible en el tiempo.

Justamente eso fue lo que configuró un modelo con tipo de cambio insosteniblemente bajo, una constante cada vez que un gobierno pudo hacerlo desde la tablita de José Martínez de Hoz a la fecha, con la única excepción de los primeros años del kirchnerismo.

Los primeros serán los últimos

En realidad sí sabemos adónde quería llegar el gobierno con este modelo: a una inflación lo más baja posible antes de las elecciones. El problema es que el fin no es lo único que importa, también hay que disfrutar el camino.

Un tipo de cambio bajo reduce la inflación porque establece precios más bajos de todo lo que la economía importa y exporta. Pero también de muchos bienes producidos y consumidos localmente, ya que es muy usual en Argentina usar al tipo de cambio como referencia de todos los precios. 

No obstante, un dólar barato tiene otros costos relacionados, además de la falta de acumulación de reservas.

Ya hablamos de que un tipo de cambio bajo genera presión sobre las tasas de interés. Pero lo que no dijimos es que una tasa de interés alta reduce el nivel de actividad, porque desincentiva la inversión y el consumo, ya que el costo de financiamiento es mayor.

Ese menor nivel de actividad provoca, a su vez, una menor demanda de pesos, porque son necesarios para invertir y consumir. Una parte de esos pesos excedentes son usados para demandar dólares, lo que presiona el tipo de cambio.

Si se insiste con aumentar la tasa de interés para desincentivar que esos pesos se vayan al dólar, se puede terminar generando la situación inversa. Como nos contaba Emiliano Libman la semana pasada, una tasa muy alta puede poner en duda la capacidad de pago del deudor y hacer que los ahorristas busquen otros lugares donde invertir sus ahorros.

Por último, si el Gobierno toma la decisión de satisfacer esa demanda de dólares, ya sea con futuros como directamente con dólares (tal como hizo la semana previa a las elecciones), entonces el mercado duda aún más acerca de la capacidad de pago del país y vende los activos argentinos, elevando el riesgo país y alejando la posibilidad de un rollover de la deuda.

¿Y ahora?

Luego de haber perdido las elecciones, el Gobierno se encuentra en una encrucijada: la inflación dejó de bajar, el nivel de actividad está estancado, las tasas de interés son muy altas y las reservas muy bajas.

Es por eso que el tipo de cambio subió hasta casi tocar el techo de la banda y obligar al banco central a ofrecer una buena cantidad de dólares en los últimos días para defenderla. Eso inquieta aún más al mercado porque deja menos dólares para pagar la deuda y porque va a contramano del objetivo de capitalización del Banco Central que se planteó el Gobierno desde su primer día de mandato.

La disyuntiva es clara y poco agradable. Si el Tesoro sale a comprar dólares para pagar el importante vencimiento de enero, entonces esta demanda va a impulsar el tipo de cambio al alza, por encima de la banda superior, por lo que se debería modificar el esquema cambiario para evitar que esos dólares sean provistos por el Banco Central. En cambio, si le saca los dólares al BCRA para realizar el pago, entonces el tipo de cambio se podría mantener más estable, pero las reservas netas volverán a terreno negativo y la capitalización del banco central habrá quedado en el olvido.

En definitiva, la dicotomía es siempre la misma: la sostenibilidad macro o el mini “plan llegar” hasta octubre para mejorar el resultado electoral. Ojo que, como vimos, los “planes llegar” no rindieron sus frutos electorales últimamente. ¿Y si esta es realmente una falsa dicotomía y lo mejor a los fines electorales es plantear un “plan ganar” económicamente sostenible?

La verdadera “fatal arrogancia” no fue creer que se podría sostener un dólar barato para bajar la inflación de manera permanente, sino pensar que se podía conseguir un buen resultado electoral sin un plan sostenible. Y la historia argentina es clara: el tiempo siempre se acaba antes de lo previsto.

Otras lecturas:

Sueña con una macroeconomía argentina estable. Trabaja para ello como director del área de economía de Fundar. Es licenciado en economía por la UBA y doctor en análisis económico de las universidades de Alcalá y Complutense de Madrid (España). Docente universitario, basquetbolista rústico y padre de dos.